El mago efectúa el pase especial sobre la baraja, imbuyéndola de su poder maravilloso. Cuando levanta y muestra la primera carta, los chavales estallan en risas y alabanzas:
-¡Lo ha hecho, la ha encontrado, tío! -grita uno de ellos, casi zarandeando a uno de sus amigos- ¿Has visto? ¡Qué cabrón!
El mago permanece a la espera, disfrutando de la primera oleada de reacciones. Aún no ha terminado. La gente que pasa por la calle los mira, curiosa, y los más jóvenes se detienen a ver qué pasa. Cuando tiene de nuevo la atención del grupo, el hombre continúa con su rutina. Un corte, un pase aún más complejo que el primero, un chasquido. Mientras pasea sus ojos por los de los chavales, gira lentamente a baraja. Todas las cartas se han transformado en copias de la que el voluntario había elegido. Hay más risas y gritos de admiración y sorpresa, y empieza a escucharse una petición a nivel general:
-¿Cómo lo haces? ¡Cuéntanos el truco!
-¡Dínoslo, por favor!
-¡Que lo explíque!
El mago los mira, sin entender. Trata de explicarse, pero es muy difícil:
-Yo... por telepatía, he sabido cuál era tu carta... luego... he pedido a la baraja que coloque esa carta encima, y al final... al final, creo que es la propia baraja la que pide a todas las cartas que se disfracen...
-Pfff... No nos lo va a contar, los magos nunca dicen cómo hacen sus trucos -comenta uno de los muchachos- Venga, vámonos.
-¡Pero es verdad! -replica el mago- ¿Cómo si no iba a poder hacer algo así?
-Si no nos lo quieres contar, vale. Pero tampoco te rías de nosotros, tío. -contesta otro de los chavales- No mola nada.
El mago está confuso. ¿Qué esperan de él? Ya les ha contado cómo hace su rutina de la Carta Ambiciosa, pero siguen insatisfechos. Los chavales, con gesto de decepción, se van alejando de él en dirección a la tienda de videojuegos. Sólo uno de ellos, de unos 5 ó 6 años, se gira para despedirse. Su cara luce una radiante sonrisa: está deseando llegar a casa y hacerse con una baraja de cartas.
El mago se queda allí parado, a medio camino entre perplejo y entristecido. No entiende qué ha pasado. No entiende qué está pasando. Sólo sabe que cada vez le pasa más a menudo.
Ay amigo, o bien los personajes niños y adolescentes de tu relato están tan contaminados que ya solo creen en la verdad absoluta, o bien, su defícit de imaginación y fantasía está por las nubes. Y ambos supuestos son muy amargos...
ResponderEliminarSí que son amargos, sí. Menos mal que no es más que un relato, nada que ver con nuestros chavales, que no se dejan neurosedar por nadie...
ResponderEliminarNo, va, en serio, ¿cómo lo hace?
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