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martes, 3 de febrero de 2015

GALGOS O PODENCOS



Como siempre que se tratan temas de religión o de política, la conversación se fue poniendo agria y el tono subiendo en un crescendo que amenazaba la habitual paz de nuestra tertulia vespertina. El tío Cacaseno, republicano de toda la vida, era el que más leña echaba en el asador. Su apasionamiento, que no había decrecido con los años, amenazaba con ponerlo al borde de la apoplejía, la cara roja y las venas del cuello como ramas de olivera, mientras esgrimía ante los presentes, como una daga florentina, un dedo admonitorio retorcido por la artritis. Su blanco eran los partidos de derecha. 
Fernández, el conciliador, terció como siempre, intentando quitar hierro al asunto:
—Tío Cacaseno, no se acalore Ud. que le va a dar algo. Tenemos democracia desde hace ya muchos años y cuando ganan unos (por el margen que sea) tienen todo el derecho a gobernar durante el periodo que se les ha adjudicado, y los demás la obligación de ayudarlos para que lo hagan lo mejor que sepan o puedan. Si son de nuestra cuerda, mejor, pero si no lo son, es lo mismo. Si en nuestro pueblo sale elegido un alcalde de derechas, pongamos por caso, a partir de ese día es el alcalde de todos los vecinos. Él tiene la obligación de gestionar para todos sin distinción, y nosotros el deber de respetarlo. Si no nos gusta su gestión, a las próximas elecciones votamos a otro y en paz.
—No estoy de acuerdo, yo soy de izquierdas de toda la vida. Si el alcalde es de los míos es mi alcalde, y si no, no.
—Pues perdone, que no quiero faltarle, pero diría que es Ud. una miaja cerril y ultramontano.
—No me digas palabra raras, Fernández, que los que habéis estudiado parece que queráis reírse de nosotros.
—No son raras, Cacaseno, están en el diccionario. Lo que quiero decirle es que tendríamos que haber aprendido ya que la democracia consiste, entre otras cosas, en manifestar igual respeto por el oponente político que por nosotros mismos, aceptando el principio universal de que tener una tendencia política o unas posiciones dentro de ella no nos convierte automáticamente en poseedores de la verdad. Debemos aceptar que es posible que los que se oponen a nuestra opinión tienen la misma capacidad que nosotros para estar en lo cierto. Si un equipo municipal lo hace bien, cuida las infraestructuras, instala iluminaciones, mejora el asfaltado, promociona nuestras veredas y caminos como recorridos lúdicos, realiza un buen plan de actividades culturales y de políticas de emigración e igualdad y, en general, se preocupa del bienestar de los administrados, así es percibido por la gente y considero que ese es un buen equipo de gobierno, sea del signo político que sea. Los hemos elegido, por mayoría, para que nos administren bien y cumplan correctamente su cometido.
—Tú me hablas de un mundo ideal en el que cada uno hace lo que tiene que hacer, pero no me digas que en la política nacional eso funciona también, porque no me lo creo.
—Esa es la pena, que los partidos políticos de ámbito nacional han perdido la noción de lo que se les ha encomendado en primer lugar, que es la buena administración de los ciudadanos y, perdido el “oremus”, concentran todos sus esfuerzos en quitar al contrario para ponerse ellos sin muchas garantías de que su gobierno mejore al de los actuales, porque los márgenes de maniobra no son demasiado anchos. En esa batalla cruel y fratricida perdemos todos, los actores principales y los pobres administrados, victimas, unos y otros de esas luchas feroces e irracionales. ¡Cuanto mejor no sería que colaboraran, en la medida de lo posible, para llevarnos a buen puerto! Me recuerdan a la fabula de los dos conejos que, discutiendo si sus perseguidores eran galgos o podencos dan ocasión a que lleguen los perros y se coman a ambos.
—¡Lo que hace el haber leído, Fernández!
                                                                                        





viernes, 4 de febrero de 2011

PERROS DE TRINEO

Mi amigo Chosi, excelente fotógrafo e impar compañero de viaje, dice que se va unos días a las cataluñas en busca de la nieve, y si puede, a darse una vuelta en trineo. Como un resorte, se me dispara el mecanismo “abuelo cebolleta”:

Tropecé con “Colmillo blanco”, la novela de Jack London, cuando debía andar por los diez u once años, al principio de lo que entonces se llamaba bachillerato, donde nos iniciábamos en la lectura de los libros apropiados aquellos que teníamos la fortuna de acceder a ellos. Deslumbrado por el mundo que rodeaba a los protagonistas de la historia, el perro y su primer dueño, Nutria Gris, en las tierras vírgenes de Alaska de principios del S.XIX, me hice enseguida con otra novela del mismo autor: “La llamada de lo salvaje”.
Lo que más me impresionó de esos libros fue, además del exótico y desconocido mundo en que se desenvolvían buscadores de oro, tramperos, nieves y aludes, vida extremadamente dura, etc., el papel que los perros desempeñaban en aquella sociedad especialmente como elementos de defensa y animales de tiro. Después vino la película de la segunda novela, en la que se relatan las peripecias de dos hombres que arrastran un trineo con el cadáver de un Lord que los había contratado para el viaje, y van perdiendo sucesivamente los perros, perseguidos por una manada de lobos. No recuerdo si acaban comiéndose al fiambre o no.
La siguiente entrega, ya un poco mas adulto, me la proporcionó la novela “El país de las sombras largas” de Hans Ruesch que dio lugar a la inolvidable película, “Los dientes del diablo” dirigida por el polémico y escandaloso Nícolas Ray (autor, entre otras muchas de Rebelde sin causa, Johnny Guitar, Rey de Reyes, 55 días en Pekín, etc.), e interpretada por los inolvidables Anthony Quinn y Peter O’Toole.
Pero como decía al principio, lo que más me impresionaba de todos esos relatos era la especial relación que el hombre establecía con el perro, convertido en compañero imprescindible del que, a menudo, dependía su supervivencia.
Ahora se celebra cada año en los Pirineos una carrera de trineos que durante quince días los atraviesa. Participan perros de todas las razas y todos los países conducidos por sus mushers y atraillados por parejas, en una fila que puede ir desde dos hasta doce.
Los esquimales, jamás atan sus perros así: ellos ligan cada perro directamente al trineo por una cuerda de diferente longitud, de modo que todos forman un abanico, en el punto central del cual se coloca al perro guía.
Cuando se inicia la marcha, todos los perros ven delante de ellos la cola levantada del guía y eso les supone afrenta y desafío, así que se esfuerzan en alcanzarlo sin lograr otra cosa que tirar con más ímpetu del trineo. El perro guía por su parte, sabe que si lo alcanzan se llevará más de una tarascada y se esfuerza en seguir corriendo más que los otros. Resultado: el astuto esquimal ha utilizado de forma óptima los recursos de que dispone y obtiene el máximo rendimiento de sus perros.
Tiene este tipo de atalaje otra ventaja añadida y es que si cualquiera de los perros da un mal paso y cae en una grieta, los otros, que han quedado a salvo, pueden colaborar a sacarlo mientras que si hubieran ido en fila, se hubieran precipitado al vacío uno detrás de otro.
Supongamos ahora que en vez de colocar como perro guía al mejor de todos, al más fuerte, más preparado (y mas envidiado también), colocamos a uno que sea del “montón”.
El efecto sería devastador: los perros sobrepasarían al guía y faltos de líder que marcara la dirección adecuada, seguirían el rumbo que se les antojara, en distintas direcciones, con el resultado final de que el trineo podría llegar a cualquier sitio menos al destino que nuestro buen amigo esquimal tenía proyectado.
Moraleja: ¿No os hace pensar esto en algunos liderazgos establecidos en ciertos grupos profesionales, sociales o políticos? ¿Se coloca siempre al más capacitado en el lugar del “perro guía”?
Ya hemos visto las consecuencias posibles de un error en la elección.
¡Y no digo nada si hay grietas en lontananza!

El Chosi, a estas alturas, se ha quedado dormido, ¡angelico!
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