Capítulo I - ¡Yo no soy el culpable!
Todo pasó tan rápido, ahora estaba en aquella “cárcel” sin poder salir a ningún lado, todo porque me vi involucrado en aquel asesinato.
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Ese día había empezado totalmente mal, no me levanté a tiempo, llegué tarde a clase y me suspendieron por segunda vez. Al no tener nada más que hacer salí a dar una vuelta por la ciudad y me encontré con el grupito de buscapleitos de Kenji en un callejón.
- ¿Qué es lo que quieres Kenji? No ando de buen humor.
Kenji Tadayoshi es el típico bravucón con aspecto intimidante, su cabello anaranjado y sus brillantes ojos color miel no lo hacen ver peligroso, pero en realidad adora pelear con cualquiera que se cruce en su camino. Es bastante popular con las chicas a pesar de su personalidad.
- ¿Y tú quién te crees como para llamarme por mi nombre Kenshi?
- Psé. ¿Y eso a ti que te importa? Ta-da-yo-shi-kun…
- ¿Qué quieres? ¿Qué te de una paliza o qué?
Me acerque a él lo suficiente para poder susurrarle.
- Cuando quieras, Ken-ji.
Inmediatamente después le di una patada en el estómago y lo golpeé en la cara, después salté para mantener distancia. Kenji solo podía quejarse del dolor, mientras sus otros dos “amigos”, un chico de cabello castaño largo y un chico rubio, miraban embobados.
- ¿Qué acaso quieres quedar como la última vez que peleamos?
Uno de sus compañeros, el rubio, intervino: intentó golpearme pero el muy torpe, al yo esquivarlo, se golpeó con la pared.
- ¡Joder! Esto es culpa tuya Tetsuya, te mataré.
Su otro acompañante castaño me llegó por detrás, golpeándome debajo de mi costilla derecha. Cuando quise devolverle el golpe, éste se había alejado. Me volví hacia el chico rubio.
- Inténtalo - respondí, la situación empezó a aburrirme así que noqueé al chico cuando este se acercó. El castaño solo salió corriendo.
- Tsk. Cobarde - susurré alejándome de allí tranquilamente.
Pase el resto de la tarde en el ciber-café que tanto me gustaba mientras escuchaba música con los audífonos a todo volumen. Empezó a hacerse tarde y el cielo cada vez se tornaba más oscuro.
Al salir a la calle comenzó a llover.
Perfecto pensé mientras me ponía la chaqueta negra que traía y me intentaba cubrir. Empezó a dolerme un costado y vi que estaba sangrando.
Maldición. Debió ser cuando me golpeó ese maldito con cabello largo.
Me recargué en el tronco de un árbol, poco a poco comenzó a dejar de llover así que seguí con mi camino. Realmente no tenía a donde ir.
Pasé por un parque que estaba prácticamente abandonado, se podían observar los juegos oxidados y algunos árboles totalmente secos. Había un grupo de chicos cerca de los juegos, me pareció ve que se estaban ¿drogando? Por esa zona de la ciudad no era nada raro pero, aún así, odiaba a la gente que vivía por ese polvo blanco. Los ignoré y seguí caminando, uno de ellos se acercó, estaba completamente drogado.
- ¡Hey, mariquita, me gusta tu chaqueta!
- Aléjate drogado, déjame en paz. - aparte de todo, su aliento olía a alcohol.
- ¡Que acaso no me oíste: QUIERO ESA PUTA CHAQUETA!
- Piérdete - respondí, no aguantaba ni un minuto más con esos tipos y no podría pelear en el estado en el que estaba.
Uno de los drogadictos me tomó por la espalda, quitándome lo que ellos querían.
- ¡MALDITO, DEVUELVEMELA! - grité, ellos se echaron a correr, riéndose.
- ¡Hey! ¡Esperen! - gritaba mientras perseguía a aquel grupo de chicos que se habían llevado mi chaqueta. Me quede sin aire y me detuve.
Tsk. Demonios, era mi chaqueta preferida pensé; estaba bastante agotado de tanto correr. Definitivamente este no es mi día.
Las sirenas se oían cerca de donde me encontraba, al igual que varios disparos ¿Sería una persecución? No lo sabía, pero presentí que no debía estar allí.
Ya era de noche y hacía demasiado frío, no tenía nada con que cubrirme así que solamente me abrazaba con mis brazos. Se escuchó un disparo detrás de mí, me asusté y volteé lentamente a mirar que había ocurrido.
Un chico, quizás de mi edad, me miraba fijamente, tenía el cabello negro y muy largo, estaba agarrado en una coleta. Sus ojos eran rojo carmesí, sus labios mostraban una cínica sonrisa. Vestía con una chaqueta negra, como la mía, y su cara y ropa estaban llenas de salpicaduras de sangre. En su mano sostenía un arma que apuntaba hacía el suelo, en donde estaba un chico tirado.
Pude ver un charco rojo bajo sus pies, ese pobre debía estar muerto. Me paralicé al ver tal escena. El pelinegro se esfumó, tirando su arma y alejándose del otro chico.
Me acerqué a comprobar si estaba muerto o no. Tomé su pulso y descubrí que, efectivamente, había fallecido. Era pelirrojo, sus ojos eran de un azul profundo, apagado. Tenía dos impactos de bala en su espalda: una cerca de un pulmón y otra en la espalda baja. Cerré sus ojos y lo recosté en el suelo. Mi corazón seguía a mil por hora por lo ocurrido, hacía mucho que no presenciaba un asesinato.
De pronto la brillante luz de unos autos iluminó toda la escena. Eran policías.
Al verme allí, manchado en sangre por el cadáver y con el arma tirada a un lado, supusieron que yo había sido el asesino.
- ¡ARRIBA LAS MANOS, ESTAS RODEADO! ¡NO INTENTES ESCAPAR!
Obedecí y lentamente me puse de pie. Bajaron de la patrulla dos oficiales: uno pelinegro y uno rubio, supuse que debía haber un tercero dentro del auto. El pelinegro me esposó y me empujó violentamente contra la puerta del auto. “Ah” me queje del golpe y el hombre al escucharme me golpeo contra la puerta de nuevo.
- ¿Pero que le sucede? ¡Yo no he hecho nada!
- Eso es lo que todos dicen… asesino.
- ¡YO NO LO MATE! ¡LO JURO! ¡SUELTEME!
- ¡CALLATE DE UNA MALDITA VEZ!
- ¡MÉTELO DE UNA VEZ A LA PATRULLA EIICHI! - grito el otro policía a distancia mientras me apuntaba con su arma.
Quise soltarme pero solo empeoré las cosas. Me metieron a la fuerza dentro del espacioso auto y arrancaron. Por el retrovisor pude ver como llegaban los forenses y se llevaban el cadáver del chico.