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viernes, octubre 09, 2015

Pies descalzos: Una historia de Hiroshima (vol.1), Keiji Nakazawa


Trad. María Serna Aguirre y Víctor Illera Canaya. Debolsillo, Barcelona, 2015. 800 pp. 19,95 €

Fernando Ángel Moreno

El manga debe considerarse tanto una cultura como un lenguaje muy específico. Esta realidad a menudo incluso puede hacernos dudar de que el término «cómic» llegue a englobar obras tan diferentes como Tintín, Watchmen y esta joya inesperada en nuestro país: Pies descalzos. Quiero resaltar esto por la enorme extrañeza que la estética de este cómic puede despertar en un profano. Y, sin embargo, invito a superar prejuicios para no dejar pasar una lectura que puede resultar impactante y reveladora en innumerables sentidos.
Esta propuesta arriesgada de publicar Pies descalzos: Una historia de Hiroshima, como la primera edición en España de un clásico japonés publicado originalmente en 1975, debe apoyarse sin miedo. Valga como ejemplo: el primer volumen viene adornado con una cita de Robert Crumb que no considero exagerada: «Uno de los mejores cómics de todos los tiempos».
Vayamos con el tema. El autor del este primer libro, Keiji Nakazawa, nos cuenta desde su propia experiencia personal los días previos a la explosión de la bomba atómica en Hiroshima y los inmediatos días posteriores. Los siguientes dos volúmenes desarrollan la vida de los supervivientes durante los años posteriores.
Como decía, el diseño de personajes y la estética sorprenderán a quien no esté acostumbrado al manga y al anime de los setenta, con sus exageraciones, su «infantilismo», su sencillez. Ver cómo se arregla todo a coscorrones, a gritos y con gestos propios del guiñol más extravagante quizás choque al principio. Sin embargo, me parece muy interesante observar el contraste entre esa estética y el análisis social ante la desconcertante actitud de la ciudadanía japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. La fortísima propaganda belicista y el peso de las tradiciones imperiales sorprenderán a quien desconozca la problemática de aquellos tiempos, siempre combinada con los juegos y la simpatía del lenguaje de Nakazawa. Al mismo tiempo, se encontrará con un efectivo diseño de personajes, a partir de unos escasos rasgos y de una narración pausada, sin prisas, pero con constantes conflictos familiares y ciudadanos que fluyen entre la rabia, el humor y la ternura. Este contraste entre lo esperpéntico y el cuadro de costumbres introducirá, tan repentinamente como explotó, el trauma de la bomba atómica.
A partir de aquí, la obra se transforma. Las subtramas que parecían haberse planteado para un interesante desarrollo se truncan, los personajes trascienden su propia idiosincrasia y los horrores, con la carga autobiográfica asumida, crecen y golpean sin descanso.
Con todo, este cómic no se configura solo como un panfleto antibelicista, no solo como una oda a la supervivencia, no solo como una reflexión sobre el destino, no solo como un documento histórico, no solo como una delicia estética; es todo eso, pero no solo eso. Pies descalzos es un texto acerca de la falta de asideros, de la incomprensión a la que nuestra insignificancia nos condena. Dijo Peter Sloterdijk que la bomba atómica es el objeto definitivo, puesto que carece de todo sentido, de cualquier subjetividad. Este manga parece haber sido creado a partir de dicha sentencia. Tras leer la obra de Nakazawa, puede entenderse por qué se toma a menudo el desastre de Hiroshima como el principio simbólico de la postmodernidad.
No hace falta leer los tres volúmenes para quedar fascinado. Con el primero, ya desaparecen nuestro mundo y nuestra zona de confort. La invitación al lector es casi una exigencia ineludible de tomar postura, de hundirse en el sufrimiento de las víctimas.
Si gusta el manga, con esta edición puede volverse a una de sus obras fundacionales y disfrutarse especialmente tanto por sus propios valores como por los paralelismos y choques estéticos respecto a las obras que lo sucedieron.
Si se quiere entrar en este maravilloso mundo o, al menos, entender por qué muchos defendemos continuamente que el cómic japonés representa una de las cumbres de la narrativa de las últimas décadas, probar con Pies descalzos es una excelente opción.
Advierto ya de la gran dureza de sus imágenes y de su visión de la realidad. No obstante, esta brutalidad queda suavizada e incluso superada por el increíble optimismo y la apuesta por la esperanza y la solidaridad que nos ofrece.
Pies descalzos es una obra de contrastes estéticos marcadísimos, pero de mensaje evidente e ineludible.

martes, mayo 12, 2015

La volátil, Mamma mia!, Agustina Guerrero

Lumen, Barcelona, 2015. 144 pp. 14,90 €

María Dolores García Pastor

En 2012 Agustina Guerrero, diseñadora gráfica y dibujante argentina, sufrió un robo en su domicilio. Los cacos se llevaron su ordenador con el trabajo de varios meses en el disco duro. En vez de frustrarse, Agustina echó mano de “la Volátil”, personaje autobiográfico que había inventado un par de años antes para protagonizar su diario íntimo ilustrado. No se le ocurrió otra cosa que crearle un blog que rápidamente tuvo gran difusión y repercusión y miles de seguidores ante el asombro de la madre de la criatura.
Tras el éxito de Diario de una volátil, publicado en varios idiomas y que ya ha alcanzado en España su quinta edición, llega La volátil, Mamma mia! De nuevo la protagonista, como el propio título indica, es la volátil, el alter ego de su creadora, una treintañera tímida, insegura y muy expresiva a través de la que esta ilustradora satiriza, entre otras muchas cosas, sobre su propia timidez y volatilidad.
En esta nueva entrega de la volátil, que camina a la par que su autora, la protagonista se queda embarazada y nos sumergimos con ella en unas páginas llenas de mareos, líquido amniótico, antojos, inseguridades, preocupaciones y muchas risas. Sigue siendo la misma con su ya clásico jersey de rayas, sus pantalones negros y su moño despeinado sujeto por un palito. Pero ahora, con las hormonas en danza, es mucho más volátil que en su primera aventura, si es que eso es posible.
El libro se divide en los tres trimestres que dura el embarazo y comienza con una especie de prólogo, ilustrado, por supuesto, llamado “El gran test”. Estaremos presentes en el mágico momento en el que la volátil se hace su test de embarazo y a partir de ahí viviremos con ella y su pareja la gran aventura que es el periodo de gestación hasta el momento de las contracciones y de la carrera hacia el hospital. Cuenta Agustina Guerrero que el libro fue narrado en tiempo real según le iban sucediendo las cosas aunque añadió el color cuando ya tenía a su bebé en los brazos. Un libro entretenido y divertido, pero también muy recomendable para desmitificar y quitarle hierro a muchos aspectos del embarazo. Imprescindible para parejas que afrontan “la dulce espera”.

miércoles, mayo 06, 2015

Cromáticas, Jorge Zentner y Rubén Pellejero

Astiberri, Bilbao, 2015. 64 pp. 16 €

Jaime Valero

En el albor de la década de los 80 del siglo pasado se formó uno de los tándems más interesantes del cómic contemporáneo en habla hispana. Se trata del formado por el guionista argentino Jorge Zentner y el dibujante español Rubén Pellejero, quienes dejaron su impronta en cabeceras míticas de la época como Cimoc y Cairo a través, primero, de historias cortas, y posteriormente con la gestación del carismático aventurero Dieter Lumpen, cuyas vivencias ocuparon cinco álbumes recopilados recientemente por Astiberri en un volumen integral. Zentner se perfiló como un guionista capaz de condensar muchísima información en apenas unas pocas páginas, de describir situaciones y personajes con una envidiable economía narrativa que busca la complicidad del lector para completar las lagunas y terminar de dar cuerpo a las historias que surgen de su mente. Por su parte, Pellejero es un dibujante portentoso que aúna en su pluma las influencias de clásicos norteamericanos (Alex Raymond, Milton Caniff) y europeos (Hugo Pratt, Jacques Tardi), para quien la creación de atmósferas no tiene ningún secreto, tanto en el blanco y negro de sus comienzos como en la rica paleta de color que cultivó a partir de mediados de los 80.
Cromáticas, el álbum que hoy nos ocupa, recoge cinco historias cortas que ambos autores realizaron a principios de los 90, en el lapso de tiempo que separó la última aventura de Dieter Lumpen de su siguiente obra larga, El silencio de Malka. Un lapso de tiempo que se alargó debido a la dificultad para encontrar editor, y en el que, claro está, también había que pagar facturas y llenar la nevera. Esa deriva económica fue el detonante que hizo surgir estas cinco historias que atestiguan la versatilidad de ambos autores, puesto que cada una ofrece temáticas, enfoques y personajes totalmente distintos entre sí. El nexo que las une es el color, de ahí el título de este recopilatorio, ya que en cada una de ellas predomina un color diferente, desde el azul en la emotiva “Blues”, que cuenta la caída en desgracia de una diva de la moda llamada Zualha a través de los ojos de un pez, hasta el rosa de “The Pink Neon”, una suerte de homenaje al cine negro de los 40 y los 50 con un misterioso asesinato en el que, al contrario de lo habitual en el género, lo más importante no es su resolución. Otro punto de cohesión entre estas historias tan aparentemente dispares es la irrupción de lo fantasioso e irreal en la vida cotidiana, como el niño que parece controlar el mundo desde sus maquetas ferroviarias en “Nieve”, o el asceta que intenta congelar el tiempo en “Le Mont Blanc”. Por último, esa economía narrativa de la que hablábamos antes, ese talento para construir un todo a partir de escenas fragmentadas, alcanza su culmen en “Gris y rojo”, la historia que cierra este volumen.
Pese a su brevedad, apenas 10-12 páginas por historia, cada una de estas narraciones nos ofrece un microclima historietístico completo, un desfile de personajes complejos y una estructura narrativa que nos obliga a la relectura para sacar todo el jugo posible de cada uno de estos cinco relatos en viñetas. Cromáticas, por su perfecta comunión entre guionista y dibujante, donde cada página está repleta de detalles para el lector atento, nos recuerda que cuando se suprime lo superfluo y se potencia lo esencial, el resultado es inmejorable.

lunes, abril 27, 2015

La cólera de Fantomas 1. La guillotina, Olivier Bocquet y Julie Rocheleau

Dibbuks, Madrid, 2015. 64 pp. 16 €

Jaime Valero

Desde su creación en 1911, Fantomas se ha convertido en un personaje icónico que, junto a las 32 novelas que protagonizó —escritas en el plazo de un par de años, con un ritmo de publicación tan demencial como los crímenes que perpetraba el personaje—, ha dado el salto al cine, a la radio, a la televisión y, como en el caso que hoy nos ocupa, al cómic. La cólera de Fantomas se inicia con un prólogo donde el guionista, Olivier Bocquet, se refiere a Fantomas nada menos que como el padre de los superhéroes norteamericanos. ¿De verdad podemos considerarlo el padre de Superman, Batman y demás leyendas del tebeo pijamero? Pues en cierto modo sí, de forma indirecta, a través de los héroes pulp que sirvieron de inspiración a las generaciones posteriores de justicieros enmascarados, como fueron La Sombra y Green Hornet. Posiblemente, de no haber existido Fantomas, la gestación de esos personajes hubiera sido muy distinta.
Pero no es una reflexión sobre la influencia y el legado de Fantomas lo que nos aguarda en este cómic, sino una reinterpretación de sus fechorías basada en el trabajo original de sus creadores, Pierre Souvestre y Marcel Allain. Para ello, Olivier Bocquet y Julie Rocheleau se sirven de algunos de los personajes de la obra original, como el inspector Juve y Lady Betham, la amante de Fantomas, y los combinan con elementos de su propia cosecha para ofrecernos un festival folletinesco cargado de sorpresas, que nos invita a un festín de espeluznantes asesinatos y a un viaje por los bajos fondos del París de principios del siglo XX. La historia arranca a finales de 1895 con un guiño cinematográfico: la presentación del cinematógrafo en la capital francesa, a la que asistió un todavía desconocido Georges Méliès que se asoma fugazmente a estas páginas, para más tarde convertirse en uno de los referentes del 7º arte. Una presentación que termina bañada en sangre y que culmina, años más tarde, con el juicio y el ajusticiamiento de Fantomas. Pero, ojo, esto no es más que el principio, ya que como buen villano, Fantomas vuelve de entre los muertos e inicia una oleada de venganza que se extiende durante los tres álbumes de esta obra.
El tono y el ritmo del guión son dignos de la tradición de los folletines: no hay respiro para el lector, que asiste fascinado a la crueldad de Fantomas y a su camaleónica habilidad para suplantar a todo aquel que le sirva en sus propósitos. Contra él se enfrentan el inspector Juve y el joven periodista Fandor, que tiene sus propias razones para acabar con la amenaza del enmascarado villano. Pero si por algo destaca esta obra es por el espectacular grafismo de Julie Rocheleau, que combina en su paleta la intensidad de los tonos rojos con la gelidez de los verdes y los azules para recrear una atmósfera que le viene como anillo al dedo a las fechorías del protagonista. De igual manera, el diseño de sus personajes, que tiende a la deformación propia de la caricatura, termina de potenciar las sensaciones que asolan al lector durante la lectura, que aúnan magnetismo y desazón.
Gran trabajo el de los dos autores en este arranque de la obra, titulado La guillotina, en el que, eso sí, apenas rozamos la superficie del personaje y de los acontecimientos. Las cartas están sobre la mesa, pero poco más. Aún tenemos que asistir al cénit del enfrentamiento entre Fantomas y sus perseguidores, Juve y Fandor, además de ahondar en la relación del villano con Lady Betham. La intensa escena con la que concluye este álbum nos deja hambrientos de más, así que solo nos queda esperar que Dibbuks nos traiga pronto la segunda entrega de este adictivo folletín en viñetas.

lunes, abril 20, 2015

Márgen de maniobra, César Strawberry

Uno Editorial, Albacete, 2015. 112 pp. 19 € (con disco)

Jaime Valero

Los amantes de la música más ácida e irreverente conocerán a César Strawberry por su militancia en la banda Def Con Dos, que lleva más de dos décadas propagando sus atentados sonoros desde escenarios y estudios de grabación. En paralelo a su actividad musical, César Strawberry también ha desarrollado una trayectoria literaria compuesta, hasta la fecha, por tres novelas y una antología de relatos. La novela que hoy nos ocupa, Margen de maniobra, es la más reciente de su producción y ve la luz al tiempo que el nuevo disco de la banda, titulado Dos tenores. El singular sentido del humor de las letras de Def Con Dos, así como su vitriólica visión del mundo contemporáneo, encuentran su reflejo en las páginas de esta novela, que combina costumbrismo canallesco con fantasía hilarante para contarnos una historia que, en esencia, trata de dar respuesta a las incógnitas que se plantean unos personajes al borde de la llamada crisis de los cuarenta, que van desde el omnipresente «¿qué estoy haciendo con mi vida?” hasta el no menos inquietante “¿qué quiero hacer con ella a partir de ahora?».
Los protagonistas en cuestión son tres amigos de la infancia que se reúnen, después de mucho tiempo sin verse, para acudir al entierro de otro compañero suyo de correrías juveniles. El primero de ellos es Fede, profesor de pintura en una academia y dibujante de cómics en sus ratos libres, que lleva tiempo dándole vueltas a una novela gráfica sobre zombis. Un cómic cuya trama va desarrollando mentalmente a lo largo del libro, en paralelo a los acontecimientos del mundo real. En segundo lugar está Ramón, deslenguado y echado p'alante, que convence a los demás para pegarse una buena juerga en memoria de su amigo desaparecido. Y por último está Guille, el sempiterno mod que se mantiene fiel a los códigos estéticos dictados en los tiempos de los Beatles y los Jam, y que acabó ganándose la vida como diseñador gráfico y publicista. Los tres juntos, tras salir del tanatorio, se embarcan en una excursión lisérgica por las entrañas de un Madrid muy distinto al que recordaban de sus años mozos.
Con una prosa sencilla y directa, cargada de un humor descarado que en ocasiones roza el cinismo, César Strawberry narra con desparpajo las extravagantes situaciones en la que se van metiendo los personajes, mientras Fede desarrolla en su mente una disparatada trama repleta de zombis, militares nostálgicos del régimen y abejas africanas portadoras del virus que convierte a los ciudadanos de a pie en bestias descerebradas hambrientas de carne humana. Lo que podría quedar en simple gamberrada literaria, alcanza cierta profundidad al abordar las inquietudes vitales de estos personajes a los que el paso del tiempo ha obligado a abrazar la madurez, pero que en el fondo se sienten tan perdidos como en la adolescencia. Nos ofrece también una reivindicación del individuo frente al borreguismo al que tiende la masa, un alegato en favor de aquellos que luchan por ser diferentes y no dejarse aplastar por la apisonadora del sistema, que arrolla al individuo a golpe de hipoteca, chalé en la sierra y tarjetazos de crédito en los grandes almacenes. Humor, ingenio, mala leche y un puntito de ternura conforman los principales ingredientes de esta novela, sin demasiadas pretensiones, pero con una formidable honestidad. Lástima que la falta de una corrección más detenida provoque la intromisión de numerosas erratas a lo largo de la obra, que deslucen bastante el resultado final.

martes, diciembre 09, 2014

¡Universo!, Albert Monteys

Panel Syndicate, 2014. 37 pp. Precio: el que elija el lector

Ricardo Triviño

Parece que Monteys está empeñado en que no echemos de menos a Tato, su querido personaje en El Jueves. Con este nuevo trabajo, ¡Universo!, el autor barcelonés se centra, por fin, en crear una historia completa donde dejar claro por qué es uno de los mejores historietistas actuales del panorama español.
En los últimos años, más allá de su trabajo para la revista satírica, ha publicado con Caramba Cómics, la editorial independiente de Alba Diethelm y Manuel Bartual (Sexorama). Fruto de esta colaboración han salido Ser un hombre: cómo y por qué, una especie de Para ti que eres joven cargado de testosterona, y 23 fotogramas por segundo, un compendio de chistes sobre cine. También dibujó en 2012 una historieta para las Nuevas Hazañas Bélicas de EDT guionizada por Hernán Migoya (Todas putas) y, más recientemente y de la mano de Astiberri, ha publicado Misterios comestibles, un mini libro con historietas y chistes sobre un “detective alimentario”. Para conocer el origen de la nueva serie de ¡Universo!, que no ha hecho más que empezar, hay que remontarse hasta 2013. A través del también historietista Javi Rodríguez (Wake Up), Monteys entabló amistad con Marcos Martín, dibujante para Marvel y DC que el año anterior había ganado un Eisner gracias a la serie de Daredevil. En marzo de ese mismo año, Martín había inaugurado junto al multipremiado Brian K. Vaughan (Y: el último hombre) una propuesta verdaderamente interesante: ¿cómo reaccionarían los lectores si se les ofreciera un cómic digital sin DRM por el que pudieran pagar lo que quisieran?
Con esto en mente, ambos autores empezaron a autopublicar The Private Eye en internet. Como la idea era reclutar más autores para la causa, no utilizaron el nombre de la serie para bautizar la página sino que la llamaron Panel Syndicate (algo así como “El gremio de la viñeta”). Entre los autores tanteados estuvo Albert Monteys, quien accedió de buen grado. Pese a ello, la gran cantidad de obligaciones del barcelonés fueron dilatando la entrega. Un año después, tras abandonar El Jueves debido a la censura por parte de RBA de una portada escatológica sobre la coronación de Felipe VI, el autor se encontró con tiempo sobrado e ingresos suficientemente exiguos como para poder retomar el proyecto.
Dicho y hecho, en dos meses terminó el guion, el dibujo y la rotulación de las 35 páginas de la primera entrega, publicada el 19 de noviembre de 2014 en la portada de Panel Syndicate. La nueva serie pretende hilvanar diferentes historietas de ciencia-ficción autoconclusivas que compartirán un mismo mundo (de ahí el título de ¡Universo!) donde los personajes podrán ir reapareciendo e, incluso, cruzándose. El resultado es, sin riesgo a ser exagerados, espectacular. La gente que sabía que Monteys era bueno se sorprenderá al comprobar que es todavía mejor. Gracias a haber aparecido en inglés, además de en catalán y español, están empezando a llegar reseñas muy positivas desde fuera de España, sobre todo de Estados Unidos.
Si bien no abandona el humor, el relato es más serio de lo que nos tiene acostumbrados y ahonda, como buena ciencia-ficción, en señalar desde el futuro los males del presente. Thomas es un empleado más en la megacorporación Industrias Wortham donde han descubierto por casualidad un modo de viajar en el tiempo. Ante tan revolucionario descubrimiento, al dueño de la empresa no se le ha ocurrido nada mejor que enviar a Thomas al mismísimo origen del universo para que grabe el logo de Industrias Wortham en cada uno de los átomos que acabarán conformando el cosmos.
El lector disfrutará de la originalidad y la frescura de este guion que no se queda en la superficie. Y es que la cabeza de Albert es una joya que certifica trabajo tras trabajo cómo ha sido capaz de hacer una entrega semanal de humor durante dieciséis años. De su cráneo a sus falanges, corre el talento que lo convierte en un grandísimo dibujante. Su línea clara, su entintado exquisito a pincel, su conocimiento del color,… Uno puede detenerse extasiado durante minutos con la composición de sus páginas. Volver a hojearlo, aun virtualmente, produce tanta satisfacción como envidia desmedida.
¡Universo! es uno de esos tebeos que regala relecturas infinitas. En cierto modo, sus fans pueden sentirse mal si descubren que aquella censura de El Jueves les está haciendo muy felices. Gracias a ella, Monteys se ha lanzado a nuevos y fascinantes proyectos que harán las delicias de muchos. Abracemos la adversidad y apoyémosle en este nuevo camino.

lunes, mayo 27, 2013

La reina de la Costa Negra y otros relatos de Conan, Robert E. Howard

Trad. Javier Fernández. Cátedra, Madrid, 2013. 376 pp. 15,30 €

Fernando Ángel Moreno

Conan.
Si esa palabra ya le hace sonreír, positiva o negativamente, puede usted ahorrarse la mitad de este texto. Lo más interesante es que si ha sido una sensación positiva habrá ido acompañada seguramente por multitud de recuerdos, impulsos inconscientes de difícil y vergonzosa y orgullosa identificación, sueños, viajes y, sobre todo… Subraye por favor esta palabra:
Melancolía.
Conan.
¿Por qué leer Conan? Para mí la pregunta sería, en realidad, ¿por qué no leer sobre Conan?
Y ya me sé muchas poco convincentes razones: que no vale la pena por el exceso de adjetivación y por el machismo y el racismo y la homofobia evidentes… Que una sociedad bien pensante no puede alabar su defensa de la superstición ni el desprecio de lo civilizado, de la sana convivencia, del respeto de las opiniones y acciones ajenas… Que no se puede aceptar en una sociedad madura a un guerrero que solo respeta el carácter y la fuerza.
Quiero decir que entiendo y me sé de memoria todas las razones por las que no leer Conan.
Ahora Javier Fernández no duda de que hay que leer a Conan y nos trae su propia edición y traducción de los más relevantes relatos del cimerio, acompaña de algunas imprescindibles notas sobre su labor como traductor. Y lo hace desde una editorial tan poco sospechosa de defensa de lo políticamente incorrecto como Cátedra. Es decir, una editorial civilizada y digna como Cátedra dignifica con su sello la lectura de uno de los máximos representantes del pulp estadounidense. ¡Por Crom!
Y Javier Fernández entiende muy bien que ni Cátedra dignifica a Conan ni Conan dignificar a Cátedra, y que hay que leer Conan. Nos lo sugiere en un prólogo apabullante que por sí mismo ya justifica acercarse al volumen. Lo que nos explica allí es precisamente lo que ocurre cuando leemos la inabarcable palabra «Conan». Para ello hace un repaso por el mito posmoderno construido el cómic, la literatura y el cine. Así nos describe ese constructo cultural y las razones de su éxito, pese a la distorsión que ha sufrido desde sus orígenes.
Será precisamente la descripción de esos orígenes —la personalidad de Howard, la influencia de Lovecraft, los EE.UU. de su tiempo, el tipo de lectores que había— lo que nos enriquece y nos trae un nuevo Conan, que es precisamente el primero que hubo; Conan el existencialista, como cariñosamente le han llamado. Pocos sabíamos que jamás sus aventuras habían sido traducidas fielmente, pues habían partido de las mutilaciones y falseamientos del editor Sprague de Camp. Ahora tenemos la ocasión de encontrarnos con lo más hermoso del personaje: su melancolía.
La melancolía del personaje, ahora disponible a través de esta nueva y cuidada traducción, es la de nuestra esencia primigenia antes de perderse en tantas falacias con las que una sociedad burguesa nos ha devorado. Al lector poco amigo del pulp (como es mi caso) podrán llamarle la atención la simpleza de las aventuras, su repetitividad, el barroquismo innecesario con tantos adjetivos y tanta épica forzada, como me ha ocurrido a mí. Pero su lectura se enriquece con la comprensión del fenómeno cultural y con la mirada puesta en ese aventurero que viajaba por lugares exóticos alquilando su espada (nunca vendiéndose) y que tantos hemos sido durante la infancia y la adolescencia. «Algún mecanismo de mi subconsciente tomó las características dominantes de varios boxeadores, pistoleros, piratas, matones de los campos de petróleo, jugadores y honestos trabajadores con los que había estado en contacto y, al combinarse todos ellos, se produjo la amalgama que llamo Conan el cimerio.» (Robert E. Howard)
En este sentido, Conan es el aventurero definitivo y como tal hay que leerlo, en su lucha eterna contra las hipocresías y la falsa moralidad de la burguesía. Especialmente interesantes son los puntos comunes —numerosísimos— con la literatura y la visión de la existencia de su buen amigo Lovecraft, que yo desconocía y que me han sorprendido página tras página.
Y con ello he vuelto a entender que las más célebres obras populares (en el peor sentido) no tienen por qué resultar complejas, sutiles, inigualables por su virtuosismo verbal. Deben conquistarnos por su totalizadora visión de la realidad y de la posición del individuo ante ella. En esta visión se entremezclan intuiciones sobre avances filosóficos revolucionarios, como entendemos al leer alegremente a Lovecraft. Cuando consiguen esta meta, a partir de una propuesta propia y sugerente, y si entendemos este principio, podremos disfrutar numerosas narraciones que nuestros prejuicios falsamente adultos nos tienen vetadas.
En resumen, tras leer la propuesta de Cátedra, ¿me gustaría Conan si no supiese quién es Conan? Dejando aparte la futilidad de esta pregunta, creo que disfrutaría —como me ha ocurrido ahora— esa melancolía del personaje, esa crítica de lo civilizado, la potencia de su imaginario y la personalidad ambigua del cimerio.
Pero es que además es Conan. Y no hay que pararse a pensar en por qué leer sobre él. «He conocido muchos dioses. El que los niega está tan ciego como el que confía demasiado en ellos. No busco nada del otro lado de la muerte. Puede que sea la negrura que aseguran los escépticos nemedios, o el reino de Crom de hielo y nubes, o las planicies nevadas y los salones abovedados del Valhalla de Nordheimer. Ni lo sé, ni me importa. Déjame vivir intensamente mientras viva; déjame conocer los ricos jugos de la carne roja, el picor del vino en mi paladar, el caliente abrazo de los brazos blancos, la loca exultación de la batalla cuando las azules espadas arden y enrojecen, y estaré contento. Que profesores y sacerdotes y filósofos se ocupen de las cuestiones de la realidad y la ilusión. Esto sé: si la vida es ilusión, entonces yo no soy sino ilusión, y siéndolo, la ilusión es real para mí. Vivo, ardo de vida, amo, mato y estoy contento.»

martes, septiembre 29, 2009

Dándole vueltas, Frederik Peeters

Astiberri, Bilbao, 2009. 184 pp. 19 €

Ricardo Triviño

En 2003, Frederik Peeters encontró el éxito en España con su conmovedora historia autobiográfica Píldoras azules (Astiberri), conmovedora tanto por su narración como por el dibujo. Y eso lo etiquetó porque su siguiente obra, Lupus (Astiberri), fue recibida con sorpresa. Se trataba de una aventura de ciencia-ficción. Resultaba un cambio demasiado radical y arriesgado. ¿Un autor costumbrista dándoselas de George Lucas? Aquello difícilmente podía salir bien.
Nos calmamos cuando descubrimos que, en ese universo del futuro, lo personal y lo cotidiano estaba por encima de la acción y los rayos láser. Peeters, debimos pensar muchos, seguía en su terreno pero disfrazado. Pero luego, la editorial Dibbuks publicó Koma, con dibujos del suizo pero guión de Pierre Wazem y color de Albertine Ralenti, una especie de cuento infantil para adultos donde la historia fantástica de una niña deshollinadora nos transportaba a un viaje hacia las profundidades del planeta. Más relatos imaginarios. Parecía, inexplicablemente, cada vez más interesado por lo onírico. Ahora, la magrittiana portada de Dándole vueltas (Astiberri), su último trabajo traducido en España, parece confirmar la idea de que el artista ginebrino no quiere tener ya nada que ver con el mundo real. En fin, nada más lejos de la realidad.
El libro recopila algunas de las historietas cortas publicadas en diferentes revistas francófonas (Bile noir, Drozophile, Lapin, Comix 2000, Ecritures, Labo...) a lo largo de su carrera, tanto previa como paralelamente a sus obras más extensas (1988-2007). La antología nos muestra a un autor interesado desde sus inicios por lo extraño, por esas dimensiones paralelas donde todo parece divergir ligeramente de cómo pensamos que deberían funcionar las cosas, mundos movidos a veces por una violencia y una mala leche inesperadas, pero que indefectiblemente señalan hacia aquí. Sus primeros relatos incomodan, crean desasosiego; empiezan en su extravagancia y ansiedad ligados a un trazo grueso, tosco y oscuro del cómic underground. Poco a poco, vemos la evolución de sus pinceles, limpiando la línea, sintetizando, convirtiéndolo en un artista capaz de plasmar un bosque únicamente con unas manchas certeras. Del mismo modo, su narración se afila, se libera de viñetas innecesarias o evita los diálogos si la imagen se basta por sí misma. Se aprecian diferentes estadios.
Sin embargo, los temas se mezclan. No hay una etapa donde Peeters deje de lado lo subjetivo, del mismo modo que no hay historieta sin un ápice de extravagancia. Pueden varias los porcentajes, pero ningún aspecto llega a cero. Peeters se entrena, además, en diferentes registros: desde la crítica, con un ensayo en defensa de la legalización de las drogas, hasta la descripción de la espera de dos asesinos a sueldo; desde el análisis de la figura del autor frente a sus creaciones, sumergiéndose él mismo en las viñetas, hasta la expresión de una melancolía anticipada por el futuro de su hija. La soledad y el desamor se mezclan en Upsidedown donde, sin explicación, un hombre que empieza a caminar por las fachadas de los edificios encuentra a su pareja ideal. Incluso hace gala de un humor negrísimo con las peripecias de un troglodita que mata y devora todo lo que se encuentra hasta descubrir que él mismo es comestible.
Cabe ahora recordar las viñetas casi lisérgicas que inauguran Píldoras azules: células y estrellas entre las que bucea el lector mientras el protagonista busca la palabra que necesita; o pensemos en los sueños donde el protagonista aparece hablando con un mamut o frente a un rinoceronte blanco en la consulta del médico. En realidad, lo fantástico también está en la cotidianidad de Píldoras azules. Dándole vueltas, afortunadamente y en contra de lo que se podría esperar, no es una antología más de obras menores previas al reconocimiento del autor. Se trata de la mejor vía para entender por qué Frederik Peeters no puede ser encasillado. Él es un todoterreno al que no le urgen carreteras.

miércoles, mayo 13, 2009

Café Budapest, Alfonso Zapico

Astiberri, Bibao, 2008. 164 pp. 16 €

Sofía Castañón

En tiempos grises, y para qué negar que estos también lo son, es necesario conocer la historia: saber de dónde viene toda esta marea que arrastra muebles viejos, cansancio y horror. Y, si nos acercamos a la historia con una mirada afilada y sin dobleces, quizás podamos llegar a entender algo.
La mirada con la que Alfonso Zapico relata el origen del conflicto en Jerusalem —si entendemos, claro, que ese origen proviene de mediados del siglo XX— es clara, amable, sincera. Y ninguno de estos adjetivos impide que sea además crítica, sin concesiones políticas ni ideológicas.
Yechezkel es violinista, joven, judío y da por olvidados algunos de sus primeros años, que tuvo que pasar encerrado en una habitación, escondido del minucioso y bárbaro registro nazi. Finalizada la guerra, en una Hungría deshecha y hambrienta, decide ir con su madre –que volvió de un campo de concentración alemán enferma y sola- a Jerusalem, donde su tío Yosef regenta una cafetería que hoy nos resultaría utópica. En ella, ingleses, americanos, judíos y musulmanes conviven tranquilos. En el Café Budapest y en toda la ciudad. Las cosas cambian cuando Naciones Unidas hacen oficial el famoso “reparto”. A partir de ahí, la segmentación de dos religiones desconocerá el significado de tregua, y dejará para siempre olvidado el de paz.
Zapico no se lava las manos, las entinta hasta el fondo. Expone la necedad de los siervos del fanatismo, muestra el control de las potencias sobre una tierra y sus habitantes. Habla de civiles, y no de ejércitos. De ideas, y no de ideologías. De amor, y no de religiones.
Dentro de lo afable del relato, por el modo en el que presenta a sus personajes, por la sensación que el lector tiene de pequeña historia dentro de la gran Historia, Zapico no obvia el terror, la barbarie, el espanto. Pero no se recrea ni busca la emoción fácil.
Podríamos hablar de un cuento optimista, en el que sus personajes mantienen tenazmente una visión del mundo envidiable, digna, realmente bondadosa. Pero no hay lugar para el pensamiento ingenuo. La más terrible de las ideas que habitan esta novela gráfica es la de la esperanza de cambio. Algo que aún hoy, transcurridos más de cincuenta años, se presenta muy lejano.

martes, marzo 10, 2009

Bitch, Miguelángel Martín

La Cúpula, Barcelona, 2008. 124 pp. 20 €.

Guillermo Ruiz Villagordo

La experiencia de leer a Miguelángel Martín es una de las más impactantes que como lector se puede tener. Uno se acerca, pongamos por ejemplo, a Brian the Brain pensando que se tratará simplemente de la dulce y triste historia de un niño solitario y se topa con una serie de las mayores barbaridades que es capaz de pergeñar mente humana. Sin embargo, pese a su deprimente atmósfera, no es nada comparado con la dureza, gracias a sus abundantes dosis de violencia y sexo explícito, de Rubber Flesh o, sobre todo, Psychopathia sexualis, obra de principios de los 90 que constituye una buena muestra de hasta dónde es capaz de llegar la mente de Martín y que llegó incluso a ser secuestrada en imprenta en Italia, lo que no extraña teniendo en cuenta su tema: las conductas sexuales más desviadas, tanto reconocidas, como el orgasmo por asfixia, como inventadas ex professo para sus retorcidas historias.
En Bitch Martín nos sitúa en un futuro cercano marcado por las mismas injustas guerras de hoy contra las que se manifiestan a su manera una pandilla de jóvenes: Bitch, una artista del grafitti; Blondi, una punky trasnochada; y Amin, un dj gay saharahui. Pero Martín, fiel a su convicción de que nadie o casi nadie es inocente, no los presenta como adalides de la verdad absoluta, y así, en breves capítulos, a través de ellos y de su encuentro con otros personajes (un freak profesional, un grupo musical terrorista palestino, un misterioso grafitero que compite con Bitch en su afán de adueñarse de la ciudad mediante sus pinturas), se encarga de desvelar sus dobles perspectivas, sus mentiras, sus contradicciones tras esa apariencia de anarquistas contraculturales. Todos se debaten entre múltiples opciones entre las que son incapaces de elegir, por lo que se vuelcan en un pacifismo que acaban usando como una moda más a la que son arrastrados sin percatarse.
Un rasgo muy peculiar de los personajes de Martín es que, a pesar de su cierto encanto de dibujito infantil, debido su trazo claro y limpio, carecen de expresión. Casi nunca ríen ni se enfadan ni se muestran tristes. Viven en un estado de semicatarsis que les permite observar y juzgar lo que creen que es justo e injusto, tener inquietudes, pero no revelarlo físicamente. Es como si la sociedad les hubiese ganado la partida de antemano y asistiesen a un espectáculo en el que no pueden actuar más que como comentaristas (de esta manera se podrían entender las explicaciones bienintencionadas de sus respectivas causas que se dan entre sí a modo de pequeños discursos, intentando inútilmente autoconvencerse, más que convencer al otro, con meras justificaciones de actitudes que no tienen justificación), aunque crean que participan en él y están cambiando algo, que es lo más descorazonador de todo. Quién sabe si nosotros…

lunes, noviembre 24, 2008

Pequeñas cosas, Jeffrey Brown

Trad. Montserrat Terrones. La Cúpula, Barcelona, 2008. 356 pp. 15 €

Guillermo Ruiz Villagordo

Hace un año y pico, mientras trabajaba en una tienda de cómics, cayó en mis manos una de las obras de Jeffrey Brown, Inverosímil. No me gustó. Por medio de un dibujo feísta, como pergeñado de forma apresurada, mostraba una larga serie de escenas independientes de una relación sentimental desde su inicio hasta su final. Estas escenas eran muy cortas, de una o dos páginas por lo que recuerdo, y en general ninguna de ellas “contaba” nada, en el sentido popular del término. Eran sólo momentos, pequeños detalles, trozos de vida (slice of life los llaman), aquéllos en los que no ocurre nada en la superficie pero por debajo desfilan mil y un sentimientos. Pero el caso es que yo no sentí empatía con el personaje, lo que atribuí a la incapacidad de un autor sobrevalorado (es de destacar que nada menos que Chris Ware lo convirtió en su protegido, lo que no es moco de pavo) y no a un defecto de mi gusto, que me resultaba bastante improbable dado que tengo especial predilección por la temática realista, particularmente la autobiográfica, y este volumen, que forma parte de una “trilogía de las novias”, se presentaba, como todos los suyos, como un fragmento de la memoria auténtica del autor.
No hubiera leído nada más de Jeffrey Brown si La Cúpula no me hubiera mandado por sorpresa un ejemplar de Pequeñas cosas. Bueno, me dije, ya que me lo mandan le daré otra oportunidad. Y no sé si se debe a que en este volumen se recopilan historias de diversa extensión en las que el amor deja de ser el tema exclusivo para convertirse en un elemento más de su día a día junto con la familia, los amigos, el trabajo o la creación artística; a que he acabado acostumbrándome a su dibujo, tan poco apto para ojos acostumbrados a un dibujo “clásico proporcional” (aunque los míos son muy “abiertos”); o a que mi sensibilidad ha evolucionado un tanto o está más libre de lo que estaba en aquel tiempo, pero ahora ha conseguido mi atención y sí, me gusta.
Al terminar de leer un libro como éste descubres que ese dibujo deslavazado era capaz de comunicar cualquier estado de ánimo mejor que cualquier detallado estudio del cuerpo humano. Y de repente te encuentras en la piel de Brown cuando admira el impresionante paisaje del parque natural de Stehekin, que destaca mediante viñetas a toda página mientras va dando cuenta de cada pormenor del par de semanas que pasa allí con un amigo y su ambigua compañera, en los que le vemos observar y escuchar todo lo que ocurre a su alrededor, pero también dormir, pasear y comer. También cuando pasa por una situación ridícula y estresante en París en el transcurso de un ajetreado viaje en coche con una amiga. Ah, y si no tienes gato en casa, será como si lo tuvieras, porque aparece como secundario en varias historias (y es que es una de las pasiones de Brown, hasta el punto de dedicarle todo un volumen, de próxima publicación por La Cúpula, Cat Getting Out Of A Bag).
El mejor resumen, concreto y sencillo como no podía ser menos, de la actitud creativa de Brown, particularmente en este libro, son estas palabras: “No sé si [las pequeñas cosas] son las cosas más importantes, pero le dan forma a nuestras vidas y por tanto creo que son realmente importantes. Para mí, tienen tanto significado estos momentos como las grandes cosas que nos puedan ocurrir en la vida.” (El resto de esta interesante entrevista puede leerse aquí: www.13millonesdenaves.com/especiales.php?idespecial=42 )
Ni que decir tiene que estoy deseando leer el resto de sus obras y, por supuesto, redimirme ante Inverosímil.