viernes, 16 de marzo de 2012

Carretera y manta

Uf! Qué duro ponerse a escribir sobre un viaje increíble que finalizó hace tres días... Y más aún cuando una está intentando recuperar la rutina perdida durante estas breves vacaciones y habituarse de nuevo a los quince días de maternidad en solitario. En fin, todo en la vida encierra una parte positiva, y en este caso, estriba en que al relatar nuestra excursión en retrospectiva, se reviven los buenos momentos y los pequeños placeres que hemos disfrutado. 

(Un inciso. Aviso para navegantes y lectores: esta entrada presenta visos de derivar en un panfleto turístico: Explore Canada!)

Salimos de GP el sábado por la mañana con idea de hacer noche en Jasper. Como llegamos más pronto de lo que habíamos calculado, paramos para comer y decidimos seguir y dormir en Lake Louise, a unos 60 kilómetros de Banff, nuestro destino final. Primer cometido antes de la partida: comprobar el estado de las carreteras, fundamental en el invierno canadiense. Pronóstico de ligera nevada. No obstante, como ya hemos sobrevivido a la conducción a través de alguna que otra tormenta de nieve, optamos por lanzarnos a la aventura. Conviene señalar que, dependiendo de las condiciones climáticas, recorrer 100 kilómetros en esta región puede tomar de dos horas y media a cuatro horas. Regresando de Edmonton a GP, un trayecto que en circunstancias favorables hubiera supuesto poco más de dos horas, nos llevó cinco, porque nos vimos obligados a circular a 40-60 Km/h en tramos donde la velocidad máxima permitida era de 110 km/h.

El itinerario entre Jasper y Banff discurre por una carretera de montaña (Icefields Parkway 93N) con dos puertos elevados, salpicada de glaciares y custodiada por inmensas cimas a ambos lados, cuyas pendientes aparecen cubiertas de metros y metros de espesa nieve. En Canadá se considera la ruta más bella del mundo (exagerados, los canadienses; o no). En realidad, es impresionante. Durante el verano, seguro que incluso más, si cabe. Los cuatro millones de visitas que recibe el Parque Nacional de Banff en sólo dos meses (julio y agosto) lo certifican. Obviamente, la saturación impide el gozar de la tranquilidad que se respira en estos meses fríos. Un signo de la calma invernal y de la escasez de visitantes es la inexistencia de servicios en activo de noviembre a finales de marzo a lo largo de los 230 kilómetros que separan Jasper y Lake Louise. 

En Jasper, un dependiente de un comercio local nos advirtió del peligro de avalanchas en esta época del año; sin embargo, el oficial de la oficina del parque aseguró que las probabilidades eran prácticamente nulas. Ya en ruta, flanqueados por imponentes laderas que en algunos trechos se ciernen amenazantes sobre la calzada, se puede intuir el significado riguroso del verbo temer. Frente a esa visión, uno se estremece, instigado por el oscuro pensamiento de acabar sepultado bajo toneladas de nieve. Por suerte o por desgracia, poseo una imaginación muy viva y parte del recorrido anduve con el corazón encogido, pensando: "aquí fue, aquí fue, aquí fue...". Ahora, me sonrío avergonzada al recordarme acurrucada en el asiento del coche, medio acobardada, rogándole a Joe que no levantara la voz, que bajara el volumen de la música, que no acelerara bruscamente,... Absolutamente convencida de que un simple estornudo provocaría un alud descomunal. Yo me sonrío ahora. Joe se rió en mi cara en aquel momento, sin contemplaciones.

Nos queda pendiente aún la visita a los glaciares (icefields), a los que recomiendan acceder, aparte de a pie, con vehículos especiales. Ni tan siquiera pudimos verlos desde el coche, dado que cuando alcanzamos la zona, la luz empezaba a extinguirse y unas nubes densas y bajas dificultaban la visibilidad. 


Llegamos a Lake Louise tarde, con lo que directamente buscamos un hotel en el que alojarnos y cenar algo. Nuestro primer objetivo de la mañana: visitar el lago de aguas esmeralda. Y esta visto que en este país las maravillas de la naturaleza únicamente se aprecian en todo su esplendor tras el deshielo. Ni esmeralda, ni rubí, ni piedra preciosa alguna... 




Lake Louise (como toda superficie acuática, desde los charcos hasta los ríos, en este país) se hallaba completamente congelado (nos habíamos topado con el mismo inconveniente a la salida de Jasper, donde las Athabasca Falls (cascadas), otra de las atracciones del lugar, se descolgaban en enormes bloques de hielo). Ante nosotros, se desplegaba una vasta extensión (2.4 km de largo por 500 metros de ancho) de refulgente blanco, a la que daban entrada, por el sur, los restos de un castillo de hielo, junto al que niños y mayores disputaban un improvisado partido de hockey. 







Junto al lago se emplaza el fabuloso Fairmont Chateau Lake Louise, un "hotelito" que representa una atracción turística en sí mismo. En temporada alta, la habitación más barata (sin vistas, por supuesto) asciende a algo más de 500 euros por noche. Unos 150 euros extra permiten disfrutar de las vistas al lago y a las montañas desde la ventana del dormitorio.


Tras la visita a Lake Louise y alrededores nevados, proseguimos hacia Banff... (continuará)

viernes, 24 de febrero de 2012

Echar una mano

Pensábamos que la temporada de nevadas estaba "over" y ni mucho menos. Mientras escribo estas líneas, afuera arrecia un tormentón de nieve impresionante. Esta semana hemos ido servidos: media hora cada mañana para aclarar el coche, que amanecía cubierto de dos/tres palmos de blanco... Y me ha tocado desempolvar las botas, que llevaban más de quince días en el fondo del armario, sin ver la luz. Ahora que la vegetación comenzaba a asomar en el jardín y en los márgenes de las carreteras, vuelve a rodearnos un manto de blancura impoluta. A ver lo que dura!

Nosotros seguimos estableciendo nuestra rutina y ampliando nuestro círculo social. El Parents Link Center continúa siendo nuestro centro de operaciones. Acudimos a diferentes actividades un mínimo de tres días por semana. Los viernes nos reunimos con el playgroup de nuestro distrito, Mission States, donde, aunque empezamos un poco cohibidos, parece que nos vamos soltando. Allí hemos encontrado tres o cuatro mamis con las que congeniamos (utilizo el plural porque vamos los dos, el peque y yo, pero en realidad la cohibida era yo y la que congenia también). 

Conocimos este grupo de una forma un tanto curiosa, al menos para mí. Unos días antes de instalarnos en la casa, tuvimos que venir para que nos instalaran la televisión por cable e Internet. Al abrir la puerta, Joe se tropezó con un hoja de papel. En ella, se nos emplazaba a una reunión vecinal en el gimnasio de un colegio del barrio cuyo único fin era el poner en contacto a los residentes de la zona y facilitar la relación entre los mismos. A mí, en principio, la iniciativa me resultó un poco "americana", me recordaba a escenas que sólo había visto en películas o series de televisión (no pude evitar que mi imaginación proyectara un "Welcome to Wisteria Lane"). Aunque consideré que sería una oportunidad para involucrarnos más en nuestro nuevo lugar de residencia (cosa que jamás, ni en España ni en Escocia, me había importado demasiado), no tenía muy claro si asistir. El caso es que la convocatoria coincidió con la semana que llegaron nuestras pertenencias y nos establecimos en la casa y con la primera ausencia de Joe. Estaba sola y sin nada que hacer un sábado por la tarde; así que, ni corta ni perezosa, cuando llegó la hora de la cita, allí me planté con el enano. A la entrada del gimnasio, detrás de unas mesas de aula, nos recibió N., una chica sonriente y de trato agradable, que me entregó dos etiquetas adhesivas y un rotulador para que escribiera nuestros nombres y los pegara en un lugar visible y me instó a rellenar un formulario con nuestra dirección y datos personales. Nos quedamos con ella unos quince minutos, charlando y respondiendo a sus preguntas. Cuando llegaron nuevos asistentes, pasamos al gimnasio. La reunión no estaba muy concurrida: 5 ó 6 parejas jóvenes con niños de entre 2 y 6 años (dos de ellos, los hijos de N.). Al ser un grupo reducido, la comunicación fluyó rápida y fácilmente y al poco de llegar, Aidan ya estaba haciendo de las suyas por la pista de baloncesto y yo había entablado conversación con un par de chicas. Apareció N., que había abandonado el puesto de bienvenida, e inmediatamente se acercó hacia nosotros. Aidan le cogió un aprecio especial, se enganchó a su pierna y no se soltó prácticamente hasta que nos fuimos. Algo extraño en él, que suele ser muy sociable, pero manteniendo las distancias. Lejos de molestarse, a N. la situación le hizo mucha gracia y a mi me gustó la forma en que se dirigía a mi peque, con cariño, como si lo conociera de toda la vida. Supongo que me dejé llevar positivamente por el instinto de mi hijo. Allí fue donde N. me comentó la existencia de Helping Hands (el playgroup de los viernes) y me invitó a unirme a ellas. 


Helping Hands (manos "ayudadoras", "ayudantes" o que ayudan) representa algo más que un grupo de juego. Las madres que lo fundaron llevan años quedando y organizan diferentes actividades, algunas de ellas "sólo para mamás": noches de "chicas", en las que quedan para cenar; salidas a caminar (walking group) en primavera y verano; cursos de primeros auxilios en el hogar (enfocados a "accidentes" infantiles)... Sin embargo, el proyecto que más me llamó la atención fue la "Babysitting Co-op", que consiste en una pequeña coperativa a través de la que se prestan unas a otras un servicio para cuidar a los niños cuando sea menester. Disponen de un grupo en Internet donde se publican las demandas de apoyo. Un ejemplo: "¿Alguien disponible para cuidar a X el martes 20 de 10 a 12? Tengo cita con el dentista". Y las que pueden se ofrecen y se concretan los detalles: el cómo, el dónde (si lo pasan a recoger, si hay que acercar al niño a la casa en cuestión...). Se pagan 20 dólares al entrar a formar parte (hay que solicitar la pertenencia) de la cooperativa y luego 20 dólares anuales, que se destinan a las reuniones mensuales y a otras necesidades. Se exige a todo el que participa (de hecho, a todo adulto que habite en la casa familiar, no sólo al que se vaya a encargar del menor) que presente un "Criminal record check" (lo que vendría a ser un certificado de penales), lo que confiere bastante seguridad y tranquilidad. Según está planteado, este sistema es de gran utilidad, sobre todo para los que no cuentan con el apoyo de la familia. Significa una forma un tanto peculiar de "hacer tribu" en un lugar en el que gran parte de la población es foránea. 


A pesar de que valoro esta excelente idea y reconozco su conveniencia, no me atrevo aún a incorporarme a la cooperativa. Quizá a medida que profundice en las relaciones con el resto de las componentes. Entre ellas, es evidente que existe una gran confianza, fruto del tiempo y el conocimiento mutuo (aunque dos o tres son relativamente recién llegadas, unos meses o menos de un año en la ciudad, con lo que supongo que mi reticencia entraña cierto recelo personal). Uno de los motivos que me provocó esa timidez inicial, nada característica de mi personalidad, al entablar contacto con estas madres fue precisamente, la impresión de grupo cerrado que transmitían. Ahora, después de varios encuentros, he logrado romper el hielo y cada día me siento más cómoda entre ellas. Si la relación fructifica, igual en un par de meses podré ir a depilarme cuando realmente lo necesite, sin cuadrar fechas ni tener en cuenta si Joe está aquí o perdido allá por el norte...

lunes, 13 de febrero de 2012

Nuestro humilde hogar...

Aquí dejo unas imágenes de nuestra casa:



 Puerta principal y pasillo de entrada


Sala de estar-comedor-cocina


Cocina-comedor-sala de estar


Sala de estar-comedor-cocina


Cuarto de Aidan


 Cuarto de Aidan


Sala de estar II-Cuarto de los libros


Sala de estar II-Cuarto de los libros 


Dormitorio principal


Mañana (o en cuanto encuentre otro ratito) intentaré colgar fotos del que fue, desde 1981 hasta 2004, el mayor centro comercial del mundo: West Edmonton Mall.

Recuperando el tiempo perdido

Llevo tanto tiempo sin escribir en el blog que se me acumulan los acontecimientos y las historias que me gustaría contar. En cualquier caso, ya advertí de mi carácter anárquico e inestable en la presentación de este humilde proyecto.

Ya llevamos más de tres semanas en la casa. Dos de ellas solos el peque y yo. Entramos un martes y el miércoles enviaron a Joe a su primer trabajo de campo, con lo que la cuestión de organizar se alargó más de lo deseado. Pero bueno, eso es ya pasado. Reciente, pero pasado afortunadamente. Ahora nuestras pertenencias ya han encontrado su lugar y la comodidad se ha instalado finalmente en nuestra existencia. ¡Hogar, dulce hogar!

Surgieron un par de inconvenientes ya solucionados. El principal: voltaje eléctrico. Nadie me había avisado de que en Canadá la electricidad funciona a 110V. Así que, una vez desembalados, me encontré con que mis electrodomésticos no me servían de nada: ni cafetera express, ni equipo de música, ni tele… Vale, que no cunda el pánico, tiramos de transformador y solucionado. Pues no, no era tan fácil. Tras un largo peregrinaje de establecimiento en establecimiento, nos dimos de bruces con la realidad de este rincón del mundo al que nos hemos trasladado: no existía ni un mísero transformador de potencia en GP. Y, sorpresa mayúscula, tampoco en Edmonton, la supuesta “big city”, que así perdió para mí su cualidad de “big” y casi que la de “city” también. Al final, aunque tampoco fue tarea sencilla, los conseguimos por Internet y nos han llegado a mitad de semana. 

En los primeros días libres de Joe, bajamos a Edmonton – capital política de Alberta, la capitalidad económica le corresponde a Calgary – de compras. No visitamos los alrededores ni nos detuvimos a hacer turismo. Íbamos a traernos lo que necesitábamos y no nos encantamos en contemplaciones. No vimos mucho más que los imponentes edificios de cristal del centro y los comercios a los que entrábamos, lista en mano. No obstante, Edmonton me dejó la impresión de una ciudad con mucha vida interior. Esto se debe al sistema que utilizan para evitar salir al exterior en época de bajas temperaturas: el pedway system. El pedway consiste en un complejo entramado de pasadizos que comunica hoteles, bancos, centros comerciales, plazas y transporte público, permitiendo recorrer la zona central de la ciudad sin poner un pie en la calle. Reconozco que resulta muy práctico cuando el termómetro marca 20 grados bajo cero, aunque por otro lado, le resta vitalidad y dinamismo a la ciudad, cuyas calles aparecen vacías y sin vida. 

Con motivo de este viaje, comentaba el otro día con una amiga acerca de cómo cambian las cosas según en qué parte del mundo vivas. Todo es relativo. Y el relativismo se ha establecido en mi nueva existencia. Para los locales, Edmonton está aquí al lado: a “tan sólo” cinco horitas en coche (¡OMG! ¡A la vuelta misma de la esquina!). Pero, claro, teniendo en cuenta el tamaño de este país, las distancias canadienses no tienen nada que ver con las españolas o las escocesas. En eso radica la principal diferencia entre vivir en un país XXL o en países, como aquel que dice, de bolsillo. Otro aspecto que ha adquirido una nueva dimensión es la temperatura. De toda la vida me han conocido en mi familia como la friolera “number one”. Me costaba mucho sacar la ropa de verano o quitar la colcha y la manta; en cuanto acababa septiembre, me acoplaba delante de la estufa, chimenea o cualquier artefacto que produjera calor y hasta junio permanecía, cuando estaba en casa, pegada al artefacto en cuestión. Aquí, 5 grados me parecen gloria bendita, como una primavera anticipada. Y menos 3 o menos 5 no representan más que una ligera incomodidad. Y pensar que no hace ni cinco años, con el simple hecho de figurarme esas temperaturas se me congelaba la imaginación.

En este tiempo, ya casi dos meses y parece que aterrizamos anteayer, hemos ido profundizando un poco más en el día a día de GP y entablando algunas relaciones.
Una de las primeras personas que conocí fue S., canadiense que domina el español y profesora del College regional. S. proviene de Manitoba, pero reside en Alberta desde hace más de 40 años. Es una mujer encantadora, dulce, discreta, cercana… Hemos quedado un par de veces a tomar algo con ella y su amiga C., mexicana que lleva en GP unos 7 años. Mi primera conversación en castellano tuvo lugar en un café con estas dos mujeres a las tres semanas de nuestra llegada. Ellas me informaron de cómo era la vida y la gente de GP. Aún recuerdo a C. preguntándome, “¿Y qué? ¿Te gusta Grande Prairie?” y a S. respondiendo antes de que yo pudiera siquiera abrir la boca: “No la pongas en un compromiso que ahora tendrá que ser educada y diplomática; no nos va a decir que no. Pero ¿A alguien le puede gustar esto?”. Aquella misma tarde escuché por primera vez (luego ha habido alguna más) la afirmación de que en este lugar existe racismo, de que esta parte de Canadá es diferente al resto, de que la gente carece de cultura e inquietudes… No sé. De momento, continúo asumiendo una actitud observadora y evito juzgar. Por otro lado y para ser justa, he de reconocer que, hasta ahora, no he vivido ninguna experiencia negativa.

Hay más gente que forma parte de nuestro día a día: K. y K., madre e hija del Parents Link Center (PLC) con las que coincidimos en distintas actividades; V. y Z., otra mamá del PLC y su peque, con los que nos hemos encontrado por casualidad en la piscina varias veces;  M. y sus nenes, J. y T., una chica venezolana con la que parece que está germinando una relación más estrecha; las más recientes N., R., J., y otras mamás del grupo de nuestro barrio (en otro post me extenderé sobre ellas)… La verdad, en poco tiempo hemos logrado hacernos un hueco. Mudarse con un bebé de 13 meses comporta muchos inconvenientes y alguna ventaja, quizá a la que más provecho le estamos sacando es a la de relacionarnos con otras madres, que nos permite contar con un poquito de vida social. Y cuando con algunas de ellas hablas de algo diferente a los niños: política, cultura,… sientes que estás regresando al mundo, que aún formas parte de él.

jueves, 19 de enero de 2012

Winter is here... And is bloody cold.

Finalmente, llegó. El invierno está aquí. El sábado no paró de nevar en todo el día y a primera hora de la noche estábamos a -25º. El domingo nos despertamos con la agradable temperatura de -22º, y así se mantuvo hasta primera hora de la tarde, que empezó a bajar un poquito más.  



Teníamos que salir porque necesitábamos ultimar algunos detalles de la casa (entre otras cosas, habíamos quedado con el técnico para instalar Internet), en la que ya estamos instalados, desde el martes. El domingo salimos a las 9.30 de la mañana y volvimos a las 6 de la tarde (con una Roomba en el maletero del coche!!!! Yey! Tengo un robot que va a barrer por mí!!!). Desde entonces, no he sido capaz de quitarme esta canción de la mente; iba tarareándola interiormente de punta a punta de GP, mientras hacíamos nuestras compras.


Si Alaska (ya ves, el nombre artístico nos viene que ni al pelo) está en lo cierto, yo debo aparentar ahora mismo unos quince años o menos. Tengo la piel tersa (más bien mega-estirada, por el principio de congelación; no me arriesgo a sonreir por miedo a que se me abran grietas junto a los labios) y suave (como la superficie recién pulida de un lago helado). Si hay escasez de médicos de familia, de cirujanos plásticos ya ni te cuento. Total, aquí se arruinarían. Mejor que se queden por California, que tanto sol seguro que produce unas arrugas de espanto.


Y así ha seguido la semana. El lunes, entre -27 y -30, y aún así, nosotros a lo nuestro: actividades en el Centro de Padres y en la biblioteca. El martes habíamos quedado con el conductor del camión para descargar nuestras cosas en la casa. Nos levantamos a las 6.30 y la temperatura era de 38 grados bajo cero. Y la resistimos! Llevo a Aidan forrado para blindarlo contra el frío: unas 4 capas debajo del chaquetón y pantalones acolchados sobre los normales, dos pares de calcetines, calentadores, guantes y gorro con interior de borreguito... Abulta tres veces su tamaño y casi no se puede mover con tanta ropa, pero mejor una movilidad limitada que un catarro monumental. Y más, teniendo en cuenta como está el tema médico por aquí...

Os dejo unas imágenes de las condiciones a las que nos enfrentamos cada mañana, cuando salimos de casa. Seguiré hablando del frío, representa un aspecto importante (probablemente, ahora mismo, el más importante) de nuestra nueva vida en Canadá.  








Reescribo este texto desde mi sofá, junto a mi chimenea de palo (es de gas con troncos simulados) y mi cocina. Empecé a redactar la entrada el domingo (o el lunes, con tanta nieve se me congelan las neuronas y no recuerdo bien), la guardé para acabarla cuando Aidan se despertó de su siesta, impidiéndome seguir, y hasta hoy no he podido retomarla (aprovechando otra siesta del enano). Lo dejo aquí, que ya me reclama el príncipe de la casa.




martes, 10 de enero de 2012

Wrong, wrong, wrong...

Y tan equivocada!!! Resulta que el primer día que quedamos con Esther (la "relocation manager") yo estaba convencida de que, entre otras cosas, habíamos conseguido la adjudicación de médico. But no. Craso craso craso error!!! Mío, of course, que a veces no me entero de la misa la media (se está tan ricamente y tan bien en Babia...). A través de su gestión, obtuvimos número de la seguridad social (lo que nos acredita como usuarios de pleno derecho de la sanidad pública canadiense) y una identificación de tasas para contribuir, con la retribución laboral, a la seguridad social (que es distinta al número en sí y se tramita aparte); pero el tema del doctor, según he descubierto hoy, nos lo tenemos que solventar nosotros...

Esta mañana hemos ido por tercera vez al Centro de Padres (Parent's link) al que me apunté la semana pasada para mantenerme ocupada y entretenida con Aidan durante el día. Es un espacio administrado por una asociación sin ánimo de lucro que ofrece muchísimos recursos para madres e hijos: grupos de apoyo de lactancia, de múltiples, de nuevas mamás y postparto, de autismo; escuela para padres con opción a diversos seminarios y servicio de guardería incluido durante las horas lectivas... Dispone de diferentes aulas para los niños, enfocadas a distintas actividades, y un extenso programa: gimnasia, Tiny Tumblers (Pequeños saltimbanquis); el clásico playgroup, Come play with me; cuentacuentos, Books for babies; Música, Come sing with me y Singing with Liz, y más, mucho más, por el módico precio de los 10 dólares que cobran por registrarse (los cursos de padres se pagan aparte y son asequibles, no abusan). El viernes pasado cantamos con Liz. Liz es una señora de entre 50 y 60 años, de pelo blanco y sonrisa perenne, que aparece con su guitarra y sus cajas repletas de instrumentos: castañuelas, sonajeros, cascabeles, campanas, panderetas, xilófonos... Anima a los niños, de edades variadas entre los 0 y los 5 años, a que toquen los instrumentos, que los hagan sonar, que jueguen con ellos. La primera parte de su "clase" consiste en dejar a los peques a su aire, experimentando con los sonidos, las formas, los materiales.... Pasada una media hora, empuña su guitarra y, sin sacarla de la funda, empieza un juego de adivinanzas y bromas con los niños: "A ver si me decís lo que traigo aquí dentro... Uhmmmmm, un perro, aquí está mi perro" "Nooooooooooooo", contestan a coro los mayores. "Un camión, creo que es un camión" "Nooooooooo". Y así, entre bromas y observaciones disparatadas, se los va metiendo en el bolsillo, ganándose su confianza y estableciendo una complicidad con ellos. El resto de la hora y media que dura su "performance" es todo cantar y bailar. Puro divertimento infantil.

El caso es que después del entretenido rato que pasamos con Liz, una de las monitoras del centro me comentó que los martes acude una enfermera pediátrica que pasa consulta de forma gratuita y que si la necesitaba, estaba a mi disposición. No me lo pensé ni un minuto. Me interesaba hablar con ella por el tema de la vacunación y para pedirle orientación sobre el sistema sanitario canadiense, del que francamente no tengo ni idea de cómo funciona. Y allá que nos hemos plantado a las 9 de la mañana, después de mi primera experiencia conductora en plena "tormentilla" de nieve con ventisca añadida (voy a tragarme la lengua y a no nombrar nunca jamás en ningún post al benigno invierno de las narices: dos veces que lo menciono, dos veces que al día siguiente va y nieva). Pues bueno, miramos lo de las vacunas, me dice que reserve una cita con el Public Health para cotejar las británicas y las canadienses y ver si hay alguna que sea necesaria aquí y que no pongan en UK; acto seguido pesa a Aidan, y le echa una miradita general para comprobar que está sano y bien. Nos ponemos a hablar y empiezo a preguntarle sobre el médico de familia. Le explico lo que yo (¡ilusa de mí!) creía y me responde que el tema no tiene nada que ver con lo que le estoy diciendo, que he de ir a una consulta y postularme como "cliente" y (aquí viene lo bueno) tener mucha suerte para que me admitan. Suerte no porque sean muy selectivos con la clientela, si no porque van de cabeza los valientes tres (TRES!!!!) doctores que atienden a la población de GP, que supera los 50.000 habitantes, y alrededores, que no sé cuántos serán, pero un puñadito seguro que hay. ¡Se me han caído los palos del sombrajo! Me ha recomendado que vaya personalmente y tempranito porque, como están tan saturados, a la una del mediodía muchos días ya han cerrado. Según la enfermera, seguramente me incluirán en una lista de espera (que, visto lo visto, será kilométrica) y me ha aconsejado que me lo tome con tranquilidad. "No te quiero desanimar, pero últimamente no están aceptando nuevos pacientes". Pues querer no querrás, pero yo me he quedado desmoralizada del todo. ¡Ríete tú de los recortes en España! En mi vida había visto nada tan recortado como esto...


Antes de venir, me informé y tenía entendido que la sanidad canadiense era de lo mejorcito que se podía encontrar. Y mala no será, médicamente hablando, pero administrativamente... Quizá peco de cortita, pero sinceramente no entiendo cómo distribuyen y deciden la asistencia que requiere una determinada población. Sí o sí, a tantos habitantes deberían corresponder tantos médicos, digo yo. Esta chica me ha señalado que están intentando remediar el problema de la escasez, aunque resulta difícil... "porque ningún médico quiere venirse a vivir aquí, ¿no?", he terminado yo la frase. La pobre me ha mirado con una media sonrisa, como avergonzada de confirmar ese extremo a una recién llegada a la ciudad, y se ha encogido de hombros, hundiendo un poco la cabeza. Lógicamente, no se les puede obligar, si no quieren. Si el sistema funciona como en el Reino Unido, no existe una solucion sencilla o rápida, porque el servicio es público, pero la gestión de los ambulatorios es privada y los profesionales disfrutan de libertad de decisión y movimiento. Imagino que una de las opciones consistiría en ofrecer incentivos imposibles de rechazar. Pero yo ni soy política, ni gestora de sanidad. Sólo soy una madre preocupada por la atención médica de su hijo. Así que nada... nos toca ponernos a la caza y captura de un doctor. En general, somos una familia de salud fuerte, aunque algún virus que otro ha hecho mella en nuestra fortaleza. Cuando se presenten los primeros bichitos canadienses, ya veremos cómo quedamos...

lunes, 9 de enero de 2012

Icy paths

Bueno... Parece que ya nos vamos amoldando a la ciudad... Y adaptándonos... Adaptándonos a establecer una rutina diaria sin la compañía continuada de papá, a conducir nuestro camión amarillo en esta distribución de calles y avenidas enlazadas de forma perfectamente organizada (numeradas y ordenadas en forma ascendente de este a oeste, las calles, y descendente de norte a sur, las avenidas), a comprar en supermecados con marcas y productos desconocidos, a jugarnos la vida caminando sobre hielo y a la ausencia de nieve de este insólito invierno que persiste en su indulgencia, regalándonos un clima extremadamente apacible para esta zona y esta época del año.

Inauguramos 2012 literalmente temblando. La mañana del 1 de enero amaneció con la cifra de menos 20 grados brillando en la pantalla del termómetro digital. Con tal bajada de temperatura, interpretamos que la tan temida inclemencia de Alberta hacía, finalmente, acto de presencia. ¡Nada más lejos de la realidad! En la última semana, hemos disfrutado de mañanas "cálidas" -menos 2/3 grados de mínima, la más fría- y soleadas y alguna que otra tarde-noche lluviosa. Problema: lluvia = agua. Agua que se congela con el frío del amanecer, formando extensas capas de hielo en aceras y asfalto que se van derritiendo en las horas del mediodía y transformándose en una trampa resbaladiza y mortal. ¡Horrible desplazarse apenas unos centímetros sobre esa superficie deslizante! Te sientes como un funambulista intentando mantener el equilibrio sobre la cuerda floja: brazos en cruz, pasos cortos y colocación estudiada y segura de cada pisada. Aún así, nada ni nadie te libra de unos cuantos patinazos... 


A pesar del riesgo manifiesto de trompazo, cruzar las amplias carreteras de esta población, construida atendiendo a la comodidad de los vehículos como premisa principal y con absoluto menosprecio hacia el peatón, no entraña un peligro excesivo gracias a la amabilidad de los conductores. Rostros cordiales que sonríen, con contadas excepciones, desde detrás del volante y no dudan en detenerse y ceder el paso a los viandantes en cada intersección. Con la santa paciencia, además, de esperar a una patosa porteadora de bebé, que avanza con inseguridad y a una velocidad de tortuga y se toma sus buenos cinco minutos para alcanzar el otro lado de la calzada. 

Resulta frustante para una paseante vocacional constatar la imposibilidad de recorrer la ciudad a pie sin exponerse a sufrir un desagradable percance. La semana pasada, cogimos el autobús hasta el centro y, una vez allí, en el reducido perímetro del núcleo urbano, que conforman las cuatro calles de pequeños comercios más o menos tradicionales, estuvimos a punto de estamparnos en unas diez ocasiones. Casi cada persona con la que nos encontramos tras un mostrador y entablamos conversación repetía: "GP no es una ciudad para caminar; y mucho menos con este hielo". Aún así, quizá en un intento estúpido de demostrar mi intrepidez y mi capacidad (¿Demostrar a quién?, me pregunto a toro pasado,... ¿A mi hijo de 13 meses?), o tal vez por pura y simple obstinación, me atreví a andar unas 3 avenidas extra hasta la biblioteca y, ya envalentonada, 5 más y un par de calles de propina hasta el Centro de Padres. Y ya puesta y para rematar la absurda obsesión que me dominaba aquella mañana, y que de paso me exponía tonta y gratuitamente a un esguince o algo peor, regresé caminando las 8 avenidas y dos calles que me separaban de la parada del autobús. Acabé, cuatro horas después de haberlo abandonado, de vuelta en el hotel con un dolor de corvas impresionante, provocado por la fuerza que había estado ejerciendo con mis piernas contra el suelo para evitar el morrazo.

Ahora puedo corroborar la afirmación de los tenderos de GP. Y lo que es más, asegurarlo desde el conocimiento empírico que me otorga la experiencia: "es una kk total patearse GP cuando todo el firme está congelado". Que sí, que cómo se puede ser taaaaaan corta, que debería haberlo sabido de antemano, que soy una testaruda y una imprudente y que no me valía con todo lo que me habían dicho y ya había comprobado previamente... ¿Qué se le va a hacer? Soy así de obtusa: tenía que cerciorarme y convencerme definitivamente de que sin el coche no voy a ningún lado en esta ciudad. Desde ese patético día, Aidan y yo vamos motorizados a todas partes.

miércoles, 4 de enero de 2012

The House

Dejé pendiente la publicación de las fotografías de nuestra choza en el último post. Y aquí están. Presentación oficial del que será, en breve, nuestro nuevo hogar:
 
 

Es un adosado con dos plantas (y media) y garaje. En la planta baja está la cocina (con horno y lavaplatos), en open plan con zona para comer y zona de sala de estar, un aseo pequeño con lavabo y la puerta al jardín, que da a la parte trasera. Los dueños están acabando de pintar y de arreglar algunos detalles. El martes, cuando fuímos a firmar el contrato, nos aseguraron que para el fin de semana la tendrán a punto y podremos entrar a vivir el sábado. 






El piso superior tiene tres habitaciones: una grande y dos más pequeñas, baño principal con bañera y la zona de lavandería (un cuartito con la lavadora, secadora y estantes). Todas las habitaciones (y el vestíbulo) disponen de armarios empotrados. Así que contamos con espacio de "storage" de sobra. Fundamental para mí.


La media planta corresponde al sótano, que está sin terminar (por eso el precio es bastante asequible, considerando la localización y el tamaño de la propiedad), pero que se puede utilizar como una habitación más (Joe está pensando en montarse ahí una sala de juegos -ejem, ejem). Aquí hay un tercer aseo con ducha (ahora que lo pienso, parece Villa Meona, pero en realidad está bien eso de tener un servicio en cada planta). 

La casa está situada en un barrio residencial muy tranquilo, cerca de la piscina cubierta, al lado de un parque de juegos y a un paseo por la orilla del río, Bear Creek (ahora mismo congelado), de Muskoseepi Park (abajo).





A finales de semana, iremos a comprar una cama y un sofá (que ya hemos visto), ya que excepto los muebles auxiliares, el resto de nuestro mobiliario se encuentra en el piso de Joe en Edimburgo, que está alquilado.

Por lo demás, de momento nos tocará comer en platos de plástico, porque nuestras pertenencias, que salieron de Escocia a finales de noviembre, llegaron a Calgary la semana pasada. Ahora uno de nosotros se tiene que desplazar hasta allí para firmar la entrada en el país y revisar que no falte nada; requisito indispensable para que las traigan hasta GP. Un engorro, ¡vaya! Básicamente, porque o me toca a mí coger avión sola con el enano o le toca a Joe pedir un día libre para ir él. Y, total, para aterrizar, firmar y volver. No más de tres horas en la ciudad.  


Hemos comprobado que, realmente, el coche resulta absolutamente imprescindible, sobre todo en invierno. Yo sigo cogiendo el camión todos los días un rato para acostumbrarme a las dimensiones. Aparcar ese armatoste es una historia, incluso con los espacios XXL (proporcionados a las carretera y los vehículos de este país). Aunque disfrute (y mucho) conduciéndolo, no puedo evitar pensar que me llamo Manolo o Ramón o Pepe cuando me siento al volante del trasto amarillo. ¡Se me pone una cara de camionero cabreado alucinante!









martes, 3 de enero de 2012

Desbarrando... Y algo de hockey

Después del paréntesis de Año Nuevo, retomo mi cuaderno virtual. Tampoco es que haya habido muchos acontecimientos reseñables estos días: un partido de hockey, un nuevo hogar (de verdad, con su cocina, sus baños, su habitación...) y poco más. No obstante, GP continúa siendo lo suficientemente novedoso como para generar algo de redacción. El problema vendrá cuando llegue la rutina, Joe se vaya a trabajar a las plataformas del norte por dos semanas y Aidan y yo nos quedemos en casa enterrados en nieve. Entonces, quizá este blog se transforme en el diario de una plañidera...  

Alguien me dijo que los primeros días tras la mudanza vendrían a encarnar el inicio de una romance: excitación, pasión, novedad... Creo que es cierto, aunque parcialmente. No se ha producido un enamoramiento con este lugar; consecuentemente no existe el ardor apasionado. Sin amor la sangre no se enciende, no hierve; no sobreviene la locura ni el frenesí. Esto resta algo de entusiasmo a la aventura. Sin embargo, la novedad, la diferencia, el contraste con lo vivido anteriormente, sí aporta esa pequeña propina que representa el descubrir poco a poco lo inexplorado. Y, en este sentido, es equiparable al conocimiento gradual del otro en una relación romántica. 


Quizá, la falta de pasión entrañe una especie de beneficio: una mayor objetividad a la hora de valorar el contexto. La ausencia de enajenación nos dota de una mirada más higiénica, más libre, cargada, en cualquier caso, de curiosidad. Y, tal vez, aporte también carencia de expectativas y, por lo tanto, de decepciones. Cada rincón, por muy anodino que sea, puede esconder una pequeña sorpresa, cosas simples que se agradecen por el mero hecho de que no esperábamos hallarlas en un lugar perdido, gris y plano como este. Encontrar una librería bien abastecida, un establecimiento de lanas regido por una viejecita encantadora, una tienda de juguetes... Insignificancias que tontamente nos alegran una mañana.

Empiezo a considerar GP como el mejor amigo del chico que te gusta a los 15 años. Ese chaval simpático y atento que te cae bien pero no te provoca nada especial, con el que acabas enrollándote por la razón equivocada. Ese al que utilizas para estar más cerca del verdadero objeto de tu adoración, que ni siquiera ha reparado en ti. Este idilio rebotado suele terminar mal; pero, en ocasiones excepcionales, se convierte en una bonita historia de amor. Anhelaba conocer Canadá y me he instalado en GP para tener la oportunidad de moverme, de viajar, a través de este inmenso país. GP es el campamento base. El amigo feo del que, quien sabe, tal vez un día me enamore. 


De momento, ni devoción ni ternura. Seguimos en la fase de aproximación. Intentando profundizar en el entorno y sus gentes. Y, para ello, nada mejor que acudir a un evento deportivo local: partido de hockey sobre hielo. 

Los equipos (Grande Prairie Storm Vs Lloydminster Bobcats) pertenecen a la Junior League de la provincia de Alberta y están formados por chicos de entre 17 y 20 años. Nosotros íbamos con el Storm, "of course". Nos gustó la esperiencia. Mi contacto con este deporte se limitaba a "El castañazo" (comedia de los 70 con Paul Newman) y una peli de mi adolescencia protagonizada por Rob Lowe y Patrick Swayze, que recordaba vagamente y que he tenido que googlear para identificar: "Youngblood". El espectáculo en directo resultó menos violento de lo que en principio imaginábamos iba a ser. Aún así, indudablemente se trata de una disciplina de contacto, las cargas cuerpo contra cuerpo, empujando al jugador contrario contra el muro se sucedieron a lo largo de todo el encuentro. Y presenciamos una pelea individual entre dos jugadores que, por lo que me documenté tras el partido, se permiten siempre que no se utilicen los sticks y los sujetos envueltos en la refriega se hayan deshecho de protecciones como los guantes. Lo asombroso de la escena, aparte de la pelea en sí, fue ver a los árbitros de testigos principales, contemplando impasibles como se zurraban y escuchar al público jaleando a los contendientes. El ambiente se acaloró y los asistentes parecían incluso más animados tras el encontronazo. 

En la entrada y el interior del pabellón se podía leer en diversos carteles que aquél era un recinto familiar, y, de hecho, en las gradas se distinguía una abundante concurrencia de público infantil: muchos bebés (incluido el nuestro) y niños por debajo de los 5 años. A pesar de todo, el ice-hockey se considera apto para menores. Agresividad y excesos físicos aparte, es fascinante observar a los jugadores patinando a velocidades increíbles, admirar cómo se desplazan sobre el hielo, la agilidad, la pericia en el manejo del stick... La rapidez y la destreza no dejan lugar al aburrimiento. 




 

Con tanto divagar, se me ha echado el tiempo encima. La descripción y las imágenes de la casa que hemos alquilado quedan postergadas para otra entrada. 

Ah! Se me olvidaba añadir el resultado del partido: perdieron los locales 2-4. Creo que hemos escogido un mal año para mudarnos, el equipo ha ganado varias veces la liga provincial, pero esta temporada están los penúltimos de la división norte. Habrá que acudir a menudo a apoyar a estos chicos... ¿Qué no nos sacaremos abono...?


jueves, 29 de diciembre de 2011

Into the wild

¡Otro día agotador en Grande Prairie! Hoy de papeleo y ayer de montaña. 

Ayer fuimos a Jasper. 400 km de ida y otros tantos de vuelta que nos dejaron destrozados, pero que merecieron la pena. El paisaje nos dejó sin respiración: impresionante. Y la paz y el silencio que se respiraban, casi una experiencia mística. 

Antes comento que aún no hemos visto nevar y antes nieva. Nos levantamos a las cinco de la mañana para salir a las seis. Aquí amanece sobre las nueve y empieza a oscurecer a las cuatro o cuatro y media; con el madrugón, intentábamos aprovechar las horas de luz al máximo. Cuando bajamos al coche comenzaban a caer tímidamente unos copos, que se intensificaron en la primera parte de nuestro viaje. Sintonizábamos en la radio una emisora local y según dejábamos la ciudad atrás el locutor ofrecía la predicción meteorológica: "nueva jornada soleada en GP, previsión de 4 grados bajo cero para el día de hoy y la nieve que sigue sin aparecer. Hoy tampoco nevará". Y yo mirando por la ventanilla del coche y pensando, "¡Ahí le han 'dao', han acertado de pleno!¡Qué hachas!". Y, en esto, la voz de la locutora: "¿Hoy, dices? Bueno, no sé yo, porque ahora mismo esta nevando". Y el otro: "¿Ahora? ¿Qué me dices?". Al minuto, llamó un oyente para confirmar que sí, que nevaba. Y el locutor, intentando cubrir la papeleta, recurriendo a observaciones graciosas y chistes fáciles. Me recordó a la BBC escocesa, que cada vez que consultaba la web a ver cómo iba a ser el día, no atinaban ni de casualidad. Aunque en Escocia, país de clima inestable, donde el cielo cambia de luminoso a cubierto en cuestión de segundos, no resulta nada sencillo realizar un pronóstico fiable. 


Durante el trayecto en coche, tuve la oprtunidad de comprobar la inmensidad de este país. Sólo existe una única población entre GP y Jasper, Grande Cache, situada aproximadamente a mitad de camino. Entre estos tres puntos, aparte de una mina de carbón, de tamaño considerable y completamente mecanizada, kilómetros y kilómetros de "evergreen woods" (bosques de árboles de hoja perenne: pino, cedro y arce, principalmente), sin edificaciones visibles, al menos desde la carretera. Ni tan siquiera una simple gasolinera donde repostar si vas justo de fuel.





Jamás me había sentido tan sumamente inmersa en la naturaleza (ni en espacios tan increíbles como Ordesa y Monte Perdido o Aigüestortes, que considero una maravilla). El entorno, aún en la carretera, apabullaba; cuando llegamos al parque fue, por momentos, como sumergirnos en una tierra salvaje, absolutamente agreste, donde, a pesar de advertirse en algunos lugares la huella del hombre, todo parecía inalterado, incorrupto. 




El Parque Nacional de Jasper se encuentra al norte de las rocosas canadienses. Su extensión ocupa alrededor de 11.000 kilómetros cuadrados, con lo que sólo nos dio tiempo a ver una pequeña (minúscula) parte (volveremos, volveremos, volveremos). El lugar alberga una fauna variada de la que pudimos contemplar in situ ardillas rojas, diferentes tipos de aves, varias cabras (especie autóctona, cabra de las rocosas, creo que la llaman), un coyote, caribús en abundancia y un animal indeterminado de grandes dimensiones, un caribú o un alce, posiblemente, en estado de descomposición que devoraban cuatro cuervos junto a la carretera. Aunque nuestro primer encuentro con la fauna local se produjo de forma accidentada, cuando estuvimos a punto de atropellar a un ciervo, unos 250 km antes de llegar a nuestro destino. Un grupo de tres atravesaron corriendo la carretera, completamente ajenos a los vehículos que circulaban, y al tercero le pudimos contar hasta las manchas del pecho, dado que Joe, con unos reflejos para mí envidiables, alcanzó a frenar a escasos dos palmos de su hocico. No me dio tiempo ni a coger la cámara de lo inesperado y la velocidad a la que sucedió todo. A las que sí me dio tiempo a inmortalizar fue a las cabras que, a la entrada del parque, interrumpían el tráfico -aparte de por cruzar la calzada sin mirar a nada ni a nadie, como los ciervos, aunque con mucha menos agilidad que éstos- porque los conductores no dudaban en detenerse para sacarles fotos. 





Abajo, los caribús:





A medida que se avanza hacia el interior del parque, el paisaje se va transformando, adquiriendo un carácter más abrupto. 



Sobrecoge hallarse en medio de las gigantescas montañas que forman las rocosas. Unas cumbres imponentes, coronadas por masas ingentes de nieve que inspiran un respeto casi religioso, y en las que reina tal quietud, que uno no se atreve a hablar en un tono ligeramente elevado por miedo a provocar una avalancha. Por las actividades que se ofertan, suponemos que durante el verano la aglomeración de visitantes y turistas impedirá disfrutar de esta tranquilidad. En invierno, como comprobamos, es un remanso de paz.




Nuestra visita se limitó a Maligne Canyon, Maligne River y Maligne Lake. Se ve que teníamos el día maligno del todo, ayer. El cañón causa vértigo. Es una sima pedregosa e insondable, en la que en muchos tramos apenas se vislumbra el cauce del río que recorre el fondo. En otros, se aprecia, e incluso se oye, el agua corriendo bajo las capas de hielo. Alucinante la visión de la cascada congelada.






En este vídeo, si se presta atención y se sube el volumen, se escucha perfectamente el sonido del agua cayendo bajo el gigantesco témpano que la encierra. 

El nombre del cañón, que adopta del río y es extensible al lago, fue acuñado por un misionero cuyos caballos fueron arrastrados por la corriente. Anteriormente, los nativos lo denominaban Chaba Imne (Río del Gran Castor). Una distancia de aproximadamente 35 km separa Maligne Canyon de Maligne Lake. La carretera discurre paralela al río, salpicado de meandros y de fisonomía cambiante, alternando su cauce entre trechos asombrosamente estrechos y otros de gran amplitud.




Al llegar al lago, pagamos la novatada. El terreno que lo rodea es llano y allí la nieve se acumula hasta llegar, como ayer, al metro o más de altura. Imposible caminar sin raquetas, básicamente porque te hundes. Por supuesto, no llevábamos la ropa apropiada y, aunque estrené mis botas y mantuve los pies secos y calientes, la parte del vaquero entre el chaquetón de plumas y el límite del calzado acabó completamente mojada. La experiencia nos sirvió para elaborar una lista del equipo que vamos a necesitar cuando GP se cubra de nieve.



Las siguiente fotos muestran una mesa y bancos del área de cabañas y acampada junto al lago, y el camino abierto para acceder a los servicios públicos.









Otra lección que aprendimos de la excursión a Jasper es que jamás, nunca, volveremos a viajar sin un cd de música infantil (o, en su defecto, La Ley Innata, de Extremoduro, que también funciona). A la vuelta, nos tocó ir cantando a dos voces (la de Joe y la mía) "nursey rhymes" y canciones populares en castellano y valenciano para mantener entretenido a Aidan, que se puso un pelín gruñón (no lo culpo, después de tantas horas de coche). Milagrosamente, ni llovió, ni nevó.

Hemos planeado volver este invieno para visitar la zona de los glaciares, el río Athabasca y su valle, y algo más, si podemos; pero, esta vez tomándonos dos o tres días para recorrerlo con calma. Con esto cierro el primer capítulo dedicado a Jasper. Podría contar mucho más y publicar también unas cuantas fotografías más de las 300 y pico que saqué, pero alargaría demasiado una entrada que ya de por sí ha quedado larga.

Pensaba relatar en este post la jornada administrativa que hemos tenido que sufrir para traernos el coche a "casa". ¡¡Sí!! ¡¡Ya tenemos el coche!! Creíamos que tardaría más, y nos lo han arreglado todo hoy. La compra ha implicado que nos adentremos más en el mundo de la administración canadiense y que nos sorprendiéramos con algunos detalles. Lo dejo para otro día. 

Mañana nos espera más ajetreo. Saldremos temprano para ver las casas en alquiler que nos ha encontrado Esther y tenemos entradas para ir a un partido de hockey sobre hielo por la tarde. Nos aguardan dos horas de testosterona pura sobre patines. Espero que no nos salpique la sangre.


Entre la obligación de buscar hogar y el entretenimiento deportivo, he de seguir acostumbrándome a conducir el "tanque" que tenemos aparcado a la puerta del hotel.

¡Bona nit!