Fernando Ángel Moreno
viernes, octubre 09, 2015
Pies descalzos: Una historia de Hiroshima (vol.1), Keiji Nakazawa
Fernando Ángel Moreno
martes, mayo 12, 2015
La volátil, Mamma mia!, Agustina Guerrero
María Dolores García Pastor
miércoles, mayo 06, 2015
Cromáticas, Jorge Zentner y Rubén Pellejero
Jaime Valero
lunes, abril 27, 2015
La cólera de Fantomas 1. La guillotina, Olivier Bocquet y Julie Rocheleau
Jaime Valero
lunes, abril 20, 2015
Márgen de maniobra, César Strawberry
Jaime Valero
martes, diciembre 09, 2014
¡Universo!, Albert Monteys
Ricardo Triviño
lunes, mayo 27, 2013
La reina de la Costa Negra y otros relatos de Conan, Robert E. Howard
Fernando Ángel Moreno
Conan.
martes, septiembre 29, 2009
Dándole vueltas, Frederik Peeters

En 2003, Frederik Peeters encontró el éxito en España con su conmovedora historia autobiográfica Píldoras azules (Astiberri), conmovedora tanto por su narración como por el dibujo. Y eso lo etiquetó porque su siguiente obra, Lupus (Astiberri), fue recibida con sorpresa. Se trataba de una aventura de ciencia-ficción. Resultaba un cambio demasiado radical y arriesgado. ¿Un autor costumbrista dándoselas de George Lucas? Aquello difícilmente podía salir bien.
Nos calmamos cuando descubrimos que, en ese universo del futuro, lo personal y lo cotidiano estaba por encima de la acción y los rayos láser. Peeters, debimos pensar muchos, seguía en su terreno pero disfrazado. Pero luego, la editorial Dibbuks publicó Koma, con dibujos del suizo pero guión de Pierre Wazem y color de Albertine Ralenti, una especie de cuento infantil para adultos donde la historia fantástica de una niña deshollinadora nos transportaba a un viaje hacia las profundidades del planeta. Más relatos imaginarios. Parecía, inexplicablemente, cada vez más interesado por lo onírico. Ahora, la magrittiana portada de Dándole vueltas (Astiberri), su último trabajo traducido en España, parece confirmar la idea de que el artista ginebrino no quiere tener ya nada que ver con el mundo real. En fin, nada más lejos de la realidad.
El libro recopila algunas de las historietas cortas publicadas en diferentes revistas francófonas (Bile noir, Drozophile, Lapin, Comix 2000, Ecritures, Labo...) a lo largo de su carrera, tanto previa como paralelamente a sus obras más extensas (1988-2007). La antología nos muestra a un autor interesado desde sus inicios por lo extraño, por esas dimensiones paralelas donde todo parece divergir ligeramente de cómo pensamos que deberían funcionar las cosas, mundos movidos a veces por una violencia y una mala leche inesperadas, pero que indefectiblemente señalan hacia aquí. Sus primeros relatos incomodan, crean desasosiego; empiezan en su extravagancia y ansiedad ligados a un trazo grueso, tosco y oscuro del cómic underground. Poco a poco, vemos la evolución de sus pinceles, limpiando la línea, sintetizando, convirtiéndolo en un artista capaz de plasmar un bosque únicamente con unas manchas certeras. Del mismo modo, su narración se afila, se libera de viñetas innecesarias o evita los diálogos si la imagen se basta por sí misma. Se aprecian diferentes estadios.
Sin embargo, los temas se mezclan. No hay una etapa donde Peeters deje de lado lo subjetivo, del mismo modo que no hay historieta sin un ápice de extravagancia. Pueden varias los porcentajes, pero ningún aspecto llega a cero. Peeters se entrena, además, en diferentes registros: desde la crítica, con un ensayo en defensa de la legalización de las drogas, hasta la descripción de la espera de dos asesinos a sueldo; desde el análisis de la figura del autor frente a sus creaciones, sumergiéndose él mismo en las viñetas, hasta la expresión de una melancolía anticipada por el futuro de su hija. La soledad y el desamor se mezclan en Upsidedown donde, sin explicación, un hombre que empieza a caminar por las fachadas de los edificios encuentra a su pareja ideal. Incluso hace gala de un humor negrísimo con las peripecias de un troglodita que mata y devora todo lo que se encuentra hasta descubrir que él mismo es comestible.
Cabe ahora recordar las viñetas casi lisérgicas que inauguran Píldoras azules: células y estrellas entre las que bucea el lector mientras el protagonista busca la palabra que necesita; o pensemos en los sueños donde el protagonista aparece hablando con un mamut o frente a un rinoceronte blanco en la consulta del médico. En realidad, lo fantástico también está en la cotidianidad de Píldoras azules. Dándole vueltas, afortunadamente y en contra de lo que se podría esperar, no es una antología más de obras menores previas al reconocimiento del autor. Se trata de la mejor vía para entender por qué Frederik Peeters no puede ser encasillado. Él es un todoterreno al que no le urgen carreteras.
miércoles, mayo 13, 2009
Café Budapest, Alfonso Zapico

En tiempos grises, y para qué negar que estos también lo son, es necesario conocer la historia: saber de dónde viene toda esta marea que arrastra muebles viejos, cansancio y horror. Y, si nos acercamos a la historia con una mirada afilada y sin dobleces, quizás podamos llegar a entender algo.
La mirada con la que Alfonso Zapico relata el origen del conflicto en Jerusalem —si entendemos, claro, que ese origen proviene de mediados del siglo XX— es clara, amable, sincera. Y ninguno de estos adjetivos impide que sea además crítica, sin concesiones políticas ni ideológicas.
Yechezkel es violinista, joven, judío y da por olvidados algunos de sus primeros años, que tuvo que pasar encerrado en una habitación, escondido del minucioso y bárbaro registro nazi. Finalizada la guerra, en una Hungría deshecha y hambrienta, decide ir con su madre –que volvió de un campo de concentración alemán enferma y sola- a Jerusalem, donde su tío Yosef regenta una cafetería que hoy nos resultaría utópica. En ella, ingleses, americanos, judíos y musulmanes conviven tranquilos. En el Café Budapest y en toda la ciudad. Las cosas cambian cuando Naciones Unidas hacen oficial el famoso “reparto”. A partir de ahí, la segmentación de dos religiones desconocerá el significado de treg

Zapico no se lava las manos, las entinta hasta el fondo. Expone la necedad de los siervos del fanatismo, muestra el control de las potencias sobre una tierra y sus habitantes. Habla de civiles, y no de ejércitos. De ideas, y no de ideologías. De amor, y no de religiones.
Dentro de lo afable del relato, por el modo en el que presenta a sus personajes, por la sensación que el lector tiene de pequeña historia dentro de la gran Historia, Zapico no obvia el terror, la barbarie, el espanto. Pero no se recrea ni busca la emoción fácil.
Podríamos hablar de un cuento optimista, en el que sus personajes mantienen tenazmente una visión del mundo envidiable, digna, realmente bondadosa. Pero no hay lugar para el pensamiento ingenuo. La más terrible de las ideas que habitan esta novela gráfica es la de la esperanza de cambio. Algo que aún hoy, transcurridos más de cincuenta años, se presenta muy lejano.
martes, marzo 10, 2009
Bitch, Miguelángel Martín

La experiencia de leer a Miguelángel Martín es una de las más impactantes que como lector se puede tener. Uno se acerca, pongamos por ejemplo, a Brian the Brain pensando que se tratará simplemente de la dulce y triste historia de un niño solitario y se topa con una serie de las mayores barbaridades que es capaz de pergeñar mente humana. Sin embargo, pese a su deprimente atmósfera, no es nada comparado con la dureza, gracias a sus abundantes dosis de violencia y sexo explícito, de Rubber Flesh o, sobre todo, Psychopathia sexualis, obra de principios de los 90 que constituye una buena muestra de hasta dónde es capaz de llegar la mente de Martín y que llegó incluso a ser secuestrada en imprenta en Italia, lo que no extraña teniendo en cuenta su tema: las conductas sexuales más desviadas, tanto reconocidas, como el orgasmo por asfixia, como inventadas ex professo para sus retorcidas historias.
En Bitch Martín nos sitúa en un futuro cercano marcado por las mismas injustas guerras de hoy contra las que se manifiestan a su manera una pandilla de jóvenes: Bitch, una artista del grafitti; Blondi, una punky trasnochada; y Amin, un dj gay saharahui. Pero Martín, fiel a su convicción de que nadie o casi nadie es inocente, no los presenta como adalides de la verdad absoluta, y así, en breves capítulos, a través de ellos y de su encuentro con otros personajes (un freak profesional, un grupo musical terrorista palestino, un misterioso grafitero que compite con Bitch en su afán de adueñarse de la ciudad mediante sus pinturas), se encarga de desvelar sus dobles perspectivas, sus mentiras, sus contradicciones tras esa apariencia de anarquistas contraculturales. Todos se debaten entre múltiples opciones entre las que son incapaces de elegir, por lo que se vuelcan en un pacifismo que acaban usando como una moda más a la que son arrastrados sin percatarse.
Un rasgo muy peculiar de los personajes de Martín es que, a pesar de su cierto encanto de dibujito infantil, debido su trazo claro y limpio, carecen de expresión. Casi nunca ríen ni se enfadan ni se muestran tristes. Viven en un estado de semicatarsis que les permite observar y juzgar lo que creen que es justo e injusto, tener inquietudes, pero no revelarlo físicamente. Es como si la sociedad les hubiese ganado la partida de antemano y asistiesen a un espectáculo en el que no pueden actuar más que como comentaristas (de esta manera se podrían entender las explicaciones bienintencionadas de sus respectivas causas que se dan entre sí a modo de pequeños discursos, intentando inútilmente autoconvencerse, más que convencer al otro, con meras justificaciones de actitudes que no tienen justificación), aunque crean que participan en él y están cambiando algo, que es lo más descorazonador de todo. Quién sabe si nosotros…
lunes, noviembre 24, 2008
Pequeñas cosas, Jeffrey Brown

Hace un año y pico, mientras trabajaba en una tienda de cómics, cayó en mis manos una de las obras de Jeffrey Brown, Inverosímil. No me gustó. Por medio de un dibujo feísta, como pergeñado de forma apresurada, mostraba una larga serie de escenas independientes de una relación sentimental desde su inicio hasta su final. Estas escenas eran muy cortas, de una o dos páginas por lo que recuerdo, y en general ninguna de ellas “contaba” nada, en el sentido popular del término. Eran sólo momentos, pequeños detalles, trozos de vida (slice of life los llaman), aquéllos en los que no ocurre nada en la superficie pero por debajo desfilan mil y un sentimientos. Pero el caso es que yo no sentí empatía con el personaje, lo que atribuí a la incapacidad de un autor sobrevalorado (es de destacar que nada menos que Chris Ware lo convirtió en su protegido, lo que no es moco de pavo) y no a un defecto de mi gusto, que me resultaba bastante improbable dado que tengo especial predilección por la temática realista, particularmente la autobiográfica, y este volumen, que forma parte de una “trilogía de las novias”, se presentaba, como todos los suyos, como un fragmento de la memoria auténtica del autor.
No hubiera leído nada más de Jeffrey Brown si La Cúpula no me hubiera mandado por sorpresa un ejemplar de Pequeñas cosas. Bueno, me dije, ya que me lo mandan le daré otra oportunidad. Y no sé si se debe a que en este volumen se recopilan historias de diversa extensión en las que el amor deja de ser el tema exclusivo para convertirse en un elemento más de su día a día junto con la familia, los amigos, el trabajo o la creación artística; a que he acabado acostumbrándome a su dibujo, tan poco apto para ojos acostumbrados a un dibujo “clásico proporcional” (aunque los míos son muy “abiertos”); o a que mi sensibilidad ha evolucionado un tanto o está más libre de lo que estaba en aquel tiempo, pero ahora ha conseguido mi atención y sí, me gusta.
Al terminar de leer un libro como éste descubres que ese dibujo deslavazado era capaz de comunicar cualquier estado de ánimo mejor que cualquier detallado estudio del cuerpo humano. Y de repente te encuentras en la piel de Brown cuando admira el impresionante paisaje del parque natural de Stehekin, que destaca mediante viñetas a toda página mientras va dando cuenta de cada pormenor del par de semanas que pasa allí con un amigo y su ambigua compañera, en los que le vemos observar y escuchar todo lo que ocurre a su alrededor, pero también dormir, pasear y comer. También cuando pasa por una situación ridícula y estresante en París en el transcurso de un ajetreado viaje en coche con una amiga. Ah, y si no tienes gato en casa, será como si lo tuvieras, porque aparece como secundario en varias historias (y es que es una de las pasiones de Brown, hasta el punto de dedicarle todo un volumen, de próxima publicación por La Cúpula, Cat Getting Out Of A Bag).
El mejor resumen, concreto y sencillo como no podía ser menos, de la actitud creativa de Brown, particularmente en este libro, son estas palabras: “No sé si [las pequeñas cosas] son las cosas más importantes, pero le dan forma a nuestras vidas y por tanto creo que son realmente importantes. Para mí, tienen tanto significado estos momentos como las grandes cosas que nos puedan ocurrir en la vida.” (El resto de esta interesante entrevista puede leerse aquí: www.13millonesdenaves.com/especiales.php?idespecial=42 )
Ni que decir tiene que estoy deseando leer el resto de sus obras y, por supuesto, redimirme ante Inverosímil.