-La primera vez se me cayó el alma al suelo. La segunda, sólo hasta las rodillas. Una semana más tarde, mi alma ya no se movía de su sitio.
-Una especie de forzada cura de humildad.
-¿Cura de humildad...? Prefiero las monjas de petulancia. Como las que atienden el comedor social.
-¿Se come bien?
-He comido en sitios mejores. Pero se come caliente. Y el postre es una fruta que te hace creer que podrás aguantar hasta mañana con una sola comida. Y lo cierto es que funciona.
-Puedes venir a comer a casa, no te lo repito más.
-No te preocupes, ya te he dicho que funciona.
-¿Has hecho algún amigo?
-También van mujeres. Pero no, entre mi timidez y mi vergüenza -conservo mi alma en su sitio, pero está sonrojada- no levanto la vista del plato, ni la voz del pecho.
-Todo cambiará.
-No me importa seguir así. Es inspirador. Ayer, al salir del comedor -la cola era más grande que cuando entré-, escribí algo que me vino durante la sopa.
-Dime.
-Esto, léelo.
-A ver... Cuidado con el perro. Y mucho cuidado con el dueño. Bien. ¿Qué quieres decir?
-No sé.
-...
-El pan es lo más rico de la comida.
-Siempre te gustaron los restaurantes que ponían esmero en el pan.
-El pan nuestro de cada día, ¿no?