Días después, en su siguiente encuentro con Ángel, Valeria pudo verlo disfrutar como un niño la mañana de Reyes. La enfermera rió para sus adentros, comprobando lo curioso que era ver una criatura como él vestida de blanco. Toda una imagen que violaba el folklore tradicional del mundo vampírico, que mostraba su lado más dulce a los ojos de la joven.
Los anchos omóplatos de Ángel se apretaban contra la chaqueta, como si en ellos fueran a despuntar unas alas. Por el resto, la prenda se abrazaba a su cuerpo de junco como si anhelara cubrirle la piel de besos. Y aquella alucinación sensorial era la que experimentaba Ángel cuando reseguía los graciosos garabatos que formaban su pecho, su abdomen y sus brazos. En cada caricia, creía estar abrazando a Laura con toda la adoración que destellaban las llamas azules de sus ojos de duende.
-Creo que te hace más ilusión llevar su chaqueta que beber su sangre.
-Cualquier cosa que me acerque a ella me hace ilusión.
Resultaba chocante la ternura que desprendían esos perfectos colmillos que su sonrisa revelaba.
-Entonces deberías coger e ir a su casa a verla.
-Sabes que es imposible.
-Porque tú quieres.
Valeria depositaba el contenido de la probeta que había escondido esa misma mañana en un vaso de plástico. Se lo entregó a Ángel, que lo tomó con ambas manos con la expectación ilusionada de quien recibe un regalo anhelado por mucho tiempo. Entonces cerró los ojos y se lo llevó a la boca, con plena devoción, paladeando cada gota de vida de aquella muchacha a quien Valeria había practicado un análisis esa mañana.
La piel de Ángel, más que blanca, era cristal translúcido. Valeria casi podía ver la sangre bajar por su garganta hasta perderse por el pecho abrigado por la chaqueta. Bebía con avidez y deleite al mismo tiempo. Cuando agotó hasta la última sangre que contenía el vaso, lo arrojó a la papelera como una cáscara inservible.
Después de beber, Valeria apreciaba el cambio que experimentaba su amigo. La leve sombra negruzna de los párpados inferiores se camuflaba mejor con el resto de la piel, y su mirada resultaba más saludable, más radiante, más humana. Imaginaba qué sucedería el día que la humana y el vampiro estuvieran frente a frente. Tal vez fuera él quien recobrara la vida y ella quien perdiera la suya de la impresión.
A ella misma casi se le paró la respiración cuando vio a Ángel por primera vez. De la impresión.
Fue en otra guardia nocturna. Los ruidos que procedían de la sala de extracciones le delataron, insinuando a Valeria la posibilidad de la presencia de un ladrón. Cuando ella entró a hurtadillas en el origen de los murmullos de frascos y probetas y lo vio, ahogó con la mano un grito que se debatía entre el terror y la admiración.
Un grácil garabato de cabellos blanquecinos removía los armarios como el que busca un tesoro. Valeria lo reconoció como el que encuentra en un museo un cuadro sólo visto en libros de texto.
-¡Tú eres un vampiro!
-¿Dónde está? Sé que está en estos armarios. Venía a pincharse hoy.
Hablaba con la desesperación de un drogadicto en el borde del síndrome de abstinencia. Valeria, tras superar el shock, recobró su aplomo característico y se ofreció en darle lo que buscaba si él antes le explicaba su historia y qué hacia allí.
Así nació un pacto. Compañía por sangre de la amada. Así se forjó una amistad entre dos parias.
-¿Cómo la has visto esta mañana? -preguntó Ángel.
-Como siempre. Medio dormida, con hambre, con ganas de acabar para irse a casa, desayunar y recuperar unos minutos de sueño.
-Eso es porque no la has visto en otros momentos. Pero es tan alegre... Y ríe tanto...
-¿Y por qué no vas a verla y ríes con ella?
-Sabes que no puedo acercarme a ella. Aún no entiendo cómo pudiste tú acercarte a mí.
-Porque yo ya creía en ti. Y ella quizás también. No creo que sea tonta y tantos análisis en tan poco tiempo le harán sospechar.
Ángel reflexionó ante la conjetura de su amiga.
-¿Y cómo puedo saber si ella cree en seres como yo?
-Bueno, ahora tienes una excusa para comprobarlo -la enfermera señaló la chaqueta-. Y yo no voy a devolvérsela.
Y mientras Valeria y Ángel conversaban en el ambulatorio, Laura dormía. Sus sueños eran una cueva en la que se escondía del mundo que la esperaba fuera de la cama. Allí se citaba con su subconsciente y su imaginación, que se entrelazaban en un hombro donde reposar la cabeza. Y aquella noche le contaban una historia difusa mientras le acariciaban los cabellos.
Le pareció que la besaban en el segundo antes de despertar. Labios de pétalo.
Sobre el respaldo de la silla, estaba la chaqueta de chándal que había dejado olvidada en el ambulatorio la mañana anterior. Se preguntó cómo había llegado hasta allí.
La respuesta se la susurró su imaginación. Tal vez fue el vampiro que estaba enamorado de ella. El mismo vampiro que pedía a aquella enfermera que le guardara un poco de la sangre que le extraía en los análisis, porque era demasiado tímido para ir personalmente a chuparle la sangre.
Entonces Laura cogió un bolígrafo y una libreta, que usó como micrófono para su imaginación. Y escribió una pequeña historia.
Mun, the Taleteller Doll
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Imagen:
Sleeping Beauty, de Matchstickgirl