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viernes, agosto 04, 2017

'Transformers. El último caballero', rizando el rizo de lo absurdo

Película tras película, Michael Bay ha ido consiguiendo que la serie de Transformers se fuera enterrando cada vez más en un pozo de absurdos, incoherencias y flagrantes fallos cinematográficos. Pero el director, aclamado por el público y habitualmente despedazado por la crítica, ha vuelto a rizar el rizo en esta espiral de cine palomitero lamentable, estúpido y desprovisto de toda inteligencia. Se podrá argumentar que no todas las películas tienen que hacernos pensar, que tiene que haber un hueco para el cine de escapismo y efectos especiales sin pretensiones. Desde luego que sí. Pero ese se puede hacer bien o mal. El que hace Bay es del malo. Y además lo hace conscientemente. El último caballero es, visto desde una esfera irónica, una burla del director hacia sus críticos, cargada de dobles intenciones en sus diálogos, que no ayudan a la película pero sí al debate sobre la supuesta genialidad de Bay.

Su cine no la demuestra. No lo hace desde hace muchos años, desde los 90, en los que sí se presentó como un prometedor director de acción. Transformers, curiosamente la serie que más dinero le ha dado, es una colección de todos sus defectos. Y El último caballero es, así, la quintaesencia. Es un galimatías que no hay por donde coger, una historia que roza la estupidez tanto en su rocambolesco argumento como en la ejecución final que vemos en la pantalla, es la enésima demostración de que no hay un solo personaje interesante, bien escrito o bien desarrollado en Transformers, y que a Bay le importa muy poco ser un director coherente, porque las fronteras del espacio y del tiempo no le afectan a la hora de meter y sacar personajes de las escenas. Todo le da igual a Bay si puede hacer su mix de estrenos veraniegos para mostrarnos un campo de batalla medieval, un escenario nazi de la Segunda Guerra Mundial, muchos robots haciendo chistes, presentaciones a lo Escuadrón Suicida y explosiones desde el mismo logo de Paramount que abre la película.

En una historia con diálogos que parecen escritos por adolescentes, en la que desfilan actores que valoran más el cheque que sus reputaciones y en la que hay constantes traiciones a la misma franquicia de la que forma parte (a lo que el propio Bay ha contado en sus películas y, sobre todo, al material de referencia), es difícil encontrar algo rescatable. Si acaso, que los actores hacen un esfuerzo ímprobo por creerse sus difíciles papeles, más sencillo en el caso de los héroes de acción, Mark Wahlberg y Josh Duhamel, y mucho más complicado en la cuota femenina, la que firman Laura Haddock o Isabela Moner, o en el caso de los actores consagrados, reducidos a meras comparsas cómicas como Anthony Hopkins, John Turturro (¿para qué sale realmente en la película?) o Stanley Tucci. Ni siquiera los Autobots o los Decepticons importan. Optimus Prime y Megatron son reducidos a secundarios, Bumblebee a acróbata desmontable y los Dinobots a la nada más absoluta.

¿Qué hay entonces en El último caballero que pueda convencer? Prácticamente nada. Si acaso, el hecho de que forma parte de una franquicia que, sin contar prácticamente nada, repitiendo esquemas, y con tono autoparódico en la filmografía de Bay cada vez más acusado, sigue cosechando un éxito increíble. Los muchachos de efectos digitales se lo habrán pasado en grande con los inexplicados y cada vez más numerosos poderes de los robots, pero más allá de eso es difícil encontrar nada positivo en una película larga, por momentos bastante aburrida, con un humor de dudoso acierto ("te has cargado el momento", le dice Anthony Hopkins a un robot en cierta ocasión, analizando a la perfección la forma en la que Bay usa el humor) y que ojalá, como ha dicho su propio director, sea su última incursión en la serie. A saber si alguien puede reflotar esto, cinematográficamente hablando porque en taquilla va de fábula, pero que le dejen intentarlo lejos de las garras de Bay.

jueves, abril 25, 2013

'Un lugar donde refugiarse', cómo arruinar incluso un telefilme

Con ¿A quién ama Gilbert Grape?, sobre todo con Las normas de la casa de la sidra, e incluso también con Chocolat, Lasse Hallstrom cogió cierta fama. Trece años después de la última cinta de ese trío de títulos, se puede afirmar con rotundidad que Hallstrom no da para mucho más. Casanova, Querido John o La pesca del salmón en Yemen son algunas de las películas, más o menos simpáticas, que preceden en su filmografía a Un lugar donde quedarse, una cinta con absoluta factura de telefilme que, como los anteriores, puede caer más o menos simpático a lo largo de sus larguísimos e injustificados 115 minutos, hasta que Hallstrom, siguiendo la novela de Nicholas Sparks (autor de los libros en que se basaron El diario de Noa, Mensaje en una botella, la mencionada Querido John o La última canción; sí, las similitudes entre todas estas historias son más que evidentes), abraza un giro que arruina por completo la película, que evidencia la previsibilidad de toda la trama y que confirma las trampas que contiene la historia.

Lo que propone Un lugar donde refugiarse es una historia romántica americana de manual, que encima se corona nada menos que con las celebraciones del 4 de julio. Chica que huye de algo, chica que llega a un pueblo perdido, chica que encuentra a un chico con una historia trágica que intenta reconstruir su vida, chica y chico que se enamoran, el algo de lo que huye la chica se presenta, todos los problemas se solucionan y los buenos de la película son felices y los malos no. Lo de siempre. El desarrollo de la película se hace más o menos soportable en función de la simpatía que desprendan los protagonistas. Y en eso este filme tiene terreno ganado. Josh Duhamel (Transformers, su segunda parte y la tercera) y Julianne Hough (Footloose, Rock of Ages; con esta actriz, casi se queda uno con las ganas de que haya un gran número musical) son agradables y cumplen con tanta facilidad como Cobbie Smulders (Los Vengadores) e incluso el resto del reparto, niños incluidos.

Pero hay dos problemas muy severos para aceptar con agrado la propuesta de Hallstrom. El primero es que todo, absolutamente todo lo que sucede, se ve venir. La película es facilona y previsible hasta extremos insospechados, incluso a pesar del torpe arranque, incluso aceptando un esquema preconcebido en el género del que nadie parece haber sabido salir en muchos años. Y el segundo es que hay un giro de guión que acaba evidenciando que el desarrollo de la película está lleno de trampas al espectador y requiebros poco sutiles. En realidad, ese giro es también previsible, pero hasta que no se produce queda la esperanza finalmente baldía de que no se produzca. Imagino que ese giro es la base desde la que partió la historia, pero para llegar a ese punto hay que hacer mucho más en cerca de dos horas de película. Hacer comparaciones con otros títulos arruina esa pretensión original, así que no las haré, pero sí que procede decir lo anterior: que no sorprende y que cabrea a partes iguales, a poco que la película se haya ido quedando en la retina.

Un lugar donde refugiarse podría haber sido una pasable película de factura televisiva, pero teniendo en cuenta que Hallstrom había llegado a mucho más que eso procede considerarla como la confirmación más o menos definitiva de su declive. Y sigue reuniendo repartos más o menos agradables, eso sí, ocasionalmente con actores cada vez menos importantes aunque siempre conocidos, y con eso puede salvar en cierta medida la papeleta. Aquí no es sólo que no disfrute de un buen guión, es que tampoco acierta en la forma de rodar o en el montaje. No genera suspense cuando lo pretende, y sólo en las partes más románticas se puede decir que alcanza los mínimos que busca. Pero es que, insisto, ese giro arruina por completo casi todo lo anterior, porque se convierte en una coartada poco inteligente y mal construida en torno al verdadero objetivo del filme. Y eso en cine es hacer trampa.