A la pucha! Como se despabila el corazón cuando se renuncia a los pagos! Soy neuquina, germiné y coseché en la desértica Patagonia. Por decisiones, imprecisas y poco pensadas, hace cinco años que habito la ciudad con mas pros y contras del país. Hace media década que vivo en los buenos aires, ejecuté mi propio plan quinquenal a la perfección. No quería desamparar a lo que llamaba vida, hoy considero que fue lo apropiado. Aunque no me arrepiento del nuevo paisaje, que alberga mi rutina diaria, debo admitir que acostumbrarme fue uno de los retos más engorrosos a los que me sometí. De fondo suena Zwan y, de a fragmentos, vuelven los recuerdos de esos primeros meses en suelo ajeno.
No voy a reparar en detalles de mi vida privada, solo diré que sufrí en demasía. En la nueva ciudad no soplaba el clásico viento “vuelachapa”, por el contrario, la lluvia torrencial era ley. Pasé de tener el pelo lacio por la tierra a tener un frizz, simil Tina Turner, por la constante humedad. Eso parece grave, pero los cambios emocionales destronaron a los estéticos. No estuve consciente de la graduación de “bajón” hasta que me descubrí tirada en el sillón, envuelta en un aguacero anímico, mientras miraba un programa de canal 13 que se llamaba Cuestión de Peso. No miro ese programa, no tenía cable, era eso o una novela pedorra donde hubiese llorado a cantaros pero de lo mal que actúa Estevanez. Bueno, la cara me quedó salada, mix de lágrimas y mocos, al ver como un ex-obeso se reencontraba con su familia y se los comía. No, eso último no sucedió, pero la lucha por el rating es tan salvaje que no hubiese sido algo tan descabellado. En fin, ver como el nuevo flaco tenía la oportunidad de ver a los suyos y yo no, me hacía sentir miserable. Y no era solo eso. En esa postura, y con mis kilos de más, me sentía una ballena encallada con un nivel de infelicidad absurdo. Y seguro que era el día en que Andrés me visitaba. Debe haber sido así, porque ese sollozo maratónico fue inusual.
Luego de darle amparo a quién hoy lleva con gracia el nombre “Murrungato del Zapato”, Murrún para los amigos, mi concepción cambió totalmente. Va a sonar excesivamente estúpido, pero ese animal me ayudó a dejar la extrañeza en otro plano y cuidó mis espaldas en la batalla contra la soledad. Hoy disminuyeron mis tiempos de añoranza, mi tarifa telefónica es más económica. Me siento parte del ambiente, no miro más el reality con protagonistas fuertecitos y el sillón esta colmado de pertenencias, imposibilitado de acobijar algún cuerpo. Si, ya se. Es verdad, despreciaba a los gatos. Durante gran parte de mi vida, una de mis prioridades era generar molestias en esa especie animal. Desde arrojarlos a la pileta hasta atorarles la cabeza con la puerta corrediza de la ventana. Actividades en las que me destaqué pese a las críticas de sus propietarios (disculpas públicas a mi familia y amigos). Eso quedó en el pasado, hoy me defino como una ex antigatos.
Se preguntarán como se produjo ese drástico cambio en mis preferencias. Si no se lo preguntan procedo a contarlo, de todos modos, este blog es mío. Como el paradigma del “blanco/negro” siempre me sentó muy bien, la vida me dio un novio miembro de la asociación pro-felinos. Cual niño pequeño que pide algo, repetidas veces, a modo de “porfi-porfi”, mi amado sobresaturó mi estado a base del reclamo constante de adoptar una mascota. Una mascota peluda, que maulla, interesada, poco afectiva, sucia y olorosa. Acepté, de muy mala gana, la posibilidad de convivir con un tercer miembro familiar. Automaticamente, luego de acceder a subsistir en un mundo de pelos, nos dirigimos hacia un espacio llamado Centro Michimiau (lugar que nos recomendó una veterinaria amiga luego de reprobar espantada nuestra aventura de apadrinar un espécimen del Jardín Botánico). Nos presentamos en el sitio como futuros padres gatunos y nos dieron acceso a la casa donde miles de bigotes esperaban a ser señalados por un eventual dueño. La encargada nos recomendó: “Toquen a cada uno y perciban con cual tienen mas química”. Lerdos y perezosos, nos costo iniciar el rito. Con absoluta repulsión me animé, me forcé, a pasar mi dedo índice por la cabeza de una gata. Una aristogata mejor dicho. Tenía pelaje gris brillante y una postura soberbia que la ayudaba a lucir un collar rosa de donde colgaba un pequeño diamantito. La muy malnacida me mordió y hoy exhibo una cicatriz, poco visible, pero que rememora como logré contener mi ira asesina y ser mejor persona. Llegó el turno de mi actual mascota. No conseguí apoyar mi mano sobre su lomo que se volvió loco, fue invadido por una locura de mimos (así llamamos a esa patología). En ese momento supe, supimos, que ese iba a ser quien terminara de completar el triunvirato. Lo llevamos a nuestra casa, se acomodó y familiarizó inmediatamente.
Por mi experiencia, considero propio recomendar la adopción de animales sin hogar. Si están interesados en ahijar o ayudar, les sugiero algunas de las organizaciones que ayudan a los animales domésticos abandonados. Pueden contactarse con ellos y hacer feliz a un pequeño ser.
Y como los remates me resultan cada vez más imposibles, me retiro con un video para revolucionar ese porcentaje de sociedad antimichos.