Biting Cold - Capítulo III
CAPÍTULO UNO
DE REGRESO AL RUEDO
Fines de noviembre
Iowa
Brillaba como un faro. Era un rascacielos de más de mil pies, las luces en la parte superior de sus antenas parpadeaban en la oscuridad que cubría la ciudad. Era la Torre Willis, uno de los edificios más altos del mundo, situado en el centro de Chicago, rodeado de cristal, acero y de las aguas del Río Chicago y del Lago Michigan. Su tamaño era un recordatorio de dónde veníamos… y hacia dónde nos dirigíamos.
Habíamos dejado Hyde Park, nuestra tierra natal y nos dirigíamos en dirección oeste por las llanuras hacia Nebraska y el Maleficio, un antiguo libro de magia que mi (¿ex?) mejor amiga, Mallory, estaba, evidentemente, intentando robar.
Con los nervios al límite, apreté el volante del elegante Mercedes descapotable de mi compañero.
Ese compañero, Ethan Sullivan, me sonrió desde el asiento del acompañante. “No es necesario que luzcas tan sombría, Centinela. Y tampoco lo es seguir mirando la postal de la ciudad que pegaste al salpicadero.”
“Lo sé,” dije enderezándome y escaneando la autopista frente a nosotros. Estábamos en algún lugar de los maizales de Iowa, a medio camino entre Chicago y Omaha. Era noviembre y el maíz se había ido, pero hectáreas de turbinas de viento se arqueaban en la oscuridad por encima de nosotros.
“Es sólo raro estarnos yendo,” dije. “No he estado realmente fuera de Chicago desde que me convertí en vampiro.”
“Pienso que encontrarás que la vida como vampiro es bastante similar independientemente de la ubicación. En realidad, sólo la comida es diferente.”
“¿Qué crees que tienen en Nebraska? ¿Maíz?”
“Y carne, supongo. Y probablemente casi todo lo demás. Aunque tus Mallocakes pueden ser difíciles de encontrar.”
“Es por eso que empaqué una caja en mi bolsa de lona.”
Se echó a reír como si le hubiera contado el chiste más gracioso que hubiera oído en su vida, pero en realidad le había dicho la verdad. Mallocakes eran mi postre favorito—tortas de chocolate rellenas con crema de malvaviscos—y eran extremadamente difíciles de encontrar. Había traído unas cuantas por si acaso.
Sin importar mis elecciones culinarias, estábamos en camino, así que sonreí y me esforcé en adaptarme al hecho de que Ethan, el que había sido y sería una vez más, Maestro de la Casa Cadogan de Chicago, estaba sentado en el asiento a mi lado. Menos de veinticuatro horas atrás había estado total y completamente muerto. Y ahora, gracias a un truco de magia malintencionado, estaba de regreso.
Todavía estaba bastante pasmada. ¿Emocionada? Seguro. ¿Estupefacta? Completamente. Pero sobre todo pasmada.
Ethan se rió entre dientes. “Y ¿eres conciente de que sigues mirando hacia aquí como si estuvieras preocupada de que vaya a desaparecer?”
“Es porque eres devastadoramente atractivo.”
Sonrió con picardía. “No estaba cuestionando tu buen gusto.”
Puse los ojos en blanco. “Mallory te hizo volver de las cenizas,” le recordé. “Si algo como eso es posible, entonces no hay mucho en el mundo que sea imposible.”
Ella había regresado a Ethan de las cenizas para convertirlo en un familiar mágico… y para liberar un antiguo mal que había sido atrapado en un libro por los brujos que pensaron que le estaban haciendo al mundo un favor. Lo estaban haciendo, al menos hasta que Mallory decidió que el liberar el mal arreglaría su extraña sensibilidad a la encerrada magia negra.
Afortunadamente, su hechizo había sido interrumpido por lo que no consiguió liberar el mal ni convertir a Ethan en un familiar. Asumimos que esa era la razón por la que había escapado y estaba persiguiendo ahora el Maleficio—quería intentarlo de nuevo.
Familiar o no, Ethan estaba de regreso: alto, rubio, colmilludo y hermoso.
“¿Cómo te sientes?” Pregunté.
“Bien,” dijo. “Me enerva que sigas mirándome fijamente, y me molesta que Mallory haya interrumpido lo que debería haber sido un muy largo y completo reencuentro con la Casa y mis vampiros.” Hizo una pausa y me miró, el fuego de sus ojos verdes brillando intensamente. “Con todos mis vampiros.”
Mis mejillas enrojecieron, y volví rápidamente la mirada a la carretera, aunque mi mente estaba definitivamente en otra parte. “Tendré eso en mente.”
“Deberías hacerlo.”
“¿Qué haremos exactamente si encontramos a Mallory?”
“Cuando la encontremos,” corrigió. “Quiere el Maleficio, y está en Nebraska. No tengo duda alguna de que nuestros caminos se cruzarán. Con respecto a qué haremos… no estoy seguro. ¿Crees que podría ser sobornada?”
“Sabemos que quiere una única cosa,” dije. “Y tiene ventaja, lo que significa que con toda seguridad llegará allí antes que nosotros.”
“Asumiendo que consigue evadir a la Orden,” dijo Ethan. “Lo que parece bastante probable.”
La Orden era la unión de hechiceros que habían estado vigilando a Mallory en su rehabilitación y eran responsables de mantener el Maleficio a salvo. Teniendo en cuenta los acontecimientos, habían hecho un desastroso trabajo en ambas cosas.
“Eso es gracioso, Sullivan. Especialmente viniendo de alguien que ha estado vivo por apenas veinticuatro horas.”
“No dejes que mi buen aspecto juvenil te confunda. Ahora tengo dos vidas de experiencia.”
Hice un sonido sarcástico pero di un gracias silencioso. Había llorado a Ethan y era glorioso—aún más por ser inesperado—tenerlo de regreso.
Desafortunadamente, mi gratitud era acompañada por una sensación helada en mi estómago. Él estaba aquí, pero Mallory estaba allí fuera, invitando a un antiguo Leviatán de regreso a nuestro mundo.
“Qué está mal?” Preguntó.
“No puedo evitar estar nerviosa por Mallory. Estoy furiosa con ella, enojada conmigo misma por no darme cuenta del hecho de que era ella quien estaba tratando destruir Chicago, e irritada porque en vez de estar celebrando tu regreso, tenemos que jugar a ser niñeras supernaturales de una mujer madura.”
Lamentaba el día en que Mallory supo que tenía magia; las cosas habían ido cuesta bajo para ella—y por extensión, para sus amigos y su familia—desde entonces. Pero había sido mi amiga por un largo tiempo. Había saltado en mi defensa el primer día que nos conocimos, cuando un gamberro intentó arrebatarme la mochila y fue sobre su hombro que lloré cuando Ethan me convirtió en vampiro. No podía abandonarla ahora, aunque eso fuera lo que hubiera querido hacer.
“Vamos de camino a encontrarla. No sé que más podemos hacer. Y estoy de acuerdo en que deberías estar disfrutando de mi gloria… sobre todo ya que fui estacado en el corazón para salvar tu vida.”
No pude evitar sonreír. “Y ni siquiera te llevó veinticuatro horas recordármelo.”
“Uno debe usar las herramientas que tiene a su disposición, Centinela.”
Me guiñó un ojo aún cuando la inequívoca línea de preocupación apareció entre sus cejas.
“¿Tienes alguna idea de a dónde se supone que vayamos una vez que lleguemos a Nebraska? ¿Dónde se encuentra el silo? Nebraska es un gran estado.”
“No lo sé,” dijo. “Planeaba darle tiempo a Catcher para orientarse y luego preguntarle los detalles.”
Catcher era el novio de Mallory. Había sido empleado de mi abuelo, el Ombudsman supernatural de Chicago hasta que Diane Kowalcyzk, la nueva alcaldesa de la ciudad, le quitó el cargo. Al igual que Mallory, Catcher era un hechicero, pero había estado más tiempo fuera de la Orden del que ella había pasado dentro.
Mi celular sonó, un heraldo de novedades, buenas o malas.
Ethan lo miró y luego lo apoyó en el tablero entre nosotros. “Supongo que está listo para hablar.”
“Ethan, Merit,” dijo Catcher a modo de saludo. Su voz estaba ronca y su tono era aún más bajo que de costumbre. Él no era del tipo que muestra sus emociones, pero la desaparición de Mallory debía estar afectándole.
“¿Cómo estás?” Pregunté.
“La mujer con la que había planeado pasar el resto de mi vida está tratando de abrir la caja de Pandora sin importarle las consecuencias. He tenido mejores días. Y semanas.”
Hice una mueca comprensivamente. “En fin, infórmanos. ¿Qué sabemos?”
“Que estaba en un centro no muy lejos de O’Hare,” dijo Catcher. “Habían guardias armados para mantener un ojo en ella y personal médico para asegurarse de que estuviera estable.”
“Pensé que la Orden no tenía operaciones en Chicago,” dijo Ethan.
“Baumgartner sostiene que no es un centro de la Orden, sólo un centro médico en el cual tiene amigos,” dijo Catcher. Baumgartner era el director de la Orden. Por cómo sonaba Catcher, parecía no creer su excusa.
“¿Entonces qué sucedió?” preguntó Ethan.
“Durmió por un tiempo, se despertó y comenzó a hablar sobre su adicción. Parecía consciente, llena de remordimiento, por lo que quitaron las restricciones para un examen médico.”
“¿Fue entonces cuando atacó al guardia?” preguntó Ethan.
“Sí. Resulta que no estaba aturdida. El guardia está todavía en el hospital, pero por lo que sé, le darán el alta hoy.”
“¿A dónde fue ella?” Pregunté.
“Las cámaras de seguridad de las autoridades de tránsito la grabaron,” dijo Catcher. “Tomó el El* y luego un tren hacia Aurora. Fue vista en una parada de camiones, subiéndose a uno de dieciocho ruedas que se dirigía a Des Moines. El rastro murió en Iowa. No ha aparecido de nuevo desde entonces.”
Catcher había sido quien detuvo el hechizo de Mallory dejándola inconsciente. Era una lástima que no la hubiera golpeado un poquito más fuerte.
“Así que se dirige probablemente hacia Nebraska,” supuse. “Pero ¿cómo supo que debía dirigirse allí? ¿Cómo supo que la Orden enviaría al Maleficio allí en vez de a un nuevo guardián?”
“Simon le contó sobre el silo,” dijo Catcher. “Y él y Baumgartner la visitaron y hablaron sobre el traslado del libro cuando ella estaba supuestamente dormida.”
“Y eso hace que sean dos puntos más contra Simon,” dije.
“Sí,” dijo Catcher. “Estaría fuera de la Orden si Baumgartner no le tuviera miedo. Demasiado conocimiento para tan poco sentido común. Si él sigue siendo un miembro, Baumgartner tendrá todavía, algo de autoridad.”
“Es una situación difícil,” Ethan reflexionó. “¿Alguna idea sobre cuál será nuestra estrategia?”
“El primer paso será acercarnos,” dijo él. “Diríjanse a Elliott, Nebraska. Está a cinco millas al noroeste de Omaha. El archivista de la Orden vive en una granja fuera del silo. Les enviaré la dirección.”
*El: sistema ferroviario de Chicago.
“¿El archivista?” Pregunté.
“El registrador de la historia de la Orden.”
“¿Y él vendría a ser el único mago que cuida del libro?” preguntó Ethan.
“Su nombre es Paige Martin. Ella es la única hechicera en el caserío; es también, la única hechicera en Nebraska. El Maleficio no está siempre allí. Ya que es trasladado, no hay necesidad de un contingente entero. Les pedí que reconsideraran dejarme ir,” Catcher agregó en voz baja. “Quiero estar presente si las cosas salen mal. Si lo peor llegara a suceder. Pero temen de que no pueda ser objetivo.”
Todos nos quedamos en silencio por un momento, imaginando probablemente, qué tan mal podrían salir las cosas, y la posibilidad de que no pudiéramos salvar a Mallory… o de que no quisiera ser salvada.
“Pero ¿sí permitirán que esta archivista esté presente?” Preguntó Ethan.
“Ella no conoce a Mallory,” dijo Catcher, “y forma parte de la Orden. Creen que puede manejarlo.”
Y probablemente, también pensaban que podría manejar a Mallory. Al igual que cuando podían manejar a Simon, Mallory y Catcher, antes de que fuera expulsado. La Orden tenía un horroroso historial sobre el manejo de sus empleados.
“Uno creería que prescindirían de uno o dos soldados más para detener un problema que ellos crearon en primer lugar”, murmuró Ethan.
“Desafortunadamente”, dijo Catcher, “ésta no es la única crisis mágica del mundo y no hay demasiados hechiceros alrededor. Estos fueron asignados debidos a que están disponibles.”
Como Centinela, había aprendido a arreglármelas con lo que tuviera a mi alcance, pero eso no significaba que me tuvieran que gustar la cuota de malas predicciones, o la idea de crisis similares alrededor del mundo.
“Trazaremos el curso hacia Elliott,” dijo Ethan. “Mallory tiene ventaja, por lo que es improbable que lleguemos hasta el libro antes que ella. Deberías advertirle a la archivista, si no lo has hecho todavía.”
“Ya lo sabe. Y hay algo más”, Catcher aclaró su garganta con nerviosismo. Reaccionando al sonido, Ethan se removió incómodamente en su asiento.
“Es posible que ustedes y Mallory no sean los únicos en camino. Seth Tate fue liberado esta mañana.”
Maldije en voz baja. Seth Tate era el exalcalde de Chicago, destituido después de que fue descubierto el hecho de que dirigía una red de narcotráfico.
Tate era también un supernatural con una antigua y desconocida magia, una que había erizado los pelos de mi nuca más de una vez. Desafortunadamente, no sabíamos nada más sobre sus poderes.
“‘Esta mañana’ fue hace horas”, dijo Ethan. “¿Por qué estamos enterándonos de esto recién?”
“Porque lo acabamos de descubrir. Ya no somos empleados, por lo que Kowalcyzk no creyó que era imprescindible informarnos. Nuestra nueva alcaldesa decidió que Tate fue inculpado, en parte debido a que una de las personas supuestamente asesinadas en su residencia fue visto fuera de la Casa Cadogan temprano esta noche.”
“Ese serías tú,” le susurré a Ethan.
“Y no gracias a Tate,” dijo Ethan. “¿Debemos pensar que está tras el Maleficio también?”
“No estamos seguros”, dijo Catcher. “Fue perdonado por Kowalcyzk, por lo que la Policía no sintió que tuviera la autoridad para seguirlo, incluso aunque tuvieran los recursos. Y nosotros estamos cortos de personal hoy.”
“¿Cortos de personal?” Pregunté. Había tres Ombuddies no oficiales, como me gustaba llamarlos, además de mi abuelo: Catcher; Jeff Christopher, genio de la computación; y la administradora, Marjorie. Ninguno de ellos parecía ser del tipo que faltaba a trabajar.
“Jeff llamó hoy. Dijo que tenía algunas cosas de las que encargarse. Lo cual es justo ya que no es un empleado y no se le paga para que esté aquí.”
Era lógico, seguro, pero seguía siendo extraño. Jeff era extraordinariamente fiable, y estaba generalmente plantado frente a su gran computadora. Por supuesto, si hubiera necesitado nuestra ayuda, no habría tenido reparos en pedirla.
“No podemos saber a ciencia cierta si está buscando el libro,” dije, “pero no me sorprendería encontrarlo en el medio de la acción. Después de todo, fue quien me dijo sobre el Maleficio.” Él había estado claramente intrigado por la magia, y no era difícil imaginar que sacaría provecho si conseguía una oportunidad de obtenerlo. Era una lástima que no hubiera traído mi talismán de madera, un símbolo mágico que mi abuelo me había dado para protegerme de las formas más sutiles de la magia de Tate.
“No te contradigo,” dijo Catcher.
“En el improbable caso de que Tate cause problemas en Chicago, puedes llamar a Malik,” dijo Ethan. “Puede reunir al resto de los guardias de Cadogan.”
Malik era el Maestro oficial de la Casa Cadogan, el segundo de Ethan hasta que fue asesinado y todavía a cargo hasta que Ethan sea nombrado nuevamente Maestro.
“También puedes llamar a Jonah,” agregué, pero no obtuve respuesta. Jonah era el capitán de los guardias de la Casa Grey de Chicago, y había sido mi compañero sustituto mientras Ethan estuvo ausente. Y aunque ni Catcher ni Ethan lo supieran, Jonah era también mi compañero oficial de la Guardia Roja, una organización secreta dedicada a mantener un ojo en los Maestros vampiros y en el Presidio de Greenwich, el consejo Británico que nos preside.
“Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él,” dijo Catcher. “Por ahora, tengo que terminar con esto. Los llamaré si descubro algo nuevo.”
Nos despedimos y Ethan apagó el teléfono.
“Parece estar resistiendo,” dijo Ethan.
“No le queda otra opción. La ama, o asumo que todavía lo hace y ella está allí fuera poniéndose en peligro y él no puede hacer nada para cambiarlo. Por segunda vez.”
“¿Cómo no se dio cuenta de lo que estaba haciendo la primera vez?” Preguntó Ethan. “Ellos estaban viviendo juntos.”
Mallory había convertido a Chicago en un infierno en su intento de convertir a Ethan en un familiar. Había hecho magia en el sótano del apartamento que ella y Catcher compartían.
“Creo que en parte se debió a la negación. No quiso creer que fuera capaz de lo que le estaba sucediendo a la ciudad. Y ella estaba estudiando para los exámenes—y tomándolos, aparentemente—el tiempo entero. Si Simon no sospechó nada, ¿por qué habría de hacerlo Catcher?”
“¿Simon otra vez?”
“Desafortunadamente. Y eso no es todo. Catcher pensó que ellos dos estaban teniendo una historia. No una romántica, tal vez, pero pensó que se estaban acercando demasiado para su comodidad. Temía que ella fuera a ponerse del lado de Simon—del lado de la Orden—y se volviera contra Catcher.”
“El amor le hace cosas extrañas a un hombre,” Ethan dijo, repentinamente distraído. Golpeó un dedo contra el tablero. “¿Hay algo en la carretera? ¿Un perro?”
Escudriñé la autopista, tratando de descubrir lo que Ethan había visto. Después de un momento, lo hice—una masa oscura en la línea centra a un cuarto de milla de distancia. No se estaba moviendo. Y definitivamente tampoco era un perro.
Dos brazos, dos piernas, un metro ochenta de altura y de pie en el medio de la carretera.
Era una persona.
“Ethan,” grité en alerta. Mi primer pensamiento fue que la figura era McKetrick, enemigo de los vampiros de Chicago quien habría descubierto nuestra ruta y estaba preparado para lanzar un ataque contra el auto.
El repentino golpe de magia picante que llenó el auto—y el olor dulzón a azúcar y limones que lo acompañaban—demostró que este era un problema mágico… un problema que conocía demasiado bien.
Un sudor frío recorrió mi espalda. “No es un animal. Es Tate.”
No tuvimos tiempo para decidir si pelear o huir. Antes de que pudiera acelerar o cambiar de dirección, el auto comenzó a desacelerar.
De algún modo Tate había conseguido controlarlo.
Torcí bruscamente el volante, pero no sirvió para nada. Nos dirigíamos directamente hacia él.
La anticipación y el miedo apretaron mi pecho y mi corazón palpitaba como un ave asustada debajo de mis costillas. No tenía idea de lo que Tate era capaz de hacer, ni siquiera de lo que era. Bueno, además de ser un idiota.
Nos detuvimos en el medio de los carriles en dirección al oeste. Afortunadamente, era tarde y nos encontrábamos en el centro de Iowa; no había ningún otro auto a la vista. Ya que Tate había dejado el auto inutilizable no tenía sentido gastar combustible. Apagué la ignición pero dejé las luces encendidas.
Estaba de pie en el haz de luz de vaqueros y camiseta negra, su pelo revuelto en ondas negras. Vi un destello dorado en su cuello y supe instantáneamente qué era. Cada vampiro Cadogan usaba un pequeño disco dorado en una cadena, una especie de etiqueta vampiro de perro, que identificaba su nombre y su posición. Le había dado la mía a Tate a cambio de información sobre el Maleficio.
Ethan me había dado la medalla, y aunque tenía otra que la remplazaba, no me gustaba ver a Tate usándola.
“Escucho cualquier sugerencia que tengas, Centinela,” dijo Ethan con sus ojos fijos en Tate.
Desafortunadamente, nuestras afiladas y brillantes espadas japonesas estaban en el maletero y dudaba que Tate nos diera tiempo para agarrarlas.
“Lo enfrentaremos,” dije. “Y en caso de que tengamos que precipitarnos, deja la puerta abierta.” Sabiendo que Ethan podía manejar el Mercedes más efectivamente, le entregué las llaves, tomé aire y abrí la puerta.
Traducido por Luu