Es esa hora en que todo se cubre de un manto tan negro
que tu luz se convierte en un punto, y parece una estrella vista a lo lejos.
Hay un silencio vasto retumbando en tu oído. Un instante feroz: la nada reivindicándose.
Cuando por fin el sueño te envuelve, una sombra maliciosa franquea la ventana
que dejaste abierta, recorre como un torbellino la habitación y antes de irse,
te toca. Una risa ya lejana te despierta. Abres los ojos, que son los del gato,
y gritas, maldiciendo tu suerte. Desde el alféizar contemplas el que fuera tu
cuerpo acurrucado en la cama. La imagen
desgarradora de un humano desnudo arañando las sábanas y emitiendo agudos
maullidos.
ME gusta mucho la idea de tu propuesta. Me chirría un poco "Abres los ojos, que son los del gato,", le daría una vuelta, pero eso lo digo yo, que tampoco es algo a tener en cuenta.
ResponderEliminarDisfruté la lectura.
Salud.
Ese párrafo salió así, de un tirón, de manera espontánea. Y aunque cuando lo releí me planteé si cambiarlo o no, finalmente decidí dejarlo. Y claro que es de tener en cuenta tu opinión.
EliminarGracias por pasarte a leer y comentar, Miguel Ángel. Un saludo.
Muy interesante el trasvase de identidades. Como gato te asombras de que la noche haya hecho un sortilegio, y lo defines muy certeramente.
ResponderEliminarUn beso, Sara
Es que la noche es bruja, y los gatos parecen ser los receptores naturales de su sortilegio.
EliminarUn abrazo.