miércoles, 23 de diciembre de 2009

-No sé qué decir.

-Herrumbre. Lodazal. Óxido. Llamo a las puertas de palabras que no me atienden. Almohada. Pesadumbre. Neblinoso. Escondidas tras los vocablos, acechantes tras mi falta de talento, tras la triste última preposición. ¿Cuál es el antónimo más certero de falta de talento? Esperan que me marche sin haber cometido contra ellas ningún intento de ordenarlas bella y sinceramente. Pacientes, esperan quedarse a solas. Cuchichear entre ellas, cada vez en voz más alta. Hasta llegar a la cima de las voces. Y desde allí arriba lanzar sus risas complacientes montaña abajo. El alud me sorpenderá de espaldas. Sin darme tiempo a gritarles mi venganza. A aplicarles mi media sonrisa. A humillarlas haciéndole saber lo que ya saben. Que sin mí, ellas no son nada. Herrumbre. Lodazal. Óxido. Y todas las demás. En polvo os convertiréis si no abro la boca, el cuaderno, Word, mi lápiz. Boca abajo bajo las voces. Sin poder pronunciar palabra. ¿Cuál es el antónimo más cabal de sepultado?
-No sé qué decir.
-Ya has dicho lo imprescindible para que esto sea un diálogo.
-A veces me siento utilizado.


lunes, 21 de diciembre de 2009

-No tiene importancia.

-¿Por qué ahora?
-Surgió. No sé.
-Por favor.
-No tiene importancia.
-Tú no crees que no tenga importancia. Si has esperado cinco años y... tres meses para decírmelo, es que la tiene.
-No hay ninguna intención detrás.
-Por favor.
-Piénsalo. Sinceramente, no es importante. No cambia nada.
-...
-No me seas niño.
-Y tú no me seas tramposa. No crees que mi actitud sea infantil. Crees que diciéndome que soy infantil me atacas por un flanco que me duele. Que me deja sin aire. Esa forma tuya de callarme la boca.
-No sigas.
-Deberías sincerarte.
-No te he mentido.
-Deberías decirme por qué ahora. Por qué has tardado cinco años y tres meses en contarme que te habías acostado con un ciego.
-¿No te sientes ridículo al escucharte decir esa frase?
-No.
-Deberías. Repítela.
-Pero contesta.
-Fue hace ocho años.
-Pero contesta.
-No tengo ninguna razón. No hay plan, amor.
-No te lo crees ni tú.
-Un ciego.
-No fue nada. Ha sido una vez. O dos. No tiene importancia.
-¿No fue nada? Ha habido una guerra mundial. O dos. No tiene importancia.
-Venga, por favor. Subamos a verlo.
-Me voy a la cama.
-Pero... ¿Cuánto tardaste tú en contarme lo de las hermanas?
-¿Eh?
-Lo de la noche de fin de año con las hermanitas.
-Es incomparable. Y te lo dije dentro del primer añ
-Ah, que las confesiones de historias pasadas valen si se hacen dentro de los primeros trescientos sesen
-Déjalo.
-Venga, amor.
-...
-Querías verlo.
-Hasta mañana.
-Por favor, olvídalo, no ha dejado ningún rastro.
-...
-Amor, anda. Subamos a ver el eclipse.
-Ya no quiero verlo.


jueves, 17 de diciembre de 2009

¿Allí dónde?

-Es la última vez que se lo pregunto.
-No le creo. Lo dice sin convicción. Las cualidades que le han hecho creer que tiene le harán insistir y volver a preguntármelo, una y otra vez.
-No me gusta la actitud que tiene.
-También pensarán eso de mí quienes he dejado allí.
-¿Allí dónde?
-Créame que comprendo que no me crea, pero no sé dónde. He venido a un sitio que desconozco desde uno que he olvidado. Misión cumplida.
-Negándose a identificarse sólo hará que demoremos algo más en averiguar su identidad. Nada más.
-Averiguar mi identidad es un empeño vano por su parte. Es también un vano empeño por la mía.
-Vamos, usted no puede ser de muy lejos. Hablamos el mismo idioma, aunque su acento...
-Idioma. Acento. A esto llamo yo tirar de la lengua, si me permite la gracia. Pero está bien. Creo que las palabras nos incomunican, pero los tonos, las intenciones, el aire entre los dientes y los vocablos pueden acercarnos. Un poco.
-En otro ámbito, con una cerveza de por medio, me interesaría por su absurda cháchara, pero compréndame, no estoy aquí para compren... Perdón, ya ha hecho usted un juego de palabras parecido a este hace un momento.
-No se conduela de sí mismo. Es un sargento que aprende rápido. No hay muchos que puedan vanagloriarse de lo mismo.
-Sabemos que ha huído. Que ha dejado atrás... cosas. Una familia. O un amor. O simplemente una memoria. 
-¿Sinceramente cree que uno puede alejarse de algo o de todo eso?
-Tomar distancia.
-Me cae usted muy bien, sargento. Me gustaría ayudarlo. Colaborar con su trabajo. Ponérselo fácil. Pero no sé qué hago aquí. Tampoco sé qué hacía allí.
-¿Allí dónde?
-Lea la transcripción de esta charla, sargento. Quince o veinte líneas más arriba. Se encontará con la misma frase que acaba de decir. No se sienta mal, o torpe, o ineficaz: ¿Quién no se repite unas veinte líneas más tarde?
-¿Se ha ido para no repetirse? ¿Ha huído de eso? ¿No quiere que le ayudemos a saber quién es? ¿A volver?
-Nos estamos conociendo. Además, por lo que se ve, y por lo que ya no alcanzo a ver, soy un hombre nuevo.
-Eso parece.
-Y usted también. Usted también es un hombre nuevo, sargento.
-No me deja otra salida.
-Calma, uno no deja de repetir los mecanismos incorporados a su oficio de un momento para otro.
-Tendrá que pasar la noche en comisaría.
-Uno no puede chasquear los dedos y decidir que ya no cumplirá con su deber.
-Tengo que tomarle las huellas digitales.
-Uno no se escapa así cómo así de una cárcel tan largamente construída.
-Primero el pulgar derecho.
-Lleva su tiempo.


lunes, 14 de diciembre de 2009

-Afuera nieva.

-Lo que mi mente vaga, comodona, adaptadísima a mi medio y a mi miedo espera de mí esta mañana, es que escriba algo que tenga que ver con la nieve. Que la nieve me inspire, o que me haga creer que me inspira. Que escriba la palabra nieve, metida en algún contexto. Nieva en Madrid. Mi cabeza cree que debo acusar este hecho, aunque no es tan infrecuente. Si viviera y nevara en Buenos Aires, mi cabeza ni siquiera haría el esfuercito de chasquearme una chispita inspiradora. Allá no nieva nunca. Bueno, el año pasado nevó. O hace dos años. La vez anterior había sido setenta años atrás. Más o menos. Escribiría sobre la nevada en Buenos Aires. Aunque mi cerebro no quisiera.
-Mis uñas.
-¿Eh?
-Puedes escribir acerca de mis uñas. Si no quieres dejarte influenciar por el poder -o el no poder- de tu mente.
-¿Tus uñas? 
-Siempre, mis uñas de los pies, me fueron pintadas por otros.
-Afuera nieva.
-Fuera nieva.
-Soy argentino. Para nosotros afuera está bien. Somos más de afuera.
-Mi madre. Mi hermana. Mis novios. Tú. A mis uñas las pintan los demás.
-Sabes que no es una actividad de la que disfrute especialmente.
-No vuelvas a argumentar que tengo treinta y cinco años.
-Treinta y seis.
-Que ya va siendo hora de enterrar viejas costumbres.
-O malherirlas.
-Mi hermana no me cuestiona. De vez en cuando, lo sabes, ella sigue pintándome las uñas de los pies.
-Sí, lo sé. Supongo que a ella le hace ilusión. Pues que te las siga pintando ella. No me opongo.
-Te alejas.
-...
-Negarte a pintármelas, lo sabes, te aleja de mí.
-No repitas que lo sé en medio de cada frase. No lo sé. No lo creo.
-Te alejas si no me complaces. Si no atiendes a mis caprichos.
-Vale.
-Gracias.
-Ten.
-Sabías que iba a transigir.
-Sí.
-Quieta.
-¿Te gustan mis pies?
-¿Tus pies o los dedos de tus pies?
-Déjalo.
-Está dejando de nevar.
-...
-Afuera.

El dibujo no es mío. ¿A que lo habíais notado? Es de Solano López, dibujante de El Eternauta. ¿Bueno, eh?

viernes, 11 de diciembre de 2009

-Me tiran más tus dos carretas.

-Me cansé por lo civil. 
-Me separé por lo habitual. 
-Me habitué por no salir. 
-Me piré por el portal.
-Me suicidé por nembutal. 
-Me lavé lo estomacal. 
-Me aseguré por lo social. 
-Me pequé por lo venial.
-Me desnudé por demodé. 
-Me atracaste con tu tráquea. 
-Me fileteaste tu felatio. 
-Te atragantaste con mi fé.
-Me engañaste con mi hermano. 
-Me maldije por ser dos. 
-Me cagué en José Santiago. 
-Me quedé a pesar de vos.
-Me apago analógico. 
-Me enciendo enológico. 
-Me parece lo lógico. 
-Apagar la tele encender el bouquet.
-Me acuerdo de Alzheimer. 
-Me olvido de ti. 
-Me ciego de verte.
-Me voy de Madrid.
-Me oscuro de día. 
-Me aclaro por fin. 
-Me brillo de luto. 
-Me muero sin mí.
-Me Sabino por Serrat. 
-Me tanguizo por Gardel. 
-Me avergüenzo por cantar. 
-Me John Lennon Ringo Starr.
-Me Buenos Aires querido. 
-Cuando me vulvas a ver.
-No habrá más penes ni olvidos. 
-Ni más ropa por tender.
-Me tiran más tus dos carretas. 
-Me amanezco menos temprano. 
-Consuelo de muchas mi mal de pocas. 
-Me siento volando mi pájaro en mano.
-Me divorcié por lo legal.
-Me endeudé por más de mil. 
-Me revolví por lo amoral. 
-Me vengué por lo militar.
-Me disculpo por rimar tan mal. 
-Ah, ¿iba de rimar?

jueves, 10 de diciembre de 2009

-Kafka otra vez.

Dónde van los hombres, corren sin ver
buscan una casa donde secar su piel.
  ¿Dónde va la gente cuándo llueve? 
  Miguel Cantilo
-En el metro me ocurren historias que se bajan a encontrame.
-Un poco facilón el arranque, ¿no?
-Puedo intentar decirlo de otra forma, pero lo que me pasa en el metro es que me bajo a historias que pasan por debajo de la realidad. O que están metidas en otra realidad más viscosa o más esquiva. Como un órgano metiéndose y hurgando en otro órgano que por un lado parece apropiado para contenerlo, y a la vez parece apropiado para cercenarlo, o para deformarlo para siempre. Y no sé si yo soy el órgano que se introduce o el que recibe.
-¿Has estado viendo porno?
-La gente llevaba empapada todo el día. La lluvia caía igual de lenta desde hacía tres días. Estaba quedándome solo en el vagón. Pero no estaba solo. Lo que ocurre es que uno en la otra punta parecía condenado a dormirse hasta el fnal del trayecto. Y había otra, algo más cerca, condenada a no mirar a ninguna parte, como eludiendo cualquier posibilidad de invitar a nadie a malinterpretarle un destino viscoso en la mirada.
-Viscoso, otra vez viscoso. O tu historia resulta muy viscosa o muy decepcionante.
-El único que me enfrentaba con todo el cuerpo y con su mirada era el señor que ya no cumplia los setenta que tenía exactamente enfrente, separados sólo por el pasillo y por una herrumbrosa niebla que sólo los dos podíamos apreciar. Condenados también, a apreciarla. Estábamos metidos en esa otra realidad de la que te hablaba. Metidos desde no sé cuantos kilómetros o minutos. El metro hacía lo que tenía que hacer. Parar en las estaciones. Abrir las puertas. Cerrarlas. Avanzar. Pero el señor y yo no podíamos más que desatender al mundo. Era condición necesaria para que él fuera transformándose en otro y para que yo atestiguara esa transformación.
-Kafka otra vez.
-Decir que lo que ocurrió fue una metamorfosis es arriesgado. Cuando el por lo menos septuagenario acabó de mutar seguía siendo él. En apariencia y en su apariencia nada había cambiado. Pero el que se bajó en Gran Vía no era el mismo anciano que se había subido en Chamartín. Había pasado el tiempo del último tren del día.
-Es decir: no pasó nada.
-No pasó nada. Sólo que probablemente él ahora esté contándole a un amigo o a su esposa o a una amante o escribiéndose a sí mismo, lo que le ocurrió en el metro conmigo. O muriéndose.
-No sé si llamarla viscosa.

lunes, 7 de diciembre de 2009

-Somos Papi, Popó y Piripi.

-Bien, hablemos.
-¿Empiezo yo?
-De nosotros tres, el que quieres hablar eres tú.
-Sí, bueno, es que, somos una familia, creo que tenemos que acordar estas cosas entre nosotros.
-¿Vas a volver a repetirnos tus... ideas independentistas?
-Llegó la hora. Ya no soy un niño.
-No, no lo eres.
-Si no llevo a cabo mi proyecto ahora, ¿cuándo lo haré?
-Yo sigo sin comprender tu postura.
-Yo tampoco.
-No entendemos este empeño tuyo.
-Somos una familia, tú lo acabas de decir.
-Somos Papi, Popó y Piripi.
-Si tú te vas no podremos ser sólo Papi y Piripi.
-¿Por qué no?
-Somos más que la suma de las partes, Popó.
-Somos un trío. Desde hace veinte años somos un trío.
-No somos tres. Somos uno.
-Yo necesito saber si puedo ser uno sin vosotros dos.
-No te entiendo.
-No te entendemos.
-Podríais reemplazarme. Yo creo que tu hijo podría ser Piripito.
-No quiere dedicarse a esto. Ya lo sabes, por favor. ¿Cuántas veces lo hemos hablado?
-Él debería comprender que a veces hay que sacrificarse por la familia.
-Pues tú, con tu postura, estás sacrificando a la familia.
-Y, desde luego, que lo sepas, tú no puedes ser sólo Popó.
-No podemos hacer la guerra cada uno por nuestro lado.
-Porque somos tres lados. Tres.
-Tú, solo, no eres nada.
-Tengo que probarme. Tal vez tengáis razón, pero tengo que probarme.
-¿Los monólogos de Popó?
-¿Por qué no?
-Caerás muy mal al público.
-Siempre serás el que se ha ido. Y al irse ha destrozado el triángulo. 
-Papi, Piripi, vamos a ver, no nos engañemos: nuestra estrella comienza a declinar. O ya ha declinado, y seguimos viviendo de los reflejos de una luminosidad en realidad ya perdida.
-¿Por qué hablas así?
-¿Tus pretendidos monólogos serán así de coñazos? Reflejos de una luninosidad...
-Comprendo que estéis molestos, pero ya está decidido.
-¿Lo vas a dejar?
-¿Vas a dejarnos?
-Tengo que hacerlo, hermanos. No me lo pongáis más difícil.
-Como quieras.
-No vamos a rogarte que te quedes.
-Quiero hacer algo más... adulto.
-Claro.
-Esta nariz, creédme, esta nariz roja ya no es mía. No la siento como mía. Es como si se me cayera. Como sí...
-Dámela.
-¿Qué?
-Devuélvenos la nariz.
-Pensé que podría quedármela.
-Ya no es tuya. Acabas de decirlo.
-Ya no la necesitas.
-Ten...
-...
-...
-Puedo esperar un poco. Para hacerlo bien. Podemos dar un comunicado de prensa para ir preparan
-No, así está bien.
-Has renunciado a tu nariz.
-Eres libre, Popó.
-Ya no eres un payaso.


viernes, 4 de diciembre de 2009

-Palabras mayores.

-La gente mata por razones sólidas.
-Te entiendo.
-La frase no es mía.
-No importa.
-Es de Chandler. O de Hammett. Los confundo.
-Al ser negros los dos.
-¿Cuándo dices que me entiendes, te refieres a que aceptas que tu destino es el que voy a infligirte?
-Entiendo tu reacción, y te conozco: me gustaría saber cómo hacerte desistir. Porque uno se acostumbra a no perder la vida. Pero sé que no te ahorrarás esa bala.
-Tengo que hacerlo, Bloch.
-Crees que debes hacerlo, Suárez. Y es muy difícil luchar contra las creencias personales.
-Imposible.
-Espero que también la entiendas a ella.
-La quiero, no me pidas, además, que la entienda.
-También es verdad.
-Arrodíllate.
-Preferiría tumbarme.
-De acuerdo. Dame tu nuca, con el resto de tu cuerpo haz lo que quieras.
-Así, boca abajo. Bien.
-Yo también prefiero no mirar, pero me sobrepondré: quiero ser certero.
-Gracias por apuntar bien.
-No te preocupes.
-Haz un esfuerzo por perdonarla. Tiene las piernas tan largas que es inevitable que comiencen en tu cama y acaben en la mía. Sus extremidades canalizan una pulsión extrema. Nada puede hacer ella por contener el impulso de llevarse algo a la boca, si me permites la expresión. Hay una humedad ancestral que pugna por ser sofocada.
-Es una zorra.
-Qué bien se te dan las metáforas, Suárez.
-Gracias, Bloch.
-Sólo piensa que el amor no es algo que estuviera en juego.
-¿El amor? ¿ Cómo se te aocurre que yo...? El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no es.
-¿Chandler?
-Lacan.
-Palabras mayores.
-Creo que es de Lacan. No me hagas caso.
-De acuerdo, Suárez.
-¿Algo más?
-No, está bien así.
-Pues...
-Siempre supe que moriría un viernes, amigo.
-¿Esa es tuya, no?
-Sí. Para un final.
-Está muy bien para tu final, Bloch.


miércoles, 2 de diciembre de 2009

-Te escucho.

-Tanto tengo por olvidar, que preferiría que mi memoria me jugase alguna mala pasada.
-La gata sí que me ha jugado una mala pasada anoche.
-Perdona, ¿has registrado la frase que te acabo de decir?
-Sí. Que te gustaría que la memoria te jugase una mala pasada.
-Que mi memoria me jugase una mala pasada.
-Sí, la he captado, la he entendio, me ha gustado.
-A veces, esa ansiedad por contar lo que te parece importante, o trascendente, o divertido, hace que tu oído baje su nivel de registro, digamos. Sólo te escuchas a ti.
-No creo que eso sea así. Pero intentaré estar más atento, más atento aún, a tus frases importantes, o trascendentes o divertidas. Y además prometo enfatizar mi interés por las mismas.
-Déjalo. ¿Qué te ha ocurrido anoche con la gata?
-¿Quieres que te lo cuente? ¿Realmente estás interesada? Puedo no contártelo. Tengo otras vías de escape para las cosas que tengo por decir. El blog. Mis apuntes. La novela. En fin.
-Soy todo oídos.
-¿Todo o toda? Has dicho todo.
-Te escucho.
-Me levanté de madrugada. Eran las cuatro. Cuando enfilé el pasillo en dirección al cuarto de baño, los diamantes de la gata me miraron desde el final. Enseguida me sobresaltó el pensamiento: pensé en cómo algo tan entrañable y querido, puede volverse amenazador, inquietante, inseguro. Todo depende de la luz. De la incidencia de la luz. Es como escribir. Por el día, los ojos de la gata hubiesen activado mis ganas de acariciarle la cabeza. En la oscuridad de las cuatro de la mañana, me frené en seco. Manoteé la pared buscando el interruptor. Cuando conseguí dar con él, la repentina luz pareció desilusionar a la gata. Sus pupilas se expandieron. Desapareció por la cocina. A mí se me atragantaron las ganas de hacer pis. Volví a la cama. Tú dormías como un tronco. Me daba miedo que despertaras. El corazón se me salía por la boca. Y parecía que también se me salía por otra parte. Pero era pis, no sangre lo que  se agolpaba allí. Fue, también, en cierto modo, un momento erótico. Estabas preciosa así. Dormida.
-No sé cómo tomarme eso.
-Estabas preciosa. Soñando cosas que te escribieron la frase de la memoria. Tanto tengo por olvidar, que preferiría que mi memoria me jugase una mala pasada. ¿Era así, no?


martes, 1 de diciembre de 2009

-No es poco.

-Tal vez pienses que es una carga demasiado pesada, andar por la vida con los párrafos de tu autobiografía que jamás escribirás en tu autobiografía.
-Tal vez lo piense, pero no lo pienso aún.
-No temas: tengo las espaldas anchas. Y la boca cerrada como una tumba.
-Busca otro símil: no hay nada más fácil de profanar que una tumba.
-Tengo las espaldas anchas. Y la boca cerrada como esa parte de ti.
-Tu sentido del humor me pone de buen humor. O, en el peor de los casos, me hace perdonarte y perdonarme mientras te sonrío la gracia.
-No es poco.
-No. Tú sabes que no es poco. Y cualquiera podrá leerlo en mi autobiografía. Mi amor.


viernes, 27 de noviembre de 2009

-Ay, tus silencios.

-Diga.
-Hola.
-Diga.
-¿Cuántas palabras, después de hola, tengo que decir para que me reconozcas?
-¿Quién eres?
-Soy aquella.
-...
-No cuelgues.
-Perdona, pero o me
-Diez años.
-¿Qué?
-Casi diez años.
-...
-Te he hecho sufrir demasiado como para que me hayas olvidado.
-Mira, no voy a seguir.
-También ha sufrido tu ex. Pero a ella le he perdido la pista. Como tú se la has perdido.
-¿Qué quieres?
-Uf, esperaba que me hicieras preguntas más interesantes. Tú, un guionista. Un dialoguista. A ver si con el correr de los minutos...
-No me interesa hablar contigo.
-Volver a hablar contigo. No es un mal título para una serie. O para un blog, como ese que tienes.
-...
-Ay, tus silencios.
-No voy a entrar otra vez en tu juego.
-No te engañes: nunca has salido de mi juego. Este intervalo. Todos estos años, también son parte del juego. Un juego paciente. Los paréntesis contienen algo. Forman parte del ritmo. ¿Te gusta cómo hablo ahora? Me he cultivado. Me he cuidado. Los paréntesis contienen algo. Ya no tengo para ti sólo el registro erótico que derivaba en soez, cada tarde. El registro que tanto te gustaba. Que tanto decías que no te gustaba.
-No necesito escucharte. Todo ha cambiado.
-Sí, es verdad. Toda ha cambiado tanto. Ahora estás deseando tener fuerzas suficientes, fuerzas apropiadas para colgar.
-Oye...
-...
-Oye, ya está, ya has hecho todo el daño que podías. Ya no puede dolerme que vuelvas.
-Vas mejorando, sí. Esta conversación está siendo grabada, como te dicen cuando llamas al banco. Luego, esta conversación será transcrita. No suspires. No cuelgues.
-...
-¡No cuelgues, cabrón!
-Te has cultivado, sí.
-No cuelgues. Debo pedirte algo.
-No, no debes pedirme nada. No debo darte nada.
-No cuelgues.
-...
-Te lo ruego.
-Voy a colgar.
-Sí, lo sé. No has cambiado nada.
-...



martes, 24 de noviembre de 2009

-Más oscuros.

-Cuando volví a verla, en uno de mis viajes al regreso imposible, en pleno necio empeño por recuperar lo para siempre perdido, cuando volví a verla, quiero decir, es decir: no quiero decir pero aun así digo, porque le va muy bien a mi melancólico estilo, cuando volví a verla después de tanto no haberla visto, ni extrañarla, cuando volví a verla ella tenía los dientes más oscuros.
-Más oscuros.
-Sí. O sólo más borrosos. Más borrosos que entonces.
-El sarro o la niebla.
-Cuando volvimos a vernos, estábamos a ambos lados del sarro o la niebla. Su sonrisa, paradógicamente, fue lo que me impidió dilucidarlo. Quise consolarme desesperadamente creyendo que era la luz, incidiendo malevolente sobre ella. Sobre nosotros. Pedí otro café esperanzado en que el tiempo cambiara la luz. Pero el tiempo no cambia.

lunes, 23 de noviembre de 2009

-Mi sentido pésame.

-Se trata de una especie de monólogo.
-Qué interesante.
-Un desvarío. Es un director joven. Un debutante. Los jóvenes debutan. Lamentablemente no pueden librarse de hacer algo por primera vez. Después, todo es, como mucho, por segunda vez.
-...
-Pretende que me pregunte en voz alta, que hable estúpidamente sola, en la soledad de mi habitación barroca, que es donde se supone que las actrices ancianas viven después de los setenta. Mi cama con donceles corroídos. Reflexionando en voz alta, diciéndoselo a nadie, preguntándome si el tiempo pasa o se queda.
-Qué interesante.
-Joven, por favor, no repita lo interesante que le parece la memez de escena que me han propuesto.
-Si no entiendo mal, usted haría de usted.
-Hacer de uno mismo sin resultar patético es un desafío que los actores suelen perder.
-Tómeselo como un homenaje en vida.
-¿En vida?
-Quiero decir que es bueno que una gloria como usted sea reconocida como tal mientras aún
-Puedo permitirme el lujo de decir que no. Siempre podré hacerlo. Aun agonizante podré negarme. Tengo setenta y cinco años y aún muchas erratas por cometer. Si me permite que se lo diga, joven.
-Por supuesto. No quisiera que me malinterpretara.
-Entre mis piernas se ha alojado lo más alto de los barrios bajos y lo más bajo de los barrios altos.
-...
-Ya sé que no viene a cuento. Simplemente se me acaba de ocurrir. Bueno, anoche. Y como usted suele apuntar lo que digo...
-¿Podría repetírmela?
-Entre mis piernas se ha alojado lo más alto de los barrios bajos y lo más bajo de los barrios altos.
-Es muy buena.
-Sí, sigo siendo muy buena en la cama.
-No, perdón, quiero decir la frase. Debería haberla incluído en su libro de memorias.
-Prefiero olvidar mis memorias, así como mis admiradores me han olvidado. O muerto.
-Paciencia. Hay libros que necesitan tiempo.
-Si algo tiene la autobiografía de una actriz de mi edad, es tiempo.
-Está usted sembrada.
-Será la muerte de mi gata, que me ha dejado una melancolía inspiradora antes de irse.
-¿Su gata ha muerto?
-Por eso mi secretaria no está. Ha ido a llevarla al veterinario. Ellos se encargan de deshacerse del cuerpo. No sé qué harán con él. ¿Por qué nunca pregunta por ella?
-Pues... no lo sé. Supongo que al estar casi siempre oculta, su gata
-Por mi secretaria, joven, ¿por qué nunca pregunta por mi secretaria?
-Pues...
-Su interés por ella es evidente. Tan evidente como su torpeza.
-Mi sentido pésame.
-Bobadas. Vivió muchos años. Fue serenamente feliz.
-De todos modos, lo siento.
-Ella volverá en una media hora. No hace falta que hablemos, mientras tanto.
-Bien.
-Tal vez si el director cambiara el texo, si me hiciera decir algo que valiera la pena, si comprendiera lo grande que soy, le diría que sí.


viernes, 20 de noviembre de 2009

-20 N.

-Veinte veces ene.
-Veinte veces No.
-Veinte enes enésimas.
-Veinte ene dos muertos.
-Españoles Franco y el Primo han muerto.
-Veinte N No te noviembres ni te caudilles.
-Veinte enemas.
-Veinte enemas más veinte.
-Veinte o no te vengas.
-Noviembre 20.
-Hace veinte noviembres.
-Noviembres veintes.
-Veinte vientres en noviembre.
-¿Veinte?
-Veinte.
-Ya serán menos.
-Ya son menos veinte.
-¡Cómo pasan los noviembres!
-De veinte en veinte.
-Veinte valles de los caídos noviembres.
-Veinte caídos veinte veces en más de veinte noviembres.
-Veinte noviembres caídos en el valle. 
-20 N.

jueves, 19 de noviembre de 2009

-No te prometo nada.

-Prometo no enumerarte la cantidad de promesas que no he cumplido.
-Empieza.
-Incumpliré la promesa de no prometerte nada bueno.  Bueno, o nada malo. Prometo discernirlo antes de prometértelo. Prometo no escribir símiles entre hojas y promesas, ambas otoñales. Las promesas son arrastradas por el viento. Prometo esperar a que amaine y recogerlas todas, menos las que se hayan perdido alcantarillas abajo. Prometo mudarlas a tu casa. Eso si rompes tu promesa de no confiarme tu nueva dirección. Si lo haces, prometo no molestarte de madrugada. Avisar antes de ir. No tomarme a mal tu negativa de recibirme. Prometo no partirle la cara en más de cuatro partes a la nueva promesa que se acuesta contigo. Prometo no establecer una relación que te obligue a prometerme que te comprometerás a recordarme las promesas incumplidas. Promete que me dajarás un mensaje en mi teléfono. Un comentario en esta entrada. Un silencio prometedor para escuchar en el instante previo a meter la llave. Girarla. Salir a la calle. Prométeme que me devolverás lo que no me debes. Prometo no volver a prometerte que me encargaré de que siempre recuerdes que toda promesa es vana. Que todo cuanto prometí y dejé de prometer configura la promesa de ser el hombre prometido de una mujer prometedora. No hagas promesas que vayas a cumplir. Prométeme que no volverás a mentirme con tu promesa de no volver a saber de mí jamás. Promételo.
-No te prometo nada.
-A ver si no es verdad.


martes, 17 de noviembre de 2009

¿Qué fue de ella?

-Me gustaba tenerla en la puta de la lengua. Me cobraba como si la tuviera viperina. La suya era la lengua más cara del mercado. Tenía las papilas aseguradas. Una lengua que te indicaba la puerta de saliva por la que no te quedaba más remedio que entrar. El resto te prohibían el beso en la boca. Ella te regalaba displicente el resto. Pero ni aun cuando explorabas otras partes con otras partes podías separarte de su aliento.
-Yo nunca fui de putas.
-Yo tampoco fui de más de una. Una lengua para jugar con el lenguaje. Una lengua donde la humedad nunca secaba.  Después de quince minutos te dejaba la lengua medio inútil, como cuando comienza a pasar el efecto de la anestesia del dentista. Hablabas con dificultad, aunque lo último que querías al salir de su boca era emitir sonido alguno.  Algunas veces, al irte, caías en la cuenta de que sólo las lenguas se habían encontrado. El desnudo había sido inútil.
-¿Qué fue de ella?
-La lengua ahora sólo lame la mano que le da de comer. El tópico del amor que redime a la lengua que lame los billetes de cualquiera se cumplió con ella. Dicen que el tipo la trata como a una reina. A cambio de que cada tres o cuatro noches se deje tratar como una puta.
-¿Crees que ha hecho un buen negocio al dejar el negocio?
-No lo sé, hace dos años que no hablo con su lengua.


jueves, 12 de noviembre de 2009

-Las guardo.

-Cuando vuelvo a ver su cara entre las de la gente, en el aeropuerto, apareciendo después del viaje. De regreso. Después de quince años juntos y de tantos viajes sin mí. Lo veo y lloro otra vez. Cada vez.
-Cuando mi hija me enlaza imprevistamente con los brazos y las piernitas. Sin venir a cuento me susurra al oído que me quiere. Dice te quiero como yo nunca se lo he dicho a mi madre. Sabedora del efecto que causa. Le gusta hacerme llorar así. De amor.
-Y río después, cuando nos abrazamos y el llanto se va retirando. Y ya no vuelvo a llorar hasta el próximo reencuentro en el aeropuerto. No lloro cuando se va. No río mientras no está. Y tarda quince días en borrárseme la sonrisa cuando compartimos todos esos días. Borrárseme, qué tonta.
-Y río cuando miro en sus ojos que mi niña ha conseguido su propósito. Y río más aún cuando ella ríe al confirmar que mis lágrimas están rodando.
-Y cuando estoy sola y me acuerdo de él. Ni río ni lloro.
-Y cuando la imagino repentinamente muerta. Muerta de una muerte estúpida que debería penalizar a la muerte para siempre, se me congelan todos los fluídos y los gestos. Ni río ni mar.
-Basta...
-Sí.
-¿Te importa que quitemos las fotos de ahí?
-Sí, mejor. Pero no las tires.
-Las guardo.
-Sí, guárdalas. Y dime dónde.
-Claro.


-Es lo que hay.

-¿Has acabado?
-Sí.
-Pues ahora escucha. Sólo escucha. No me interrumpas. No hables. No pongas caras. Sí, tú, tú pones caras. ¿Ves? Mírate. ¿Para qué tenemos tantos espejos? Atraviesas con cualquier incomodidad mi discurso. Pones piedritas cuando ando descalzo. Clavos cuando me pongo las botas. Revoloteas tus pupilas a la menor ocasión. Ante mi mejor ocasión. Eso, esa forma de preguntarte con los ojos cómo es posible que te esté diciendo algo semejante. Esos tics actorales. ¡No pongas caras! Esos tics con los que siembras tu contraataque. Calla. Calla de todas las formas posibles. Ni siquiera asientas en silencio. Te lo pido por favor.
-...
-Me gustas cuando eres savia. Pero sólo savia con uve. Cuando te crees sabia con be, eres necia con todas las letras.
-...
-Sólo quería decir eso sin ser interrumpido de ninguna de tus maneras.
-Esperaba algo más. Algo mejor. La ve, la ube, tus jueguitos de siempre...
-Es lo que hay.
-¿Has acabado?
-¿No se nota?


miércoles, 11 de noviembre de 2009

-No sé cómo seguir.

-Cuando Gregorio Sánchez no se despertó mañana alguna acompañado de la preciosa mujer con la que había anochecido las últimas mil y una madrugadas después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto que había olvidado el plural aprisionado entre la lycra roja y la piel de la ropa interior que cerró la puerta por fuera. Estaba tumbado sobre su espalda dura...
-¿Pasa algo?
-No sé cómo seguir.
-Te comprendo. No tiene nada de kafkiano: Si a mí me hubiera abandonado una cucaracha tan bella -en tantos sentidos- tampoco sabría cómo seguir.

viernes, 6 de noviembre de 2009

-No supongas.

-Para arrepentirme debería recordar. Sé lo que hice antes y lo que hice después.
-Ya te hemos dicho el durante.
-No recuerdo haberlo hecho.
-Para eso hemos vuelto a tu casa. ¿Recuerdas haberla arrastrado hasta aquí?
-Puede que haya ocurrido otra cosa. Un accidente que me exculpe. Que me exculpe un poco. No recuerdo haberla extrangulado.
-No te he preguntado eso.
-Sí, recuerdo que la arrastré hasta aquí.
-Hasta dónde exactamente.
-Hasta aquí, hasta el baño.
-¿Dónde la dejaste?
-Aquí dentro.
-Exactamente.
-Tumbada aquí, a lo largo de la bañera. Aquí.
-¿Con la cabeza hacia este lado?
-No. La cabeza aquí, las piernas hacia allí.
-¿Cómo estaba ella?
-No lo sé. Desvanecida, supongo.
-Me refiero a si estaba vestida o
-Desnuda, desnuda. Ya le dije que acabábamos de hacerlo.
-Pero no me dijiste si estaba desnuda o vestida.
-Desnuda. Completamente.
-¿Y tú?
-También.
-¿También qué?
-También estaba desnudo.
-¿Dónde estabas?
-Aquí.
-¿De pie?
-De pie. Después me agaché. Intenté rea
-¿Qué le cortaste primero?
-¿Qué?
-¿Qué le cortaste primero?
-No lo sé.
-Te agachaste para algo, ¿no?
-Sí. Tal vez para
-Habrás comenzado por alguna parte.
-La mano, supongo.
-No supongas.
-Quiero colaborar, pero para arrepentirme debería
-Me da igual que te arrepientas.
-A mí no.
-A tu novia sí.
-No éramos novios, exactamente.
-Limítate a contestar lo que te pregunto.
-No lo recuerdo todo.
-Limítate a recordar lo que te pregunto.
-Le cogí la mano... la apoyé aquí, en el borde de la bañera y con el cuchillo grande le
-¿Cuál de estos dos?
-El grande?
-¿Cuál es el grande?
-Este, el de la hoja ancha.
-...
-Luego
-¿Luego de qué?
-Luego de cortarle la mano. ¿Podemos parar un momento?
-¿Para qué?
-Me cuesta mucho esto. Me cuesta mucho recordar.
-¿Recordar qué?
-Por favor...
-Paramos tres minutos.
-...
-Exactamente.
-¿Puedo fumar?
-¿Fumabas mientras la cortabas?
-¿Eh?
-Que si fumabas mien
-No. Nunca fumaba en casa.
-No puedes fumar.

martes, 3 de noviembre de 2009

-¿Hoy cumples años, o algo así?

-A incierta edad uno acaba por saber que toda alegría es un sistema de calefacción de esos que van por debajo de los suelos. Cuando se enciende la alegría subterránea, también lo hace la tristeza que pisa la alfombra del salón. Entonces uno es el relleno de un sandwich de calidez. Allí envuelto, derritiéndose con su media sonrisa sobre el sillón. Se empastan alegría y tristeza, moldeando al instante un recuerdo que no te hace saltar ni las lágrimas ni la risa. Uno se acuerda de cuando a una incierta edad la melancolía parecía no existir. O existía pero no parecía melancolía. O era una melancolía bebé, dulcemente embaucadora. Ahora uno sonríe por motivos inconfesables, y se entristece por cuestiones que mejor no confesar para evitar enredarse en explicaciones que lo sacarían de este estado que tantos años pasados le ha costado conquistar.
-¿Hoy cumples años, o algo así?
-No. Cumple días la memoria del amor, supongo.
-Ah.


A cierta edad uno aprende que cualquier alegría aviva los rescoldos de la tristeza y que la melancolía envuelve los raptos jubilosos. A estas alturas uno se alegra con pequeñas cosas y se entristece por cosas que a casi nadie importan. 
 Daniel Domínguez.
http://laescueladelosdomingos.blogspot.com/search/label/Antonio%20Lobo%20Antunes

-Ay, cómo duele que no te dejen.

-Dice que me traicionó porque intentó traducirme. La muy traduttora traditora.
-Es inevitable traicionar si traduces, te lo digo yo, que no sé idiomas cuando me quito la ropa.
-Y era imposible -su palabra favorita- entenderme si no me pasaba a su lenguaje. Decía que sólo nos entendíamos cuando hablábamos el idioma universal, ese que por puntos finales pone orgasmos.
-Aún así se fue a escribir -o a leer- con otro.
-Siempre fue un culo inquieto. Ahora hay otro más que lo sabe.
-Ay, cómo duele que te dejen.
-Siempre fue un culo inquieto: nunca me dejó poner un punto final allí dentro.
-Ay, cómo duele que no te dejen.
-Cómo y cuánto.


lunes, 2 de noviembre de 2009

-Lenta.

-Día de los muertos.
-De algunos muertos.
-De según qué muertos.
-A otros, que les den. Sí.
-Días de nuestros muertos, los que no pueden descansar en paz -no consiguen simplemente morirse, como debería ocurrir- porque sin la parca no hay recuerdos que pervivan.
-Necesitamos a la muerte para que los muertos no se olviden de nosotros.
-No me ponen triste estos días de sembrar flores en los mármoles. La constancia que dejan cada año los telediarios y los calendarios. Me entristecen aquellos días en los que recuerdo que ayer no me acordé de mi padre, por ejemplo. Me pone triste comprobar que no pude sostener -un día más- la aseveración -mentirosa, entonces- de que no pasa un día desde el de su muerte en el que no me queme un puntito de piel con la chispa del recuerdo de mi viejo.
-No te pongas así.
-No estoy triste. Hoy no.
-Larga vida al rocanrol y a nuestros muertos queridos.
-Larga vida al jazz y a nuestras queridas muertas.
-Muerte al jálouen.
-Lenta.


viernes, 30 de octubre de 2009

-Hay días en los que a uno le apetece despertar lo menos posible.

-Me dijeron que hay gente -poquísima- que puede morir de la angustia que le provocan las pesadillas que no puede evitar soñar.
-El sueño de la razón produce monstruos. Ya lo dijo... alguien antes que yo.
-Es una enfermedad mortal. Como la vida. Como algunas vidas. Pero esta enfermedad te garantiza morirte de miedo. O de pánico. No sé cuál es la más alta gradación del miedo. Morirte del miedo más alto. Soñar despierto con no tener sueño. Terrible.
-Hay días en los que a uno le apetece despertar lo menos posible.
-Pues hay que irse a la cama con un background muy extenso, entonces. ¿Cómo es la vigilia de esos soñadores de pesadillas asesinas? ¿Soñarán despiertos con que el sueño no los venza? Casi tan terrible como dormir. No hay diferencia. A veces no hay diferencia entre vivir, dormir, soñar y no despertar. Que toda la muerte es sueño, y los sueños sueños eran.
-Para enfermedad terrorífica, la inmortalidad.
-De buena nos ha librado el creador -con C mayúscula- al habernos creado mortales.
-¿Qué creador?
-Da igual, no me jodas los finales de exhuberantes aires bíblicos.
-Perdón.
-Voy otra vez. De buena nos ha librado el creador -con C mayúscula- al habernos creado mortales.


martes, 27 de octubre de 2009

-Acabemos con este duelo.

-Era una actriz de poca monta. Todos estaban de acuerdo en eso, menos quienes habíamos pasado por su cama.
-Ocultaba sus defectos desnudándose.
-Ahora prefiero las que saben vestirse. Ésas son las que te hacen abandonar tu abandono.
-Hace años que no parto hacia una mujer. Me cansa moverme.
-A mí también. Pero tendrá que haber alguna que haga que canse más esperarla que correr a su encuentro.
-Acabemos con este duelo.
-¿Quién se ha muerto?
-Este duelo entre lamentables espadachines que somos. Tirándonos a matar frases a cuál más efectista. No matan a nadie. Son frases con la punta de la espada redondeada. Con el corchito en la punta.
-Recursos, amigo. Nunca minusvalores los recursos.
-Tonterías.
-¡Touché!
-Qué touché ni que hostias.


lunes, 26 de octubre de 2009

-Qué tema el retrogusto.

-El retrogusto son aquellos sabores que no recuerdo. O los vinos que nunca bebí. O el recuerdo de una botella vacía que -no sé muy bien por qué- el contenedor de los cristales decidió que era mejor no beberse.
-Yo recuerdo perfectamente los tamaños, colores y formas de la mujer con la que consumí mi borrachera de tetrabrick, aunque no recuerdo si -antes de no desnudarse- me quitó la ropa para que mi mona durmiera.
-Es imposible que tengamos tan semejantes retrogustos semejantes: somos semejantes, pero no tanto.
-Efectivamente, no somos tantos. Pero tampoco somos tan pocos.
-Qué tema el retrogusto.
-Si lo llego a saber, me lo bebo todo sin respirar. Sin volver a respirar.
-El retrogusto: ese gusto que ya no tenemos, porque uno, con el tiempo, cambia más que el vino.
-Tenemos que aprender a beber como cuando éramos abstemios.
-¿Estás seguro? ¿Qué será de este blog, entonces?
-¿Y antes de entonces, eh, qué será de este blog antes de entonces, cuando creíamos que el retrogusto era el eterno retorno de las faldas plisadas?
-Un placer.
-El retrogusto es mío.
-...O era.

-Tu amigo el boxeador.

-Mi amigo boxeador, a principios -a mediados también- de los años noventa, me enviaba desde Buenos Aires cintas de casete grabadas con su voz medio naturalmente hecha mierda, medio artificiosamente hecha mierda. Mensajes larguísimos -una vez me llegaron de una tacada tres cintas de noventa minutos- en las que me contaba lo que le venía a la cabeza, que era siempre -exactamente- lo que a mí me venía al corazón.
-Tu amigo el boxeador.
-Al que intimamente tanto envidias. No sé por qué.
-Ni yo. Siempre perdía sus peleas.
-Prácticamente todas. Me pegaron hasta en los recuerdos. Me pegaron hasta en el apellido. Me pegaron hasta en la memoria. Siempre me decía una o más de una de estas frases. Nunca le grabé una cinta. Yo le devolvía cartas que me iba a escribir al macdonals de Gran Vía y Montera. Odio los macdonals -¿por eso lo escribo así?-. Ahora. Le escribía cartas de un folio apenas. También hablábamos de vez en cuando, de bimestre en bimestre, por teléfono. Siempre era yo quien lo llamaba, desde una cabina. Juntaba monedas de cien pesetas, que alcanzaban para hablar bien poco. El que se quedaba con la palabra en la boca, siempre era él.
-...
-Conservo sus cintas -sesenta y dos-. Todas. Incluso la última. En la que nada me decía acerca de que sería la última.
-...
-Diez años. Más o menos. Cada tanto vuelvo a marcar su número de teléfono. El que fuera su número.


miércoles, 21 de octubre de 2009

-¿Qué será lo que busca el nadador que no para de nadar?

-El nadador parece estar hecho un mar de dudas. Sabe que uno no se baña dos veces en la misma piscina. Por eso no deja de entrar en sucesivas albercas que forman el río que Heráclito -que no vivía en un barrio acomodado de las afueras- y constructores y arquitectos del sueño americano –y de la siesta española- han trazado para él.
-¿Qué será lo que busca el nadador que no para de nadar?
-No parar de nadar. Eso busca. Porque sabe –lo sabe desde que se lanzara a las aguas de la primera piscina- que cuando salga del último de los estanques de la decadencia y llame a las puertas de su casa, nada –de nadar en la nada- de lo que había entonces saldrá a su encuentro.
-A mí me parece que Cheever está sobrevalorado.


-El lugar esquivo de tu cerebelo se llama cama.

-En un lugar de mi cerebelo, de cuyo nombre ya no consigo acordarme por mucho que lo intento, no hace muchas mañanas amanecía una moza que por toda armadura poseía una piel dormida sin recelos.
-El lugar esquivo de tu cerebelo se llama cama.
-Gracias.

martes, 20 de octubre de 2009

-¿Desatascar?

-No quieres saber lo que me pasa. Tampoco quieres que te lo oculte. Haga lo que haga, te molestas. Te enfadas. Te cargas todas las normas de entendimiento. Los ordenamientos que rigen las discusiones. El reglamento de la convivencia. Te vuelves insoportable. Ni comes ni dejas comer. Estoy atrapado en tu histeria. No entiendes ni quieres entender. Olvidas quién eres. O quizá es que sólo entonces, en el punto culminante de estas desquiciantes divergencias, eres completamente tú. No lo sé. El resto del tiempo, luchas contra ti misma. Tampoco quieres dejar de intentarlo. Tal vez porque sabes perfectamente quién y cómo eres. Insoportable.
-¿Literalmente, se lo dijiste literalmente?
-El concepto. El concepto era ese.
-¿Y ella qué contestó? Lo más literalmente que puedas, por favor.
-¿Eres víctima o victimista? Y yo: No entiendes nada. Y ella: ¿Histérica yo? ¿Tú recuerdas la semana que me diste cuando no encontrabas el sinónimo de desatascar que buscabas?
-¿Desatascar?
-Literalmente.
-No termino de comprenderte.
-Me da igual que no me comprendas. Son planos diferentes. A ti puedo mandarte a la mierda. Tú puedes mandarme a la mierda. Lo que se juega en la pareja no se juega en el plano de nuestra amistad. Mas-cu-li-na, además. Lo mismo ya no es lo mismo si te lo cuento a ti. Si me escuchas tú y no ella. ¿Es necesario que te aclare estas obviedades?
-Obviedad no tiene plural.
-Joder.
-¿Cómo acabó todo?
-Le dije que seguía teniendo unos pies preciosos.
-¿Así, sin venir a cuento?
-¿Que no venía a cuento? No entiendes nada.


lunes, 19 de octubre de 2009

-Pobre mujer.

-A mí sólo  me pega mi marido.
-Es una frase demasiado jodida. Empieza por contar otra cosa, y si eso, ya la cuelas promediando el relato. Esas cosas que haces, y que hacen creer a algunos -entre ellos a ti mismo- que eres bueno escribiendo diálogos.
-A mí sólo me pega mi marido.
-Y dale.
-La escuché yo. En su habitación. Me la dijo a mí. Mientras volteaba la foto de la mesilla -parte del ritual-. Te lo juro.
-¿Ibas a pegarle?
-No, idiota. Fue una advertencia. Por si se me ocurría. Una especie de declaración previa. Un preámbulo. Un aviso antes de empezar a quitarse la ropa.
-Pobre mujer.
-Eso pensé. Pobre mujer.


-No puedes necesitarlo.

-No lo consigo, papá.
-Tápate, hija.
-Perdona.
-Debes ocuparte más de ti. Estar pendiente de ti. Mírate.
-Me sé.
-¿Qué?
-No necesito mirarme.
-Deberías volver a vestirte. Vestirte y salir a la calle. Como si alguien te esperara. Como si alguien esperara verte bien. Debes dar señales de vida.
-Deberías oirte.
-Sólo quiero lo mejor para ti.
-Lo sé.
-Paciencia. Tiempo.
-No es eso. Sé lo que me falta.
-No puedes necesitarlo, hija.
-Crees que no debería necesitarlo, pero es lo único que me falta.
-Tienes todo el tiempo del mundo para recuperarte. La experiencia del secuestro ha sido terrible. Todos lo sabemos. Tu madre. Yo. Tienes toda nuestra comprensión.
-Lo tengo todo menos lo que necesito.
-No puedes necesitarlo.
-Cada día más.
-No puedes necesitar a ese hombre.
-Cada día.
-Ya han pasado seis meses. Tienes todo el tiempo del mundo, pero ya han pasado seis meses desde que pagamos el rescate. 
-...
-¿Cuánto tiempo necesitas para ponerte a olvidarlo, para comenzar a intentarlo, para volver ?
-Papá...
-Tápate, hija, por favor.
-Perdona.


jueves, 15 de octubre de 2009

-Sólo en algunos.

-Aprendiendo la vida en ninguna parte. Lecturas. Experiencias. Susurros. Imágenes. Genética. Malas canciones de compositores que predican con el mal ejemplo haciendo buenísimas pésimas canciones.
-Y hojas parroquiales cayendo del árbol de la vida sobre la acera del otoño.
-También.
-Blogs sobre sexo. La sensibilidad de los pezones derechos para los diestros y los izquierdos para los siniestros. La larga y corta cuestión del tamaño de los miembros masculinos de la Asociación de Damnificados por las Miradas Femeninas. La postergación de la eyaculación precoz para tiempos mejores. Etcétera.
-Etcétera, sobre todo.
-La vida está en todas partes.
-En la tele.
-Sobre todo.
-Y en los sobretodos.
-Sólo en algunos.
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