¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.
Mostrando las entradas con la etiqueta crianza. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta crianza. Mostrar todas las entradas

martes, 26 de marzo de 2019

Cielo e infierno de las siestas

Las siestas de los chicos, ¡qué tema! Yo siento que con solo dos hijos, me tocó atravesar experiencias opuestas.

Algunas veces imagino que tengo la posibilidad de viajar en el tiempo, encontrarme con aquella que fui hace apenas cinco o seis años, la que era solamente mamá de Dani, y que nos tomamos un café juntas. La de cosas que le podría decir. La de cosas que me hubiera gustado escuchar o saber por aquel entonces... Me costó mucho, muchísimo, ser madre primeriza. Si ahora todavía hay días en los que estoy bajoneada y me digo que no vale la pena escribir un blog de maternidad, que como madre me siento una farsa (después se me pasa), en aquella época directamente sufrí una -leve- depresión postparto y me sentía inútil por completo.

Mi hija mayor fue, desde chiquita, una beba de mal dormir. Le costaba muchísimo quedarse dormida, la despertaba cualquier sonido, jamás respetó las tablitas indicadoras de cantidad de horas de sueño (¿un recién nacido de verdad duerme 18 horas diarias? Dani creo que no llegaba a las 13 ni siquiera sumando los  quichicientos pedacitos de 15 o 30 minutos a lo largo de la jornada...). Y para mí, que siempre fui dormilona, la privación de sueño se convirtió en una verdadera tortura, psicológica y también física. Bajé mucho de peso, me asaltaban toda clase de pensamientos negativos, literalmente me preguntaba qué me había llevado a convertirme en madre si era algo tan terrible para mi organismo... En retrospectiva no sé si mi cuadro llegó a ser depresión, o si se trató pura y sencillamente de agotamiento.
Uno de mis momentos diarios más sufridos era la hora de la siesta de la gordita. Yo sabía que ella tenía que dormir porque la notaba totalmente irritable, se refregaba los ojos, pero no había manera de calmarla. Se desvelaba ella misma con su llanto, no se dormía ni a la teta, ni con canciones, ni meciéndola. Finalmente caía rendida después de, a veces, dos horas seguidas intentando ponerla a dormir. A la media hora exacta, abría los ojos y seguía llorando... Yo no tenía manera de sentarme a trabajar o preparar una comida, o descansar unos minutos, durante sus siestas. Y al día de hoy, no sé si éramos nosotros los que alterábamos su sueño paradójicamente, o si ella naturalmente era de dormir menos y nosotros no podíamos aceptarlo. Si llegábamos a estar fuera de casa a la hora de la siesta, no solo no dormía, sino que se ponía más fastidiosa. Y en aquella época no teníamos auto para que aunque sea cabeceara en el viaje. Así se fue pasando su primer año. 
Dani a los dos años y medio:
"¿'Ma qué siesta ni qué ocho cuartos? ¡A mí déjenme jugar!"
A medida que creció, conseguimos que con una estricta rutina durmiera una hora, una hora y media durante algunas tardes (nunca todas). Y ya desde los tres años y medio dejó la siesta por completo, lo que por otra parte implicó que comenzara a dormir mejor de noche. Hoy en día es una nena de seis años sana y muy despierta, que solo duerme siesta si se enferma y que hace noches bastante cortas, pero en general ininterrumpidas. Dani es así: hoy prefiero verla como es y no esforzarme por cambiarla. Es maravilloso ver cómo ella sola arma juegos, se entretiene con lecturas o dibujos, y nos deja descansar también a sus papás los fines de semana.

Y bueno, si la MamiReloaded que soy hoy pudiera encontrarse con esa pobre madre privada de sueño, me encantaría contarle que cuando sea mamá por segunda vez, las siestas de su hijo menor van a ser una auténtica bendición. Quiqui es un gran dormilón (si bien a la mañana madruga mucho). No solamente se queda dormido con facilidad, sino que él mismo se da cuenta de cuando tiene sueño, acepta las siestas de buen grado y tira dos horas seguidas ¡o más si lo dejamos! De bebito se quedaba dormido en mi pecho todas las tardes, y ya más grande me deja libres estas horas que dedico sobre todo a escribir, escribir, escribir... Sus siestas son la mejor niñera que tengo.
Una de mis postales de maternidad preferidas.
Pero no solo eso. No disfruto solamente descansar de su energía y su movimiento por un par de horas. También me parece enormemente placentero el momento de acostarlo a dormir. Tenemos nuestra rutina, que es casi sagrada. Salvo que justo yo esté fuera de casa por algún motivo, siempre lo duermo yo. Y lo hago así: después del almuerzo saludamos a los juguetes, bajo la persiana de su cuarto, nos metemos en su camita a leer un cuento (últimamente siempre me pide el mismo). Después, nos damos un beso y un abrazo, le digo "ahora, a dormir", se acuesta al lado mío y en pocos minutos lo escucho respirar de manera acompasada. Hay veces que yo también dormito unos minutos abrazada a mi chiquito antes de levantarme y seguir con mi rutina de redactora freelance.
Si no estamos en casa, duerme un ratito casi en cualquier lado. Si un día muy especial llegamos a hacer planes y se saltea olímpicamente la siesta, por un día no le pasa nada. Y la mayor parte de las tardes que sí pasamos en casa y sí duerme como un angelito, cuando finalmente se despierta, en general lo hace de buen ánimo ¡porque él es así!
Quiqui tiene dos años y medio. Ya sé que no le queda tanto tiempo de siestas, seguramente (aunque espero que las sostenga hasta los 4 o 5 años, por lo menos, no como su hermanita mayor). Esta época la voy a atesorar toda la vida como nuestro tiempo dorado de siestas compartidas, de cuentos, de mimos. Amo la hora de su siesta. Quién lo hubiera dicho.

¿Duermen la siesta sus hijos? ¿Hasta qué edad lo hicieron si ya la dejaron?

jueves, 27 de septiembre de 2018

Colecho sí, colecho no...

Suelo decirle a Dani que ella me enseñó a ser mamá. Y le doy las gracias. Son muchísimas las experiencias que capitalizo de mi primera maternidad y que me enriquecen, me hacen mejor persona y me ayudan a crecer. Pero no solamente aprendo de las cosas que hago bien, sino también de los errores -por eso sostengo que ser mamá de dos me ha hecho mejor mamá, que desde que tengo a Quiqui siento que Dani también se ha beneficiado.
Tengo mil versiones de esta foto con el gordo.
Mi segunda maternidad viene siendo más relajada, más tranquila (no siempre, pero bueno, si miramos el panorama, me entienden...). Dos cosas que me cambiaron para bien siendo mamá del gordo fueron el porteo y el colecho. De lo primero tal vez hablaré en otra ocasión, fue hermoso aunque breve. El colecho es algo que todavía practicamos, aunque ahora de forma ocasional.

En mi infancia, no recuerdo haber dormido una sola noche en la cama de mis padres. Ni siquiera cuando se separaron y mamá se quedó sola con nostras chiquitas. Ella siempre sostuvo que el dormitorio de los grandes era para los grandes, y el de los chicos, para los chicos. Tal vez haya sido un poco rígida mi mamá en ese aspecto, pero no era en absoluto la única que pensaba así: hasta hace pocos años, el colecho estaba mal visto en general.  Era algo que sucedía, pero que se guardaba en secreto. Todavía recuerdo cuando para una materia de la facultad me tocó analizar esta nota periodística que hoy, varios años después de Carlos González, Rosa Jové y otros defensores que instauraron la crianza con apego, parece de la prehistoria.
Una de las pocas que tengo colechando con Dani.
Posiblemente por mi propia experiencia infantil, cuando Dani nació creí tener bien en claro que ella debía dormir en su propio moisés, y lo antes posible, en su propio cuarto. La única concesión que hice fue con las siestas: obvio, como cualquier bebé, ¡ella quería dormir con su mamá! Por las tardes, si no era a upa, no dormía. Por las noches, fue una lucha conseguir que conciliara el sueño sola -si bien tengo el consuelo de pensar que nunca usamos el terrible método Estivill ni la dejamos llorando. Cuando, con dos añitos y medio, se pasaba a nuestra cama, con paciencia la llevábamos de nuevo a su cuarto. Las pocas noches que pasé con ella fueron cuando estaba con ataques de tos, y nadie me quita de la cabeza que hay algo psicológico en este mecanismo. Todavía hoy, con cinco años y medio, cuando tiene uno de esos ataques el mejor remedio es irme a dormir con ella (aunque ya casi no quepo en su cama y Dani misma me reconoce que está incómoda).
Con Quiqui, todo fue diferente. Para empezar, ya en la maternidad donde nació me alentaron a que le permitiera dormir boca abajo sobre mi pecho (el único lugar donde es seguro que un bebé recién nacido duerma en esa posición). "¿Por qué insistís en dejarlo en la cuna? Lo natural es que quiera dormirse pegado a vos", me dijo una enfermera, que no se habrá imaginado que me estaba cambiando la cabeza y dando un giro de 180º a mis noches de puerperio. Y así fue como con Papi Reloaded nos resignamos a compartir no solo el cuarto, sino muchas noches, también la cama. Y obvio, se hizo costumbre.
Siesta de hermanos, ¿adivinen en qué cama?
No sé si "abrazamos el colecho con entusiasmo" sería la expresión más acertada. Yo hablaría más bien de una dulce resignación a tener al "intruso" por lo menos media noche hecho una pelotita entre los dos. Llegó un punto en que volverlo a pasar a su cuna era arriesgarse a que el llanto despertara a la hermanita mayor, que también tenía que madrugar a la mañana siguiente. Decidimos que iba a ser más fácil para todos dejarse llevar.

Hace unos pocos meses, le compramos al gordo su cama. La cuna ya le estaba quedando chica. Y ahora, que está por cumplir dos años, muchas noches ya las duerme de corrido. Nos despertamos por la mañana con el despertador, no con sus patadas ni sus manitos en la cara. Y ¿qué quieren que les diga? Está bueno, pero un poco también lo extraño. Me alegro mucho de haber podido vivir esta experiencia de colecho sin culpa, de disfrutar también de la protección brindada a mi cachorro, de dormirme con su cabecita sobre mi brazo, de escucharlo respirar sereno.

A aquellos que estén pensando en dormir con sus bebés, les recomiendo, primero, que les presten atención a las recomendaciones para el colecho seguro, y segundo, que lean este hermoso artículo en Babycenter. ¡Y felices sueños a todos!

jueves, 2 de agosto de 2018

Top 5 de frases para el olvido que me tocó escuchar siendo madre

Opinar es gratis. Es más, hay gente que piensa que si se queda callada, le van a cobrar por NO opinar... ¿no es así? ¿Y por qué les cuesta tanto ahorrarse ciertos comentarios hirientes, ofensivos o directamente, ridículos, frente a una embarazada o una mamá? Lo cierto es que a todas las madres que conozco (1) les ha pasado de escuchar toneladas de recomendaciones, sugerencias, consejos, críticas, reproches, etc. referidos a su manera de criar. ¿Las peores? Aquellas que vienen de gente sin hijos y las provenientes de desconocidos.
Hoy una amiga publicó un interesante artículo en relación a las críticas que recibe la lactancia materna. Me inspiró para recopilar mi propio top 5 de frases que me tocó recibir durante mi maternidad:

5) "¿Estás tejiendo? No tenés que hacerlo embarazada. Se le va a enredar el cordón al bebé", dicho por una desconocida en el colectivo. Parece ser que es un mito muy extendido en algunos países. De más está decir que tejer en el embarazo es fabuloso. Pero no me faltó la sugerencia de una persona muy cercana de "consultarlo antes con el médico". ¡Ja!
4) "Este cuello [uterino] está horrible". Palabras textuales de mi ginecóloga en la semana 39 de embarazo. Se refería, claro, a que todavía estaba cerrado, sin dilatación, y parecía que faltaba una eternidad para el parto -FYI dilaté naturalmente 10 centímetros 4 días después. De cualquier manera, ¿tenés que usar precisamente ese adjetivo? 
3) "¿Cómo que es nena? ¡Pero si no tiene aritos!" Y sus múltiples variantes. Debí haberle respondido: "uy, menos mal que usted me avisa, señora, y yo asignándole un género porque nació con vagina, ahora me doy cuenta de que hasta que elle misme no lo decida, es une bebé". Mirá cómo me vengo a dar cuenta de que, en lugar de una desconocida metida, era una feminista de la cuarta ola avant la lettre
2) "No te quejes. Es tu decisión estar cansada. Siempre tenés la opción de ponerte tapones en los oídos, cerrar la puerta y dejarla llorar." Mi propio padre, por teléfono a 10.000 kilómetros de distancia, cuando tuve el descaro de decirle que no daba más después de tantas noches sin dormir... con mi bebita de un mes. No se le puede pedir que esté al tanto de las tendencias de criar con apego o que cite a Rosa Jové, decididamente. Pero ¿tampoco empatía con una puérpera con baby blues y privación del sueño?
1) "Ay, pero mirá qué machona", otra desconocida cuestionando a mi hija con tono despectivo, esta vez con la nena ya de cuatro años, que salía del colegio despeinada y con las rodillas sucias después de educación física. Solo atiné a abrazar a Dani, decirle "vamos, no escuches, mi amor". Me arrepiento de no haber agarrado a esa infeliz de los pelos. 

Adivina, adivinador... ¿qué tienen en común las 5 frases? ¡Adivinaron! Todas ellas se refieren a mi primera maternidad. Desde que soy mamá por segunda vez, no digo que no haya habido frases negativas, malintencionadas, agresivas o ridículas, pero sí estoy convencida de que las filtro mejor porque, ¿saben qué? no registré ni una.

¿Cuáles fueron las peores frases que te tocó escuchar referidas a tu manera de ser madre?


(1) Padres varones, no es por hacerlos a un lado, pero no sé de ninguno que haya sido afectado por comentaritis compulsiva en su entorno. De ser así, ¿me lo cuentan?

sábado, 28 de octubre de 2017

Querer darles lo mejor

Me lo dijo alguien que fue padre poco antes de que yo fuera madre: "vas a ver que cuando nazca tu hijo, vas a querer darle todo lo mejor". Lo dicen las publicidades de mayonesa, de leche de fórmula, de productos de limpieza. Es una de esas frases hechas que aparecen en los foros y en los libros sobre maternidad y que repetimos sin cuestionarnos demasiado si son ciertas o no.
No se asusten, no me voy a poner en rebelde y sostener que NO, que a los hijos NO hay que darles lo mejor, de lo mediocre es más que suficiente para que se vayan acostumbrando a este mundo de mierda difícil... Yo también creo que, como mamás, como papás, tenemos que intentar darles lo mejor de nosotros.

Lo que pasa es que:
1) No todos tenemos la misma idea de qué significa lo mejor. 
2) Lo que sabemos o pensamos que sería lo mejor a veces no es lo posible. 
3) Nuestros hijos pueden no estar de acuerdo con nuestro criterio.
y 4) Lo que a veces es, de verdad, lo mejor para nuestros hijos, no es lo mejor para nosotros. Y acá la maternidad y la paternidad pueden ponerse complicadas.

1) Empecé citando a ese papá conocido mío porque, justamente, muchas veces las ideas que él y yo podemos tener de crianza difieren de manera drástica. No me pasa solo con esta persona: ocurre con tantos otros padres y madres con los que uno se cruza en la vida, así como con otros podemos coincidir en mucho -y esto no implica que necesariamente tengamos razón. Las ideas que tenemos sobre qué necesitan nuestros hijos, cómo criarlos para el mundo, cómo hacerlos felices y cómo formarlos para que sean buenas personas no siempre coinciden, más allá de que todos estemos de acuerdo en el amor que sentimos hacia ellos. 
¡Obvio! Existen diferentes estilos de crianza y una puede identificarse más o menos con uno u otro. Hay distintas formas de manejar ciertas situaciones, desde la alimentación hasta los límites, pasando por los juguetes que elegimos (o no) comprar, la manera en la que festejamos los cumpleaños y la escuela en la que los inscribimos. Y yo que creía tener las cosas muy claras antes de ser mamá. Algunos criterios pude respetarlos con mis hijos; en otras cosas, la vida me dio vuelta como una media y terminé haciendo lo contrario de lo que hubiera pensado. Hoy de lo único que estoy segura es de que no existen recetas perfectas y universales que funcionen con todos los chicos ni para todas las familias.
Porque además, lo que te sirve para un hijo, puede que no te funcione con el siguiente. Ya expuse hace unas semanas que es imposible tratar a dos hijos por igual simplemente porque uno la segunda vuelta no es la misma persona que solía ser.
Esto en principio no tendría que ser un problema si hay respeto y aceptación de que se pueden tener diferentes criterios. ¿Qué pasa si mi mejor amiga solo alimenta a sus hijos con comida orgánica, y yo cada tanto a los míos les preparo panchos? No debería pasar nada. El problema surge cuando juzgamos a otros (a otras mamás, sobre todo) muy duramente. O nos juzgan. Otro problema mayor es cuando la persona con la que diferimos respecto a cómo criar mejor a nuestros hijos es... el otro progenitor.

2) Puede que todos estemos de acuerdo en que la lactancia materna es el alimento más saludable y completo para un bebé. Una mujer que ha tenido problemas para dar el pecho puede estar de acuerdo con esta afirmación, y para lo único que le sirve es para sentirse culpable por no "dar lo mejor". A mí me pasa con el tema del jardín maternal: entiendo que mi bebé de un año se enferma con mucha frecuencia, en gran medida, porque está muy expuesto a los virus de sus compañeritos -a quienes él mismo contagia, a su vez. Tal vez lo mejor no sea que los bebés vayan desde tan chiquitos a una guardería, sino que se queden en casa. Esa alternativa no la tuve ni la tengo. Entonces, acá se trata de aceptar que "lo mejor" se convierta en "lo mejor posible".

3) Acá se juega el tema de los límites. Por citar un ejemplo, puede que mi hija crea que lo mejor que le puede pasar esa tarde es pasarse 3 horas mirando Peppa Pig. Yo sé que lo mejor es limitarle la televisión y sacarla a dar una vuelta al aire libre. Y sé que también es bueno para ella crecer con límites claros. Pero antes de llegar a la plaza, puede que me ligue un llanto y un "mala mami" (después la pasa bárbaro en las hamacas, claro).
El problema es cuando los padres estamos tan cerrados en lo que creemos que nuestros hijos necesitan que no nos paramos a escucharlos y a estar atentos a las necesidades que ellos mismos nos están expresando. Puede que a veces creamos que trabajar muchas horas para tener más dinero y comprar esos pasajes para ir a Disney, para pagar la mejor prepaga o para comprarles zapatillas con luces sea darles lo mejor a nuestros hijos. Pero, ¿qué pasa con las horas, días, meses, que dejamos de sentarnos a jugar con ellos por estar demasiado obsesionados con el trabajo? ¿Qué pasa cuando vienen a mostrarnos un dibujo que hicieron, o a contarnos algo que les pasó en el colegio, y nosotros no les prestamos atención por estar con la cabeza en otra parte?

4) Durante siglos la maternidad se apoyó en el paradigma de la madre abnegada que se saca la comida de la boca con tal de alimentar a sus retoños. La maternidad y el sacrificio fueron usados como sinónimos. Hoy en día por suerte, feminismo mediante, nos animamos a cuestionar esta representación. Y sí, a veces las necesidades de nuestros hijos chocan con las nuestras. Se me ocurre un ejemplo chiquitito: mi hijo de un año se queda dormido -después de un largo rato de llanto- con la cabeza apoyada en mi brazo. Pesa mucho, la mano se me está durmiendo. ¿Saco el brazo, arriesgándome a que se despierte, justo ahora que está tan cómodo?
Volviendo al caso de la lactancia, hay mujeres que tienen leche, sí, pero que no se sienten cómodas amamantando. Que les duele, que les molesta. ¿De verdad es lo mejor para el bebé tener una mamá que le da el pecho angustiada, molesta, solo por culpa? ¿No es preferible alcanzar un equilibrio y tener una alimentación con fórmula pero en manos de personas que se sienten felices y a gusto con este método?
Otro ejemplo. Puede que lo mejor para mis hijos sea tenerme a la hora de dormir todas y cada una de las noches leyéndoles un cuento. La rutina es muy importante para los chicos, y así descansan mucho mejor. Pero alguna vez puede que yo decida salir a comer afuera con mi marido y los deje con otra persona (no pasa seguido, pero espero que cuando crezcan sea más frecuente).
Son estas situaciones que nos hacen cuestionar qué es realmente lo mejor. Por supuesto, no puedo sentirme bien si sé que mis hijos están mal: si mi bebé está con fiebre, no se me ocurre privilegiar mi necesidad de dormir en lugar de desvelarme poniéndole paños fríos en la frente. Si mi hija está llorando porque se peleó con un amiguito no me molesta interrumpir la lectura de una novela justo en la mejor parte. Pero cada vez estoy más convencida de que no puedo ser buena mamá si no estoy bien, primero, conmigo misma. Y esto necesariamente implica que a veces haya que hacer algunas concesiones.

Todos queremos lo mejor para nuestros hijos. Pero, ¿qué es lo mejor? Lo mejor, ¿es lo mejor posible? ¿Qué necesitan de verdad nuestros hijos y qué creen que necesitan? ¿Qué necesidades nuestras estamos dispuestos a dejar de lado, y cuáles en cambio son irrenunciables? ¿Verdad que no es fácil?

jueves, 20 de julio de 2017

Con una ayudita de mis amigos

"¿Nunca un post sobre tus amigxs?"la pregunta vino de parte de Lucas, padrino de Quiqui, a quien más que un amigo considero un hermano que me dio la vida. "Porque el mío es un blog de maternidad", le contesto. "Ah, o sea que para vos la maternidad es algo totalmente escindido de la amistad!", me tira. Me quedo pensando. 
La verdad es que sí, le digo. 
Me digo. 
Tiene razón, aunque es una verdad que me resulta por lo demás incómoda.

Lo cierto es que para mí, los amigos siempre fueron muy importantes. Tanto como la familia. Y, desde que soy mamá, paso muchísimo tiempo menos con ellos. A algunos los dejé de ver del todo. A otros los veo, pero con menos frecuencia. Y con la inmensa mayoría, siento que no me sale compartir gran parte de mi vida, que pasa por ser mamá y por criar a Dani y a Quiqui. Así como con mis hijos tampoco comparto (todavía) cosas como mi gusto por determinadas series, mi pasión por la lectura o mis juegos de rol, muchas veces siento que mi mundo de mamá es algo que puedo compartir poco y nada con mis amistades.

En realidad, habría que aclarar. Una cosa es mi relación con mis amigas mamás, otra cosa con mis mamás amigas (no, no son lo mismo) y otra muy distinta, la amistad con mis amigos sin hijos (que, por esas cosas de la vida, son amplia mayoría).
Mis amigas mamás son dos, son las únicas de mi círculo de amistades que también tienen hijos de edades similares a los míos. Las adoro, podemos hablar de todos nuestros avatares como madres. Muchas veces reunirnos nos sirve como catarsis, para sentir que estamos menos solas, que a todas nos pasa lo mismo. Una de ellas vive muy lejos y no nos vemos tan seguido. Ella es quien cree que "los amigos sin hijos se pudren de nosotras, nos volvemos monotemáticas y aburridas". A esta altura creo que tiene razón. La otra vive cerca y es una de las personas con quien más me siento acompañada en el oficio de ser mamá.
Mis mamás amigas son esas mujeres que conocí ya siendo madre, son compañeras de trabajo o mamás de compañeritos de Dani con quienes me llevo muy bien y puedo socializar -hijos de por medio. Puede que en un futuro las considere amigas a secas, así nomás. El tiempo lo dirá. 
Y además, están todos mis otros amigos, los que no tienen hijos, a los que sigo adorando como siempre. Adoro compartir ratos con ellos cuando mi marido puede quedarse un poco con los chicos, me encanta que vengan a casa aunque Dani acapare la atención y pretenda someterlos a todos a largas sesiones de juegos de la oca o lotería de animales. A ellos es a quienes más extraño, en cantidad de tiempo que compartíamos y en el que compartimos en la actualidad.

Ojo, de ninguna manera responsabilizo de esto a mis amigos. Todos ellos son muy cariñosos con mis hijos, siempre están dispuestos a adaptarse a mis horarios, que son muy diferentes a los de ellos (y a los que yo solía tener), se interesan por mis cosas y las de los chicos. No por no tener hijos son "antiniños" (que en otros círculos de amigos sé que los hay), y si alguno lo fuera, lo disimula muy bien. Simplemente, no puedo evitar, al estar con ellos, retrotraerme a mi "antigua yo", dejar un poco de lado a la mamá.
Lo que, en realidad, ¡es bastante saludable! Desde que me convertí en mamá, y más aún desde que soy mamá por partida doble, siento que la maternidad arrasó en mi vida como si se tratara de un huracán, que se lleva puesto todo y que deja las cosas patas para arriba. No veo que a ninguno de mis amigos le moleste eso de mí, pero sí reconozco que no sé muy bien cómo explicarles que no me siento la misma persona, que me siento cambiada, transformada... ¿Ejemplo? A mi hijita la pongo en el celular para que les grabe un audio hermoso a sus compañeritos de jardín expresando cariño y dulzura. A mis amigos les sigo mandando otro tipo de mensajes.
Como este.























El tema es que, finalmente, conversar con mis amigos, juntarme a jugar rol o a ir al cine, hasta tomar unos mates en casa mientras mis hijos revolotean alrededor y yo pretendo hacer de cuenta que no me roban la atención... en este momento me parecen "escapadas" de mi ser como madre. Siento como si, por un ratito, pudiera ser simplemente Mariana, como antes. Visitar mi antigua vida, cosa que a veces me produce muchísima nostalgia. Y por eso, supongo, me da un poco de culpa: culpa por extrañar cómo era mi vida sin mis hijos, culpa por quitarles algo de mi tiempo y de mi energía.
Hablando de energía, ¡tengo poca! Y sé que la amistad no puede cargarse sobre un solo costado: no puedo someter a mis amigos a largas sesiones de quejas (eh, para eso están los blogs, guiño guiño). Y reconozco que tengo menos disposición para escuchar y para acompañar. Solo lo que mis hijos me dejan de sobra, que no es demasiado.
También me veo menos por la razón de que muchas de las amistades son compartidas con mi marido. Nos encantaba salir de a 4 o de a 6 con otras parejas. Y ahora, por una vez que conseguimos dejar a los chicos con alguien (habrán sido unas... ¿dos veces en el último año?) privilegiamos salir solos.
La lotería de animales NO ES NEGOCIABLE.
Sé que también nos vemos menos con nuestros amigos a los 35 que a los 20 por las responsabilidades propias de la vida de cada uno -los hijos, principalmente, en mi caso, pero también mi escritura, sus carreras académicas, nuestros respectivos trabajos, nuestras parejas, nuestras familias de origen a quienes a veces ahora toca cuidar... Sé que son muy pocos aquellos de mis amigos que siguen saliendo hasta las 3 o 4 de la mañana los fines de semana, que la edad nos afecta a todos. Y no es que me gustaría volver a esa vida permanentemente... aunque sí de vez en cuando. Y no puedo: ahora soy con mis hijos. No hay vuelta atrás.
Entonces, ahí está: la escisión entre "Mariana mamá" y "Mariana, a secas" la que ellos conocen. Al menos, para mí, la maternidad y la amistad no resultan tan sencillas de compatibilizar cuando siento que necesariamente una le roba momentos y espacios a la otra.

¿Será permanente esta sensación de estar partida al medio? ¿O será algo propio de las que tenemos hijos chiquitos, a los que cuesta dejar al cuidado de otras personas, y todo volverá a acomodarse dentro de unos años?
Quiero pensar que, cuando el "huracán maternidad" se convierta en una lluvia apacible de primavera, mis amigos seguirán allí, en algún lado, esperándome para volver a pasar juntos largas tardes sin que yo esté pendiente del reloj, para ir al cine sin ponerse de acuerdo 17 fines de semana antes, para compartir unos mates y charlar sobre la actualidad del país, nuestro propósito en la vida y, obviamente, sobre los últimos capítulos de Game of Thrones...

lunes, 27 de marzo de 2017

Mi biblioteca de maternidad

Amo leer. Fui lectora desde mucho antes de ser madre. Y lo seguiré siendo toda mi vida.

Desde el día en que supe que estaba embarazada de Dani  decidimos buscar el primer embarazo, me puse a leer todo lo que cayó entre mis manos acerca del tema. Acerca del embarazo, la maternidad, la crianza de niños, la lactancia o temas más particulares, como las técnicas para masajear un bebé, el yoga en el embarazo o recetas de cocina para bebés y niños. Algunos libros me los compré, otros me los regalaron. Muchos quedaron olvidados en los avatares de la maternidad real. La mayoría los regalé o los vendí antes de mi segundo embarazo, porque no me pareció que ameritaran una segunda lectura. Sin embargo, algunos pocos los conservo todavía en mi biblioteca, ya sea porque me siguen resultando útiles (son los menos), porque le pueden servir a alguna persona querida en un futuro cercano, o bien porque les tengo cariño por lo que significaron en su momento. Aquí comparto algunos de los libros que me ayudaron, de una u otra forma, en los años que llevo siendo mamá.

Larousse del Embarazo: Me compré este bodoque de quichicientos veintinosecuántos kilos la misma semana en la que hicimos nuestra consulta prenatal (pasarían varios meses hasta que el test de embarazo diera positivo). Es un compendio muy extenso y completo sobre la concepción, el embarazo, todo lo que te espera en cuanto síntomas y demás, y el primer año del bebé (estadía en la maternidad en adelante). También hay capítulos sobre la visión del padre. Más allá de que descreo del futuro de las enciclopedias en papel, esta la voy a guardar toda la vida ya que las páginas de atrás venían en blanco para que una registrara su diario de embarazo, y así lo hice con Dani, semana a semana. Un recuerdo que atesoraré toda la vida.
Yoga, embarazo y plenitud, de David Lifar: Me lo regaló una compañera de trabajo cuando le conté que estaba haciendo yoga para embarazadas. Es un librito ameno y sencillo, ideal para acompañarte en la práctica (pero que obviamente no suple las clases de yoga).

Voices from the woumb,de Einat L.K:  No encontré traducción. Es un librito que me bajé gratis para leer en el Kindle cuando estaba embarazada de Quiqui, en parte porque sentía algo de culpa por ese segundo embarazo que me estaba pasando casi desapercibido. Es un librito de esos del embarazo semana a semana, con la particularidad de que está narrado por el propio bebé. Me ayudaba a reconectarme un poco con esa vida que crecía en mi interior y a la que le dediqué mucho menos lecturas que a la de su hermana mayor.

La maternidad y el encuentro con la propia sombra, de Laura Gutman: Me pasa algo raro con este libro. Me peleo constantemente con la autora, algunas de sus ideas me parecen neomachistas, como que el bebé debe vivir "atado" al cuerpo de su madre durante por lo menos 9 meses más (¿y el trabajo? ¿Y el sexo? ¿Y las salidas al cine? ¿Todo puede esperar? ¿Por cuánto tiempo? ¿Y la depresión postparto?). Solo se puede seguir su doctrina si sos una mujer de clase alta que se puede permitir estar sin trabajar. Y sin embargo... algunas de las cosas que dice en este libro me quedaron resonando. Como esas sesiones de terapia que te pegan unos días después. Por algo no lo tiré, qué sé yo.

Guía (inútil) para madres primerizas, 1 y 2, de Ingrid Beck y Paula Rodríguez: Dos manuales antiayuda que se toman la maternidad con soda (o con jugo de limón, por lo ácidas). Y es que son libros que no pretenden resolver ninguno de tus dilemas, más que uno: saber qué contestarle a cualquiera que venga con consejitos, planteos, críticas o interrogatorios a tu manera de ser madre. Para vivir la experiencia con un poco de humor y sentirse menos sola en la angustia del puerperio o en los avatares de la crianza.


El sueño del bebé sin lágrimas, de Elizabeth Pantley: Este SÍ que me ayudó, me dio respuestas y hasta me sugirió cosas que pude poner en práctica. Esta autora brinda consejos, tácticas, estrategias y soluciones para ayudar a tus bebés a dormir más y mejor (y, por ende, descansar también nosotras). Yo, que no quise saber nada con Estivill y su método de dejar llorar a los chicos, pero que tampoco me resigné con Rosa Jove a que se me instalen en la cama y que duerman colgados de mi teta hasta los dos o tres años, encontré en este libro un equilibrio espectacular, porque no propone una solución mágica sino que da un repertorio variado donde cada una elige lo que mejor se adapte a la familia que le tocó. De la misma autora leí también uno específico sobre siestas y otro sobre el sueño del bebé recién nacido, que NO, no lo ayuda a dormir de corrido porque eso no es posible, pero sí te ayuda a entenderlo mejor y a que ese tiempo se haga más llevadero.

¿Conocían alguno de los libros de mi lista? ¿Leyeron / están leyendo algún libro sobre maternidad? ¿Cuál me recomendarían?

martes, 31 de enero de 2017

El delicado equilibrio entre estimular y sobreestimular

Soy docente, y desde que comencé a trabajar en colegios primarios siempre observé con preocupación la tendencia de tantos padres a sobrecargar a sus hijos con agendas que hasta para un adulto serían abrumadoras: colegio doble turno, con horas extra para practicar un instrumento, fútbol martes y jueves, clases de apoyo de inglés o de matemática, y los sábados, club todo el día... ¿Y cuándo juegan? ¿Cuándo tienen tiempo para no hacer nada?

No quisiera repetir lo mismo con mis hijos. Y, sin embargo, a veces temo caer en la sobreestimulación. En exigirles demasiadas cosas, demasiado pronto, demasiado bien.

Lo observo en Dani. Ahora que está de vacaciones, y que este año no pudimos pagarle una colonia, se lo pasa en casa con nosotros y se aburre. Entonces, quiere hacer las cosas que nos ve hacer a nosotros: me pongo a leer en mi Kindle y ella me lo pide, le descargo un libro con dibujos para chicos, y ahí va ella a toquetear las opciones del menú y termina comprando en Amazon una novela de 13 dólares que ni me interesa... También quiere usar mi celular, y si bien lo maneja bastante bien (la pantalla táctil que a mí tanto me costó dominar a ella le parece un juguete), a veces se manda macanas como borrar mi galería de fotos. Y tengo en claro que nada de lo que haga con estos dispositivos es culpa suya, sino mía por no supervisarla mejor.
Pero, ¿debería tener que supervisarla? ¿No sería preferible que, con 4 años, todavía no tenga acceso a tanta pantallita?

Por otro lado, ella se muere por aprender cosas nuevas. Es fanática de los números, y ya practica sumas y restas con sus deditos. Me pregunta: "Cuando mi hermanito cumpla 7 años, ¿yo cuántos voy a tener?" y cosas así. Y en estas semanas de vacaciones, comenzó a sentarse frente al teclado y su papá a enseñarle, de a poquito, algunos rudimentos de música. Él es músico y me parece normal y hasta sano que Dani se interese por lo que hace papá. Por suerte, mi marido tiene en claro que no debe exigirle más de lo que ella quiera hacer, y que si se aburre, basta, seguimos otro día.

Clase de música con papá.
Otra cosa que me pide aprender es... ¡el ajedrez! Hacía años que no me sentaba a jugarlo, y con el pedido de mi hijita se me vinieron a la cabeza muchos recuerdos, memorias de mi abuelo ajedrecista, de mi abuela enseñándome a mover las piezas, de las primeras partidas que jugamos con mi ahora marido cuando empezamos a salir (¡y cómo me ganaba siempre!), en fin, el ajedrez me parece algo hermoso para compartir también con Dani pero ¡qué difícil es! Y ¿cómo comenzar siquiera a enseñarle? ¿No es algo para más adelante? Pruebo mostrarle cómo se mueven las piezas, le cuento que el rey es la más importante, que la tiene que proteger porque mi reina lo está amenazando.... y ella toma la pieza del tablero y la esconde, precavida y tan inocente, entre sus manitos...
(En realidad, hace años que tiene contacto con
el teclado, ahora que lo pienso).

En fin, estas ideas me vienen rondando, no encuentro una respuesta clara porque tampoco me interesa privar a Dani de todo aquello que despierta su preciosa curiosidad, Me encanta que tenga tantas, pero tantas inquietudes, y disfruto escuchando sus preguntas y sus planteos, pero no quisiera hacer de ella una adulta en miniatura y restarle tiempo de infancia por sobreestimularla. Desde que era bebé que yo estaba tan apurada por verla crecer, y ahora quisiera dejarla disfrutar de la edad que tiene y que no se saltee ninguna etapa.

Así como Quiqui por estos días disfruta tendiéndome las manitos para que lo eleve hasta la posición de sentado -y se divierte mirando las cosas desde esa perspectiva- pero tengo que bajarlo pronto porque a los pocos segundos se le cae la cabecita (todavía no tiene fuerza para sostenerla), así debo esforzarme por encontrar ese delicado equilibrio entre la estimulación y la sobreexigencia. Siempre fui tan exigente conmigo misma, ¿cómo hacer para no serlo también con mis hijos?

domingo, 1 de enero de 2017

2017: mi listita de resoluciones

Dicen por ahí que las resoluciones de Año Nuevo no suelen sobrevivir más allá de febrero. Para tratar de que se cumplan, una de las estrategias es hacerlas públicas y revisarlas periódicamente. Además, hay que evitar las vaguedades (del estilo "quiero ser feliz", que yo a continuación reservo para mis síntesis) y ponerse bien concreta y descriptiva en los pasos que vas a dar encaminándote a hacerlas realidad. Bueno, he aquí mi listita:

FAMILIA: Dedicar al menos 30 minutos por día a jugar con mis hijos. Leerles cuentos a diario (sí, también a Quiqui, 3 meses no son demasiado pronto para ir creándole el hábito de la lectura). Contar hasta 5 antes de perder la paciencia con Dani. Hacer un paseo especial los cuatro (con papá) una vez al mes. Paseos especiales posibles: salir de la ciudad (al Tigre, a Luján, etc.), ir al cine (esto es menos probable con el gordo, pero podemos probar), ir al Jardín Japonés, hacer un picnic, etc. En síntesis: ¡dedicarles tiempo de calidad!
PAREJA: Salir solos con mi marido una vez al mes (para eso, necesitamos contar con una niñera aparte de la ayuda familiar disponible). Al menos una vez por semana, cuando los chicos se duerman, no mirar series sino conversar con la tele apagada. Festejar nuestro aniversario como corresponde (no alcanza con pedir sushi ese día). En síntesis: fortalecernos como pareja más allá de ser mamá y papá. 
TRABAJO: Sostener un ingreso mensual con mi trabajo freelance que sea al menos un 25% de lo que gano con mi trabajo estable. Renovar en el colegio mi plan lector al menos con un título nuevo por grado (se aceptan sugerencias de los chicos). En síntesis: no mucho nuevo, este año me interesa sostener, no crecer. Mi prioridad por esta vez no está en la carrera.
AMIGOS: Encontrarme con alguno de mis amigos personalmente al menos una vez por semana (cuesta encontrar los momentos, pero tengo varios amigos, así que con verme con cada uno una vez al mes podría cumplirlo). Reincorporarme a mi mesa de rol. Hacerme amiga al menos de una mamá más. Participar activamente en grupos de crianza en tribu y de apoyo a la lactancia. Una vez al mes, organizar citas de juego con amiguitos de Dani para tener un rato socializando con las mamás del jardín. En síntesis: no soy yo sin mis amigos, no soy yo sin ser mamá, y aunque es difícil combinar ambas facetas, ese es mi objetivo.
SALUD Y BELLEZA: Acá sí quiero ponerme las pilas. Retomar yoga, al menos una vez por semana. Retomar y sostener natación, al menos dos veces por semana. Arreglarme linda cada vez que salga. Cortarme el pelo corto y sexy. Respetar mis controles de dentista (no me gusta pero es necesario). Decirle que NO a las tortas de cumpleaños en el trabajo al menos la mitad de las veces (en el colegio hay cumpleaños día por medio más o menos, y siempre convidan a todas las maestras...). En síntesis: el puerperio terminó, no tengo por qué ser la mamá zaparrastrosa 24x7.
VOCACIÓN: Siempre digo lo mismo, pero... quién sabe, capaz este año logre cumplirlas. Retomar la escritura de ficción. Sostener todo el año este blog. Hacer al menos un taller literario (preferentemente con Liliana Bodoc). En síntesis: ¿Cómo puedo aspirar a ser escritora si no escribo?

¡Que tengan todos un hermoso 2017! ¿Cuáles son sus resoluciones? ¿Cuáles de las mías les parecen más factibles y cuáles más descabelladas?

sábado, 19 de noviembre de 2016

Papi Reloaded

Hoy está cumpliendo 35 años la persona más importante para mí (sí, bueno, junto a Dani y Quiqui, pero sin él no existirían mis hijos para el caso). Mi compañero de aventuras, de viajes, de lecturas y de maratones seriéfilas. Alguien a quien cada día elijo desde hace doce años y medio y sin el cual me resulta imposible imaginar cómo sería mi vida. Con él compartimos un sentido del humor muy parecido, nos entendemos con miradas cómplices y también discutimos sanamente de vez en cuando. Y nuestra relación no ha hecho más que crecer desde que, hace casi cuatro años, emprendimos juntos el camino (a veces accidentado) por la paternidad y la maternidad.

Como papá, lo veo disfrutar enormemente de la compañía de nuestros hijos. Se le iluminan los ojos cuando ve las primeras sonrisas de Quiqui, y se le escapan carcajadas ante los retruques de Dani (incluso cuando estamos de acuerdo en que no le podemos dejar pasar una porque esta pibita todo nos lo negocia). Le divierte jugar "bruto" arrojándola por el aire y tirándose juntos al piso. Toca la guitarra para ellos y canta aunque no le guste cantar. Inventa cuentos del autito Camilo a la hora de dormir. Los baña, los cambia y hasta está aprendiendo a peinar a Dani aunque él mismo no necesita ningún peine desde hace años.

También es nuestro guardián, siempre atento a que estemos seguros, a que lleguemos bien a casa y pendiente de nosotros cuando él no está. Porque Papi Reloaded hace de todo: trabaja, estudia, toca música, entrena... y además es un gran amo de casa atento a buscar buenos precios y a encargarse de que la cena esté lista a la hora de comer (aunque a veces se le haga tarde). Y de él tengo tanto que aprender... marca claramente los límites y a la vez, me ayuda a mí cuando no sé manejar alguna situación o cuando me siento desbordada. Juega en el cuarto de Dani los fines de semana para que yo pueda dormir otro ratito y siempre me deja una taza de café lista a la mañana antes de irse a trabajar. Y aunque a veces necesita pasar ratos encerrado en su mundo y en silencio, siento que lo conozco mejor que a nadie y que cada día que pasa me siento más afortunada por tenerlo de compañero en esta increíble aventura que emprendemos a diario.

Y la increíble buena suerte que tienen Dani y Quiqui por tener a este papá.

¡Te amo! ¡Feliz cumpleaños, mi amor!

jueves, 10 de noviembre de 2016

Los que considero mis puntos fuertes

Hace algunos días, compartí los que creo que son mis lados flacos como madre, aquellos aspectos de mi maternidad que, si fueran materias, me estaría llevando a examen casi seguro. Pero no me considero una mala mamá (al menos, no la mayor parte del tiempo). Y, con el correr de los años, descubrí ciertas características mías que me llenan de orgullo y que hacen más fácil mi vida como madre. Hoy decido compartirlas también.

- Soy sumamente organizada. Tengo una agenda en el cerebro y soy experta en recordar fechas importantes y compromisos, tanto míos como de mi marido y de mis hijos. Siempre contesto las notas en el cuaderno de comunicaciones, no se me pasa jamás un turno con el pediatra, ni dejo de avisarles con tiempo a los abuelos de la fiesta de fin de año en el jardín de mi hija. Esta característica me ayuda a lidiar con las mil y una tareas pendientes que cualquier mamá siempre tiene sobre sus espaldas. Encima, es un logro compartido porque con mi marido hacemos un equipo excelente para repartirnos las cargas domésticas (compras, cocina, orden, lavado de ropa, etc.), lo que nos permite relajarnos después de un largo día, seguros de haber cumplido con todo lo importante.
- ¡Amo cocinar rico y variado! Soy de esas madres que se esfuerzan porque sus hijos coman de todo, principalmente alimentos sanos pero también deliciosos. Cuando Dani cumplió seis meses y empezamos a introducir los sólidos en su dieta, me entusiasmaba descubriendo nuevas maneras de preparar verduras, carne, pollo, legumbres... sacaba la cuenta de cuántas cosas ya podía comer y lo bien que las aceptaba. Con casi cuatro años, hoy en día ella está más quisquillosa y selectiva con la comida (cosa que sé que es natural y esperable en los chicos de su edad). Aún así, todos me felicitan por lo bien que come y lo completo de su dieta. Creo que es en buena medida un mérito mío por el entusiasmo que le pongo al tema. Y juro que no es obsesión por la comida sana: ¿cómo le voy a prohibir una hamburguesa o un chocolatín de vez en cuando? Es simplemente que para mí la buena comida es uno de los placeres más grandes de la vida, y me encanta transmitírselo.
- Me gusta mucho el diálogo que tengo con mi hija. Adoro responder todas sus preguntas y me encanta hablarle como una persona, no como un bebé. Más allá de que entiendo que tiene solamente cuatro años (es más, todavía no los cumplió) me interesa tratarla con respeto y explicarle las cosas de manera que pueda entenderlas. Disfruto mucho de ayudarla a poner en palabras sus sentimientos, lo que le pasa. Espero poder compartir lo mismo con el más chiquito cuando aprenda a hablar (ya conté que me cuesta dialogar con él ahora que no me responde).
- Creo que un último mérito a destacar (compartido con muchísimas mamás que conozco y que me inspiran) es el constante esfuerzo que hacemos por mejorar, por aprender de nuestros propios errores y ser, cada día, más parecidas a la mamá con la que soñamos ser. No todos los días nos sale. Ni durante todo el rato. Pero el logro está en sostenerlo en el tiempo. Y en prestarles atención a nuestros hijos para aprender de ellos.

sábado, 5 de noviembre de 2016

¡No sé qué hacer con mi bebé!

Me pasó cuando Dani era chiquita y me pasa ahora: hay momentos en los que no sé muy bien cómo relacionarme con mi bebé recién nacido. Disfruto muchísimo de darle la teta, de bañarlo y de tenerlo dormido en mis brazos. Exprimo al máximo cada segundo libre que me deja cuando está dormido en su cuna. Me encanta pasear con él en el cochecito y ver su carita mezcla de asombro y desconcierto. Y si bien no es lo que más me gusta, sé que hacer en el momento en que tiene los pañales sucios.

No. El problema (?) son justamente esos momentos en los que no le pasa nada de todo eso. Está despierto, tranquilo, no tiene hambre o acaba de terminar de comer, y empieza a mirarme con esa carita de "bueno, mami, ¡entreteneme!". Me agarra el ataque de ¿y ahora qué hago? Es recién nacido: todavía no sonríe, no puede agarrar juguetes, no sostiene la cabeza, no se sienta... ¿cómo jugar con él? ¿Cómo estimularlo sin sobreestimularlo? Lo alzo, lo cambio de posición, lo paseo en brazos... ¿y después?
"Bueno, ¿y ahora qué, vieja?"
Los manuales dicen que hay que hablarle, contarle lo que hacemos... pero me cuesta hacerlo con alguien que no me responde, que se supone que me entiende pero todavía no me entiende. Le canto, de a ratitos, pero no me fluye tan natural por ahora. Lo acaricio, le doy palmaditas, pero mucho más no me sale. No me fluye.

Con mi hija mayor descubrí los mayores placeres de ser mamá a partir de que empezó a hablar: hubo definitivamente un antes y un después en mi relación con ella, no porque la quiera más sino porque me resulta más fácil relacionarme con ella. Soy por naturaleza una persona muy verbal, y los primeros dos años la maternidad se me hizo muy difícil, creo ahora, por no poder compartir el lenguaje con mi bebé. Y por algo habrá sido que mi hija salió charleta como yo (mi marido dice que incluso me supera). 
Mi secretaria.

Bueno, nuevamente, para esta primera etapa con Quiqui me viene fantástico ser mamá recargada: la tengo a mi pequeña ayudante al lado para entretener a su hermanito, para jugar con él, para "hacerle payasadas" y llenar esos ratitos breves de vigilia del bebé donde se muere de ganas de comerse al mundo con los ojos. Esos momentos que se irán extendiendo a medida que necesite dormir menos, y que se irán haciendo de a poco más fáciles también para mí que, me doy cuenta, me resulta más fácil ser mamá de nenes pequeños que de bebés.

martes, 1 de noviembre de 2016

Mi lado débil como mamá

Por supuesto que no hay madres perfectas, todas lo sabemos y lo repetimos "no puedo ser perfecta, no hay madres perfectas". Pero claro, las mamás ansiosas buscamos la perfección, aún cuando sabemos que no existe. Me reconozco como una eterna perfeccionista. Y, en lo que a maternidad se refiere, en estos casi cuatro años he conseguido sentirme orgullosa de algunos de mis logros como madre. 
Pero de eso hablaré en otra oportunidad.

Hoy me interesa más bien reflexionar sobre aquellos costados flacos, puntos débiles que también me encuentro. Ya a esta altura ni siquiera lidio por cambiarlos, sino simplemente por aceptarlos. Forman parte de mí como madre, hacen que sea una mamá normal e imperfecta como todas y el asumirlos me sirve para aceptarme como soy, relajarme un poco y disfrutar más de aquellas cosas en las que sí soy buena. ¿Y en las que no? Paciencia. Los hijos se crían igual. 

Ahora sí:

- Soy una madre terrible con las enfermedades. Obvio que cumplo con las tomas de remedios, las nebulizaciones, los turnos del pediatra. Pero no soy buena madre al lidiar con problemas de salud. Me cuesta ponerle onda, paciencia y amor. Nada de madre abnegada que se desvive al lado de su hijito en cama. Mi estado de ánimo oscila entre el negativismo catastrófico-hipocondríaco (del estilo "uh, fiebre, ¿será una eruptiva? ¿Será contagioso? ¿Será MORTAL?"), los ataques de llanto y de nervios a escondidas (de la niña, no del pobre marido que me soporta), y  ya cuando la criatura cursa la convalecencia, la resignación cínica-apática ("ponele la tele una hora más, no me la aguanto..."). No tolero los días (o semanas) con mi hija enferma. Con el más chiquito todavía no me tocó, pero ya van a llegar, y con los dos a la vez... tiemblo de solo pensarlo.
- También soy malísima con el encierro en días de lluvia. Se me ocurre que esto del encierro también me debe funcionar como factor contra las enfermedades. Y es que soy una mamá de plazas, parques, visitas y demás paseos, no me pidan que le ponga mucha onda a las tardes entre cuatro paredes. Un fin de semana largo con lluvia es una pesadilla para mí como madre. Reconozco que, a medida que mi hija mayor crece, juega más sola y podemos participar de juegos de mesa, que me ayude a cocinar, ver películas, etc. se me ha ido haciendo un poco más tolerable el quedarme en casa. Pero de todas maneras, las horas se me hacen chicle entre las cuatro paredes. Cosa que no me pasaba cuando me quedaba sola, sin hijos.
- Algo que me parece hasta menor y anecdótico si se quiere, pero no le doy demasiada importancia a la ropa que llevan puesta mis hijos. Ahora que Dani empezó a elegir, la dejo ponerse casi casi lo que ella quiere (y tiene mejor gusto para vestirse que yo). Pero nunca fui de tenerla emperifollada cual muñequita sino de caer en la comodidad de la tríada calzas-remera-zapatillas. Y la peino por una cuestión de higiene y de prolijidad mínima, pero no soy fanática de hacerle peinados (para eso tiene, por suerte, una tía muy creativa). Con respecto al abrigo, soy un poco más aplicada pero solo porque me obligo a mirar la temperatura en la tele antes de salir de casa y pensar "¿qué diría mi suegra si hoy la saco sin campera?". Además, mi mencionada fobia a las enfermedades de los hijos me funciona como motivación para no descuidarme tanto en este aspecto.

Y ustedes, mamás que me leen, ¿creen tener algún punto débil en su maternidad? ¿Cuál sería? ¿Les parece que es más importante reconocernos y aceptarnos así como somos, o por el contrario, que deberíamos trabajar precisamente sobre este costado por el bien de los hijos?

jueves, 27 de octubre de 2016

Primeras veces con los dos

¡Por fin pude salir un poco! Ayer tuve control con mi obstetra y me dio permiso para ir retomando mi vida normal (¿será posible una vida normal con una nena y un bebé?). Así que hoy me ocupé de llevar a Dani al jardín de infantes, por supuesto con Quiqui bien instalado en su cochecito. Creo que el gordo ni se dio por enterado del paseo.
Claro que para mí fue bastante complicado: el bebé se largó a llorar mientras yo preparaba la leche para su hermana, tuve que prenderlo de la teta y desayunar con una sola mano, además de dejar la casa patas para arriba para que no se me hiciera tarde porque para la entrada del jardín, a diferencia de para la teta, sí hay horarios que cumplir. El cochecito resulta que no entra en el ascensor así que hay que llevarlo plegado. Pero cuando pienso que estuvimos a punto de mudarnos a un segundo piso por escalera, cierro la boca. No me puedo quejar, ¡al menos hay ascensor!
Además, quilombos aparte, me hizo bien salir. Y no solo a mí. Para Dani habrá sido importante ver que de nuevo soy yo quien se encarga de despertarla, vestirla, prepararle el desayuno (y perseguirla para que se lo tome), peinarla... está buenísimo haber contado con su papá durante todos estos días, pero la verdad es que yo también extrañé nuestra rutina juntas.
Hace un par de noches también me tocó por primera vez quedarme sola en casa por varias horas con los dos chicos, y todo salió bastante bien. Cuando su papá está trabajando o estudiando, con Dani siempre decíamos que era una "noche de chicas" y ahora en cambio es de "mamá con los nenes" o de "chicas con bebé" como dijo ella.

Creo que estoy valorando más los momentos que comparto con mi hija mayor. Siento que ser mamá de dos me ha renovado como mamá, me ha dado una energía extra (aún durmiendo pocas horas) que cuando fui mamá por primera vez no tenía. Tal vez gracias a Quiqui pueda ser mejor mamá también para Dani. Y seguro que gracias a lo que vengo viviendo con Dani puedo ser mejor mamá para Quiqui.

Hoy estoy contenta y me siento muy optimista.

miércoles, 19 de octubre de 2016

#NiUnaMenos


Si ya de por sí es un desafío criar a una hija en un mundo que sigue siendo machista, enseñarle a respetarse a sí misma, a quererse como es, a perseguir sus sueños más allá de las imposiciones sociales, a no dejarse llevar por los patrones de belleza impuestos por los medios de comunicación...

... Aún más desafiante me resulta la perspectiva de educar a mi hijo varón para que él también crezca siendo respetuoso, aceptando el "no" de las mujeres, separándose de los estereotipos de masculinidad que tanto daño nos hacen ("los varoncitos no lloran", "no juegues con muñecas", "el rosa es color de nenas"), procurando que él, como hombre, también sea feminista, porque la alternativa es seguir perpetuando este modelo patriarcal que nos mata.

Pero es un desafío que vale la pena.
Espero estar a la altura.