Hola,
Cuando era una niña pasaba las horas encerrada en mi cuarto construyéndome un mundo de ficción que solo yo gobernaba. Al otro lado, mi madre, mi hermano, y todo el que pasara por allí, acostumbraban a pegar la oreja a la puerta para escuchar los interminables diálogos que yo componía en voz alta. Luego, cuando me incorporaba al mundo habitado, me miraban con cara de asombro y me preguntaban que con quién había estado hablando. Entonces yo me ruborizaba y no sabía que contestar.
Yo no hablaba con nadie, simplemente jugaba en voz alta, pero supongo que de eso a hablar sola no había más que un pequeño paso.
Más tarde me recuerdo estudiando y tomándome las lecciones en voz alta, y también caminando por la calle Princesa para coger el "A" hasta la facultad sin dejar de hablar conmigo misma. Cuando me daba cuenta de que las palabras se me estaban escapando de la boca, trataba de moderar el movimiento de mis labios pero, finalmente, me rendía, incapaz de mantener mis pensamientos dentro de mi propia cabeza.
Pensaba que la gente pensaría que estaba loca pero mi psicólogo me tranquilizaba y me decía que aquello era completamente normal (supongo que porque su negocio consistía básicamente en eso, en que yo hablara sin parar).
Hace tiempo que he dejado de luchar contra eso. Soy así. Hablo sola. Cuando termino un libro, o una película, o un artículo del periódico, o una conversación, argumento y reargumento a solas, en voz alta, dándome o quitándome razones. Cuando termino de follar y voy al baño a hacer pis no tardo en escuchar el "¿qué dices?" que provocan mis murmullos. Lo hago inconscientemente y no puedo dejar de hacerlo.
Tampoco puedo evitar el hablar con las cosas. Hablo con un semáforo que tarda en ponerse verde, hablo con las pesadas bolsas del supermercado, hablo con los ascensores que no bajan, con las llaves que se atascan, con las manchas de la ropa, con los aparatos que dejan de funcionar, con los termómetros que marcan cuarenta grados, con las pollas de algunos tíos, con los culos de algunas tías, con mi pelo, con mis gafas, con mi antivirus caducado... supongo que por eso tengo un blog.
Besos.
Beta
lunes, 29 de septiembre de 2008
jueves, 25 de septiembre de 2008
Sushi
Hola,
Primera Fase:
Precaliento el horno a ciento ochenta grados. Peso trescientos gramos de arroz y lo pongo en una cazuela. Hay arroces especiales pero yo uso el SOS de toda la vida. Coloco la cazuela bajo el grifo y abro el agua. La fécula comienza a blanquear el agua mientras remuevo con la mano durante unos minutos. Cambio el agua varias veces. Una vez lavado el arroz lo escurro para, después, agregar 450 centilitros de agua. Enciendo el fuego y cuando el agua está a punto de romper a hervir introduzco la cazuela tapada en el horno. A partir de ahí cuento 18 minutos.
Segunda fase:
Mientras el arroz se hace en el horno vierto en un vaso aproximadamente un dedo de vinagre de arroz. No me se la medida exacta pero sí se que al vinagre he de añadirle la mitad de su peso de azucar y la cuarta parte de su peso de sal. Cuando se han cumplido los dieciocho minutos de horno saco el arroz, lo vierto sobre una tabla y agrego el vinagre. Con una espátula lo mezclo todo y muevo el arroz suavemente para irlo enfriando (creo que los japoneses lo abanican pero yo no llego a esos extremos de precisión).
Tercera fase:
El arroz se ha enfriado y yo tengo un plato con salmón crudo cortado en láminas, otro con salmón crudo cortado en tiras, otro con salmón ahumado en láminas, otro con un aguacate recien pelado y en tiras, otro con un pepino pelado también en tiras. También tengo palitos de cangrejo que he cortado en dos a lo largo, una tarrina de queso Filadelfia, unas huevas diminutas que venden en el Tokio-Ya, y algas secas. Estas últimas las venden en láminas cuadradas que yo he partido en dos rectángulos cada una.
Cuarta fase:
Quiero hacer makis y nigiris. Los primeros son los típicos rollitos. Los segundos, menos laboriosos, unas bolitas de arroz con una lámina de pescado encima.
Para hacer los makis tengo una esterilla de bambú que me he comprado y que, para que sea más fácil de manejar he forrado con papel transparente. Pongo una lámina de alga y la recubro con arroz que aplasto ligeramente. El arroz tiene una textura pegajosa así que es mucho mejor manejarlo con las manos mojadas. También es mejor que esté frío. Sobre el arroz pongo una tira de salmón y, sirviéndome de la esterilla hago un rollo de forma que el alga quede por fuera, luego el arroz, y en el centro el salmón. Con un cuchillo mojado corto el rollo por la mitad, y otra ver por la mitad, y otra vez por la mitad cada una de las piezas de modo que al final tengo ocho makis por rollo. Cubro de arroz otro alga, lo doy la vuelta y sobre el alga coloco una línea de palitos de cangrejo y aguacate. Hago el rollo (esta vez el arroz queda por fuera), lo troceo en ocho y luego lo recubro con las huevas diminutas. El resultado son ocho "California makis". Si no se dispone de huevas también se pueden recubrir de sésamo o de láminas de salmón ahumado. Pruebo otras variantes: pepino con filadelfia, salmón con aguacate...
Los nigiris se llaman así porque tienen forma de puño (creo que nigiri significa puño en japonés). Entre el arroz y el pescado se pone una mancha de wasabi (una raíz cuyo sabor recuerda a una mostaza fortísima y que originalmente se utilizaba para prevenir el riesgo de un posible mal estado del pescado).
No soy ninguna cocinillas pero dentro de doce días, solo doce, estaré volando con destino Tokio y ya no pienso en otra cosa.
Besos.
Beta
Primera Fase:
Precaliento el horno a ciento ochenta grados. Peso trescientos gramos de arroz y lo pongo en una cazuela. Hay arroces especiales pero yo uso el SOS de toda la vida. Coloco la cazuela bajo el grifo y abro el agua. La fécula comienza a blanquear el agua mientras remuevo con la mano durante unos minutos. Cambio el agua varias veces. Una vez lavado el arroz lo escurro para, después, agregar 450 centilitros de agua. Enciendo el fuego y cuando el agua está a punto de romper a hervir introduzco la cazuela tapada en el horno. A partir de ahí cuento 18 minutos.
Segunda fase:
Mientras el arroz se hace en el horno vierto en un vaso aproximadamente un dedo de vinagre de arroz. No me se la medida exacta pero sí se que al vinagre he de añadirle la mitad de su peso de azucar y la cuarta parte de su peso de sal. Cuando se han cumplido los dieciocho minutos de horno saco el arroz, lo vierto sobre una tabla y agrego el vinagre. Con una espátula lo mezclo todo y muevo el arroz suavemente para irlo enfriando (creo que los japoneses lo abanican pero yo no llego a esos extremos de precisión).
Tercera fase:
El arroz se ha enfriado y yo tengo un plato con salmón crudo cortado en láminas, otro con salmón crudo cortado en tiras, otro con salmón ahumado en láminas, otro con un aguacate recien pelado y en tiras, otro con un pepino pelado también en tiras. También tengo palitos de cangrejo que he cortado en dos a lo largo, una tarrina de queso Filadelfia, unas huevas diminutas que venden en el Tokio-Ya, y algas secas. Estas últimas las venden en láminas cuadradas que yo he partido en dos rectángulos cada una.
Cuarta fase:
Quiero hacer makis y nigiris. Los primeros son los típicos rollitos. Los segundos, menos laboriosos, unas bolitas de arroz con una lámina de pescado encima.
Para hacer los makis tengo una esterilla de bambú que me he comprado y que, para que sea más fácil de manejar he forrado con papel transparente. Pongo una lámina de alga y la recubro con arroz que aplasto ligeramente. El arroz tiene una textura pegajosa así que es mucho mejor manejarlo con las manos mojadas. También es mejor que esté frío. Sobre el arroz pongo una tira de salmón y, sirviéndome de la esterilla hago un rollo de forma que el alga quede por fuera, luego el arroz, y en el centro el salmón. Con un cuchillo mojado corto el rollo por la mitad, y otra ver por la mitad, y otra vez por la mitad cada una de las piezas de modo que al final tengo ocho makis por rollo. Cubro de arroz otro alga, lo doy la vuelta y sobre el alga coloco una línea de palitos de cangrejo y aguacate. Hago el rollo (esta vez el arroz queda por fuera), lo troceo en ocho y luego lo recubro con las huevas diminutas. El resultado son ocho "California makis". Si no se dispone de huevas también se pueden recubrir de sésamo o de láminas de salmón ahumado. Pruebo otras variantes: pepino con filadelfia, salmón con aguacate...
Los nigiris se llaman así porque tienen forma de puño (creo que nigiri significa puño en japonés). Entre el arroz y el pescado se pone una mancha de wasabi (una raíz cuyo sabor recuerda a una mostaza fortísima y que originalmente se utilizaba para prevenir el riesgo de un posible mal estado del pescado).
No soy ninguna cocinillas pero dentro de doce días, solo doce, estaré volando con destino Tokio y ya no pienso en otra cosa.
Besos.
Beta
lunes, 22 de septiembre de 2008
Mañana
Hola,
Estamos a punto de empezar con el rodaje del nuevo cortometraje de Alegría Collantes y Estíbaliz Burgaleta. Se titulará "Mañana" y tiene bastante buena pinta.
Para aquellos a quienes todo esto suene a chino ahí va el enlace a su anterior corto, titulado "Bichos raros".
Hacer una película, escribir un libro, exponer un cuadro en una galería de arte, sobre todo cuando de una primera vez se trata, es más un fin que un medio. Nunca sabes si serás capaz de conseguirlo y, en ocasiones, para conseguirlo estás dispuesta a pagar ciertos peajes. Hay casos únicos, excepciones, en los que una primera obra es, además de primera, obra maestra. Supongo que cuando eso sucede es porque el autor está libre de esa presión de tener que demostrarse a si mismo que puede hacerlo. Son, esos casos, una pequeña aristocracia a la que todos desearíamos pertenecer pero a la que muy pocos tienen acceso. El resto, el común de los mortales, cuando intentamos crear algo (por primera vez) es como si participásemos en una carrera con el único fin de llegar a la meta como sea. Nos arrastramos con la lengua colgando, nos herimos las rodillas y las palmas de las manos intentando gatear hasta una bandera de cuadros. Y cuando lo conseguimos nos desplomamos sobre nosotros mismos. Entonces, con los ojos cerrados, exhausta sobre la línea de meta, escuchas a alguien que desde la grada realiza aspavientos y se lamenta de tu forma de correr. Pero a ti ni siquiera te quedan fuerzas para levantarte y contestarle, y, en el fondo, te da igual lo que digan porque algo dentro de ti te recuerda que debes estar contenta porque tú has llegado a la meta y eso es algo que, quien te increpa desde la grada, no conseguirá jamás.
Besos.
Beta
Estamos a punto de empezar con el rodaje del nuevo cortometraje de Alegría Collantes y Estíbaliz Burgaleta. Se titulará "Mañana" y tiene bastante buena pinta.
Para aquellos a quienes todo esto suene a chino ahí va el enlace a su anterior corto, titulado "Bichos raros".
Hacer una película, escribir un libro, exponer un cuadro en una galería de arte, sobre todo cuando de una primera vez se trata, es más un fin que un medio. Nunca sabes si serás capaz de conseguirlo y, en ocasiones, para conseguirlo estás dispuesta a pagar ciertos peajes. Hay casos únicos, excepciones, en los que una primera obra es, además de primera, obra maestra. Supongo que cuando eso sucede es porque el autor está libre de esa presión de tener que demostrarse a si mismo que puede hacerlo. Son, esos casos, una pequeña aristocracia a la que todos desearíamos pertenecer pero a la que muy pocos tienen acceso. El resto, el común de los mortales, cuando intentamos crear algo (por primera vez) es como si participásemos en una carrera con el único fin de llegar a la meta como sea. Nos arrastramos con la lengua colgando, nos herimos las rodillas y las palmas de las manos intentando gatear hasta una bandera de cuadros. Y cuando lo conseguimos nos desplomamos sobre nosotros mismos. Entonces, con los ojos cerrados, exhausta sobre la línea de meta, escuchas a alguien que desde la grada realiza aspavientos y se lamenta de tu forma de correr. Pero a ti ni siquiera te quedan fuerzas para levantarte y contestarle, y, en el fondo, te da igual lo que digan porque algo dentro de ti te recuerda que debes estar contenta porque tú has llegado a la meta y eso es algo que, quien te increpa desde la grada, no conseguirá jamás.
Besos.
Beta
jueves, 18 de septiembre de 2008
Bayly
Hola,
Hace casi ocho años una amiga me pasó un libro de Jaime Bayly. Se titulaba "No se lo digas a nadie". Cuando me lo dio me dijo: "no veas lo cachonda que me pone cómo escribe este tío". Ese fue argumento suficiente para que yo me tragara el libro en un par de sentadas. Nada más terminar me fui a la FNAC a ver qué más cosas tenían suyas y me compré "Fue ayer y no me acuerdo" y "La noche es virgen". También los devoré. Me encantaba su manera de escribir, aunque he de reconocer que todas me parecían la misma novela: la de un chico bien de Lima, que se pasa (o desea pasarse) el día follando con gente de ambos sexos, que se mete coca sin parar y que tiene unos padres opusinos incapaces de entender su alocada sexualidad. Luego me leí, por este orden, "Los últimos días de La Prensa", "La mujer de mi hermano" y "Yo amo a mi mamá". A esas alturas ya era una rendida fan de Bayly.
De su vida sabía poco. Sabía que estaba casado y que tenía dos hijas. Esto era algo que me chocaba porque me costaba imaginarme a un heterosexual recreándose de aquella manera en las descripciones de las experiencias homosexuales de sus personajes. Además Bayly era extremadamente delicado en su forma de hablar (tan delicado tan delicado que hubiera jurado que aquello, más que delicadeza era "pluma"). Un tiempo después leí que había abandonado a su mujer por un argentino y que se había ido a vivir a Buenos Aires. También sabía que, intermitentemente, se asomaba a la televisión para presentar programas de entrevistas que eran grabados bien en Lima o bien en Miami. Estoy hablando de hace seis años. Entonces aún vivíamos sin Youtube por lo que yo conocía aquellos programas únicamente por referencias.
Recuerdo que una noche apareció en "Crónicas marcianas" donde, además de hablar maravillas sobre Madrid (cosa que me sorprendió porque la ciudad salía poco y no muy bien parada en sus novelas), besó apasionadamente a Boris Izaguirre. Estaba en España para presentar "La mujer de mi hermano" y para firmar ejemplares en la Feria del Libro.
Era domingo, hacía calor y en la caseta de la librería Berkana no había cola. Jaime estaba sentado tras un montón de ejemplares de su novela y tenía una mirada amable. Me acerqué y le dije que afortunadamente él no era Antonio Gala y no me había tocado esperar. Se rió. Era atractivo, casi guapo. Elogié sus novelas aunque le dije que todas se parecían un poco, "pero como me gustan -añadí-, puedes seguir escribiendo historias de coca y homosexuales todo el tiempo que quieras". Se volvió a reir aunque, mientras lo hacía, yo ya me estaba arrepintiendo de mi comentario. Me preguntó si le había visto en Crónicas y le contesté que sí. Me preguntó qué me había parecido el beso con Boris y creo que respondí algo así como que creía que Boris tardaría mucho tiempo en olvidar ese momento. Hablamos un par de minutos más hasta que llegó alguien en busca de una firma. Le di las gracias y nos despedimos.
Han pasado seis años, Jaime ha engordado unos kilos y tiene una novela finalista del Planeta en su currículum. Ahora presenta un programa en la televisión peruana llamado "El Francotirador" y otro desde Miami titulado simplemente "Bayly". Yo trato de verlos siempre que me acuerdo (que no es muy a menudo).
Bayly es un personaje difícil de clasificar a quien le gusta jugar a la contra. Pidió, junto con Alvaro Vargas Llosa, la abstención en las elecciones de su país y los peruanos le respondieron con una participación record. Se pasó años despotricando de Alan García y, en los últimos comicios, ha tenido que pedir que le gente votara por él para evitar un triunfo del populismo indigenista de Ollanta Humala. Le gusta sentirse escandaloso, irritar y ridiculizarse a sí mismo si hace falta.
Todo esto viene a cuenta de que, hace unos días, diversos medios españoles se hicieron eco de una entrevista que sostuvo en Miami con Federico Jiménez Losantos a principios de verano.
Me llama la atención que Jaime le ría las gracias a FJL. Me imagino a Boris retorciéndose delante del ordenador al ver a su amigo Bayly en una distendida charla de aperitivo con tan funesto personaje. Me imagino que Boris terminará pensando que, a fin de cuentas, Jaime es así y no se lo tendrá en cuenta.
A mí me pasa un poco lo mismo.
Besos.
Beta
Hace casi ocho años una amiga me pasó un libro de Jaime Bayly. Se titulaba "No se lo digas a nadie". Cuando me lo dio me dijo: "no veas lo cachonda que me pone cómo escribe este tío". Ese fue argumento suficiente para que yo me tragara el libro en un par de sentadas. Nada más terminar me fui a la FNAC a ver qué más cosas tenían suyas y me compré "Fue ayer y no me acuerdo" y "La noche es virgen". También los devoré. Me encantaba su manera de escribir, aunque he de reconocer que todas me parecían la misma novela: la de un chico bien de Lima, que se pasa (o desea pasarse) el día follando con gente de ambos sexos, que se mete coca sin parar y que tiene unos padres opusinos incapaces de entender su alocada sexualidad. Luego me leí, por este orden, "Los últimos días de La Prensa", "La mujer de mi hermano" y "Yo amo a mi mamá". A esas alturas ya era una rendida fan de Bayly.
De su vida sabía poco. Sabía que estaba casado y que tenía dos hijas. Esto era algo que me chocaba porque me costaba imaginarme a un heterosexual recreándose de aquella manera en las descripciones de las experiencias homosexuales de sus personajes. Además Bayly era extremadamente delicado en su forma de hablar (tan delicado tan delicado que hubiera jurado que aquello, más que delicadeza era "pluma"). Un tiempo después leí que había abandonado a su mujer por un argentino y que se había ido a vivir a Buenos Aires. También sabía que, intermitentemente, se asomaba a la televisión para presentar programas de entrevistas que eran grabados bien en Lima o bien en Miami. Estoy hablando de hace seis años. Entonces aún vivíamos sin Youtube por lo que yo conocía aquellos programas únicamente por referencias.
Recuerdo que una noche apareció en "Crónicas marcianas" donde, además de hablar maravillas sobre Madrid (cosa que me sorprendió porque la ciudad salía poco y no muy bien parada en sus novelas), besó apasionadamente a Boris Izaguirre. Estaba en España para presentar "La mujer de mi hermano" y para firmar ejemplares en la Feria del Libro.
Era domingo, hacía calor y en la caseta de la librería Berkana no había cola. Jaime estaba sentado tras un montón de ejemplares de su novela y tenía una mirada amable. Me acerqué y le dije que afortunadamente él no era Antonio Gala y no me había tocado esperar. Se rió. Era atractivo, casi guapo. Elogié sus novelas aunque le dije que todas se parecían un poco, "pero como me gustan -añadí-, puedes seguir escribiendo historias de coca y homosexuales todo el tiempo que quieras". Se volvió a reir aunque, mientras lo hacía, yo ya me estaba arrepintiendo de mi comentario. Me preguntó si le había visto en Crónicas y le contesté que sí. Me preguntó qué me había parecido el beso con Boris y creo que respondí algo así como que creía que Boris tardaría mucho tiempo en olvidar ese momento. Hablamos un par de minutos más hasta que llegó alguien en busca de una firma. Le di las gracias y nos despedimos.
Han pasado seis años, Jaime ha engordado unos kilos y tiene una novela finalista del Planeta en su currículum. Ahora presenta un programa en la televisión peruana llamado "El Francotirador" y otro desde Miami titulado simplemente "Bayly". Yo trato de verlos siempre que me acuerdo (que no es muy a menudo).
Bayly es un personaje difícil de clasificar a quien le gusta jugar a la contra. Pidió, junto con Alvaro Vargas Llosa, la abstención en las elecciones de su país y los peruanos le respondieron con una participación record. Se pasó años despotricando de Alan García y, en los últimos comicios, ha tenido que pedir que le gente votara por él para evitar un triunfo del populismo indigenista de Ollanta Humala. Le gusta sentirse escandaloso, irritar y ridiculizarse a sí mismo si hace falta.
Todo esto viene a cuenta de que, hace unos días, diversos medios españoles se hicieron eco de una entrevista que sostuvo en Miami con Federico Jiménez Losantos a principios de verano.
Me llama la atención que Jaime le ría las gracias a FJL. Me imagino a Boris retorciéndose delante del ordenador al ver a su amigo Bayly en una distendida charla de aperitivo con tan funesto personaje. Me imagino que Boris terminará pensando que, a fin de cuentas, Jaime es así y no se lo tendrá en cuenta.
A mí me pasa un poco lo mismo.
Besos.
Beta
lunes, 15 de septiembre de 2008
Noches negras
Hola,
A pesar de Dostoievski, de Visconti y de Mastroianni bailando, no estoy segura de que las noches me gusten blancas. Creo que las prefiero negras, o rojas, o verdes fosforescentes. El caso es que, bajo el título de "las noches blancas" el ayuntamiento de Madrid trata de que nos sintamos cultos organizando una serie de eventos, presuntamente culturales, una vez al año. Tocó el sábado pasado.
Ya se sabe que en este país (y posiblemente en otros países también) la palabra mágica es "gratis". Cuando algo se ofrece gratis la gente acude en masa, aunque les interese una mierda, simplemente por pensar lo que se ahorran al no tener que pagar la entrada. No me las daré de estirada y reconoceré en público que, yo misma, la primera vez que fui al MOMA fue un viernes por la tarde sabedora de que era el único día en que la entrada era libre, así que reconozco que yo también "soy una de ellos". El caso es que Madrid estaba hasta los topes.
Uno de los actos estrella de la noche era ver a un funambulista caminando por un cable sobre la calle de Alcalá, entre el Instituto Cervantes y el Círculo de Bellas Artes. Supongo que el acto habría sido mucho más cultural si quienes intentaran cruzar la cuerda hubieran sido Juan Manuel de Prada y sus doscientas arrobas de grasa o Fernando Sánchez Dragó y sus pellejos tántricos, pero ya se sabe que ellos están mucho más en la onda de Esperanza Aguirre que de Gallardón, así que contrataron a un americano con no se qué record mundial a sus espaldas para que lo hiciera. El tipo debía aparecer a la una pero a la una y cuarto seguía sin dar señales de vida. La gente decía que era a causa del viento, que con tanto viento no se podía cruzar. No os penséis que estamos hablando del huracán Ike, sino de una leve brisilla de nada. Yo me sentí escandalizada y comencé a gritar que Madrid se merecía un funambulista muerto. La gente me miraba como si fuera un loca pero eso era por su falta de costumbre a acudir a "eventos culturales".
Una amiga me dijo que el funambulista debía estar encerrado en el cuarto de baño y que, en cualquier momento, se asomaría a una ventana y gritaría aquella célebre frase que inmortalizó Lola Flores cuando la multitud impedía la boda de su hija Lolita: "Si me queréis... irse".
Besos.
Beta
A pesar de Dostoievski, de Visconti y de Mastroianni bailando, no estoy segura de que las noches me gusten blancas. Creo que las prefiero negras, o rojas, o verdes fosforescentes. El caso es que, bajo el título de "las noches blancas" el ayuntamiento de Madrid trata de que nos sintamos cultos organizando una serie de eventos, presuntamente culturales, una vez al año. Tocó el sábado pasado.
Ya se sabe que en este país (y posiblemente en otros países también) la palabra mágica es "gratis". Cuando algo se ofrece gratis la gente acude en masa, aunque les interese una mierda, simplemente por pensar lo que se ahorran al no tener que pagar la entrada. No me las daré de estirada y reconoceré en público que, yo misma, la primera vez que fui al MOMA fue un viernes por la tarde sabedora de que era el único día en que la entrada era libre, así que reconozco que yo también "soy una de ellos". El caso es que Madrid estaba hasta los topes.
Uno de los actos estrella de la noche era ver a un funambulista caminando por un cable sobre la calle de Alcalá, entre el Instituto Cervantes y el Círculo de Bellas Artes. Supongo que el acto habría sido mucho más cultural si quienes intentaran cruzar la cuerda hubieran sido Juan Manuel de Prada y sus doscientas arrobas de grasa o Fernando Sánchez Dragó y sus pellejos tántricos, pero ya se sabe que ellos están mucho más en la onda de Esperanza Aguirre que de Gallardón, así que contrataron a un americano con no se qué record mundial a sus espaldas para que lo hiciera. El tipo debía aparecer a la una pero a la una y cuarto seguía sin dar señales de vida. La gente decía que era a causa del viento, que con tanto viento no se podía cruzar. No os penséis que estamos hablando del huracán Ike, sino de una leve brisilla de nada. Yo me sentí escandalizada y comencé a gritar que Madrid se merecía un funambulista muerto. La gente me miraba como si fuera un loca pero eso era por su falta de costumbre a acudir a "eventos culturales".
Una amiga me dijo que el funambulista debía estar encerrado en el cuarto de baño y que, en cualquier momento, se asomaría a una ventana y gritaría aquella célebre frase que inmortalizó Lola Flores cuando la multitud impedía la boda de su hija Lolita: "Si me queréis... irse".
Besos.
Beta
miércoles, 10 de septiembre de 2008
Tercer mundo
Hola,
El ayuntamiento de Madrid tiene la costumbre de recoger en camiones de basura, a primeros de cada mes, las vidas convertidas en añicos de algunos habitantes de la ciudad. Sonia tiene la costumbre de querer sin ser querida y de saltar al vacío detrás de ilusionistas a quienes se les ve el truco tras unas pocas actuaciones.
La semana pasada Sonia, que tiene treinta y siete y una expresión de pena que se ha convertido en crónica, decidió que debía deshacerse de su pasado, sin anestesia, y me llamó para que le ayudara a vaciar su apartamento de muebles y objetos aprovechando que ese día había recogida municipal de enseres viejos.
Le pregunté que porqué iba a tirar el mueble del baño y me dijo que porque, aunque lo había comprado ella, había sido montado por un antiguo novio suyo amante del bricolaje. Le pregunté porqué se deshacía de la freidora y me respondió que pensaba hacerse vegetariana y que nadie usa una freidora a día de hoy (pensé en una tempura de verduras pero no quise decir nada). También bajamos una enorme bolsa de basura llena de ropa de chico cuya procedencia tampoco cuestioné. La lista prosiguió con una mesa de ordenador, un escáner, una cafetera vieja, un radiocassete portátil, un juego de tazas hechas en Rumanía (incompleto), la jaula de un canario llamado Serafín y que nos dejó para siempre hace casi un año, una caja llena de fotografías rotas, un puñado de polvorientos periódicos de fechas emblemáticas... Sonia no paraba de repetir que más que viejos trastos, lo que estábamos tirando a la basura era todo su pasado.
Yo ya había oído hablar de los "niños rata", esos que se pasan la vida husmeando y recolectando cuanto pueden en los vertederos de algunas ciudades de eso que eufemísticamente llamamos "tercer mundo". Había oído hablar pero no sabía que podía toparme con él a las puertas de casa. Lo primero de lo que nos deshicimos fue la mesa de ordenador. Cuando bajamos a la calle lo segundo, la mesa había desaparecido y toda una familia de acento sudamericano aguardaba que dejáramos la bolsa de ropa para lanzarse sobre ella. Cuando bajamos la freidora, la cafetera y el radiocassete el padre de familia ya llevaba puesta la cazadora de un antiguo ligue de Sonia y, de la nada, habían aparecido dos quincalleros arrastrando un carrito en busca de oportunidades.
Cuando por fin terminamos solo quedaron en la acera los periódicos, algunas prendas revueltas y la caja de fotografías. Sonia se apresuró a recoger estas últimas llevada por un nuevo sentimiento de pudor y yo la acompañé hasta un contenedor azul.
Besos.
Beta
El ayuntamiento de Madrid tiene la costumbre de recoger en camiones de basura, a primeros de cada mes, las vidas convertidas en añicos de algunos habitantes de la ciudad. Sonia tiene la costumbre de querer sin ser querida y de saltar al vacío detrás de ilusionistas a quienes se les ve el truco tras unas pocas actuaciones.
La semana pasada Sonia, que tiene treinta y siete y una expresión de pena que se ha convertido en crónica, decidió que debía deshacerse de su pasado, sin anestesia, y me llamó para que le ayudara a vaciar su apartamento de muebles y objetos aprovechando que ese día había recogida municipal de enseres viejos.
Le pregunté que porqué iba a tirar el mueble del baño y me dijo que porque, aunque lo había comprado ella, había sido montado por un antiguo novio suyo amante del bricolaje. Le pregunté porqué se deshacía de la freidora y me respondió que pensaba hacerse vegetariana y que nadie usa una freidora a día de hoy (pensé en una tempura de verduras pero no quise decir nada). También bajamos una enorme bolsa de basura llena de ropa de chico cuya procedencia tampoco cuestioné. La lista prosiguió con una mesa de ordenador, un escáner, una cafetera vieja, un radiocassete portátil, un juego de tazas hechas en Rumanía (incompleto), la jaula de un canario llamado Serafín y que nos dejó para siempre hace casi un año, una caja llena de fotografías rotas, un puñado de polvorientos periódicos de fechas emblemáticas... Sonia no paraba de repetir que más que viejos trastos, lo que estábamos tirando a la basura era todo su pasado.
Yo ya había oído hablar de los "niños rata", esos que se pasan la vida husmeando y recolectando cuanto pueden en los vertederos de algunas ciudades de eso que eufemísticamente llamamos "tercer mundo". Había oído hablar pero no sabía que podía toparme con él a las puertas de casa. Lo primero de lo que nos deshicimos fue la mesa de ordenador. Cuando bajamos a la calle lo segundo, la mesa había desaparecido y toda una familia de acento sudamericano aguardaba que dejáramos la bolsa de ropa para lanzarse sobre ella. Cuando bajamos la freidora, la cafetera y el radiocassete el padre de familia ya llevaba puesta la cazadora de un antiguo ligue de Sonia y, de la nada, habían aparecido dos quincalleros arrastrando un carrito en busca de oportunidades.
Cuando por fin terminamos solo quedaron en la acera los periódicos, algunas prendas revueltas y la caja de fotografías. Sonia se apresuró a recoger estas últimas llevada por un nuevo sentimiento de pudor y yo la acompañé hasta un contenedor azul.
Besos.
Beta
viernes, 5 de septiembre de 2008
Noviembre
Hola,
Además de estar bastante buena Lorena es una tia inteligente y culta con la que comparto unos cuantos intereses. El otro día me dijo que "no todos los días pero, para un de vez en cuando, llevar unas esposas en el bolso puede ser divertido", así que también tiene un lado pelín sádico que, reconozco, me pone bastante. Entre sus sadismos favoritos está el hacerme rabiar diciéndome que Obama palmará en las elecciones de noviembre. No lo dice porque simpatice con McCain y con los republicanos, que le dan por el culo tanto como a mí, sino porque piensa que al final se impondrá esa tendencia que tienen los estadounidenses a votar republicano en tiempos de crisis.
El día que McCain se sacó de la chistera a Sarah Palin, Lorena me dijo que la gobernadora de Alaska se iba a llevar todos los votos de Hillary así que podía echarme a llorar y aceptar mi derrota con dignidad. Cuando poco después apareció su hija preñada por un paleto, cuando supimos que Palin estaba siendo investigada por corrupción y que su marido era aficionado a conducir con una cerveza en el salpicadero del coche las cosas empezaron a cambiar. ¿Qué puede esperarse de alguien que afirma convencida que el hombre y la mujer provienen de figuritas de barro amasadas una tarde de ocio por un Dios con barba y un triangulo en la cabeza? ¿Qué puede esperarse de una fiel seguidora de ese memo con peluquín llamado Charlton Heston y su asociación del rifle? Lo peor.
Lorena piensa que los americanos piensan que si Kennedy llegó a la Casablanca y se volvió republicano quizás habría sido mejor elegir directamente a un republicano, pero en las elecciones del 60 su oponente era un tipo apellidado Nixon y, claro, aún hay diferencias. Lorena dice que Obama tiene cierto aire de telepredicador pero yo creo que el telepredicador negro se comerá con patatas al vejete blanquito cuando llegue la hora de que se enfrenten en el primer debate televisado. Lorena cree que los norteamericanos no achacan la crisis al precio del petróleo, cuya alza Bush y Cheney alientan invadiendo países e incluyendo en el eje del mal a algunos de los países productores más importantes. Lorena cree que los norteamericanos ya se han olvidado de lo mucho que creció su economía durante el mandato de Clinton.
Puede que Lorena tenga razón. A fin de cuentas, como dicen los de Vetusta Morla, "hay tanto idiota ahí fuera".
Besos.
Beta
Además de estar bastante buena Lorena es una tia inteligente y culta con la que comparto unos cuantos intereses. El otro día me dijo que "no todos los días pero, para un de vez en cuando, llevar unas esposas en el bolso puede ser divertido", así que también tiene un lado pelín sádico que, reconozco, me pone bastante. Entre sus sadismos favoritos está el hacerme rabiar diciéndome que Obama palmará en las elecciones de noviembre. No lo dice porque simpatice con McCain y con los republicanos, que le dan por el culo tanto como a mí, sino porque piensa que al final se impondrá esa tendencia que tienen los estadounidenses a votar republicano en tiempos de crisis.
El día que McCain se sacó de la chistera a Sarah Palin, Lorena me dijo que la gobernadora de Alaska se iba a llevar todos los votos de Hillary así que podía echarme a llorar y aceptar mi derrota con dignidad. Cuando poco después apareció su hija preñada por un paleto, cuando supimos que Palin estaba siendo investigada por corrupción y que su marido era aficionado a conducir con una cerveza en el salpicadero del coche las cosas empezaron a cambiar. ¿Qué puede esperarse de alguien que afirma convencida que el hombre y la mujer provienen de figuritas de barro amasadas una tarde de ocio por un Dios con barba y un triangulo en la cabeza? ¿Qué puede esperarse de una fiel seguidora de ese memo con peluquín llamado Charlton Heston y su asociación del rifle? Lo peor.
Lorena piensa que los americanos piensan que si Kennedy llegó a la Casablanca y se volvió republicano quizás habría sido mejor elegir directamente a un republicano, pero en las elecciones del 60 su oponente era un tipo apellidado Nixon y, claro, aún hay diferencias. Lorena dice que Obama tiene cierto aire de telepredicador pero yo creo que el telepredicador negro se comerá con patatas al vejete blanquito cuando llegue la hora de que se enfrenten en el primer debate televisado. Lorena cree que los norteamericanos no achacan la crisis al precio del petróleo, cuya alza Bush y Cheney alientan invadiendo países e incluyendo en el eje del mal a algunos de los países productores más importantes. Lorena cree que los norteamericanos ya se han olvidado de lo mucho que creció su economía durante el mandato de Clinton.
Puede que Lorena tenga razón. A fin de cuentas, como dicen los de Vetusta Morla, "hay tanto idiota ahí fuera".
Besos.
Beta
lunes, 1 de septiembre de 2008
Estreno
Hola,
Una de las ventajas de una oficina vacía en agosto es que una invitación dirigida a tu jefe para el estreno de "Los girasoles ciegos" puede llegar a tus manos.
Cuando, el jueves pasado, a las diez y media de la noche, llego al cine Callao un montón de curiosos y de prensa se arremolinan en la puerta. Unos cuantos seguratas se encargan de abrir un pequeño pasillo entre la multitud para permitir el acceso de los invitados. "Allá voy", pienso. Tardo unos cinco segundos en cruzar la alfombra roja (sí, había alfombra roja). Cinco segundos en los que los ojos de los curiosos se fijan en mi. "¿Quién coño es esa?". "¿Sale en la película?". "No creo, si fuera una de las actrices no vendría en vaqueros".
Terminan mis cincos segundos de gloria, cruzo la puerta del cine y un vigilante nos pide la entrada. Nuestra entrada tiene un punto verde y eso significa que estamos "en la sala dos, a la derecha, bajando las escaleras". Mi jefe es lo suficientemente importante como para que le inviten a un estreno pero no tanto como para que su entrada sea para la sala uno. Da igual. El cine está abarrotado, quedan asientos en las cuatro primeras filas pero a mi me gusta ver las pelis comiéndome la pantalla así que eso tampoco es problema.
Entra Javier Cámara seguido de Maribel Verdú, Jose Luis Cuerda, el niño de "El orfanato", Raúl Arévalo y dos más a quienes no conozco. Maribel dice que hemos tenido mucha suerte, que la sala buena es la "dos" porque en ella la película se ve mucho mejor. Eso mismo nos dijeron en el estreno de "Teresa, el cuerpo de Cristo" (Ray Loriga, te debo un post, un post demoledor, tiembla), así que supongo que es la típica frase de consolación para quienes se sienten unos don nadie por no estar en la sala principal. Luego Cuerda recuerda a Alberto Méndez y a Rafael Azcona y todos aplaudimos (todos menos el niño de "El orfanato" que no aplaude sino que palmetea poniendo cara de imbécil). La peli no está mal aunque a Raúl Arévalo y sobre todo a Martín Rivas (que hace de poeta marxista) habría que pedirles una indemnización por lo mal que lo hacen. Son jóvenes así que aún esán a tiempo de replantearse sus carreras y cambiar de profesión. El final es maravillosamente desgarrador.
Después de la proyección la gente se queda charlando en la puerta del cine y nosotras estiramos el cuello para ver si reconocemos a alguien. Pasa a nuestro lado Ernesto Alterio que parece recién salido de la película. Va vestido de falangista con unos pantalones negros, unos tirantes, una camisa azul marino y unos andares de pavo real que no le pegan nada. Eduardo Noriega es asaltado por un homeless para que le firme un autógrafo. Elvira Lindo se olvida de la barrendera que lleva dentro y departe con Javier Cámara con aires de "duquesa cosmopolitan". José Coronado ha envejecido un huevo desde que no hace el anuncio de los bífidus.
Luego nos vamos al coctail que hay organizado en la Casa de Galicia. Cuando llegamos comprobamos que las bandejas de comida han sido asaltadas por hordas de cinéfilos hambrientos. Hay restos de biscotes y migas de empanada. Alguien dice que en la sala de arriba también hay comida y se forma cola de subida en las escaleras. Sudamos sangre para alcanzar la barra y pedir dos copas del Ribeiro que fabrica el propio director. A un metro de nosotras está Eduardo Chapero-Jackson con Ana Alvarez. Lo bueno de estas fiestas es que hay mucha actriz guapa, lo malo es que, rodeada de todas ellas, compruebas lo terrenal que eres. Se nos acerca un chico vestido con pantalon negro, camisa blanca y corbata negra. Quiere ligar con nosotras. Le miro de abajo a arriba, le pregunto cuando regresa el "Caiga quien caiga" y le pido las gafas de sol. Me dice que soy muy graciosa. Cuerda se aproxima rodeado de una amplia comitiva. Se me queda mirando y le sonrío. Me dice que la empanada no está tan buena como el sushi del Ginza. Me ha reconocido. Le digo que ya quisieran en el Ginza tener un vino como el suyo. Se ríe mientras se lo llevan. Luego aparece Pilar Bardem con un vestido morado. Junto a ella creo reconocer a Bárbara Lennie (el nombre he tenido que mirarlo porque no me lo sabía). Es la que hacía de policía en la serie del cantante de El Canto del Loco. Ella está buenísima y yo no soy más que una gafapasta babeante que se arrepeinte de, por hacerse la progre, haberse vestido con una camiseta y unos vaqueros en vez de con un vestido con escotazo.
Besos.
Beta
Una de las ventajas de una oficina vacía en agosto es que una invitación dirigida a tu jefe para el estreno de "Los girasoles ciegos" puede llegar a tus manos.
Cuando, el jueves pasado, a las diez y media de la noche, llego al cine Callao un montón de curiosos y de prensa se arremolinan en la puerta. Unos cuantos seguratas se encargan de abrir un pequeño pasillo entre la multitud para permitir el acceso de los invitados. "Allá voy", pienso. Tardo unos cinco segundos en cruzar la alfombra roja (sí, había alfombra roja). Cinco segundos en los que los ojos de los curiosos se fijan en mi. "¿Quién coño es esa?". "¿Sale en la película?". "No creo, si fuera una de las actrices no vendría en vaqueros".
Terminan mis cincos segundos de gloria, cruzo la puerta del cine y un vigilante nos pide la entrada. Nuestra entrada tiene un punto verde y eso significa que estamos "en la sala dos, a la derecha, bajando las escaleras". Mi jefe es lo suficientemente importante como para que le inviten a un estreno pero no tanto como para que su entrada sea para la sala uno. Da igual. El cine está abarrotado, quedan asientos en las cuatro primeras filas pero a mi me gusta ver las pelis comiéndome la pantalla así que eso tampoco es problema.
Entra Javier Cámara seguido de Maribel Verdú, Jose Luis Cuerda, el niño de "El orfanato", Raúl Arévalo y dos más a quienes no conozco. Maribel dice que hemos tenido mucha suerte, que la sala buena es la "dos" porque en ella la película se ve mucho mejor. Eso mismo nos dijeron en el estreno de "Teresa, el cuerpo de Cristo" (Ray Loriga, te debo un post, un post demoledor, tiembla), así que supongo que es la típica frase de consolación para quienes se sienten unos don nadie por no estar en la sala principal. Luego Cuerda recuerda a Alberto Méndez y a Rafael Azcona y todos aplaudimos (todos menos el niño de "El orfanato" que no aplaude sino que palmetea poniendo cara de imbécil). La peli no está mal aunque a Raúl Arévalo y sobre todo a Martín Rivas (que hace de poeta marxista) habría que pedirles una indemnización por lo mal que lo hacen. Son jóvenes así que aún esán a tiempo de replantearse sus carreras y cambiar de profesión. El final es maravillosamente desgarrador.
Después de la proyección la gente se queda charlando en la puerta del cine y nosotras estiramos el cuello para ver si reconocemos a alguien. Pasa a nuestro lado Ernesto Alterio que parece recién salido de la película. Va vestido de falangista con unos pantalones negros, unos tirantes, una camisa azul marino y unos andares de pavo real que no le pegan nada. Eduardo Noriega es asaltado por un homeless para que le firme un autógrafo. Elvira Lindo se olvida de la barrendera que lleva dentro y departe con Javier Cámara con aires de "duquesa cosmopolitan". José Coronado ha envejecido un huevo desde que no hace el anuncio de los bífidus.
Luego nos vamos al coctail que hay organizado en la Casa de Galicia. Cuando llegamos comprobamos que las bandejas de comida han sido asaltadas por hordas de cinéfilos hambrientos. Hay restos de biscotes y migas de empanada. Alguien dice que en la sala de arriba también hay comida y se forma cola de subida en las escaleras. Sudamos sangre para alcanzar la barra y pedir dos copas del Ribeiro que fabrica el propio director. A un metro de nosotras está Eduardo Chapero-Jackson con Ana Alvarez. Lo bueno de estas fiestas es que hay mucha actriz guapa, lo malo es que, rodeada de todas ellas, compruebas lo terrenal que eres. Se nos acerca un chico vestido con pantalon negro, camisa blanca y corbata negra. Quiere ligar con nosotras. Le miro de abajo a arriba, le pregunto cuando regresa el "Caiga quien caiga" y le pido las gafas de sol. Me dice que soy muy graciosa. Cuerda se aproxima rodeado de una amplia comitiva. Se me queda mirando y le sonrío. Me dice que la empanada no está tan buena como el sushi del Ginza. Me ha reconocido. Le digo que ya quisieran en el Ginza tener un vino como el suyo. Se ríe mientras se lo llevan. Luego aparece Pilar Bardem con un vestido morado. Junto a ella creo reconocer a Bárbara Lennie (el nombre he tenido que mirarlo porque no me lo sabía). Es la que hacía de policía en la serie del cantante de El Canto del Loco. Ella está buenísima y yo no soy más que una gafapasta babeante que se arrepeinte de, por hacerse la progre, haberse vestido con una camiseta y unos vaqueros en vez de con un vestido con escotazo.
Besos.
Beta
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