viernes, 31 de diciembre de 2010

Fin de año

Chateau du Pirineos, René Magritte


Cifras. Todo se reduce a cifras, a signos inventados por el hombre. ¿Quién le dice al cielo o a los mares que ha perecido otro año más? Ellos nunca lo sabrán, y en el fondo esa es la clave de su sabiduría. Cifras y eternas esperanzas de luces nuevas en el horizonte. Y nada más. No negaré que yo también espero que se enciendan estrellas nunca vistas en este nuevo año que se anuncia, pero… Pero como dijo Jorge Guillén, la vida es un solo verso interminable. Y otra vez aparece nuestro incorregible afán humano de dividir en partes lo que nos resulta demasiado inmenso para ser abarcado por nuestra razón.

Y qué decir de 2010. Una brecha en medio de… ¿en medio de qué? Un “nada volverá a ser lo mismo”. Excepto yo. Un navegar remoto por aguas imposibles hacia un destino cuya existencia me produce cada vez más escepticismo.

No escribiré nada más en este 31 de diciembre. He encontrado hoy un poema que suprimiría cualquier intento propio de expresarme.

El despertar

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo

Alejandra Pizarnik

sábado, 11 de diciembre de 2010

Cien años


¡Calla, calla, princesa, dice el hada madrina,
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte ,
a encenderte los labios con su beso de amor!


Rubén Darío


-Hoy he vuelto a soñar con él- me confesó -; soñé que venía a mi ciudad, pero por alguna razón no podía verlo, y eso me producía una angustia indescriptible…

-¿Y qué hay de raro en ello?- le pregunté –Ya deberías saber que Venecia permanecerá para siempre en tu subconsciente. Te empeñas en creer que las historias de amor son ajenas a ti, pero no es cierto. ¿O es que acaso esas historias han de ser necesariamente de amor correspondido? Las historias más hermosas son también las más imposibles. Y tú has vivido algunas dignas de un cuento de hadas…

»Te queda aquel elefante de plata, regalo de tu primer amor. Mejor dicho, el recuerdo de aquel elefante, porque se perdió poco tiempo después de regalártelo. Fue en tu décimo cumpleaños, ¿recuerdas? Tú tenías que fingir desagrado; tus intentos de evitar que pudiera darse cuenta de que te gustaba te hacían simular una antipatía hacia él que en realidad no sentías. Fue la misma aparente indiferencia la que te llevó a perder el elefante…

»Inolvidable resulta también aquella tarde en la que tu enemigo de siempre se propuso declararte su pasión a gritos, al pie de tu ventana. O la vieja historia de aquella carta sepultada a fuerza en el olvido, cuyo posible paradero te sigue atormentando a día de hoy. Y tu misterioso enamoramiento hacia ese ser de luz que paseaba su rubia presencia por el jardín del campus de Humanidades. Su hechizo de ángel se rompía si te acercabas demasiado; por eso preferías mirarlo desde la distancia.

»Recuerda también la playa; aquellos largos paseos por la playa, la misma playa de todos los veranos. En esos momentos, te llegabas a plantear si verdaderamente la luz venía del sol…

»Tampoco te ha faltado el baile; qué importa que no fuera en el salón de un palacio y que no llevaras puesto uno de esos vaporosos vestidos que suelen regalar las hadas madrinas… Decenas de ojos curiosos os miraban, pero tú solo podías concentrarte en no dejarte llevar por el temblor que emanaba de tu corazón al contacto de sus ojos de miel con los tuyos. Y aquel estúpido regalo después del baile, que todavía guardas en una cajita junto con un papel en el que él escribió su nombre.

»Pero nadie, nadie podría soñar con una despedida como la que tú viviste, en la ciudad de Venecia. La casualidad quiso regalarte aquella última visión, y un hasta pronto consciente de su propia irrealidad, y un hasta siempre que leíste en la dulzura de su mirada de sol.

»En años sucesivos siempre recordarás Venecia: barcos que se alejan y el sol fugitivo de la Piazza San Marco, y su figura apagándose suavemente en la distancia al son de esa antigua canción de Aznavour.

»Y tras todo esto- concluí -, qué importa que nadie se haya atrevido aún a despertarte del hechizo. La Bella Durmiente durmió cien años antes de encontrar su primer beso de amor…

jueves, 25 de noviembre de 2010

Trenes en la ciudad sin nombre


Aquello

que quizá hubiese sido

posible,

que sería posible todavía

hoy o mañana si no fuese

un sueño.


Ángel González


Era una ciudad con tranvías y cielos grises y monumentos, era una ciudad… Qué más da. Podría decir su nombre, pero no viene al caso, sobre todo porque podría ser cualquier otra; y además los tranvías, los cielos grises y los monumentos no aparecían en el sueño. Baste con decir que era una ciudad europea, muy europea; de esas que se proclaman a sí mismas como capitales de la moda, en las que anochece pronto y, después del crepúsculo, no queda un alma por las calles. Pero esto continúa sin venir a cuento en la presente narración, sobre todo porque tampoco aparecían calles ni tiendas en el sueño que intento describir.

Baste con decir, entonces, que más que una ciudad era un símbolo, o un nombre, que me obsesionó durante un tiempo, del que volví a oír hablar hace solo unos días. Tal vez por eso acudió a mi subconsciente. Yo sabía que me encontraba allí simplemente porque lo sabía. Y es que en el sueño no aparecía nada que resultara distintivo de ella; solo una estación de trenes que ni siquiera debe existir en realidad –de hecho, se parecía bastante a la estación de trenes de Atocha. Una estación oscura, gris –más que el cielo de la ciudad- y enferma de gente y de bullicio. Precisamente uno de esos lugares en los que no me deberían buscar si alguna vez me pierdo. Uno de esos lugares de visita obligada para cualquier turista.

Y justamente eso era yo en el sueño: una turista. Estaba sola y perdida, y desconocía el idioma. Suerte que llegó él… No me sorprendió verlo allí, a pesar de ser la huella de un recuerdo. Uno de esos recuerdos que sabes que nunca volverás a ver, que invaden como fuego el corazón durante un breve espacio de tiempo, y posteriormente pasan a convertirse en un ideal vago y lejano, casi onírico, casi irreal. Igual que el nombre de la ciudad.

Pero en el sueño, él era de carne y hueso –todo lo que se puede ser en un sueño- y volvía a estar junto a mí. Y me comprendía y conocía el lugar al que yo quería llegar, igual que conocía la ciudad como la palma de su mano. Iba acompañado por una amiga con la que no dejaba de hablar en un idioma que yo no entendía, por lo que me mantenía en silencio, me dejaba llevar. Creo que hablaban de mí. Ambos se alejaron unos instantes para sacar los billetes. Y entonces se detuvo el tiempo.

Pasaste a mi lado, dedicándome un breve saludo y regalándome unos instantes tu mirada, igual que siempre. Quise que te detuvieras y me contaras cualquier cosa; al fin y al cabo, hablábamos el mismo idioma. Pero pasaste de largo; como tantas veces.

Nada más alejarte tú, regresó mi salvador; esta vez venía solo. Traía en la mano dos billetes: uno para mí y otro para él. Así pues, se montaría en el tren conmigo. Todo estaba bien, incluso me debería haber sentido feliz: pocas veces los seres ideales y perfectos se asoman al mundo de los mortales para ofrecerse como acompañantes de tren… Pero miré atrás, una sola vez.

Y estabas tú, parado unos metros más allá, con ese aire de Lorenzo, el personaje que interpreta Raoul Bova en La finestra di fronte… Parecías incluso más inalcanzable que el espectro de sueño que me acompañaba. Y como siempre, no supe si era una pose o realmente no te dabas cuenta de mi existencia. Así que dejé de mirarte.

Mi perfecto e irreal acompañante me cogió la mano para entrar en el tren. Y como siempre ocurre en estos casos, me di cuenta de que aquello no era más que un sueño. Según me iba dando cuenta, la presión de su mano en la mía desaparecía progresivamente. Me esforcé por no despertar, en vano. Cuando te das cuenta de las cosas, a menudo es demasiado tarde.

Desperté con la mano extendida y vacía por debajo de las sábanas…



sábado, 20 de noviembre de 2010

Parálisis

La manzana, René Magritte


Para salvar mis ojos,
para salvarte a ti que...

Secreto.

Rafael Alberti


Como dijo García Lorca, quiero llorar porque me da la gana. Y gritar todo lo que nunca me atrevo a decir; todo eso que nace en mi cabeza y muere allí dentro encarcelado, asfixiado, retorcido; elevándose en dirección a ese cielo plagado de imposibles. Y es que llega un momento en que la frustración resulta insoportable. Miedo, rabia, contradicción, odio hacia esa persona que eres ante el mundo. Y ante la que no eres, también. Todo pierde el sentido cuando no puedes ser...

Lo voy a hacer, me digo. Y mi enfermiza mente traza un plan para llevar a cabo cualquier rutinaria simpleza, incluso una simple conversación. Pero llegado el momento, una fuerza invisible se apodera de mis movimientos y de mis palabras. No lo hago porque no puedo; literalmente, no puedo. Y el cristal de mi mundo se empaña. La última luz, la de la esperanza, se apaga. Es la terrible consciencia de que nadie va a rescatarte de… ¿de qué?

Me he intentado imaginar a mí misma siendo yo misma; pero no lo he logrado. Me he dado cuenta de que no me conozco, o de que tal vez no existe esa dimensión en mi persona. Tantas máscaras superpuestas acaban por descomponer el rostro que se ocultaba debajo. Y debo remontarme a aquella niña que fui cuando todo podía ser; cuando todavía era alguien y no estaba perdida. Tal vez por esa razón no deje de volver una y otra vez a esos años.

He soñado con abrazar durante unos instantes la realidad. Desconocer la timidez, la cobardía, la dichosa inseguridad, el miedo a las reacciones de los demás, a equivocarme, y al futuro incierto, y a mi propia parálisis. En esa realidad gritaba, insultaba, murmuraba palabras de amor, dibujaba sonrisas en las nubes y lloraba todas las lágrimas que no lloré en aquella lejana noche del siglo pasado. Por todo lo que fue, lo que ha sido; pero no por todo lo podría ser, porque eso aún no pertenece al pasado.

No ha sido más que un sueño; nadie va a llegar para sacarme de la prisión que mi propia mente ha creado.

Nadie va a rescatarme de mí misma.

Entradas populares

Larga y prematuramente adiestrado en el ejercicio de la paciencia y en la cuidadosa restauración de ilusiones sistemáticamente pisoteadas, me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas; es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo fue […] para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero hecho de vivir.

Ángel González

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Entrega premios de relato 2011, "Una de piratas", Cadena SER

Con José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid, 2011

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de los premios del XX Aniversario de la UC3M

Ceremonia de entrega de premios del XX Aniversario de la UC3M

Lectura de poemas en la Feria del Libro 2010 de Madrid

Casa natal de Luis Cernuda, Calle Acetres, Sevilla, 2010

Casa de Luis Cernuda durante los años 20, Calle del Aire, Sevilla, 2008

Con la estatua a Federico García Lorca, Madrid, 2008

Casa de Rafael Alberti, El Puerto de Santa María, Cádiz, 2008

Casa natal de Antonio Machado, Palacio de Dueñas. Sevilla, 2010

Residencia de Estudiantes de Madrid, 2008

Museo Dalí, Figueras, Cataluña, 2008

Con la estatua a Ramón Mª del Valle Inclán, Madrid, 2010
Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte, siempre desearás un lugar diferente...

Luis Cernuda, Comedia inacabada y sin título