José Chalén, capitán de navíos y remero en el estero
Salado. Fotografía: Noemí Oyola
La única muestra de esfuerzo son
las gotas de sudor que bajan por la piel quemada de su rostro y brazos. Fuertes
movimientos circulares hacen que los remos se zambullan en el agua del estero
Salado de Guayaquil. De allí salen airosos los maderos, mojados y salpicando a
los tripulantes del bote que miran hipnotizados los alegres ojos del capitán
José Chalén. A sus 57 años canta a voz en cuello:
“Soy pirata y navego en los
mares/donde todos respetan mi voz/Soy feliz entre tantos pesares/y no tengo más
leyes que Dios/ ¡Viva la mar! ¡Viva la mar!”
La vida de este hombre, bajo, grueso
y de canas atrevidas, es una enredada y grande historia ligada al agua,
imposible de contar a breves rasgos. Por eso el descolorido velero tatuado en
su antebrazo izquierdo. Por eso la cruz que marca norte, este, oeste y sur. Por
eso sus 37 años como capitán y más de 40 como marinero.
Chalén navega de 7h00 a 16h00 una
lancha para Visolit, empresa que descontamina los ramales del estero desde
2003. Las embarcaciones quedan paradas en el muelle del Malecón del Salado, en
medio de los puentes El Velero y 5 de Junio, y allí mismo empieza Chalén su
segundo trabajo.
De lunes a domingo, y por USD
2.00 extra, el capitán rema los botes que grupos de amigos, parejas o familias
alquilan por USD 3.50 a Ismael Zuloaga, otro salmón de la tradición de los
botes de alquiler.
Ismael Zuloaga, administrador de los botes de remo del Malecón del Salado. Foto: Noemí Oyola
“A la luz de la pálida luna/en un
barco pirata nací…” continúa cantando el capitán con la misma voz vehemente y
acelerada que utiliza para entretejer y mezclar los detalles de su pasado y su
presente. Pero la letra de la canción de mar no acierta. La familia de José
Chalén viene de Posorja y Playas, pero él nació en Guayaquil, en la Once y
Portete, “¡cuando todo eso era pero monte!”.
Ya a los siete años José Chalén
aprendía a nadar en el estero Salado. Su padre, cholo fuerte, estibador de la
Standard Fruit Company, lo lanzaba desde el puente 5 de Junio y abajo sus tres
tíos lo esperaban para reírse de su cara de susto. Eran otros tiempos, días del
American Park, de carreras de botes, de arena de playa en el estero y
estudiantes cortejando a las colegialas al pie del manglar.
La misma escena de caída libre recordaría
Chalén cuando en 2009, para aprobar el curso de Marinero de Bahía en la
Capitanía de Puerto de Salinas, el suboficial Barreno, moreno alto y
corpulento, instructor de supervivencia en el mar, lo empujó sin piedad desde
un buque petrolero hacia el mar sin dejar siquiera que se termine de persignar.
“Chuta, parecía interminable que
no llegaba al agua, pues. Y vuelta cuando llegué parecía que nunca iba a salir
y yo ¡dale para arriba! Cuando salgo es desesperado, pues, a respirar”.
Actualmente vive en El Recreo y
cada mañana toma el bus Panorama 81-3 que lo deja en Padre Solano y José de Antepara.
Desde allí coge “la 8” y se baja en el puente que marca el incio del Malecón
del Suburbio. El regreso es a pie hasta el centro y de allí, otra vez, la “81-3”.
Es padre de cuatro junto a la
misma riobambeña desde hace 30 años. Con los remos, y sobre alguno de los 17
botes hechos de madera o fibra, gana desde USD 13.00 en los días malos hasta
USD 70.00 en los mejores. Y aunque no gane mucho, con su ánimo incansable y su
conversación afilada se ha convertido en el guía turístico preferido de muchos
paseantes del estero.
Niñez truncada, pescador en
Galápagos, panificador en la sierra, chofer profesional. Detalles y secretos
que se atropellan en la garganta de un personaje que navega y canta mientras el
sol se oculta: “¡Viva la mar! ¡Viva la mar!”.
Reinaldo Velasteguí y Ofelia
Iturralde aprenden a remar con instrucciones del capitán Chalén. Foto: Noemí Oyola