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lunes, marzo 12, 2007

Sangre (III)


Días después, en su siguiente encuentro con Ángel, Valeria pudo verlo disfrutar como un niño la mañana de Reyes. La enfermera rió para sus adentros, comprobando lo curioso que era ver una criatura como él vestida de blanco. Toda una imagen que violaba el folklore tradicional del mundo vampírico, que mostraba su lado más dulce a los ojos de la joven.

Los anchos omóplatos de Ángel se apretaban contra la chaqueta, como si en ellos fueran a despuntar unas alas. Por el resto, la prenda se abrazaba a su cuerpo de junco como si anhelara cubrirle la piel de besos. Y aquella alucinación sensorial era la que experimentaba Ángel cuando reseguía los graciosos garabatos que formaban su pecho, su abdomen y sus brazos. En cada caricia, creía estar abrazando a Laura con toda la adoración que destellaban las llamas azules de sus ojos de duende.
-Creo que te hace más ilusión llevar su chaqueta que beber su sangre.
-Cualquier cosa que me acerque a ella me hace ilusión.
Resultaba chocante la ternura que desprendían esos perfectos colmillos que su sonrisa revelaba.
-Entonces deberías coger e ir a su casa a verla.
-Sabes que es imposible.
-Porque tú quieres.
Valeria depositaba el contenido de la probeta que había escondido esa misma mañana en un vaso de plástico. Se lo entregó a Ángel, que lo tomó con ambas manos con la expectación ilusionada de quien recibe un regalo anhelado por mucho tiempo. Entonces cerró los ojos y se lo llevó a la boca, con plena devoción, paladeando cada gota de vida de aquella muchacha a quien Valeria había practicado un análisis esa mañana.

La piel de Ángel, más que blanca, era cristal translúcido. Valeria casi podía ver la sangre bajar por su garganta hasta perderse por el pecho abrigado por la chaqueta. Bebía con avidez y deleite al mismo tiempo. Cuando agotó hasta la última sangre que contenía el vaso, lo arrojó a la papelera como una cáscara inservible.

Después de beber, Valeria apreciaba el cambio que experimentaba su amigo. La leve sombra negruzna de los párpados inferiores se camuflaba mejor con el resto de la piel, y su mirada resultaba más saludable, más radiante, más humana. Imaginaba qué sucedería el día que la humana y el vampiro estuvieran frente a frente. Tal vez fuera él quien recobrara la vida y ella quien perdiera la suya de la impresión.

A ella misma casi se le paró la respiración cuando vio a Ángel por primera vez. De la impresión.

Fue en otra guardia nocturna. Los ruidos que procedían de la sala de extracciones le delataron, insinuando a Valeria la posibilidad de la presencia de un ladrón. Cuando ella entró a hurtadillas en el origen de los murmullos de frascos y probetas y lo vio, ahogó con la mano un grito que se debatía entre el terror y la admiración.

Un grácil garabato de cabellos blanquecinos removía los armarios como el que busca un tesoro. Valeria lo reconoció como el que encuentra en un museo un cuadro sólo visto en libros de texto.
-¡Tú eres un vampiro!
-¿Dónde está? Sé que está en estos armarios. Venía a pincharse hoy.
Hablaba con la desesperación de un drogadicto en el borde del síndrome de abstinencia. Valeria, tras superar el shock, recobró su aplomo característico y se ofreció en darle lo que buscaba si él antes le explicaba su historia y qué hacia allí.

Así nació un pacto. Compañía por sangre de la amada. Así se forjó una amistad entre dos parias.

-¿Cómo la has visto esta mañana? -preguntó Ángel.
-Como siempre. Medio dormida, con hambre, con ganas de acabar para irse a casa, desayunar y recuperar unos minutos de sueño.
-Eso es porque no la has visto en otros momentos. Pero es tan alegre... Y ríe tanto...
-¿Y por qué no vas a verla y ríes con ella?
-Sabes que no puedo acercarme a ella. Aún no entiendo cómo pudiste tú acercarte a mí.
-Porque yo ya creía en ti. Y ella quizás también. No creo que sea tonta y tantos análisis en tan poco tiempo le harán sospechar.
Ángel reflexionó ante la conjetura de su amiga.
-¿Y cómo puedo saber si ella cree en seres como yo?
-Bueno, ahora tienes una excusa para comprobarlo -la enfermera señaló la chaqueta-. Y yo no voy a devolvérsela.

Y mientras Valeria y Ángel conversaban en el ambulatorio, Laura dormía. Sus sueños eran una cueva en la que se escondía del mundo que la esperaba fuera de la cama. Allí se citaba con su subconsciente y su imaginación, que se entrelazaban en un hombro donde reposar la cabeza. Y aquella noche le contaban una historia difusa mientras le acariciaban los cabellos.

Le pareció que la besaban en el segundo antes de despertar. Labios de pétalo.

Sobre el respaldo de la silla, estaba la chaqueta de chándal que había dejado olvidada en el ambulatorio la mañana anterior. Se preguntó cómo había llegado hasta allí.

La respuesta se la susurró su imaginación. Tal vez fue el vampiro que estaba enamorado de ella. El mismo vampiro que pedía a aquella enfermera que le guardara un poco de la sangre que le extraía en los análisis, porque era demasiado tímido para ir personalmente a chuparle la sangre.

Entonces Laura cogió un bolígrafo y una libreta, que usó como micrófono para su imaginación. Y escribió una pequeña historia.

Mun, the Taleteller Doll

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Imagen: Sleeping Beauty, de Matchstickgirl

martes, febrero 27, 2007

Sangre (II)




Y aquella misma mañana, una vez más, Valeria cumplía su misión.

Al ser la primera en llegar a la sala de extracciones, se las arreglaba para ser ella la que llamara a la joven y así poderle sustraer la sangre con el ritual necesario, ayudada por trampas basadas en el despiste ajeno y el ajetreo del personal de enfermería. Así, cuando llegaban las demás compañeras, Valeria salía a la puerta y empezaba a llamar a los pacientes. Siempre dejaba entrar a unos pocos antes que a ella, para así mantener ocupadas a sus compañeras y llevar a cabo su tarea.

Al oír su nombre, Laura se levantó y fue hacia Valeria. Cuando se tenían frente a frente, la enfermera fingía en su mirada una ausencia de reconocimiento total, mientras se percataba de que la paciente tenía una memoria excelente. Tú eres la que me pinchó el mes pasado, pudo leer en aquella mirada temblorosa y adormilada. No obstante, la muchacha silenciaba la sospecha de aquella certeza achacándola a la casualidad.

Después de tres análisis en menos de seis meses, Laura conocía el ritual por completo. Se quitó la chaqueta del chándal, la dejó sobre el respaldo del sillón, se sentó y se subió la manga de la camiseta. Mientras Valeria le apretaba el brazo con una banda de goma, la chica apartó la mirada de la escena. Detestaba la sangre, especialmente cuando se trataba de perderla, por poca que fuera. Además, era muy sensible al dolor, y una parte instintiva de ella siempre le decía que si no lo veía, el pinchazo dolería menos. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Mientras le marcaba el terreno en el antebrazo con algodón empapado en alcohol, Valeria observaba a la muchacha. Podría haber sido una vampiresa perfecta. Sus tirabuzones azabaches se extendían frondosos hasta los hombros, enmarcando un rostro níveo. Valeria pensó que había mujeres mucho más hermosas que ella, a las que Ángel podría haber accedido sin miedo al rechazo, pero la había escogido a ella. Cuando una criatura de la noche encuentra unos labios llenos de luz, como los de ella, arde en deseos de absorber esa sonrisa a besos.

Mientras la aguja se hundía en la exprimida vena de Laura, ésta apretó los dientes en un silbido que pretendía disfrazar el leve dolor. Había sentido ese dolor delgado y agudo en muchas ocasiones, pero cada vez que regresaba ella se estremecía como si fuera la primera vez. Es lo que tiene el sistema nervioso. Su falta de memoria.

Segundos después Valeria extrajo la inyección rebosante de líquido rojo y brillante, dejando paso a otro copo de algodón que ajustó con un esparadrapo. Laura se apretó el algodón como si temiera que se disparara el surtidor. Esbozó un "gracias" con una rápida sonrisa y se apresuró a salir de allí cuanto antes, ávida por un colacao recién calentado y por unos brioches recién horneados, que le otorgaran la sensación de calidez que a veces extrañaba, como si alguien ajeno a ella se la hubiera robado.

Valeria, por su lado, descargaba el contenido de la aguja hipodérmica en dos botes, cubriendo con su cuerpo lo que estaba haciendo. Marcó uno de los botes con la etiqueta del nombre de la chica, mientras que el otro se lo guardaba en el bolsillo. Desde fuera, parecía algo corriente. Las primeras veces la enfermera podría haberse delatado con las miradas huidizas que dedicaba a sus compañeras, pero con el paso del tiempo adquirió la destreza de la ladrona celestina en la que Ángel le había convertido.

Y justo en ese momento, vio una chaqueta de chándal sobre el respaldo del sillón. La reconoció y sonrió con picardía, pensando que dentro de unos días Ángel tendría un regalo extra.

Mun, the Bloodstolen Doll

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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Imagen: 1-14, de Bellz

viernes, febrero 23, 2007

Sangre (I)


El silencio de la noche fue su aliado en todas y cada una de sus escapadas. Se movía entre las sombras como si él y el viento fueran el mismo ser y, a pesar de no haberlo intentado nunca, podría pasar desapercibido en mitad de una feria infantil si quisiera.

Sin embargo, él prefería la noche y la soledad. No por el peligro que representaría si alguien le descubriera, sino por la timidez tras la que se agazapaba su persona. Sobre todo, era muy importante que ella no le viera. Si alguna vez ella adivinaba el secreto, le rechazaría por miedo a la especie a la que él pertenecía, o bien le asesinaría sin más.

-¿Por qué no se lo dices? -le sugirió un día Valeria.
-Porque me va a decir que no.
-Si no se lo dices, no lo vas a saber nunca.
-Sabes mejor que yo que me dirá que no.
-Porque no te conoce como yo. Entonces no tendrías que hacer estas escapadas hacia aquí. Pienso que deberías dejar que ella te viera. Así podrías demostrarle mejor lo que sientes.
-¡No!
-Bueno, como quieras. Yo te seguiré guardando el secreto.

Lo único que tenían las guardias nocturnas de Valeria era que así podía verse con Ángel y disfrutar de su compañía. En aquel purgatorio blanco se sentía sola, incluso cuando estaba en compañía de otras personas. Los médicos la trataban como una sirvienta de segunda clase, los pacientes la consideraban un robot con bata cuyas funciones eran poner inyecciones, quitar y poner vendas y curar heridas. En cuanto a sus colegas de profesión, éstos hablaban con ella sólo cuando era imprescindible, y es que una chica que sintiera fascinación por el Diablo, la noche, los vampiros y los rituales satánicas era poco aceptada en la sociedad.

Y dicha fascinación la llevó hasta Ángel.

Aquel muchacho era el único que la comprendía. Un pozo al que ir a susurrar todas sus cavilaciones, aflicciones, alegrías. Un pozo cuya agua regalaba a su querida Valeria unas horas de compañía y felicidad. El único que sabía que el secreto mayor guardado de Valeria era su sonrisa. Tal vez por ello a ella no le importaba hacerle el favor de unir una guardia nocturna con una jornada diurna, sólo para ser la emisaria camuflada entre Ángel y la chica que amaba.

Mun, the Night Doll

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Este relato es una inciativa de El Cuentacuentos