Apartó el libro, quedó pensativo y, estirado en el diván, acabó dormido. El espectador decepcionado de ese final de la serie apagó la televisión. Algo aburrido echó mano de uno de los volúmenes de la estantería. Eligió el Quijote, la única obra que conocía. No consiguió concentrarse, se recostó sobre el sofá y entró en un duermevela trufado de ligeras pesadillas. El hombre que leía esta escena aprovechó la falta de acción para abandonar tan insulso texto; decidió cambiar de relato. Se fue a la biblioteca, sacó algunos títulos de los anaqueles y sentado en un sillón junto a unos jubilados se dejó llevar por las aventuras de los cientos de exploradores que habían surcado los mares del sur. Tras largas horas de emociones, exhausto, se amodorró, dio una cabezada y persiguió las nubes. Ante este panorama, el hacedor desistió. Cerró la gran enciclopedia del cosmos, se restregó los párpados por el cansancio. Sabía que quedaba mucho por hacer, que el proyecto de lectura universal se revelaba arduo; entornó los ojos, se adormeció y, en los brazos de Morfeo, soñó esperanzado.
#historiasdelibros
Texto para el concurso Historias de libros de Zenda e Iberdrola
23.4.17
1.4.17
ORIGEN
Recordó rauda la avenida, el chaflán chato donde jugaba a la comba, los jardines del primer beso, la acacia, herida de navaja, por un corazón partido. Reconoció al instante el edificio, la portería, la escalera de caracol destartalada, el rellano, la mirilla, las muescas de inquina en la puerta maciza, el timbre descascarillado. Sonó, abrieron, dieron un respingo, recularon, arquearon las cejas, cerraron. Y ella, como un pasmarote, a la espera de una palabra redentora, aunque fuera pasada de fecha. Transcurrió una eternidad en dos minutos. Con aquel anhelo antiguo en el bolsillo, quebrado en añicos, dio después media vuelta.
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