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domingo, 17 de abril de 2011

Walter Benjamin en Portbou





La imagen, tomada ayer sábado, es del monumento erigido en Portbou (según el proyecto del artista israelí Dani Karavan) al pensador alemán Walter Benjamin, que allí rindió su último aliento el 27 de septiembre de 1940, probablemente a causa de una sobredosis de morfina que él mismo se infligió ante la perspectiva de ser devuelto a Francia, donde lo esperaba la Gestapo. Recreo su historia, entre otras, en algo que estoy escribiendo, y pasar un día en Portbou, para afinar detalles, ha sido toda una revelación. Su luz y su paz siempre me cargan de energía. En apenas un par de años, este pequeño pueblecito, último de la Costa Brava (y por el que pasaron también Franz Werfel y Hannah Arendt, huyendo de la quema, lo que ellos sí lograron), se ha convertido en uno de mis lugares indiscutibles, al que vuelvo siempre que puedo, y con mayor placer ahora que es escenario de mi cuento.

En el monumento, justo en el extremo que se asoma al mar, hay un cristal para que la gente no se despeñe y para sostener esta hermosa inscripción, tomada de un texto de Benjamin:

Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre.

No os imagináis lo bien que me viene, para lo que ahora mismo escribo. Aparte de para explicar, de forma inmejorable, el impulso que late en algunos otros de mis libros (como Carta blanca y, sobre todo, El nombre de los nuestros).




La que veis en la foto es la casa donde murió Benjamin. En el número 5 de la calle que entonces era del General Mola, hoy Carrer del Mar. Justo en el balconcito del segundo piso, en el centro de la imagen, estaba la habitación nº 4 del que entonces era el Hotel Francia. Donde a las 10 de la mañana de aquel 27 de septiembre encontraron el cadáver del insigne filósofo berlinés, tendido en la cama. Hoy es una casa particular, recientemente restaurada. Pero se ha respetado la disposición de la fachada original. Tras esa pared murió uno de los hombres más lúcidos del siglo XX, solo como un perro, abrazado a la maleta donde guardaba su último manuscrito. La culpa, como siempre, de hombres bestiales e ignorantes. Honor a la inteligencia perseguida. Oprobio eterno a sus perseguidores.

Abrazos.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Coll de Belitres





El paraje está pasado Portbou, un pueblo verdaderamente impresionante, que a su emplazamiento de abrupto contraste (encajonado entre las montañas y el mar) une un aire fantasmagórico, el que le proporcionan los abundantes rastros de su antigua condición fronteriza (entre la España autárquica y la Europa sacudida por los vientos del siglo, desde la ocupación nazi hasta el Mercado Común). Una condición que quedó pulverizada tras nuestra adhesión a la UE. Portbou fue el límite entre dos mundos, lo que sin duda generó una vida compleja y buena parte del movimiento que debió de haber en otro tiempo en sus calles. Ahora ya no marca nada, o casi nada, y dondequiera que uno mira se topa con edificios vacíos.

Pero el Coll de Belitres, lo que sale en la imagen, es otra cosa. Por él pasaron los 100.000 fugitivos del descalabro republicano. La foto está hecha desde España, pero al otro lado ya es Francia. Para toda aquella gente, el exilio, en muchos casos definitivo. Continuando por esa carretera, al cabo de un buen rato, se encuentra Collioure, un pueblo de apabullante belleza, con su iglesia asomada al mar y su fortaleza medieval abrazada por dos ensenadas. Allí terminó el viaje Antonio Machado, en unos días azules y bajo el sol de su infancia.

El lugar (me refiero al Coll de Belitres, esa raya invisible y que lo fue sin retorno) sobrecoge. Y más si llega uno y no hay nadie, o casi nadie. Qué atronador, su silencio.

Podría haber puesto otras fotos, después de unos días en el Alt Empordà. Pero las del cabo de Creus y las de Port Lligat se me borraron. Quiso sobrevivir ésta. Por algo será.