El domingo volvimos al escenario de la
semana anterior. Un pensamiento dorado se apoderó de mí, mientras conducía hacia casa de Manel. Con un poco de suerte podíamos repetir la jornada tras las doradas.
Entonces no tenía ni idea de las emociones que nos aguardaban ...
(foto tomada al final de la jornada)
En esta ocasión fuimos Manel, Miguel ( a quién no conocía) y un servidor.
Una vez llegamos al pesquero con la lancha, dispusimos el material y comenzó la espera.
Tras un buen rato con las punteras de las cañas sin anunciar actividad, comenzó el baile.
Manel y yo fuimos los primeros en sentir las doradas al otro lado de la línea, con sendas piezas al otro lado de las líneas. Sin embargo,
carecíamos de sacadera, por lo que mi pieza se perdió cuando nos disponíamos a levantarla. Manel fue más avispado y logró echarla a bordo (1).
A continuación, otra picada para mí. Mientras recupero línea, uno de los cabezazos de la dorada rompe el bajo de línea y me quedo con la miel en los labios.
Manel comienza a tomar ventaja con otra captura más. La veteranía se impone y eso había que tenerlo presente (2).
Una dorada mordisqueaba mi cebo, pero Miguel se adelanta a clavar una dorada que hacía lo mismo.
Era su primera cabezona, así que había que posar, dándole el beso de rigor jejeje.
Me encantó ver la cara de alegría de este joven, ya que vivió la captura en todo momento (3).
(foto tomada al final de la jornada)
La siguiente me tocaba a mí. Cuando fue el momento de clavar, lo hice con energía. Luego ajusté el freno del carrete, para dar un poco de margen al pez. No quería perder otra pieza. De esta manera llegó mi primera dorada de la jornada (4).
Nuevamente, una dorada se abalanzaba sobre mi cebo, para después clavar con firmeza. El combate que me brindaba era espectacular, por lo que lo disfruté al máximo (5).
El hecho de carecer de sacadera, me preocupaba cuando el pez se acercaba a la embarcación, pero al final fuimos resolviendo la papeleta.
Era el turno de Manel, el cual sacó la mayor pieza hasta el momento. Su equipo se comportaba de manera impecable y no tardó en acercarla e izarla a bordo (6).
(foto tomada al final de la jornada)
Ahora las cabezonas sólo hacían caso a los cebos de Manel, así que le tocó lidiar con una nueva dorada, que también dio con sus escamas en la cubierta de la embarcación (7).
Pero todas las rachas terminan y ahora fue el turno de Miguel, que como en la anterior ocasión, resolvió sin complicaciones (8).
Unas tímidas picadas me indicaban que mi cebo había llamado la atención de un nuevo pez, sin embargo, en esta ocasión se trataba de una osada lubineta, que tras la foto volvió a su medio.
Manel volvió a la senda del triunfo y se hizo con otra pieza más. En esta ocasión de menor porte que las anteriores (9).
Después Manel y yo fuimos sacando algunas doradas más (10, 11 y 12). Dos de ellas las sacamos con la ayuda de un cubo jejeje.
La dorada número 12 fue la que se comió el último cebo que nos quedaba, por lo que tocaba volver a puerto.
Mientras recogíamos los aparejos y las cañas, Miguel observó la sacadera en un lateral de la embarcación. Estuvimos tan ciegos con la actividad de las doradas, que no pudimos ver el útil que nos hubiera salvado dos doradas más. Nos lo tomamos con mucho humor, pues habíamos triunfado por la mañana.
A la hora de la comida, Manel se tuvo que ausentar, pero por la tarde Miguel y yo contaríamos con dos nuevos tripulantes. Eran Roberto y Miguel, los cuales nos ayudarían a recolectar algo de cebo tras la comida.
Una vez con el estómago lleno y el cebo a buen resguardo, nos subimos a la embarcación y pusimos rumbo a la zona de pesca.
La actividad de la tarde no tenía que ver con la de unas horas antes. Los peces no comenzaron a picar hasta bien entrada la tarde. Permanecí con la caña en la mano todo el tiempo y así percibí una leve picada. En cuanto tuve la oportunidad, clavé como había hecho en otras ocasiones con
Walter.
Un poco más tarde, sugerí que si le picaba una dorada a Miguel, esta le podía llevar la caña. Mientras lo decía sentí una violenta picada y clavé raudo. Comencé la pelea con el pez, pero instintivamente, de dije a Miguel (que se incorporó por la tarde) que cogiera la caña y que la sacara él.
Con muy buena mano, este logró acercar al pez hasta la embarcación, para luego izarla con ayuda de la sacadera.
Más tarde Miguel (compañero de la jornada matinal) sacó una lubineta pequeña. Esta lo había mareado durante un rato, hasta que fue capaz de clavarla.
Poco después, él mismo sacó una dorada, que picó por sorpresa, mientras le comentaba que fingiera una clavada, para alertar a un amigo suyo, que estaba en una embarcación cercana. Fue una situación de lo más cómica.
El otro Miguel se hizo con un sargo en los últimos lances, el cual fue bien recibido a bordo.
Por su parte, Roberto no tuvo la suerte de cara, pero yo se lo achaco a que horas antes había capturado un robalo de 7.4 kilos, por lo que Neptuno ya lo había recompensado de sobra jejeje.
Sin duda fue un gran día de pesca, de esos que no se olvidan nunca. 15 doradas que nos brindaron espectaculares lances de pesca. Ahora ya sólo quedaba degustarlas jejeje.