COLUMNA A
COLUMNA B
Un temporal
Un
zoo
Un unicornio Una
habitación
Una guerra de conquista Una alcantarilla
Un aterrizaje Un tiesto
Ahora, debemos imaginar la acción o el personaje de
la columna A en alguno de los escenarios de la columna B. Esta elección puede
ser al azar o escogiendo el escenario que más nos guste. Podemos imaginar un
unicornio en un zoo o en una alcantarilla y comenzar a escribir la historia a
partir de esa idea o el aterrizaje de un avión en un tiesto, o un temporal en
una habitación, como ocurre en el siguiente microrrelato de José María Merino.
Tan solo hay que imaginarse qué ocurriría si los fenómenos climáticos se dieran
en nuestra propia habitación, o incluso en toda nuestra casa. Una imaginación
muy gráfica que vaya visualizando cada estancia, cada lugar de nuestro hogar y
la reacción de nubes, rayos o toda una lista de fenómenos meteorológicos en una
estancia cerrada. Y para ello, utilizar un lenguaje de “hombre del tiempo”.
PARTE
METEOROLÓGICO
Hay muchas nubes en
el recibidor, que ocultan la lámpara del techo y se infiltran progresivamente
en la cocina y en el pasillo. Continuarán descendiendo las temperaturas, y es
previsible que granice en el cuarto de baño y que llueva en la sala. Las precipitaciones
serán de nieve en lo alto del aparador y en el borde superior de los cuadros.
En las habitaciones del fondo, el tiempo continuará siendo seco y soleado.
Además del “truco” de
las dos columnas, podemos recurrir a la clásica pregunta del “¿Y si…?” Y empezar a escribir el relato a partir de la
misma técnica, pero concretando, acotando el terreno, preguntándonos cómo sería
la realidad si en lugar de ser la realidad tal y como es,la trasladásemos a
otro sitio. “¿Y si hablásemos con subtítulos, como en las películas?”. “¿Y si
los animales mitológicos vivieran entre nosotros como mascotas domésticas?” “¿Y
si un personaje de ficción se sentase a tu lado en el autobús?” “¿Y si la vida
fuera un musical?” Un ejemplo de mi libro “Zoom”, que precisamente lleva por
título la herramienta utilizada en este post.
FUERA
DE CONTEXTO
Al entrar en la panadería, el tendero
me recibió entonando un “buenos días” con voz de tenor. Le pedí unos colines y
se acercó hasta ellos moviendo el esqueleto al ritmo de la melodía que salía de
sus labios. Cuando salí de allí, mis vecinos y sus dos niños, me saludaron con
varios pasos de claqué y un estribillo que hacía referencia a la derrama que
aún no había pagado. Abrumado, entré al bar y pedí una caña. El camarero, Pepe,
amigo de toda la vida, me miró fijamente y empezó a mover sus hombros hacia arriba
con lentos movimientos. Luego hizo un paso de break dance y acabó haciendo el
“gusano” sobre la barra, acompañando sus espasmos con pedorretas de hip hop. Al
acabar el número, un nutrido número de clientes pidió su consumición al unísono
mientras levantaban sus piernas hasta la cabeza de manera alternativa, como si
fuera un cancán francés. Repetían cantando: “Una de rabas y un vermú, una de
bravas y un raguttttt…” Los clientes me agarraron para que siguiera el ritmo, y
pese a que intenté hacer el espagat, mis piernas apenas consiguieron abrirse y
un chasquido sonó a la altura de mi pelvis. Mi vida se ha convertido en un
asqueroso musical. Mis comidas familiares parecen “Sonrisas y lágrimas”. Mis
padres me echan broncas en falsete, y en las discotecas todos ligan imitando a
los imbéciles de “Siete novias para siete hermanos”. Este mundo en el que todos
se hablan cantando y bailando no me parece real y no acabo de aceptar que mi
novia haya cortado conmigo entonando una melodía triste mirando al suelo, como si
fuera una versión gilipollesca de Olivia Newton John en Grease. Todos me miran
implorándome a coro, pero yo he decidido tirarme del tejado, como si fuera un
violista desesperado, yadi dadi dadi didu didu didu didu dum.
Vamos a poner otro ejemplo más práctico: las adicciones. Hay adicciones al alcohol, al
juego, al sexo, a las drogas, etc. Se trata de coger los síntomas clásicos de
la adicción y trasladarlo a alguna faceta de la vida en la que no suelan darse
adicciones, como coleccionar trenes, comprar farolas, o simplemente, ser adicto
a la lectura. ¿Cómo se escribiría un relato sobre un adicto a la lectura, pero
desde el punto de vista trágico de un adicto a las drogas, y no desde la típica
situación de la broma o el chiste grueso? Sustituyendo, cambiando de contexto,
tomándonos en serio esa adicción aparentemente inofensiva, e incluso “beneficiosa”
que puede ser la adicción a la lectura. Tal y como lo hace Ernesto Ortega en el
siguiente microrrelato.
DESINTOXICACIÓN
El
médico me prohibió leer. Cogió un bolígrafo y anotó algo sobre el cuaderno. Le
hubiese quitado el boli allí mismo. Apreté los puños por debajo de la mesa y
mentí: quiero dejarlo. De momento, no iban a internarme, pero debía olvidarme
de los libros. Si no lograba vencer la enfermedad tendrían que meterme en esa
clínica tan prestigiosa para escritores. Me hicieron pasar a una sala mientras
el médico hablaba con mis padres. Al llegar a casa, tiraron los libros que
tenía escondidos debajo de la cama y dieron mi nombre en las pocas librerías y
bibliotecas que quedaban abiertas para que me prohibiesen la entrada. Nunca me
dejaban solo. Les engañaba. Me encerraba en el baño y leía la composición de
los champúes o les acompañaba al supermercado y me paraba en la sección de
congelados a repasar los ingredientes. Pero me sabía a poco. Empecé a robar. En
el metro miraba de reojo al viajero de al lado y me hacía con nombres y
adjetivos del periódico que estaba leyendo. Pillé un verbo transitivo de una
carta del banco que sustraje del buzón del vecino. Conseguí dos preposiciones
en un carnet de identidad y algunos adverbios, aunque terminados en mente, en
un folleto que me dieron en la calle. Cuando asalté una biblioteca, me
internaron. El día que entré en la clínica, vi salir a Juan Manuel de Prada.
Había adelgazado y no llevaba esas gafas de pasta que le caracterizan. Tenía mejor
aspecto. En mi grupo de terapia, reconocí a Lorenzo Silva, aunque la mayoría
éramos gente anónima. Pronto descubrí el mercado negro. Al apagar las luces de
las habitaciones, nos reuníamos en los baños y traficábamos con palabras.
Cambiábamos adverbios por preposiciones y dábamos nuestra alma por encontrar a
quien tuviese el adjetivo perfecto. Por la noche componíamos historias, las
memorizábamos y al día siguiente, a la hora del paseo, lejos de los ojos de los
enfermeros que se distraían con la televisión, nos las contábamos. Cuando salí,
todos pensaban que me había curado.
Otro ejemplo magistral es el relato de Ginés S.
Cutillas, que debió preguntarse en su momento cómo sería la vida de su
personaje si un bien día se encontrara un koala viviendo en su armario, un hábitat
muy poco habitual para este tipo de marsupial procedente de Australia.
EL
KOALA DE MI ARMARIO
Un koala vive en mi armario. Sé que
suena extraño pero una noche, a las cinco de la mañana, un ruido me despertó.
Cuando abrí los ojos no di crédito a lo que veía: un koala se dirigía haciendo
eses hacia mi armario. Lo abrió, se acurrucó entre la ropa plegada y cerró la
puerta.
En un principio pensé que soñaba pero, tras levantarme a comprobarlo, me di cuenta de que tenía al animal viviendo en el armario desde vete a saber cuándo. Como dormía plácidamente, me dio pena despertarlo. Así que cerré la puerta y me acosté pensando en qué le diría al día siguiente. Pero cuando amaneció no se me ocurrió qué decirle (¿qué se le dice a un koala que vive en tu armario?) y así fueron pasando los días. Poco a poco le fui haciendo espacio para que estuviera más cómodo. Nunca le dije nada. Incluso alguna noche, cuando tardaba en llegar, me preocupaba y no apagaba la luz hasta que lo veía aparecer mientras me hacía el dormido. Si llegaba muy borracho hasta le ayudaba a subir con la seguridad de que al día siguiente no se acordaría.
Él sabe que yo sé que existe, pero hemos llegado a un trato no oral (ni escrito) de ignorarnos.
Escribo esto en un papel mientras como en la mesa. Él está sentando enfrente de mí, masticando hojas, justo delante de la tele. Yo hago como que no le veo.
En un principio pensé que soñaba pero, tras levantarme a comprobarlo, me di cuenta de que tenía al animal viviendo en el armario desde vete a saber cuándo. Como dormía plácidamente, me dio pena despertarlo. Así que cerré la puerta y me acosté pensando en qué le diría al día siguiente. Pero cuando amaneció no se me ocurrió qué decirle (¿qué se le dice a un koala que vive en tu armario?) y así fueron pasando los días. Poco a poco le fui haciendo espacio para que estuviera más cómodo. Nunca le dije nada. Incluso alguna noche, cuando tardaba en llegar, me preocupaba y no apagaba la luz hasta que lo veía aparecer mientras me hacía el dormido. Si llegaba muy borracho hasta le ayudaba a subir con la seguridad de que al día siguiente no se acordaría.
Él sabe que yo sé que existe, pero hemos llegado a un trato no oral (ni escrito) de ignorarnos.
Escribo esto en un papel mientras como en la mesa. Él está sentando enfrente de mí, masticando hojas, justo delante de la tele. Yo hago como que no le veo.
Situar animales exóticos, extinguidos,
o mitológicos en situaciones y contextos totalmente cotidianos es una práctica
muy extendida y que funciona muy bien por ese concepto que en narrativa se
denomina “extrañamiento”, y que consiste precisamente en pegar un “punch” en la
mandíbula del lector situando un elemento sumamente extraño en un contexto lo
más cotidiano posible, muy propio del relato fantástico. En este registro
suelen funcionar muy bien lugares muy comunes como casas con decoración
clásica, situaciones familiares muy tradicionales, o tiendas de ultramarinos y
panaderías, por poner algunos ejemplos. En este tipo de cambio de contexto
también funciona el “truco” de las dos columnas, es decir, colocar en la
columna A cosas o seres muy poco comunes y en la columna B sitios o situaciones
cotidianas. Siempre sale algo con esta técnica. Pondremos un ejemplo de Ana
María Shua en la que sale un dinosaurio y un dormitorio, pero también podría haber usado un tigre de bengala y un baño o un personaje de Cervantes y una joyería de barrio.
IMAGÍNESE
En la
oscuridad, un montón de ropa sobre una silla puede parecer, por ejemplo, un
pequeño dinosaurio en celo. Imagínese, entonces, por deducción y analogía, lo
que puede parecer en la oscuridad el pequeño dinosaurio en celo que duerme en
mi habitación.
Hasta la
próxima a todos y gracias por la visita.