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viernes, julio 21, 2017

'Dunkerque', cine bélico antológico

Hace ya casi veinte años, Steve Spielberg nos puso el pelo de punta, la piel de gallina y el corazón en la mano mostrándonos cómo era realmente la guerra. La escena inicial de Salvar al soldado Ryan, el desembarco de Normandia, cerró para siempre la imagen idealizada de la guerra de la que solo el disidente Oliver Stone se había apartado hasta entonces. La guerra producía héroes. Pero desde Ryan, hablamos de supervivientes. Y en muchos casos con unos traumas reales y realistas que hacen que este tipo de historias puedan alcanzar un impacto emocional salvaje. Pero cuesta hacerlo. Hay que tener un dominio de cine inmenso para que la guerra, algo tan desconocido para el espectador medio, nos inunde de una manera absoluta. Y Dunkerque lo hace. Mejor de lo que se podría haber soñado, siendo un ejercicio de estilo deslumbrante, que coloca a Christopher Nolan entre los más grandes, pero sin olvidar que hay mucho más detrás de los fuegos artificiales.

Sin ánimo de contar nada más, porque, como siempre, merece la pena descubrirlo todo en la pantalla (y mejor, sin duda, en la gran pantalla), Dunkerque es la historia de la evacuación de las tropas británicas desde esa localidad francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Nolan nos cuenta ese drama desde tres puntos de vista: desde la tierra, con un soldado que busca la manera de abandonar la playa; desde el mar, con los ojos de un hombre que lleva su pequeña embarcación movilizada para a los soldados de allí; y desde el aire, con un pequeño escuadrón que tiene que impedir que los cazas alemanes bombardeen a los barcos de rescate. Tres partes de un mismo relato que Nolan conjunta de una manera más emocional que temporal, modifica el encaje de los eventos para que le sirvan a los propósitos más dramáticos de una manera que encumbra el arte del montaje.

Antes ya ha encumbrado la de la dirección. Nolan es un innovador en el terreno visual, pero nunca lo había hecho como aquí desde una perspectiva tan clásica. La épica bélica que nos muestra es realista, está basada en escenarios, extras y movimientos de cámara naturales, no en efectos especiales y piruetas imposibles. No es esa la guerra que Nolan nos quiere enseñar. La suya es la de verdad, aquella en la que las balas silban sobre nuestras cabezas y provocan un ruido ensordecedor cuando se topan con un objetivo, en la que el ruido de los aviones genera pánico entre quienes no tienen dónde protegerse, en el que el agua no es más que un entorno en el que se puede morir a cada momento. Guerra, como la vivimos en Normandia de la mano de Spielberg, pero esta vez ampliada a los 106 minutos que dura Dunkerque, una duración mucho más ajustada de lo que es habitual, también para Nolan, pero que equivale a una experiencia vital antológica.

Nolan es un maestro, y merece que se le reconozca por ello. Es hábil, es eficaz, es atrevido. Pero ya, sobre todo eso, es un maestro. Cómo rueda, cómo monta, cómo dirige a un puñado de actores tan variopintos, que van desde la juventud de Fionn Whitehead a la veteranía de Kenneth Branagh o Mark Rylance, pasando por sus actores fetiche habituales como Cillian Murphy o Tom Hardy (¿cómo es humanamente posible crear un personaje tan espléndido si solo le vemos los ojos en el 90 por ciento de sus planos?). Cómo hace cine. Nolan es puro cine, y no es de extrañar que sus referentes partan del cine mudo más épico. Su cine es atemporal pero sabe aprovechar la tecnología de su tiempo para crear un espectáculo emotivo que nos enseña que el cine es mucho más que el avance técnico de turno. El cine es emoción, es inmersión, es empatía. Y eso, en Dunkerque es bestial, es una película que atrapa y no suelta hasta el final. Clásico instantáneo.

viernes, marzo 27, 2015

'Cenicienta', Walt Disney estaría satisfecho

Cuando un clásico Disney de dibujos animados cobra vida en forma de imagen real, sobre todo uno de los que se hizo cuando el propio Walt Disney regía los destinos de su estudio, la mejor manera de evaluarlo es preguntarse si el genial creador estaría satisfecho con el resultado. Con Cenicienta, la aproximación de Kenneth Branagh al cuento infantil, la respuesta es claramente afirmativa. Si no hubiera un bagaje de décadas de dibujos animados y Disney hubiera producido desde el principio películas de imagen real, es bastante plausible pensar que habría hecho la película tal y como la ha realizado Branagh. Lujosa en su aspecto, fiel al relato tal y como lo conocemos en la tradición Disney y con las dosis adecuadas de azúcar y fantasía, se le puede discutir algún exceso de colorido o extravagancia que remite más a la caricatura que al dibujo animado, o incluso que no tome riesgo alguno, pero al fin y al cabo eso no está entre sus objetivos, que se ciñen a dar una nueva versión realizada con un respeto reverencial de lo que siempre ha hecho grande a Disney.

Como no hay más pretensión que esa, la de ofrecer un entretenimiento de factura impecable para toda la familia, buscarle más intenciones supone perder el tiempo e infravalorar lo que consigue dentro del terreno en el que se mueve. ¿Que esta versión no va a desbancar nunca a la de dibujos animados con la que han crecido varias generaciones? Por supuesto, y parece que hasta el propio Branagh es consciente de ello y no trata de marcar grandes diferencias. Incluso puede que eso haga que este filme caiga en un relativo olvido dentro de unos años, pero aquí y ahora cuenta con suficientes aciertos y esquiva con mucha habilidad bastantes de los problemas en los que se podría caer al rehacer el cuento como para no aceptar el sincero entretenimiento que proporciona. Y eso que Branagh puede parecer una elección inusual para esta historia, pero su filmografía ya le ha probado como un todoterreno alejado de sus casi exclusivas adaptaciones de Shakespeare que marcaron sus primeros años en el cine. Ahora es un director capaz de dar vida a los mundos más fantásticos, sean los de Asgard en Thor o los del cuento infantil más clásico en Cenicienta.

Pues a buscarle alguna pega, es posible que la pareja formada por Lily James como Cenicienta y Richard Madden como el Príncipe no convenza a todo el mundo por igual, aunque están bastante correctos y encajan mejor de lo que podría parecer en los papeles. No tienen un carisma arrollador, pero tampoco desentonan. En todo caso, nunca es fácil poner cara a personajes que han permanecido inmutables en la memoria colectiva gracias al trazo de un dibujo animado, y eso también hay que tenerlo en cuenta. Más si entre los secundarios se cuelan actores como la estupenda Cate Blanchet, que es quien se lleva buena parte de las extensiones del cuento clásico que propone esta versión, o Derek Jacobi, un habitual del cine de Branagh. Si a eso se le suma un fantástico diseño de producción, unos escenarios maravillosos o un trabajo de vestuario excepcional (aunque quizá sea ahí donde un exceso de color favorece más la caricatura que el homenaje a lo más clásico), la inmersión en el cuento es total si se ve la película con la mentalidad clásica y abierta que requiere.

Quizá esa sea la clave, entender la película como lo que es. Si se busca una actualización más moderna del cuento, que no lo es ni quiere serlo, puede haber decepciones, porque el respeto al relato más popular y reconocible es total. Sí hay que ampliar la historia con lo que Disney no había contado en su clásico filme de dibujos animados, hasta una nada exagerada duración de 112 minutos, y eso Branagh lo hace con un prólogo que explica la razón por la que Cenicienta tiene que convivir con tan horribles hermanastras, y dando algo más de sustancia al papel de la madrastra, porque si no es complicado atraer a una actriz de la categoría de Blanchett para darle vida. Pero por lo demás es justo lo que cabe esperar. Por eso, si uno quiere ver un cuento de hadas, con dosis de magia y fantasía (no sólo por la sorprendentemente contenida hada madrina de Helena Bonham-Carter y sus trucos, sino también por la presencia de animales de una cierta inteligencia), una factura irreprochable y el amor y la ilusión inherentes al género, sí que estamos ante una película más que recomendable.

miércoles, febrero 12, 2014

'Jack Ryan: Operación sombra', buenos elementos en una actualización discutible

El dilema de siempre. Jack Ryan: Operación sombra es una pasable y entretenida entrega de espías, aventura y acción, siempre que se perdonen algunas cosas, pero es una actualización discutible del personaje de las novelas de Tom Clancy en el que se basa, al que en la gran pantalla se pudo ver como debía ser en la película que interpretó Alec Baldwin (La caza del Octubre Rojo) y las dos de Harrison Ford (Juego de patriotas y Peligro inminente), incluso en algunos aspectos de la de Ben Affleck (Pánico nuclear). Pero este nuevo filme se aleja sin querer alejarse, compone un nuevo personaje en un mundo completamente distinto y de repente se quiere acordar de aquel en el que está basado. Esos dubitativos movimientos, unidos a enormes agujeros en el guión, son lo que hace discutible esta actualización de la saga, que busca con descaro una nueva audiencia, mucho más juvenil y tecnológica. Olvidando estas cuestiones, se pueden ver con más claridad los buenos elementos que esconde esta película, dirigida por un Kenneth Branagh definitivamente reciclado para este tipo de cine y que se convierte, como actor, en lo mejor del filme.

Antes de ir con Branagh es conveniente cerrar lo que supone el filme. Tan de moda como se han puesto las actualizaciones y reboots en Hollywood, exactamente eso es Jack Ryan: Operación sombra. Ahora bien, mejor olvidar el referente. No es la bourneización que se podía temer legítimamente, pero tampoco tenemos a ese agente que no quiere estar en el terreno y que prefiere la seguridad de su despacho. Y la película oscila entre los momentos en que quiere recordar precisamente eso (lo dice varias veces, los nervios traicionan su memoria y le tiemblan las manos después de su primer enfrentamiento serio) y aquellos en los que acaba siendo inverosímil esa propuesta (ya desde las dos escenas iniciales, pero sobre todo en el clímax, cuando Ryan se convierte en el agente total que sobrepasaría a cualquier de los más conocidos del cine, desde el mencionado Bourne hasta incluso James Bond). En ese sentido, la película merece algún que otro reproche, porque, adiestrado prácticamente en la Guerra Fría, no parece el más indicado para una historia ambientada en un mundo tecnológico y de redes sociales.

Sin embargo, si nos olvidamos de que el referente es Ryan, la película funciona relativamente bien casi durante todo su metraje como lo que tiene que ser, una película de espías con cierta inteligencia en su planteamientos (que no en la forma en que va encadenando escenas o acontecimientos; ojo al momento de la pintura en el clímax, bastante irrisorio), escenarios cambiantes (Moscú principalmente) y razonables dosis de tensión y acción. No siempre funciona así por una insistencia tópica del cine norteamericano, la introducción de un interés romántico que la historia no necesita, por mucho que acabe encontrándole un sentido, y cuya química no funciona. Chris Pine se sabe de memoria lo que implica el papel de héroe atribulado (y en reboots, como el de Star Trek) y cumple porque no necesita más. Pero Keira Knightley parece salida de otra película y culmina esta floja subtrama en la primera de las dos escenas del hotel, con una réplica lamentable. Al menos los responsables de la película saben cuándo dejar esa historia en su sitio y no molesta en los momentos que tienen que ser los más trascendentes. Algo es algo. Pero la penitencia, como la de los errores del guión, ya está pagada.

Llegamos a Kenneth Branagh, no sin antes reconocer que, también con los defectos de su personaje, es un gustazo ver a Kevin Costner de nuevo en la gran pantalla con cierta asiduidad. No queda mucho de aquel Branagh veinteañero que con sus películas shakespearianas llegó a ser comparado con Orson Welles. Hollwyood le ha tratado francamente mal desde entonces, minusvalorando sus capacidades como director y ahora ya confinado al cine espectáculo después de Thor. Es un director competente, muy interesante a ratos (y eso se ve en la sensacional escena de la cena que monta en la película, con tensión, una espléndida dirección de actores y un buen montaje). Pero de lo que siempre se ha olvidado casi todo el mundo es de lo gran actor que es Branagh. Aquí, sin duda, lo mejor de la película, como evidencia su primer cara a cara con Pine, espectacular a muchos niveles, aunque luego el guión rebaje algunos de los elementos ahí planteados. Branagh consigue sostener una película que hace no tantos años habría parecido imposible para él, y eso también dice mucho sobre él como director. Entretiene lo suficiente, aunque con reservas, y tiene momentos muy logrados. ¿Jack Ryan? Mejor recuperar La caza del Octubre Rojo para verle.

martes, marzo 20, 2012

'Mi semana con Marilyn', demasiado esfuerzo mimético

Hay una creciente fascinación por la recreación en pantalla de figuras históricas reconocibles. Hace muy poco, causó furor (y ganó el Oscar) la de Margareth Thatcher por Meryl Streep. Y hay una vertiente muy popular de esta tendencia que es la de actores interpretando a actores. Cuando se anunció que Michelle Williams iba a interpretar a Marilyn Monroe mi reacción fue de frialdad, pues, salvo el rubio de su cabellera, veía poco parecido entre ambas. Después de ver Mi semana con Marilyn el juicio sobre ella es bastante más benévolo que entonces, pues su trabajo de mimetismo es importante y notable. Pero no deja de ser eso, mimetismo. Y eso hace que no termine de ver con los mismos ojos una historia rodeada de lugares comunes que, no obstante, se ve con agrado, y más aún si se tiene por el cine y su historia el cariño que yo tengo. Aún así, no deja la huella que sí dejaba, hay que decirlo por tramposo que sea el argumento, la mejor Marilyn. Demasiado esfuerzo mimético se lleva por delante la posibilidad de hacer una película sobresaliente.

Mi semana con Marilyn es una mirada nostálgica al rodaje de El príncipe y la corista, filme que dirigió y protagonizó Laurence Olivier junto a Marilyn Monroe en 1957. Y lo que cuenta la película es el tiempo que pasó Colin Clark con la tentación rubia después de que el entonces marido de la estrella, Arthur Miller, abandonara el rodaje. Ese material lo recopiló primero en dos libros que Adrian Hodges convirtió en guión cinematográfico para que lo dirigiera Simon Curtis. No se cuenta con mucha experiencia cinematográfica ni en la dirección ni en la escritura, pero sí televisiva, medio del que proceden ambos. En todo caso, no hay que pensar demasiado para saber que el éxito o el fracaso de la película dependía de que la caracterización de Marilyn (y, en una medida algo menor pero en el fondo igual de importante, de Laurence Olivier) funcionara. ¿Funciona? Sí y no.

Sí funciona porque Michelle Williams hace un papel espléndido. No es el mismo tipo de mujer que Marilyn, ni en el físico ni en comportamiento, pero se mete en su piel con suma habilidad. El trabajo es especialmente notable en la voz y en ciertos ademanes de la inolvidable protagonista de Con faldas y a lo loco. Y no funciona porque, en el fondo, lo que vemos no es más que una fotografía tópica de Marilyn. Quizá ella fuera así, pero lo que plasma la película no deja de ser lo que ya sabemos sobre aquella actriz que se perdió antes de tiempo y se convirtió en leyenda e icono de la historia del cine, una mujer que nadie supo querer, un juguete roto que nunca pudo ser realmente feliz. Y, sí, Michelle Williams transmite esa impresión con su trabajo, logra alcanzar incluso el nivel de sexualidad que desprendía Marilyn. Pero no hay una profundidad psicológica en el personaje que impresione tanto como el envoltorio. Eso es más culpa del guión y la dirección que de la propia actriz.

La magnética presencia de Marilyn se lleva por delante a quien tendría que ser y de hecho es el protagonista de la película (el mencionado Colin Clark, tercer ayudante de dirección de El príncipe y la corista, interpretado por Eddie Redmayne), pero no tanto a la otra gran estrella de la película. La nominación al Oscar a Kenneth Branagh por dar vida a Laurence Olivier fue una sorpresa pero, en el fondo, también un justo reconocimiento a un más que notable actor al que la dimensión que alcanzó como director (y las comparaciones, siempre odiosas, de aquellos años primerizos nada menos que con los de Orson Welles) devoraron en buena medida. Pero Branagh es un intérprete más que notable y su trabajo aquí evidencia que tiene un hueco como actor en el cine contemporáneo al margen de su labor de realización. Quizá sin tanto apego al detalle y al mimetismo como la Marilyn de Michelle Williams, pero borda su papel. La dinámica entre ambos, por desgracia, se antoja escasa, porque las escenas que comparten están entre las mejores de la película.

El resto del reparto confirma las sensaciones que deja la película. La presencia de Emma Watson parece más un guiño comercial a los fans de Harry Potter que la oportunidad de desarrollar algún personaje, sea el suyo o el del protagonista. Las de Julia Ormond (como Vivien Leigh), Judi Dench o Derek Jacobi o Toby Jones suponen el toque de calidad con los secundarios que quiere toda película con aspiraciones, y más si es británica como ésta. Resumiendo, Mi semana con Marilyn quiere ser un poco de todo y no sé si termina siendo lo que aspiraba a ser. Porque presenta una historia con bastantes ganchos, y Marilyn si algo sabía hacer era precisamente enganchar, pero no consigue perdurar en la memoria. Es más que visible y tiene toques de interés, pero más a cuenta de los intérpretes que del resto de responsables del filme. Lo que le falta, en realidad, es espíritu. Y eso, hablando de Marilyn, es un pequeño gran pecado que lastra demasiado el resultado final, aunque se vea con agrado y la nostalgia de una forma de hacer cine que no sé si en el fondo ha cambiado tanto en algunos aspectos.

sábado, abril 30, 2011

Más luces que sombras para un notable y entretenido 'Thor'

Ni la cúspide shakespeariana del cine de superhéroes ni el desastre que algunos esperaban y querían ver. Thor es una notable película de aventuras, una buena adaptación del cómic de Marvel y un interesante ejercicio de estilo de Kenneth Branagh. Tiene luces y sombras en el guión, también en el casting. Muchas más luces en el aspecto visual, aunque el 3D desvirtúa bastante el resultado final. En cualquier caso, la valoración es muy positiva, porque Branagh ensambla un entretenido cóctel de aventuras y fantasía que deja con ganas de más. Más de Thor, más de Asgard y más, sobre todo de los Vengadores (la insensata manía de salir corriendo de la sala casi antes de que termine la película, sin importar que se moleste descaradamente a otros espectadores, hace que la mayoría de los que han pagado una entrada se pierda una última escena al final de los títulos de crédito). Y si la sensación es de querer más, la conclusión es que el regusto que deja Thor es dulce y agradable, lo que lleva a perdonar los fallos que tiene. Al fin y al cabo, su misión es entretener.

Thor es el dios del trueno de la mitología nórdica, convenientemente adaptado para el universo Marvel por Stan Lee (otro gran cameo el suyo, atentos a la camioneta que intenta levantar el martillo), Larry Lieber y el gran Jack Kirby. Su adaptación al cine sólo podía hacerse con generosas dosis de grandiosidad. Asgard, hogar de los dioses, se ve con todo su esplendor y el gran acierto de la película en centrar el comienzo de la historia allí, en los reinos fantásticos de esta mitología. El camino fácil, y evidentemente mucho más barato de rodar, sería el que tantos otros personajes de ficción han seguido, enviarle directamente a nuestra Tierra para explotar las virtudes cómicas de colocar a un extraño en el mundo que conocemos. Pero Thor apuesta por otro camino y brinda unos tres cuartos de hora iniciales llenos de acción y efectos especiales, visualmente fantásticos (aunque las comparaciones en algún caso con El Señor de los Anillos seran inevitables... y siempre a favor de la aún no superada saga de Peter Jackson) y narrativamente interesantes. Es ahí donde se ve al Thor arrogante, ambicioso y belicoso, bien llevado por un actor limitado, Chris Hemsworth, pero que visualmente es perfecto.

En ese tramo de la película, después de un magnífico prólogo (y de una superflua escena inicial), es donde está lo mejor de Thor. Su relación con su hermano Loki (Tom Hiddleston) y con su padre Odín (Anthony Hopkins), el equilibrio de paz entre los reinos de Asgard y Jotunheim (gobernado por los gigantes de hielo), su amistad con la dama Sif (Jaimie Alexander; ¿alguien ha pensado que podría ser ella la heroína que permitiera a Hollywood por fin hacer una película de fantasía con una mujer como protagonista?) y los tres guerreros, Volstagg, Fandral y Hogun (Ray Stevenseon, Josh Dallas y Tadanobu Asano), y la visión del puente de arco iris que une los Nueve Reinos y el guardián que lo custodia, Heimdall (espléndido personaje y magnífica caracterización, aunque la elección de Idris Elba, un actor negro, para interpretar a un dios nórdico se quedé como un anecdótico, algo absurdo y conseguido intento de que se hablara de la película mucho antes de su estreno). Ver el esplendor visual que se alcanza en este tramo, el adecuado nivel de brutalidad en las luchas y la pasión en el retrato de personajes y escenarios hace anhelar una futura secuela en la que se narre la etapa que en el cómic de Walter Simonson llevó a Thor a visitar el reino de Hel (el equivalente nórdico del infierno), gobernado por Hela.

Con la entrada en escena de Jane Foster (Natalie Portman), el tono de la película se rebaja y se hace más cómico. Acertadamente cómico, por cierto, pero de ritmo más lento. La historia de amor no sólo era inevitable, sino que también se agradece, porque da más sentido a la evolución de Thor. Pero ahí es donde se empiezan a notar los fallos del guión de la película. Introducir demasiados elementos en dos horas de película suele conducir irremediablemente a que algunos queden desdibujados, y eso queda en evidencia con la batalla entre Thor y el Destructor (un gigante mágico de aspecto metálico que dispara unos poderosos rayos desde el rostro). Se desvirtúa con tanta facilidad a los otros asgardianos que ahí es difícil de creer el heroísimo sin medida de Thor y el carácter supuestamente invencible de su adversario. Del mismo modo, es absurdo transformar a Jane Foster desde la enfermera que es en el cómic a la científica que es en la película (triste pago de los tiempos políticamente correctos que corren), y ese aspecto es quizá lo más endeble de la trama, gracias también a que Natalie Portman no destaca en papeles así. Como también termina por ser endeble el retrato de Loki, cuyas motivaciones quedan demasiado en el aire y desvirtúan lo que sólo se había apuntado en los dos primeros tramos del filme.

En el aspecto visual, fantástico en líneas generales (se ve a Thor y a su mundo haciendo todo lo que hace de él un personaje apreciado en el cómic), sólo cabe hacer dos reproches. Uno, el ya habitual, es el 3D, que oscurece demasiado una película que clama por ser luminosa para hacer justicia al trabajo de sus diseñadores. Otro, que Branagh, al tiempo que triunfa con arriesgados planos en diagonal, se pierde demasiado en las peleas. Domina muy bien los efectos especiales, y eso tiene mérito teniendo en cuenta su filmografía tan alejada hasta ahora de este campo, pero las coreografías de batalla a veces se pierden como en tantas otras películas de acción (siempre quedará ahí la brillante música de su inseperable compositor, Patrick Doyle). Branagh, en todo caso, consigue dar coherencia al resultado final y salir triunfante. La misma crítica que le encumbró en sus inicios casi como el nuevo Orson Welles ahora disfruta criticando todo lo que hace (aunque con menos intensidad, recuerda al fenómeno que sufre M. Night Shyamalan), pero no hay motivo. Thor funciona y encaja en el cine de Branagh porque, aunque a veces se quede en la superficie, la tragedia shakespeariana es un elemento fundamental de esta saga de dioses nórdicos y su relación con los humanos.

Antes de esa mencionada escena final, de la que es mejor no revelar más detalles para no estropear la sorpresa, la película concluye con un mensaje: "Thor regresará en Los Vengadores", lo que inevitablemente despierta el ansia del fan. ¿Algo más que buscar en Thor para entender mejor la conjunción de esta película en este magníficamente bien trazado Universo Marvel cinematorgáfico? Obviamente, la presencia del agente Coulson de SHIELD (que ya apareció en los dos entregas de Iron Man), pero también el debut en pantalla, apenas un cameo, de Ojo de Halcón (Jeremy Renner), la duda de si esa misma escena esconde algo más y la mención a Stark (Tony Stark, el hombre bajo la armadura de Iron Man). Marvel sigue sumando y queda todavía un capítulo, Capitán América, antes de la explosión definitiva de sus personajes en la gran pantalla con Los Vengadores. Para eso habrá que esperar hasta mayo del año que viene. Y visto el buen nivel de Iron Man y su secuela, de El increíble Hulk y ahora de Thor, sólo cabe esperar lo mejor del filme que está ya dirigiendo Joss Whedon.