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lunes, febrero 01, 2016

Cómo abrió don Nicanor el gran circo volador, Mar Benegas y Ximo Abadía


TresTristes Tigres, Sevilla, 2015. 60 pp. 14,50 €

María Dolores García Pastor

Don Nicanor es un señor que tiene un gran bigote, pero aún es más grande su corazón. Por eso se dedica a recorrer el mundo rescatando a un puñado de animales que encuentrará a su paso: un tigre-vaca, un pingüino que sabe chino, un burro forzudo, una monita, un gato, una perdiz... Esta es la historia que nos cuenta Mar Benegas y dibuja Ximo Abadía. También hay valores y al final del libro podemos disfrutar de la adaptación teatral que hace Sefa Bernet, por si los lectores se animan con la dramatización.
El texto en verso da ritmo y añade magia a la narración. Mar Benegas lleva años dedicada a acercar la poesía a los más pequeños, todo un mérito teniendo en cuenta que la poesía es la Cenicienta de la literatura y siendo para niños doble complicación. Mar es autora de un buen puñado de libros para niños y algunos para adultos, además de animar a la lectura, en escuelas y bibliotecas, y a la creatividad en sus talleres. Su amor por las palabras se deja ver en cada estrofa de sus libros, las mima, las acaricia y se las entrega a los lectores para que puedan jugar con ellas. Sus versos infantiles nos hacen pensar en la cubana Yanitzia Canetti o en la mismísima Gloria Fuertes. Es Ximo Abadía el que pone la nota de color dando un aspecto tierno y muy moderno a los personajes gracias a su técnica con el grafito, las ceras y los lápices. El resultado no puede ser mejor.
Este sería el punto de vista de un adulto, ¿y los niños?, porque al fin y al cabo este libro está destinado al público infantil. Pues la lectora que tengo en casa, Lluna de ocho años, se ha mostrado encantada leyendo la aventura de Don Nicanor. Le gusta que Mar Benegas escriba el libro “en poesía”, le chiflan los dibujos de Ximo Abadía y se queda con ganas de escenificar la versión teatral de Sefa Bernet.

miércoles, abril 29, 2009

El secreto del oso hormiguero, Beatriz Osés

Ilustraciones de Miguel Ángel Díez. Factoria K de Libros, Vigo, 2009. 64 pp. 12 €

Ignacio Sanz

Si existe una hora mágica para el niño, ésa hora es la de meterse en la cama y esperar que el sueño le venza, mientras navega por regiones misteriosas. Para facilitar las cosas en ese tránsito, los adultos buscan auxilio en los cuentos. De este modo entran en un estado de ensoñación que les endulza la despedida del día. Pues bien, El secreto del oso hormiguero, libro de poesía infantil compuesto por 31 poemas, todos relacionados con animales, a veces reales y en ocasiones imaginarios como las azofaifas o los gamusinos, trata de ese momento mágico en el que los niños se despiden del día.
Este es uno de los aciertos innegables del libro, la elección de ese momento que da a cada poema un mismo punto de partida, además de adentrarse en lo que podríamos llamar la “sicología” de cada animal, sus anhelos y sus sueños.
Beatriz Osés maneja con soltura la poesía, una poesía de apariencia sencilla, pegadiza, de rimas asonantes y ritmo de canción de comba. A veces, en breves poemas, apenas un escorzo, nos cuenta una historia que remarca las características conocidas del animal en cuestión:
Para muestra, un botón:

El problema de los caracoles

Mientras se lavan los cuernos
y se ponen el pijama,
se les hace ya de día
y no han llegado a la cama.

Abunda el humor y la ternura, así como cierta imaginación disparatada. No faltan tampoco los juegos de palabras que tratan de romper con la lógica del lenguaje y remarcan la condición de estos poemas-juguetes que nos propone la autora.
Con estos méritos Beatriz Osés se hizo acreedora del primer premio de poesía para niños y niñas Ciudad de Orihuela, el mejor dotado de cuantos se convocan en España en este género.
Las magníficas ilustraciones de Miguel Ángel Díez vienen a reforzar la fuerza expresiva de los poemas con su colorismo tenue y su fantasía controlada.
En definitiva, estamos ante un libro que viene a cumplir a la perfección la tarea de endulzar los sueños y a reforzar esa relación cargada de simbolismo que el propio niño establece con los animales

viernes, septiembre 14, 2007

Solo con invitación: Ernesto, Gusti / Lola Casas

RBA-Serres, Barcelona, 2007. 40 pp. 13 €

Alicia Soria

Debo confesar que elegí este libro porque me lo recomendó uno de los chicos más listos que conozco, y yo siempre atiendo a los consejos de los chicos listos: se llama Adrià, tiene cinco años y cada noche pide que le lean una historia. Adrià tiene buen gusto, un robusto criterio y mucha experiencia paladeando libros ilustrados. Por el momento no le preocupan demasiado la construcción de la estructura narrativa ni la elaboración de metáforas innovadoras, pero es capaz de sumergirse en una historia y comprender a cualquier personaje (incluso si es de una especie animal distinta a la suya). Además, es la única persona que conozco que puede recitarte un libro entero de corrido. En definitiva, sabe disfrutar de la lectura, a pesar de que aún le cueste leer por su cuenta.
Al escribir esta reseña, debía elegir entre hacerlo como le habría gustado a Adrià o como les gustaría a mis colegas. Ante tal disyuntiva, recordé una viñeta publicada en Saturday Review en la cual una niña menudilla indica a su padre, mientras él sostiene un cuento: «Muy bien, ahora vuelve a leerlo, pero esta vez pon más énfasis en el desarrollo de los personajes y un poco menos en la mecánica del argumento». Y ya no dudé más.
Ernesto es un león hambriento. ¡El rey de la sabana siente un hambre feroz! De modo que mira a su alrededor, arrogante y decidido. En torno a él todo es pura expectación. ¿Qué le apetece comer hoy al señor de los animales? ¿Una gacelita ligera y exquisita? ¿un sustancioso búfalo, con cuernos y todo? ¿O una girafa, tan rica y altísima? Ernesto, el gran cazador, los desestima uno a uno: no vale la pena empezar a correr por tan poca cosa... Hasta que descubre la presa perfecta. ¡Una cebra jugosa, sabrosa, tiernecita! El león se prepara para atrapar a su víctima... se siente ágil, se sabe valeroso... se aproxima a la deliciosa cebra y... ¡sorpresa! La leona llega para decirle que deje de hacer el tonto, que vaya a recoger a los cachorros y que de cazar... ¡ya se encargará ella!
Seguir página a página a Ernesto mientras recorre su rincón de la sabana es un magnífico juego lleno de hallazgos. Las ilustraciones, realizadas sobre papel madera, combinan la pintura y el collage, y nos proponen pasar las horas rastreando objetos: pájaros hechos con cáscaras de cacahuete, monos cuyos ojos son chapas de refresco, insectos-bisagra... Indiferentes a su condición de “objets trouvés”, los bichos vigilan con interés los movimientos del fiero león. ¡Les va la vida en ello! La tensión se mantiene hasta el desenlace: ¿se comerá el león a la cebra? ¿o saldrá ella corriendo? ¿qué merendará hoy Ernesto? El texto, escueto y preciso, va colocando en cada página los elementos del suspense. Sin prisas ni precipitación, nos expone la situación y nos encamina para atacarnos con un final imprevisto y completamente antiheroico. El mundo animal sirve como ejemplo para la vida cotidiana del lector, sin falsear el contexto ni forzar la moraleja. Probablemente, un moderno Jean de la Fontaine se habría complacido en esta historia.
Los autores, Lola Casas y Gusti, decidieron ya hace tiempo dedicar su tiempo y talento a los niños. Lola es profesora y escritora, y ha desarrollado una interesante carrera como poeta para lectores jóvenes. Con más de catorce libros, a unos cincuenta poemas en cada uno, se arriesga a repetirse algún día... Y sin embargo, sigue sin repetirse. Por su parte, Gusti ha desplegado a lo largo de su trayectoria como ilustrador un estilo en constante renovación, genuino e inimitable. Ha trabajado para distintos estudios de animación, y es creador de algunos famosos personajes de dibujos animados. En el mundo del libro, es autor de más de 25 obras, traducidas a varios idiomas, y ha recibido una buena parte de los premios más reputados del sector: el premio Lazarillo de Ilustración (en dos ocasiones), el premio Nacional de Ilustración, el Apel.les Mestres o el premio Junceda.
Una vez más, Adrià me ha dado un buen consejo. Ernesto me proporcionó humor, suspense, asombro... Conocí animales creados con tuercas, cielos hechos de papel arrugado. Estuve en la sabana y casi me como una cebra. En la vida de un niño no hay espacio para el tedio. En la del adulto, tampoco debería haberlo. Unos y otros disfrutarán enormemente con Ernesto.



Lee la entrevista completa AQUI



Gusti: «Lo que me interesa es disfrutar»

Hay aprendizaje en todos sitios, comenta Gusti mientras deja que su mirada corra en derredor. Acaba de mostrarme su admirable cuaderno de viajes, repleto de hermosos dibujos y bocetos tomados en lugares tan dispares como Quito o Collserola . Tan sólo se debe estar atento...

—Pero probablemente para mantener esa atención se ha de partir de una intensa curiosidad... ¿Tú haces un esfuerzo consciente para mantener ese interés infantil?
—Yo procuro trabajar de una manera espontánea y sin intención. Mi objetivo es disfrutar.

—En vista de tu prolífica obra, interpreto que ilustrar libros infantiles te proporciona buenas dosis de satisfacción...
— Sí, sí... ¡aunque hacer libros para niños es muy sagrado! Lo digo sin intención de santificarlo. Pero hay que tener en cuenta que crear libros para niños tiene una dimensión espiritual muy importante.

—Tu interés por esa dimensión ha tenido un peso notable en tu obra desde hace unos años. Tus viajes por Amazonia y tus experiencias en torno a la sabiduría tradicional y chamánica merecerían conversación a parte, desde luego. Pero también merece un momento de conversación tu interés por el mundo animal y su influjo en tus libros. Ernesto parece un buen ejemplo de ello...
—¡Claro! Los bichos tienen su espíritu, y cada especie tiene algo que contar. A mi me parece que en la evolución nosotros, los humanos, somos los más involucionados. Ernesto está dedicado a todos los felinos, y en especial al lince ibérico, que está en serio peligro de extinción, y dice algo así como que cada vez que desaparece un animal de la tierra un cachito de nosotros se va con ellos.

—A lo largo de tu trayectoria has recibido numerosas muestras de reconocimiento por parte del público y la crítica.¿Te anima eso a continuar creando libros infantiles, o añade a tu trabajo una carga de responsabilidad adicional?
—A mí lo que me interesa es disfrutar. Aunque me alegro de que me den un premio y me inviten a cenar. Pero me interesa mucho más el poder del niño, eso me motiva más. Yo soy un chico grande, y ahora estoy aprendiendo mucho de mi hijo Théo. Porque si te eligen para un premio y tienes que hacer un libro buenísimo, lo mejor es agenciarse un hijo de entre 7 y 8 años al que le guste dibujar...



Lola Casas: «Los niños huyen de la pedagogía»

«Yo me divierto muchísimo escribiendo para los niños» me explica mientras agita uno de sus libros, que ha traído a montones, «y eso es lo que quiero continuar haciendo: pasármelo bien».

—Gusti opina igual. Con razón Ernesto os salió tan gracioso...
— Sí, es importante trabajar con gente con la que te entiendas. Yo necesito trabajar en red, voy trazando una red de personas con las que comparto intereses y de ahí siempre salen cosas buenas. Gusti y yo ya hacía tiempo que hablábamos de trabajar juntos, pero la ocasión no surgió hasta que apareció Ernesto.

—Desde luego, partes de un conocimiento privilegiado del mundo infantil. ¿Cómo ha influido tu faceta de profesora en tu obra literaria?
— Yo he sido profesora de niños de todas las edades, y desde luego la convivencia diaria con ellos ayuda a comprender mejor sus gustos e intereses. Pero siempre he rehuido de la literatura pedagógica, no quiero que el afán por educar enturbie lo que escribo. De hecho, soy de la opinión de que los niños aprenden a pesar de los profesores: si no tuvieran maestros, también aprenderían. ¡Quizás hasta mejor!

—Sin embargo, Ernesto es un libro con mensaje...
—Es cierto, pero esquivamos la moralina. Los niños huyen de la pedagogía. Si quieres comunicarles una idea, debes hacerlo con grandes dosis de humor. ¡Y no sermonear bajo ningún concepto! El mensaje ya llegará a su destinatario... Algunas mujeres me han comentado que hicieron que sus maridos leyeran Ernesto. ¡Y por otra parte, hay niños de 18 meses que también lo están leyendo!

—¿Crees hay cierta propensión a moralizar al público infantil?
—Tenemos tendencia a educar a los niños entre algodones, e incluso escribimos para ellos en esos términos. Pero el mundo no es de algodón, así que no puedes hacer niños de azúcar, ni de cristal... ¡aunque tampoco de piedra! Es importante que los niños adquieran valor para vivir. Si nuestros libros ayudan un poco a eso... ¡perfecto!

—Es una suerte dar con un adulto que te guía en el mundo del libro cuando eres un niño. Seguro que muchos te quedarán agradecidos para siempre.
—Tal vez... Yo siempre les digo a los chavales que ser lector no es una obligación, sino un privilegio. Así que quien quiera disfrutar de él... ¡adelante!

viernes, agosto 31, 2007

Cuando mi gato era pequeño, Gilles Bachelet

Trad. María Dolores Caballer Gil. Molino, Barcelona, 2007. 32 páginas. 13 €

Care Santos

Papás y mamás que explicáis cuentos a vuestros hijos, haced la prueba: abrid este magnífico álbum por cualquiera de sus páginas frente a los ojos de un niño de entre 4 y 10 años y dejadle que mire. Basta con eso para disfrutar —y mucho— de la segunda aventura del elefante-gato que nos sirve este autor e ilustrador francés, nacido en Saint-Quentin en 1952. Como toda la buena literatura infantil, este libro sorprenderá y seducirá a lectores de todas las edades.
Ya en el anterior volumen, el premiado Mi gatito es el más bestia (Molino, 2005), sentaba Bachelet las bases de su modo de contar: mucho humor, no poca ternura y amor por los detalles. La historia era allí muy simple: el autor, en primera persona, nos cuenta las rarezas de su gato, un bicho tan extraño que incumple todas las características de la especie felina. El texto enumera las virtudes de los mininos, que su mascota contradice sin cesar, con lo cual el amo llega a la conclusión de que su gato "es el más bestia". Todo eso aliñado con guiños al lector adulto, y homenajes manifiestos a otros elefantes célebres —el Babar de Jean de Brunhoff, por ejemplo—. Una verdadera delicia.
En este segundo libro, los guiños continúan, pero son menos evidentes. El humor es, en cambio, más agudo (parece ser marca de la casa de un autor que ha publicado en Francia, también para niños, las aventuras de un héroe llamado Champignon Bonaparte). Asistimos ahora a una mirada retrospectiva a los primeros años de vida del extraño gato: desde que fue adoptado —el autor se dibuja a sí mismo— hasta su primer y estrafalario enamoramiento cuando alcanza la edad del pavo. La voz del narrador nos describe cómo su mascota llegó con entusiasmo a su nuevo hogar, se hizo enseguida a los espacios, y se encariñó con un peluche que él había regalado para evitar que se entristeciera en su ausencia. Lo que observamos en los dibujos, en cambio, es algo bien distinto: la torpeza del animal al dar sus atemorizados primeros pasos por la casa, sus accidentes en el baño y su odio manifiesto hacia el peluche en cuestión que, para más guasa, es un elefante. El odio de la mascota hacia el muñeco ocupa la parte central del álbum. Por supuesto, el dueño no lo interpreta del modo correcto, aquel que sí ven con toda claridad los lectores: el elefante odia al peluche, trata de librarse de él, lo pisotea, lo destroza... sin ningún éxito. Esta contradicción entre el texto y el dibujo es uno de los grandes encantos de este volumen, que fascinará a ls lectores más pequeños.
Para los mayores: lo que no se dice, lo que el amo del gato-elefante no cuenta de sí mismo, pero vemos en las ilustraciones, cobra también una dimensión especial en esta nueva entrega. Por los detalles de los dibujos conocemos mucho acerca del genio despistado que convive con el protagonista de la historia: que lava su ropa con jabón de albaricoque, que le gusta el chocolate o que tal vez se esté mudando de casa. También sabemos que es un ser descuidado y extravagante que cuelga los calcetines en el perchero de la entrada y tiene un cuadro con el símbolo del yin y el yang formado por dos elefantes en la habitación de la colada.
Por último, lo evidente: las ilustraciones. Ya lo habíamos visto en el primer título, pero lo corroboramos en éste. Las ilustraciones de Bachelet bien merecen un álbum de gran tamaño, donde puedan apreciarse no sólo los detalles —hay muchísimos— sino también la expresión del elefante protagonista. Los niños lo pasarán en grande con las páginas que contienen más acción, especialmente en aquellas que se expresan a modo de viñetas, y que son también las más humorísticas. En las otras, sin embargo, podrá entretenerse haciendo descubrimientos: la portada de un diario desplegado, la autoría de la partitura abierta sobre un piano, la pared que conserva las marcas de los carteles que estuvieron en ella...
Ahora ya sabemos que el gato con problemas de personalidad a causa del despiste de su amo ha tenido una infancia solitaria e iracunda y una entrada en la adolescencia marcada por un amor irracional hacia una zanahoria de juguete. Ahora, como ocurre con todos los héroes, deseamos saber más de él: ¿le corresponde la zanahoria? ¿se cura él de su melancolía? ¿cómo supera las dificultades de la difícil primera juventud? En pocas palabras: queremos más gato-elefante, Bachelet.

viernes, agosto 24, 2007

Calvina, Carlo Frabetti

Premio Barco de Vapor 2007. SM, Madrid, 2007. 128 pp. 6,95 €

Carmen Fernández Etreros

Un juego, un enigma, una ilusión... ¿A qué se enfrenta el lector cuando comienza a leer las primeras páginas de Calvina? Carlo Fabretti nos propone una lectura divertida y en ocasiones enigmática y peculiar. Su objetivo es hacer pensar y estimular la imaginación del lector juvenil y adulto. Como buen matemático, Carlo Fabretti, que ya ganó el Premio Jaén de Literatura Infantil y Juvenil, nos plantea un difícil problema y el lector no puede parar de leer el libro buscando la solución o quizás el fallo.
Contradicciones y preguntas invaden al lector en este relato sin límites: ¿Quién es Calvina? ¿Es un niño o una niña? ¿Dónde está su padre? ¿Está muerta su madre? Nada en Calvina es lo que parece ser. Los muertos están vivos, los locos cuerdos, los ladrones tienen buenas intenciones, las bibliotecas manicomios, el enano gigante... En la página 38 nos advierten: «Querido, las cosas no son siempre esto o lo otro; a menudo son esto y lo otro».
El mayor acierto de Calvina es la maestría del escritor para consolidar un ágil diálogo que atrapa al lector en sus garras sin dejarle escapar hasta el final. Carlo Frabetti usa con destreza trucos como el disfraz de los personajes, el engaño o la confusión. Se nota que conoce minuciosamente los desafíos de la literatura experimental y la trayectoria de autores como Italo Calvino o Georges Perec. También denota la huella en Calvina del indispensable Lewis Carroll y su Alicia en el país de las maravillas.
Carlo Frabetti aprovecha también las páginas de Calvina para hacer una meditada reflexión sobre los beneficios de la lectura. En la página 49 nos advierte la librera Emelina: «Pero si el libro es bueno, es decir, si estimula nuestra imaginación, si nos hace pensar y plantearnos nuevas preguntas, luego volvemos a la realidad con un poco más de fuerza y un poco más de sabiduría».
Como en un problema de matemáticas complejo, el resultado al enigma sin embargo se torna al final sencillo y fácil. Calvina deja entonces de ser un libro abierto sino que el propio autor valla su contenido y nos ofrece una única posible solución. En suma un libro juvenil diferente por lo original y un verdadero placer para el lector que tenga la suerte de sumergirse en sus páginas, ya que tendrá que plantearse nuevas preguntas y seguro que volverá a su realidad con más fuerza y sabiduría.

viernes, agosto 17, 2007

Buenos días señor Hoy, Ana Rossetti

Ilustraciones de Jorge Artajo. Kókinos, Madrid, 2007. 30 pp. 13 €

Elena Medel

Con cuatro o cinco años —mi madre no precisa, yo no recuerdo— enfermé de varicela. El incidente me libró durante una semana de las clases de la guardería, convirtiéndome en la reina de la casa: no madrugaba, bebía a todas horas leche con cacao, tras el arroz hervido mi abuela deslizaba en la palma de mi mano una onza de chocolate, o un par de galletas, que aliviasen mi pena. En aquellos días de fiebre me regalaron los primeros tomos de El mundo maravilloso de Heidi, una colección de libros con ilustraciones. No se diferenciaban en exceso de los que yo ya conocía, pero sí guardaban dentro una novedad: muchas letras. Yo, que era lectora precoz, devoré —con alguna dificultad, con todo el entusiasmo, ayudada por mi abuela— esos primeros volúmenes, a los que siguieron otros muchos —el resto, y también otros cuentos— durante los días de enfermedad. Estas aventuras de Heidi son los primeros títulos que recuerdo haber leído con cierta consciencia —si es que a esa edad se puede ser consciente—, y suelo culparles de mi pasión lectora. De ellos salté a las colecciones Barco de Vapor y Gran Angular, a los poemas de Gloria Fuertes, a los clásicos para jóvenes de Anaya, y no paré de leer.
En un tiempo en que los índices de lectura se estancan en cifras tan bajas como preocupantes, considero fundamental la selección de una primera biblioteca que anime a los niños a la lectura. Libros de calidad, sí, hermosos, pero que a la vez entretengan, entren por la vista, enganchen y capten —sobre todo: es el objetivo— a nuevos lectores. Buenos días señor Hoy, de Ana Rossetti, es un ejemplo y una muy buena elección: una historia para lectores debutantes, poco antes de esa edad de mi varicela, que se presenta como mitad poema y mitad relato. No nos conduce el soniquete de la rima en Buenos días señor Hoy, la disposición gráfica no tiene por qué ser la de verso, y se nos transmite una historia de principio a fin, pero la carga poética resulta —como veremos— innegable. El hilo argumental es sencillo: la pequeña Mireya despierta y pregunta al nuevo día —el «señor Hoy»— qué le deparará. ¿Sol, nubes, tormenta? ¿Podrá salir a jugar a la calle, deberá permanecer quieta y en casa? Mireya, Lola y Gonzalo unen fuerzas para que el día sea «divertido», «feliz», «extraordinario», «emocionantísimo»... Lo consiguen, y se marchan de excursión.
Buenos días señor Hoy narra, así, un día en la vida de Mireya, desde que amanece hasta que llega la noche. Lo mejor, y aquí Rossetti —poeta pionera e inolvidable, narradora sin moldes, creadora que es pura transgresión— muestra su oficio, es cómo se cuentan losa: cuando llueve, «el señor Hoy se pone a llorar»; Mireya, al encender la luz, «enciende un sol en su habitación»; las estrellas se describen como la «carga brillante» de los «pescadores nocturnos»... Metáforas muy simples, de identificación fácil y al alcance de los más pequeños —que, al descubrir por qué se dice así, sentirán como leer y comprender lo que se lee no es tan complejo—, pero al mismo tiempo de enorme belleza, igual que las ilustraciones de Jorge Artajo. Domina el color blanco, sí, y estallan los tonos más alegres —verde, rojo, amarillo— página tras página. La lectura es, en Buenos días señor Hoy, toda una fiesta.
No tengo hijos ni sobrinos, mis primos ya crecieron, y pocos de mis amigos más cercanos y queridos se animan a alegrarme con sus propios retoños. Mi contacto con los niños se limita, pues, a aquellos que ocupan el mismo vagón de metro. Sin embargo, algo mágico me ocurrió cuando disfrutaba de Buenos días señor Hoy: volví a sentirme como aquella niña que, con un pijama rosa, descubría la emoción de la lectura. Más que recomendable para los más pequeños, desde luego, pero también para aquellos mayores que deseen viajar en la máquina del tiempo, y regresar a su infancia durante un rato.

viernes, agosto 10, 2007

Sasha y Oli a jugar / de paseo / de viaje / al parque, Katherine Lodge

Trad. Esther Rubio Muñoz. Kókinos, Madrid, 2007. 10 pp (c.u). 6 €(c.u)
Doménico Chiappe

Sasha es una osa panda, de grandes ojos tristes, cuerpo menudo de niña, que viste como niña. Oli es una jirafa menos humanizada (no viste) de naranja piel y lunares ocre, aventurera como Sasha y dispuesta a conocer. Porque conocer es la gran aventura que estos dos personajes presentan al niño. La autora de la serie Sasha y Oli, de quien hoy se presentan cuatro libros, Katherine Lodge, utiliza la imagen naif y colorida con la contundencia de la exploración visual que tiene el niño, que sólo tiene el niño en edades tempranas, y que se refuerza con la hermosa edición de Kókinos.
En De viaje, Sasha y Oli han empacado en hermosas maletas azules, suben al avión y miran por la ventanilla las aves que surcan el cielo junto a ellos, y un helicóptero, aparato tripulado por un perro blanco de largo hocico que utiliza gorro (¿homenaje a Snoopy?). El helicóptero mueve las aspas. El niño pone el sonido. Llegan a la playa, juegan con la arena. Sasha es más activa. Oli más fresco, observador. Fotografían una ciudad de tráfico intenso y altos edificios (¿han viajado a Miami?). Suben a una montaña para descubrir un lago y finalmente, como todos, yacen al final del día en la piscina del hotel, con un refresco (supongo que no un daikiri) al borde.
El mundo de juego se cuela en la realidad. Lodge puede dibujar la realidad (sus personajes pintan con acuarelas corazones que se chorrean) o lo que imaginan (conducen un coche para dirigirse al campo). En De paseo, van al parque de diversiones, patinan sobre hielo conducen un tren y vuelan en un globo aerostático. Y en Al parque, preparan y llenan una piscina, juegan en un parque infantil, hacen un picnic y llueve, aparece el arco iris cuando Oli lleva en su lomo a una Sasha cansada. Queda patente un claro mensaje de compañerismo y colaboración.
En A jugar, Sasha y Oli echan mano de todos sus juguetes, típicos en el baúl de los niños. Oli se ve más despierto y activo que en el libro anterior. Sasha se comporta como una niña encantadora vestida de hada madrina, cuando Oli imita a Louis Armstrong o viste de pirata (sin parche y sin garfio), dibujan, preparan una tarta (como en el anterior, el niño recrea el sonido: cumpleaños feliz, te deseamos a ti), vestidos de cocineros, hacen planos y construyen naves intergalácticas donde Oli no cabe y, de noche, leen un libro a la luz de una lámpara y con la luna asomando por la ventana.
La estrategia de Lodge es clara y eficaz: un día agitado, temático, en la vida de dos personas afines, compenetradas como dos hermanos, donde Oli es el mayor y Sasha la menor con visos de dirigente ante un complaciente cómplice.

viernes, agosto 03, 2007

Inventando números, Gianni Rodari

Il. Alessandro Sanna. Tr. Xosé Ballesteros. Kalandraka, Pontevedra, 2007. 32 pp. 15 €.

Ana Gorría

Gianni Rodari, galardonado con el Premio Hans Christian Andersen en 1970, es uno de los escritores de literatura infantil cuya teoría más influencia ha tenido en la actual didáctica de la literatura, especialmente a raíz del título Gramática de la Fantasía.
Diplomado en magisterio, su vocación de escritor de literatura infantil surgió como consecuencia de una casualidad: en el ejercicio de su labor de periodista político en la publicación L’Unitá fue preciso incluir textos para lectores infantiles, textos que comenzó a publicar bajo el pseudónimo de Lino Picco y que conocieron de forman inmediata una excelente recepción.
Fruto del diálogo que siempre estableció con los niños (recorría las escuelas y exponía al juicio de éstos sus textos) publicó, entre otras, obras como El Planeta de los árboles, Cuentos largos con sonrisa, Las aventuras de Cipollino, Cuentos para jugar y Cuentos por teléfono, colección de setenta narraciones cortas que toman como motivo la relación entre una niña para la que es imposible conciliar el sueño sin oír las narraciones de su progenitor y su padre constantemente ausente por motivos laborales.
A esta colección de relatos pertenece Inventando los números, texto que hoy nos propone Kalandraka exento y con ilustraciones de Alessandro Sanna.
Inventando números sorprende una de esas conversaciones, diálogos, nocturnas y nos invita, con estos dos personajes a participar de esa descubrimiento a través del lenguaje que supone para Rodari la fantasía y que tiene como último objeto de conocimiento el mundo:
La mente es una. Su creatividad se ha de cultivar en todas las direcciones. Las fábulas (escuchadas o inventadas) no son "todo" lo que sirve al niño. El uso libre de todas las posibilidades de la lengua no representa más que una de las direcciones en que puede expandirse. Pero tout se tient, como dicen los franceses. La imaginación del niño, estimulada para inventar palabras, aplicará sus instrumentos sobre todos los aspectos de su experiencia que desafíen su intervención creativa. Las fábulas sirven a la matemática, como la matemática sirve a las fábulas.
En Inventando números, Rodari asume ese aprendizaje y esa potenciación de la experiencia a través de la creatividad. Cálculo, aritmética, nociones de teoría de conjuntos como la equivalencia, la medida,o la longitud no vienen presentadas como un fin en sí mismo, sino como posibilidades de desarrollo tanto cognitivo como emocional. Éstas nociones no se nos presentan como entelequias abstractas, alejadas de las estructuras de lo real, sino (y en diálogo con el lenguaje) como posibles causas de la transformación de la realidad.
El lenguaje participa de esa posibilidad de transformación. Cuestiona y asienta los fundamentos de lo real, para estimular nuestra "libertad de hablantes". Desde el principio, en Inventando números observamos el desarrollo de esa libertad, propia del lenguaje infantil y de las filastrocche, género de retahílas de la poesía popular italiana:

un extramillón de billardones,
una macronelada de trillones,
un cuatrillonardo y un marabillón.


Pero con procedimientos morfológicos asimilables a las jitánjaforas gracias a los cuales los niños pueden aprehender y desarrollar los patrones de creación léxica, en este caso, de los números ordinales y cardinales.
Inventando números no sólo estimula el crecimiento cognitivo de los niños que los lean, sino que ofrece una lección a compartir sobre el valor de las cosas, coherente con la postura ética que siempre prevaleció en vida del autor, sensible a la injusticia.

—¿Cuánto pesa una lágrima?.
—Depende: la de un niño caprichoso
pesa menos que el viento,
pero la de un niño hambriento
más que toda la tierra.


No quedan al margen de esta lección estimulante las ilustraciones de Alessandro Sanna, adscritas al juego compartido entre la niña y su padre. De atractivos coloridos e imaginación (el uno es un bañador, el tres un canario en una jaula, el seis una mamá), no hacen más que enriquecer la cuidadísima y preciosa edición que Kalandraka pone a nuestra disposición.

viernes, julio 27, 2007

Las vacaciones hipnóticas de Molly Moon, Georgia Byng

Trad. William McGrath. SM, Madrid, 2007. 64 pp. 14,96 €

Esther García Llovet

Agarraos al sombrero porque viene Molly Moon. Molly Moon tiene nueve años, nariz británica de patata hervida, ojos hipnóticos y los mismos vaqueros rotos que su autora, Georgia Byng, quien a pesar de su dinámico nombre es hija de un conde inglés y lleva con éste cuarto libro de la saga un inesperado éxito de ventas internacional. Molly Moon es huérfana, es un poco guarra, es fea y lo sabe y el único recurso que tiene para enfrentarse al mundo adulto es su capacidad para hipnotizar al personal y una perra carlina que se tira pedos mientras pasea por Central Park con un collar de diamantes. Porque Molly Moon se ha hecho millonaria con su técnica de hipnosis, ha llegado hasta Hollywood y ahora está en Nueva York, sola y hambrienta y con un ojo malo. Tiene pesadillas con calamares que bailan claqué y se aburre, así que hay que hacer algo pronto porque no hay peor amenaza pública que un niño de nueve años aburrido aunque no tenga más superpoderes que el fuelle de sus pulmones.
Molly salta de la cama a la calle con su perrita Pétula y a quien primero se encuentra es a un mendigo que juega al dominó y a partir de ese momento todo empieza a sucederse a la velocidad en la que caen las fichas del juego y con no menos ruido: para empezar decide cambiar la suerte del mendigo por el destino de un modelo que conduce un Lamborghini naranja y que los lleva a una sesión de publicidad con la fotógrafa Estefanía Rompeolas. Todo va sobre ruedas hasta que Molly se da cuenta de que el mendigo no da la talla como modelo y se lanzan a buscar a otro que sí la da y en la búsqueda le roban a Pétula con su collar de diamantes y acaban en la azotea de un edificio de Manhattan donde una pandilla de malandros, Cobra y Verdugo y Doris la Grande, la arrojan a un depósito de agua.
Al final el mendigo consigue salvarla gracias a que Molly no sólo ha cambiado su destino sino que además le ha devuelto la fe en sí mismo. A la larga esta es toda la intención del libro: descubre la confianza en ti mismo, quiérete mucho y aprende a hipnotizar a los demás con tus encantos. Hazles reír, halágalos y hazles preguntas interesantes. Más simple que el sorbete de gazpacho. Así que, como dice Molly Moon agarrándose a su gorro de lana:«Vale, colega, ¿a qué esperas? ¿Sabes conducir?»

viernes, julio 20, 2007

Hechizo, Sarah Singleton

Trad. Gemma Gallart. Ilustr.: Alejandro Colucci. Destino, Barcelona, 2007. 218 pp. 13,95 €

Ángeles Escudero

«Hechizo cuenta la historia inquietante y fabulosa de una familia atrapada en el tiempo y condenada a vivir una noche eterna de invierno tras los muros de una impresionante mansión». He elegido para encabezar este comentario esta cita de Amanda Craig —publicada en Times on line— que aparece en la contraportada del libro porque resume mi impresión sobre esta novela. Pero, claro, hay mucho más que decir.
La sugerente y cuidada cubierta te envuelve, antes incluso de abrir el libro, en una atmósfera en la que se desarrollarán las doscientas dieciocho páginas en las que Sarah Singleton nos cuenta esta historia. La palabra "hechizo" aparece difuminada sobre una luna incompleta que, tapada en parte por una neblina incierta, corona una mansión con aire fantasmagórico. La figura de una niña de perfil, de pelo largo y tez extremadamente blanquecina, como privada de la luz del sol, nos pone en situación, nos hace visible el escenario.
El ambiente, buscando algún paralelismo cinematográfico, recuerda al de Los otros de Amenábar, sólo que no se trata en Hechizo de un no dejar pasar la luz tapando cualquier rendija por la que pudiese entrar el sol, sino que la familia protagonista está atrapada en el tiempo, y condenada a vivir los días de forma invertida tras los muros de la impresionante mansión en la que habitan.
«El libro estaba oculto en un cajón de embalaje de madera, en el desván situado encima del ala oeste de la casa, insinúa ya un misterio por resolver», dice la primera línea de la novela. Ya en el arranque, la autora nos propone la lectura de Century, cien años de hechizo, escrita por la misma protagonista de la historia, Mercy Galliena Berga, y fechada en 1890. La historia dentro de la historia comienza hablando de fantasmas. Mercy puede percibir los ecos de personas que ya han muerto. El recurso al más allá (o tal vez el más acá, que no todo está dicho en este terreno incierto) funciona a cualquier edad. Nos horroriza, nos perturba, e incluso ambas cosas a la vez lo que no podemos controlar, lo que escapa a lo que podemos medir, analizar o explicar. Pero, como bien conocerá la autora, ese es también el motivo por el que la muerte y la posibilidad de un después, nos atrae de forma irremediable. Además en literatura juvenil, o literatura que también pueden leer los jóvenes como es el caso, este tema ha dejado de ser tabú. Mercy ve fantasmas, y lo curioso es que lo asume de forma natural, quizás porque hasta lo más excepcional si se convierte en cotidiano se hace costumbre y pierde su poder de sorpresa o excepción. Lo que provoca miedo es lo inesperado, lo que conocemos nos da seguridad, y para Mercy, aunque vive una situación difícil, lo que realmente resultará duro serán las novedades que se van a producir en su rutina y que le llevarán a tener que tomar la determinación de actuar. Es el día en que encuentra un fantasma que no le es familiar, cuando se sentirá perturbada. Se trata de una mujer que se desliza bajo el hielo de un lago cercano a la casa. Esa visión dará comienzo a los cambios que se producen en Century.
Hay elementos recurrentes en argumentos de misterio pero que no por muy utilizado son un recurso menos efectivo. Mercy encontrará unas llaves en el lodo, quizás guiada por la mujer del fondo, y al cogerlas asumirá el reto de darle una explicación. Comienza entonces a ser consciente de que su situación no es normal: pasear bajo la luna, con un intenso frío, sobre la hierba helada; estudiar y comer a la luz de las velas, o con el resplandor de las llamas de la chimenea; e irse a dormir antes de que el sol despunte en el horizonte. La familia Berga esconde un secreto y Mercy descubre que tiene relación con la muerte de su madre, Tecla, aunque la historia esconde mucho más.
Se introduce en este punto un juego temporal, con las paradojas que ello conlleva. Nuestra protagonista ha de volver al pasado para tratar de solucionar el misterio. En ese tiempo pasado no la ven, la autora nos lo explica diciendo que sus mentes no registran su presencia. Mercy se ve a sí misma y a su familia antes de que el hechizo cayese sobre sus vidas y sobre la mansión. Hará varias incursiones al pasado y cada vez que regrese a su presente todo será un poco más difícil, y constatará el deterioro que sufre Century. La niña se verá obligada a escoger entre el único modo de vida que ha conocido hasta ese momento, y el cambio que le propone Claudius, un nuevo personaje que aparece en su vida y que la llevará a actuar deshaciendo la magia, cuestionando incluso la autoridad de su padre. Mercy es valiente y, aunque llega un momento en que no sabe en quien confiar, actúa. Se rebela por sí misma, y ayudada por su hermana buscará la forma de volver a vivir y no estar encerrada en una noche eterna y gélida.
Century aborda el tema de la inmortalidad, aunque de forma peculiar, y reflexiona sobre cómo la vida, cuando es efímera e intensa y por tanto finita, adquiere su auténtico sentido, el único quizás. La eternidad puede ser un castigo más que una utopía deseable. Es en este contexto donde la autora introduce una reflexión, que roza lo filosófico, sobre lo que nos da la vida. El aliento vital del que hablarán los presocráticos como origen de la vida; Ka, el espíritu animador de los egipcios; el alma inmortal de los esquimales, Inua. La autora se sirve en este punto de los autómatas, esos viejos habitantes de la literatura —de Hoffman a Ruiz Zafón— y lo hace de forma dramática pero creíble, reviviendo el mito de Frankenstein, o la vuelta a la vida al precio que sea.
Sin duda, lo que más atrae del libro es la maravillosa idea de cómo la literatura nos puede hacer libres, corrigiendo la realidad al reescribirla. La protagonista de Century, título original de la novela, encontrará en la nueva narración de los cien años ya transcurridos la fórmula para romper el hechizo.
Se cerrarán todos los círculos, se resolverán las incógnitas (que son muchas y que deberán resolver también quienes lean la novela) y en la última frase del libro, escrita por la propia protagonista, se hará patente que lo vivido se materializa cuando lo ponemos por escrito.
¿Y qué, si no, es la esencia de la literatura?

viernes, julio 13, 2007

El Cid contado a los niños, Rosa Navarro Durán.

Ilustraciones: Francesc Rovira. Edebé, Barcelona, 2007. 185 pp. 17,30 €

Alberto Luque

En el año 1207 un tal Per Abbat dejó escrito un largo poema sobre las aventuras y desventuras de un caballero medieval, Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, muerto en Valencia hacía más de un siglo, en el año 1099. La mayoría de los estudiosos coinciden en afirmar que Per Abbat sólo fue un copista, quizá el primero, de un poema o cantar de gesta de autoría anónima que recorría los territorios de frontera por boca y gracia de juglares. En realidad son muchos, y muy atractivos, los misterios que rodean al Cantar de mío Cid pero todos ellos pasan a un segundo plano ante dos hechos innegables: la supervivencia de esta obra literaria a través de los siglos y su papel decisivo para impulsar el mito cidiano fuera de nuestras fronteras.
Precisamente este año se cumplen los 800 años del manuscrito de Per Abbat, y un gran número de editoriales se ha sumado a esta conmemoración con ediciones muy diversas, buena parte de ellas dirigidas a los más pequeños. Este es el caso de El Cid contado a los niños, título incluido dentro de una colección que Edebé dedica a las adaptaciones infantiles de grandes obras literarias españolas. Frente a otras editoriales, que han optado por fundir el Cid histórico con el Cid legendario o simplemente han dejado vía libre al autor para reinventar al personaje con nuevas aventuras del gusto infantil, aquí estamos ante una adaptación del Cantar de mío Cid, por lo que el libro se muestra como el vehículo idóneo para dar a conocer a los jóvenes lectores este gran poema épico medieval, que en su versión “original” resulta excesivamente complicado y farragoso.
Esta empresa no resulta fácil, ya que el Cantar fue creado para ser declamado por los juglares, que recorrían las tierras de frontera narrando las gestas de un caballero que había desafiado a la gran nobleza, y que gracias a su inteligencia y su valor logró forjar su propio destino. Sin duda este mensaje sería escuchado con agrado por los hombres y mujeres que habitaban esas peligrosas tierras —a veces simples puestos de avanzada en la estrategia expansiva de los reinos cristianos—, y que se sentirían muchas veces tan abandonados y zaheridos por la alta nobleza como en tiempos el mismo Cid Campeador. Así, en el Cantar hay de todo: no faltan las luchas sangrientas, tan del gusto de la época, y las escenas escabrosas, como el relato de la Afrenta de Corpes, en el que los infantes de Carrión golpean y abandonan en un solitario bosque a sus esposas, las hijas del Cid. Aunque, lógicamente, algunos de los valores que se desprenden de su lectura han perdido vigencia, el Cantar posee unos claros atractivos que justifican su lectura más allá de consideraciones dogmáticas como ser el primer, y casi único, cantar de gesta escrito en castellano. Para los más pequeños sin duda será una excelente forma de divertirse y de conocer una de nuestras grandes obras literarias —y una de las más internacionales— que de otro modo, y al ritmo que lleva la LOGSE, probablemente no vayan a leer jamás en su versión íntegra.
El Cid contado a los niños es, pues, una interesante propuesta de lectura, aunque a veces el texto adolezca de fuerza literaria debido tal vez al propósito de compendiar los 3730 versos del original y adaptarlos al lector infantil, tarea nada fácil que implica, además, la prosificación de unos versos que en sus orígenes requerían, además de su recitación, la declamación y el uso, por parte de los juglares, de la interpretación gestual y el acompañamiento musical. En esta ocasión, la música, inspiradora de emociones, es sustituida por las sugerentes ilustraciones de Francesc Rovira.
Una buena oportunidad en todo caso para que los más pequeños se acerquen a esta obra literaria, cuya lectura —aunque el libro no hace ninguna referencia a las edades a las que va dirigido— parece apropiada a partir de los ocho años.

viernes, julio 06, 2007

Stevenson, tú y yo, Carmen Gómez Ojea

Ilustraciones de Horacio Elena. Edebé, Barcelona, 2007. 168 pp. 7,35 € . Edad recomendada por el editor: a partir de 8 años.

Ana Gorría

Érase una vez una niña que asiste por primera vez a la injusticia. Durante el desarrollo de su fiesta de cumpleaños, Irene, la protagonista de Stevenson, tú y yo, asiste a la calumnia y a la difamación de Bárbola, la única invitada presente que no pertenece al círculo de las amigas de su madre, acusada injustamente de ladrona. Esta acusación desvela, además, en un episodio de inusitada crueldad uno de los mayores secretos de la niña: el maltrato sufrido por parte de su padre.
A partir de este conflicto inicial, Carmen Gómez Ojea nos plantea la evolución de Irene desde esta fecha, ya que este episodio marca un punto de inflexión que va a determinar su relación con su entorno más inmediato: las relaciones con su familia, especialmente con su madre, con sus compañeras de clase y con la realidad.
Rechazada en un primer momento por su entorno inmediato, Irene, una lectora empedernida de libros de aventuras, con cierta tendencia al histrionismo (que viene ligado a su vocación de actriz) se encierra en su habitación movida por la soledad y la incomprensión que la atenazan desde su desdichado cumpleaños, e inicia una relación virtual con un chico al que conoce en un chat y, para el que, como para ella, Robert Luis Stevenson es el mejor escritor que conocen.
Tusitala y R.L (dos sobrenombres de Stevenson) urden una relación que va a ser para Irene el único espacio donde va a sentirse acompañada y entendida. Cuando la relación entre ambos avanza, ella, de naturaleza fantasiosa, fiel al sobrenombre de “Tusitala” (contador de historias) que escoge en internet, idea una personalidad falsa que viene a sublimar la situación de Bárbola, de cuya situación se siente responsable. La personalidad fingida de Irene, una niña polaca, huérfana de padre, y víctima del hostigamiento de su padrasto Vladimir usurpa a la de la adolescente en su relación con Tobías, hasta el punto de enturbiar el único reducto de felicidad que conoce, hecho que le dará fuerzas para afrontar su realidad inmediata y a aventurarse en el mundo de los adultos.
Gómez Ojea, autora que ha merecido galardones como el Premio Nadal, el Premio Carmen Conde de poesía y, en el ámbito de la literatura infantil, el Premio Ala Delta de Literatura Infantil y Juvenil o el Premio Edebé de Literatura infantil da una buena muestra de su talento literario en la creación y desarrollo de los personajes: qué escasos trazos para dibujar con tantos matices el universo de las amigas de su madre, la relación de Bárbola con su padre o el mundo de los adultos desde la mirada de una niña que está dejando de serlo. Con un preciso análisis de las emociones, la autora consigue radicar el ser íntimo de esa niña herida en sus más íntimas convicciones y el abismo al que se ve relegada: «(...) después, creo que estuve muy enferma, aunque nadie lo notase. La verdad es que durante mucho tiempo me sentí como una cáscara de huevo, una monda de patata, una basura flotando en las aguas sucias de un río, un río que eran los días, el tiempo que pasaba, sin que un sólo segundo hubiera consuelo para mi pena ni alivio para mi tristeza».
El recurso a la literatura epistolar, en la que también se incluyen los correos electrónicos, es un valor notable para, a pesar de no perder nunca el punto de vista de Irene, recibir noticias de la historia de Bárbola, esquivando la posibilidad de recaer en una literatura de folletín.
Stevenson, tú y yo es un texto que no sólo cumple con su primera función, entretener y desarrollar nuestro radio de existencia a través de la imaginación, sino que también nos presenta y ayuda a acompañar y a comprender una época de cambios a los que todos hemos estado sometidos y nos someteremos, un tiempo en que entra en crisis nuestra identidad, la amistad, la impotencia ante la injusticia, el amor, las relaciones con nuestros padres. De todos estos motivos se ocupa Stevenson, tú y yo de forma sobresaliente.

viernes, junio 29, 2007

Uma. La pequeña diosa, Fred Bernard / FranVois Roca

Trad. Élodie Bourgeois Bertín / Teresa Farran Vert. Juventud, 2007. 40 pp. 15 €

Villar Arellano

Esta es la historia de Uma, una pequeña niña a quien esperaba un singular destino: los sacerdotes la reconocieron como La Elegida, la nueva diosa viva. Según dictaba la tradición, su sola presencia servía de inspiración al rey, quien debía reverenciarla. A cambio, ella nunca podría sonreír ni llorar y sus pies jamás tocarían el suelo.
Inspirada en relatos del Mahabhárata —clásica epopeya que recoge buena parte de la mitología hindú—, y con base real —las polémicas kumari o niñas-diosas son consagradas en Nepal desde los 4-5 años hasta que alcanzan la pubertad—, la historia de la pequeña Uma se presenta en este exquisito álbum con un magnífico despliegue de elementos estéticos, del que participan tanto el autor y el ilustrador como la propia editorial.
Respecto a esta última, merece destacarse su apuesta por el gran formato (26 x 31,5 cm), que permite apreciar en toda su magnitud el atractivo trabajo pictórico del ilustrador. Es también meritorio el uso de recursos plásticos que refuerzan la espectacular ilustración de la portada (el empleo de diferentes texturas —brillante en el fondo y mate en la figura— subraya la fuerza de la niña protagonista, que adquiere un mayor relieve y parece salir del libro).
Estamos ante una obra redonda, un integrado trabajo a dos voces que ejemplifica con claridad la riqueza narrativa del álbum ilustrado: una síntesis de lenguajes llena de matices artísticos. No en vano, Fred Bernard y FranVois Roca han estado vinculados, a lo largo de toda su carrera, por una fecunda complicidad que ha dado como resultado una fascinante colección de obras: La comedia de los ogros (Juventud), El tren amarillo (Lumen), Jesús Betz (FCE) o El secreto de las nubes (Lumen), entre otros.

Cada creación de este tándem de autores es peculiar y sorprendente, aunque toda su obra está recorrida por una línea temática transversal: el viaje iniciático, la búsqueda personal a través de la naturaleza...
En este caso, la pequeña Uma emprende su viaje huyendo de la guerra. Cuando abandona su santuario para ponerse a salvo, emprende una gran aventura que la llevará a tierras lejanas, hasta reencontrar sus emociones perdidas —y por ende, su propia identidad— junto a los suyos.
El texto es sencillo. Bernard intercala diálogos y narración por medio de frases cortas que transmiten lo esencial. No abundan las descripciones, pero la acción, ágil y emocionante, permite captar los principales rasgos psicológicos de la protagonista. La mencionada brevedad, unida a la cadencia de algunas reiteraciones, aporta un resultado rítmico y musical al texto.
Respecto a las ilustraciones —panorámicas escenas trabajadas al óleo— presentan un estilo realista, que presta un especial cuidado al tratamiento de la luz. F. Roca, heredero de los grandes maestros norteamericanos de comienzos del siglo XX ( N. C. Wyeth y H. Pyle), conecta en este libro con la tradición de artistas indios como Ravi Verma, aprovechando al máximo el exotismo de los escenarios y la vistosidad de ropas y ornamentos: exuberante naturaleza, palacios de doradas cúpulas, elefantes sagrados adornados con suntuosas telas...
La habitual predominancia de los tonos ocres y rojizos en la obra del ilustrador deja paso aquí a una paleta de colores más amplia: azules celestes, rosas, naranjas, violetas..., tamizados por una nueva luminosidad, que sitúa las diferentes escenas en el amanecer o el ocaso.
Una atmósfera mágica envuelve todo el relato, fruto no sólo de los recursos estilísticos, sino de la propia condición mítica del personaje. Así, el carácter divino de la joven, que le impedía pisar el suelo, sitúa a Uma en situaciones insólitas —subida a los árboles, llevada por un mono, viajando a lomos de un tigre o volando sobre un gran buitre— para, finalmente, ya despojada de su divinidad, verla niña de nuevo, pisando el suelo firme de la casa paterna y abrazando, emocionada, a su familia.
Una historia, sin duda, extraordinaria y atractiva, que conectará a los más jóvenes (a partir de 6-7 años) con la fascinante y remota cultura india. Y una nueva oportunidad para descubrir los relatos del Mahabhárata, que ya pudimos conocer en otro libro delicioso: El Mahabhárata contado por una niña, de Samhita Arni (Siruela).

viernes, junio 22, 2007

Pomelo se pregunta, Ramona Badescu / Benjamín Chaud

Kókinos, Madrid, 2007. 85 pp. 11 €

Care Santos

Pomelo es un elefante enano, de color rosa, poseedor de una trompa desproporcionada, que vive en un huerto bajo un diente de león. Por las noches, teme los puerros y la desaparición de los rábanos, que a veces ocurre. Tiene algunos amigos: la tortuga Gantok, o la patata rara que habla algo incomprensible. Los mayores entretenimientos de Pomelo son imaginar cosas, hacer teatro con sus amigos del huerto o, como se revela en esta entrega, soñar. Mucho y de lo más variado, por cierto. Lo que no se puede negar es que este personaje, que en algunas ocasiones se deja engullir por sus cavilaciones, sabe apañárselas para ser feliz.
Pomelo es un viejo conocido del público españl. En 2005 se publicaron sus tres anteriores entregas: Pomelo es elefantástico, Pomelo es feliz y Pomelo sueña, con texto de Ramona Badescu e ilustraciones de Benjamin Chaud, dos franceses de cuya fructífera colaboración han surgido un buen puñado de títulos para primeros lectores —y de los cuales, por cierto, sólo éstos han llegado a España.

¿Cuál es el secreto de este Pomelo que en entregas anteriores sentía tentaciones de fabricarse un turbante con la trompa? Por una parte, la simplicidad y colorido de las ilustraciones. Con apenas unas líneas y unos toques de color, Chaud consigue un bicho sumamente expresivo e ingenuo. El absurdo forma parte de él —comenzando por la trompa o el color de su piel— y está presente en la historia y en el modo de plasmarla. Se trata del mismo absurdo, o la misma lógica aplastante, que utilizan los niños. «¿Qué ocurrirá si la próxima página me aplasta cuando pase?», se pregunta el animalito, por ejemplo. Los dibujos llegan a sus lectores incluso antes de que hayan leído los textos. Pomelo les presenta problemas con los cuales pueden identificarse, les habla en su idioma.
Los miedos ocupan un lugar destacado. Pomelo teme muchas cosas. Siente terrores nocturnos, le molestan los insectos, no soporta la soledad, teme que ocurran cosas cuyos mecanismos desconoce por completo... Para compensarlo, juega, busca a sus amigos, inventa cosas, descubre el mundo. El secreto es el de siempre: Pomelo es lo que son sus lectores. Y cuando logra algo, todos sus lectores celebran ese triunfo que sienten como propio.
En esta cuarta entrega de la serie, Pomelo tiene dudas. No están jutificadas y llegan porque sí, por eso a veces es tan difícil encontrarles respuesta. Se pregunta en qué piensan las hacendosas hormigas que caminan hacia suhormiguero, por qué los tomates son rojos y los calabacines verdes, de dónde vienen los nabos o cómo se sabe que es primavera. En seguida sus preguntas se vuelve metafísicas, y Pomelo se cuestiona acerca de qué conforma la esencia de uno mismo cuando teme volverse de otro color, o que le salga pelo y tenga que peinarse según un estilo; medita acerca de su mundo cuando imagina a todos los habitantes del huerto fuera del mismo. Se pregunta si todos tienen dudas, y si antes alguien ha tenido estos mismos interrogantes. Incluso llega a querer saber quién decide lo que ocurre en el huerto y en este cuento.
Las preguntas de Pomelo, este encantador inseguro, nos llevan muy lejos: abordan la concepción de uno mismo, la autoestima, la sociabilidad, los rasgos que nos definen e incluso la trascendencia. Y sus firmes posturas defienden la tolerancia, el amor a uno mismo, la diversión y un cierto enigma que la vida conserva porque tal vez deba hacerlo. Nunca se había obtenido tanto de un elefante enano.
Hay en este volumen dos pequeños "capítulos" más: en uno, todos los animalillos del huerto llevan a cabo una suerte de representación primaveral —una verdadera eclosión de color, que entusiasma a los más pequeños— y en el segundo, Pomelo desvela cómo son sus momentos más tristes, en contraposición a lo que dijo en un volumen anterior respecto de "los días divertidos".
Conviene, por último, aconsejar a los padres y madres la lectura en común de cualquiera de las aventuras de Pomelo. Preparaos, eso sí, para la artillería de preguntas que el elefante rosa es capaz de despertar. Y también para las grandes dosis de diversión, que también será compartida. Un consejo universal para este verano que empieza: hay que pomelizarse.