En la primera escena de El secreto de Adaline, el personaje de Blake Lively le dice a un chaval que se dedica a vender documentación falsa que preste atención a los detalles, porque eso es lo que puede delatarle. Eso acaba siendo prácticamente una premonición para la película. Una buena película, intensa, emocionante, de muy lograda atmósfera y de buenas, muy buenas interpretaciones. Pero con un par de detalles que son los que impiden que sea uno de esos filmes que se quedan grabados a fuego en la memoria. Detalles de guión, como la presencia de algún personaje totalmente superfluo (la hermana del coprotagonista) o una excesiva previsibilidad, incluso deslices como tener que explicar algo que la protagonista tendría que saber (la escena del Trivial) o deseos absolutos de aprovechar obras ajenas, desde la narración de El curioso caso de Benjamin Button, con la que se puede trazar algún paralelismo, o el aspecto de Michiel Huisman, idéntico al que luce en Juego de tronos.
Pero hechas esas salvedades, lo cierto es que la película funciona francamente bien. Sin revelar demasiado de su argumento, es una historia que lidia desde una perspectiva fantástica con el paso del tiempo y cómo afecta eso al amor. Es, por tanto, una película romántica, por momentos se puede decir que incluso ñoña (sin que ese adjetivo tenga aquí connotación negativa alguna), que tiene su primer punto fuerte en un armazón cronológico muy potente. La estructura de la película, lejos de ser lineal, funciona espléndidamente, aunque la voz en off que acompaña esos saltos deje algunas dudas, asienta el tono de fábula que no pierde nunca la película pero también le da algo de pretenciosidad que no ayuda. El otro gran acierto de la película es su aspecto, cercano pero al mismo tiempo, de nuevo, cercano a la fábula. Quiere ser una historia realista hasta cierto punto, pero también satisfacer a quienes buscan el lado más fantástico de su trama. Y lo consigue.
El tercer aspecto en el que la película sobresale es su reparto, pero los principales elogios en ese sentido se pueden mezclar con el segundo de sus aciertos. Desde siempre, y aunque su belleza engañe en ese sentido, Blake Lively ha parecido mejor actriz de lo que algunos de sus papeles han permitido ver. Su presencia en El secreto de Adaline es al mismo tiempo angelical y pesarosa, y eso es un elemento más, el principal, del aspecto que quiere tener el filme. La fábula, la realidad y la fantasía se pierden en la mirada de Lively, en su media sonrisa, en su calculado lenguaje corporal. Aunque Huisman no dé la misma sensación de solidez, el hecho de compartir la película con ella le da a su trabajo más empaque del que ella aporta. Y la presencia de actores veteranos es un argumento más. Ellen Burstyn y Kathy Baker están espléndidas, pero es Harrison Ford el que llama la atención. Es otro que es mejor actor de lo que su propio icono le ha dejado ser, de lo que él mismo ha mostrado en los últimos años. Es su mejor trabajo desde hace mucho tiempo.
Si en el guión hay ideas interesantes, muy interesantes de hecho (y quizá la fundamental sea dar el protagonismo de la película, por lo que cuenta y por lo que implica, a una mujer), y si hay sobre todo dos actores haciendo trabajos brillantes como Blake Lively y Harrison Ford (aunque su presencia se haga de rogar y no llegue hasta el tramo final), es evidente que la película funciona. Pero al mismo tiempo queda en el debe de Lee Toland Krieger, un director todavía con poca experiencia, no haber sabido pulir los defectos que impiden que el filme dé un salto de calidad que probablemente podría haber dado. Los detalles, los detalles de los que habla Adaline al comienzo del filme, los que marcan la diferencia entre lo bueno y lo excelente. Aún así, no es poca cosa ser bueno y El secreto de Adaline (otra de esas traducciones con inventiva del original The Age of Adaline) lo es.