Hubo poesía y sobre todo divertimento. Aunque la poesía puede ser dolor, hubo divertimento y disfrute.
Después del porrón de mistela, hubo cañas y cervezas (tercios por supuesto). Hubo abrazos y besos, hubo poesía y reencuentros y recuerdos, recuerdos. Hubo poetas en presencia continua y otros en presencia alterna. A algunos les prestamos la voz, sólo la voz, como a Luis Miguel Rabanal y Aldo Z. Sanz y de sus gargantas en la lejanía llegó alto y claro el son sus letras, sus renglones, sus versos.
En presencia estuvo Toño Morala, Ildefonso Rodríguez, Silvia Díaz Chica, Jorge Pascual, Xen Rabanal, Víctor M. Diez, Juan Carlos Pajares, Eloisa Otero, Vicente Muñoz y Felipe Zapico, que desde la niebla esto os narra.
En ocasiones no se oía a los poetas, bien porque no había micro o este se acoplaba con los versos, o tal vez había versos que se acoplaban al micro, igual que otros se acoplan al cerebro y algunos, unos pocos, se acoplan al corazón. Pero ay de aquellos que se acoplan a la garganta y no se sueltan, no se sueltan; cómo duelen.
Tras varias cervezas, orujos, cubatas y otros pólenes, después de recitar en la calle a la puerta del Bardalla, con gran emotividad y frío por parte del respetable, que solicitó la oreja y el rabo de alguno de los participantes, así como el indulto de alguno de los ausentes.
El Cafetín, fue un runrún de recuerdos, de botellas de mistela añejas y aceitunas matutinas, antes del primer poema, del primer amor, del primer dolor. Bajo su arco falso de escayola declamamos, contamos, nos herimos y nos curamos. Aquí se unieron al grupo dos poetas espontáneas Ena y Nuria.
La letanía continúo bajo la luz de la catedral a esas horas en la que la noche devuelve la luz recogida durante el día y la envía de dentro a afuera a través de sus vitrales coloreados, coloridos, doloridos de tantos escarnios contemplados.
El CCAN, fue el cierre, el broche el boquerón de proa. Terminada un concierto de blues, y con un micro abierto, soñamos que no habían pasado 30 años, o uno menos, soñamos que todos los huecos de ausencia y desolación se rellenaban, se cubrían.
Los versos se repitieron incluso tras pedirse un bis a los participantes. Al final volvió el blues, la canción, las gargantas cerca de romperse, de estallar, la cabeza nublada. Pero cuando logramos irnos a la cama, estábamos tranquilos, cautivos, señalados.
(Las fotos son mias, salvo la mia que es de JR. Vega, Chouman para mi).