Y aquella misma mañana, una vez más, Valeria cumplía su misión.
Al ser la primera en llegar a la sala de extracciones, se las arreglaba para ser ella la que llamara a la joven y así poderle sustraer la sangre con el ritual necesario, ayudada por trampas basadas en el despiste ajeno y el ajetreo del personal de enfermería. Así, cuando llegaban las demás compañeras, Valeria salía a la puerta y empezaba a llamar a los pacientes. Siempre dejaba entrar a unos pocos antes que a ella, para así mantener ocupadas a sus compañeras y llevar a cabo su tarea.
Al oír su nombre, Laura se levantó y fue hacia Valeria. Cuando se tenían frente a frente, la enfermera fingía en su mirada una ausencia de reconocimiento total, mientras se percataba de que la paciente tenía una memoria excelente.
Tú eres la que me pinchó el mes pasado, pudo leer en aquella mirada temblorosa y adormilada. No obstante, la muchacha silenciaba la sospecha de aquella certeza achacándola a la casualidad.
Después de tres análisis en menos de seis meses, Laura conocía el ritual por completo. Se quitó la chaqueta del chándal, la dejó sobre el respaldo del sillón, se sentó y se subió la manga de la camiseta. Mientras Valeria le apretaba el brazo con una banda de goma, la chica apartó la mirada de la escena. Detestaba la sangre, especialmente cuando se trataba de perderla, por poca que fuera. Además, era muy sensible al dolor, y una parte instintiva de ella siempre le decía que si no lo veía, el pinchazo dolería menos. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Mientras le marcaba el terreno en el antebrazo con algodón empapado en alcohol, Valeria observaba a la muchacha. Podría haber sido una vampiresa perfecta. Sus tirabuzones azabaches se extendían frondosos hasta los hombros, enmarcando un rostro níveo. Valeria pensó que había mujeres mucho más hermosas que ella, a las que Ángel podría haber accedido sin miedo al rechazo, pero la había escogido a ella. Cuando una criatura de la noche encuentra unos labios llenos de luz, como los de ella, arde en deseos de absorber esa sonrisa a besos.
Mientras la aguja se hundía en la exprimida vena de Laura, ésta apretó los dientes en un silbido que pretendía disfrazar el leve dolor. Había sentido ese dolor delgado y agudo en muchas ocasiones, pero cada vez que regresaba ella se estremecía como si fuera la primera vez. Es lo que tiene el sistema nervioso. Su falta de memoria.
Segundos después Valeria extrajo la inyección rebosante de líquido rojo y brillante, dejando paso a otro copo de algodón que ajustó con un esparadrapo. Laura se apretó el algodón como si temiera que se disparara el surtidor. Esbozó un "gracias" con una rápida sonrisa y se apresuró a salir de allí cuanto antes, ávida por un colacao recién calentado y por unos brioches recién horneados, que le otorgaran la sensación de calidez que a veces extrañaba, como si alguien ajeno a ella se la hubiera robado.
Valeria, por su lado, descargaba el contenido de la aguja hipodérmica en dos botes, cubriendo con su cuerpo lo que estaba haciendo. Marcó uno de los botes con la etiqueta del nombre de la chica, mientras que el otro se lo guardaba en el bolsillo. Desde fuera, parecía algo corriente. Las primeras veces la enfermera podría haberse delatado con las miradas huidizas que dedicaba a sus compañeras, pero con el paso del tiempo adquirió la destreza de la ladrona celestina en la que Ángel le había convertido.
Y justo en ese momento, vio una chaqueta de chándal sobre el respaldo del sillón. La reconoció y sonrió con picardía, pensando que dentro de unos días Ángel tendría un regalo extra.
Mun, the Bloodstolen Doll
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Imagen:
1-14, de Bellz