A raíz del debate sobre los mecenazgos, los retrasos y lo
que los mecenas aguantan con tal de ver su espera recompensada con el juego que
han apoyado, recuerdo una anécdota que me sucedió hace tiempo...
Había (supongo que
aún existirá) una taberna en la localidad donde yo residía hace algunos años. Esa
taberna la regentaba un señor llamado Manolo, y siempre tenía lleno el local
porque con la consumición te servía unas tapas fantásticas. Más que tapas, eran
raciones; abundantes y muy bien cocinadas. Y ahí estábamos todos los lugareños, haciendo cola en la barra para conseguir
cerveza y tapa.
Todo perfecto, si
no fuera porque el tabernero era un tipo huraño que apenas si te contestaba con
monosílabos. Te servía las cervezas lanzándotelas por la barra en plan barman
de saloon, y contestaba desabridamente a los clientes que osaban alzar la voz.
De modo que uno esperaba en respetuoso silencio a que Manolo estableciera
contacto visual contigo para pedirle, con algo de temor, la cerveza. No sea que
se ofendiera si le llamabas.
El tabernero tenía
amigos, sí. Pero eran la élite del pueblo; El escritor famoso, el pintor de
galería, el concejal... Para ellos tenía su rincón reservado al fondo de la
barra y charlaban de la vida en petit comité. A los demás, le costaba trabajo darnos los buenos días.
Recuerdo la última
vez que acudí a su local.
Llegué con mi
pareja a una hora temprana, en la que no había nadie en la taberna. Ella se
sentó en una mesa y yo me acerqué a pedir, dándole los buenos días. Manolo
estaba fregando vasos tras el mostrador. Levantó los ojos, sin contestarme, me miró y volvió a bajar la mirada, absorto en
su tarea. Yo esperé apoyado en la barra, ante él, unos largos minutos. Muy
largos. Finalmente, me di media vuelta y
me marché de su taberna. Nunca he vuelto ni quiero hacerlo.
Creo que hay un
límite que marca hasta qué punto debemos tolerar un cierto comportamiento con
tal de conseguir un beneficio o una
exclusividad. Ya sea para disfrutar de un "Huida de Silver City" o una tapa
de carne en salsa, mi dignidad me obliga a establecer unas líneas rojas las
cuales me niego a cruzar. Y en el mundo
de los juegos de mesa, por desgracia, ya me he tomado con dos de esas líneas. Gamezone
y Peká editorial son dos claros ejemplos de una buena taberna mal regentada.