Cuando uno se levanta por la mañana, nunca sabe lo que le depara el día. Por ello, mi caso no iba a ser diferente.
Quedé con Luis a las 8:30 am y con precisión suiza, allí estaba, pese a que la lluvia no ayudaba a la conducción. Tras meter los bártulos en el coche, nos fuimos a tomar un café al país vecino. Al terminar, apareció Antonio, un amigo de Luis al que no conocía.
El plan era recoger a este en su casa y poner rumbo al río. Y así fue como procedimos.
Me puse el vadeador, junto con las botas y la chaqueta, para después descender con los compañeros por un valle hasta el río.
Caminando entre castaños, nogales, arces y robles, llegamos al río. Estar a pie del Miño se me antoja casi como estar en el mar, ya que yo soy asiduo de ríos pequeños o arroyos.
Sentado sobre una pesqueira, de las que se utilizan para la pesca de
la lamprea, me dispuse a aprender todo lo que pudiera sobre las técnicas que Luis emplea en este río tan emblemático.
Tras una pequeña subida del nivel del agua, a causa de un desembalse, las pintonas se activaron, ya que Luis no tardó en clavar la primera trucha de la jornada.
Corrí sobre un cúmulo de cantos rodados recubiertos de fango, que hacían que fueran altamente resbaladizos, para ver la pelea en primera fila. La curvatura de la caña anunciaba una buena pieza al otro lado de la línea, así que tocaba templar los nervios, pues el 0,17 mm es muy frágil para las truchas de cierto porte, si tenemos en cuenta la corriente tan fuerte que había.
Tras un rato pude verla cerca de mi. Se trataba de una pintona. Pero no se trataba de una trucha normal ...
... era una trucha de librea excepcional. La variedad cromática y la disposición de cada uno de los elementos que corformaban tan bello ser, eran simplemente maravillosas.
Hice hincapié varias veces sobre la belleza de esta trucha, porque desde luego no estaba acostumbrado a ver truchas con una librea tan llamativa.
Me lamentaba que el día no estuviera despejado, para poder obtener unas instantáneas mejores, aunque quizás si el sol estuviese en lo alto, esta no hubiera tomado el engaño.
Mientras Luis se despedía de ella con ternura, yo apuraba alguna foto más.
Con habilidad y maestría, Luis proseguía capturando pintonas. Tras cada captura, me acercaba a ver las truchas, para después volver a quedarme extasiado con la técnica que mi compañero iba desarrollando en el agua.
A mis espaldas, Antonio intentaba infructuosamente engañar alguna pieza, ya que la fortuna hasta ese momento, le había sido esquiva.
Al poco rato percibí que algo se movía en la orilla opuesta a donde nos encontrábamos. Se trabada de una familia de jabalíes que realizaba su paseo matutino por el bosque de ribera.
Me hubiera gustado tomar una instantánea del grupo, ya que he tenido pocas ocasiones de presenciar algo así.
Poco después, otro pescador que se encontraba en la zona, clavaba lo que parecía un salmón. Y casi lo aseguraría al 100%, por su color y porque se soltó tras unos potentes chapoteos sobre el agua.
Tras un parón en la actividad de los peces, descendimos unos metros por la orilla.
Caminando sobre rocas pulidas por la implacable acción del río y entre los pasillos de las pesqueiras, llegamos a un nuevo emplazamiento.
Antonio volvió a buscar a las pintonas en una zona profunda, mientras que Luis escrutaría las inmediaciones de una pesqueira desvencijada por el devenir del tiempo y las aguas del Miño.
Aproveché para charlar un rato con Antonio. Como no podía ser de otra manera, el tema era la pesca jejeje.
En pocos minutos, Luis, "el hombre que susurraba a las truchas", se hacía con otra bella pintona de buen porte.
Una rápida contemplación y de vuelta al agua, con todo el cariño y respeto que sólo un amante de este deporte profesa. Sin duda es todo un espectáculo observar la forma que Luis tiene de vivir cada clavada, cada pelea, cada captura, cada suelta, ... ¡¡Impresionante!!
Y le bastaron unos minutos para hacerse con otra bonita trucha que brindó a nuestro compañero una lucha reñida, haciéndole creer que se trataba de un ejemplar mayor.
Y con esta fotografía, poníamos punto y final a esta jornada maravillosa en la que disfruté de la compañía y el buen hacer de dos personas que tienen un mismo sentimiento por un río tan maravilloso como es el Miño.
Pero como en la vida no todo es de color de rosa, quiero hacer un llamamiento a la precaución en los ríos regulados por embalses o que disponen de centrales de generación eléctrica, ya que las subidas repentinas del caudal nos pueden dar un susto muy grande o incluso acabar con nuestra vida.
Yo fui acompañado de dos buenos conocedores del río, pero a veces eso no es suficiente, por lo que hay que ser muy prudente.
No hay un pez que merezca la pérdida de una vida, por lo que se debe hacer acopio de sentido común e ir con cuidado.