La imagen, tomada ayer sábado, es del monumento erigido en Portbou (según el proyecto del artista israelí Dani Karavan) al pensador alemán Walter Benjamin, que allí rindió su último aliento el 27 de septiembre de 1940, probablemente a causa de una sobredosis de morfina que él mismo se infligió ante la perspectiva de ser devuelto a Francia, donde lo esperaba la Gestapo. Recreo su historia, entre otras, en algo que estoy escribiendo, y pasar un día en Portbou, para afinar detalles, ha sido toda una revelación. Su luz y su paz siempre me cargan de energía. En apenas un par de años, este pequeño pueblecito, último de la Costa Brava (y por el que pasaron también Franz Werfel y Hannah Arendt, huyendo de la quema, lo que ellos sí lograron), se ha convertido en uno de mis lugares indiscutibles, al que vuelvo siempre que puedo, y con mayor placer ahora que es escenario de mi cuento.
En el monumento, justo en el extremo que se asoma al mar, hay un cristal para que la gente no se despeñe y para sostener esta hermosa inscripción, tomada de un texto de Benjamin:
Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre.
No os imagináis lo bien que me viene, para lo que ahora mismo escribo. Aparte de para explicar, de forma inmejorable, el impulso que late en algunos otros de mis libros (como Carta blanca y, sobre todo, El nombre de los nuestros).
La que veis en la foto es la casa donde murió Benjamin. En el número 5 de la calle que entonces era del General Mola, hoy Carrer del Mar. Justo en el balconcito del segundo piso, en el centro de la imagen, estaba la habitación nº 4 del que entonces era el Hotel Francia. Donde a las 10 de la mañana de aquel 27 de septiembre encontraron el cadáver del insigne filósofo berlinés, tendido en la cama. Hoy es una casa particular, recientemente restaurada. Pero se ha respetado la disposición de la fachada original. Tras esa pared murió uno de los hombres más lúcidos del siglo XX, solo como un perro, abrazado a la maleta donde guardaba su último manuscrito. La culpa, como siempre, de hombres bestiales e ignorantes. Honor a la inteligencia perseguida. Oprobio eterno a sus perseguidores.
Abrazos.