Película tras película, Michael Bay ha ido consiguiendo que la serie de Transformers se fuera enterrando cada vez más en un pozo de absurdos, incoherencias y flagrantes fallos cinematográficos. Pero el director, aclamado por el público y habitualmente despedazado por la crítica, ha vuelto a rizar el rizo en esta espiral de cine palomitero lamentable, estúpido y desprovisto de toda inteligencia. Se podrá argumentar que no todas las películas tienen que hacernos pensar, que tiene que haber un hueco para el cine de escapismo y efectos especiales sin pretensiones. Desde luego que sí. Pero ese se puede hacer bien o mal. El que hace Bay es del malo. Y además lo hace conscientemente. El último caballero es, visto desde una esfera irónica, una burla del director hacia sus críticos, cargada de dobles intenciones en sus diálogos, que no ayudan a la película pero sí al debate sobre la supuesta genialidad de Bay.
Su cine no la demuestra. No lo hace desde hace muchos años, desde los 90, en los que sí se presentó como un prometedor director de acción. Transformers, curiosamente la serie que más dinero le ha dado, es una colección de todos sus defectos. Y El último caballero es, así, la quintaesencia. Es un galimatías que no hay por donde coger, una historia que roza la estupidez tanto en su rocambolesco argumento como en la ejecución final que vemos en la pantalla, es la enésima demostración de que no hay un solo personaje interesante, bien escrito o bien desarrollado en Transformers, y que a Bay le importa muy poco ser un director coherente, porque las fronteras del espacio y del tiempo no le afectan a la hora de meter y sacar personajes de las escenas. Todo le da igual a Bay si puede hacer su mix de estrenos veraniegos para mostrarnos un campo de batalla medieval, un escenario nazi de la Segunda Guerra Mundial, muchos robots haciendo chistes, presentaciones a lo Escuadrón Suicida y explosiones desde el mismo logo de Paramount que abre la película.
En una historia con diálogos que parecen escritos por adolescentes, en la que desfilan actores que valoran más el cheque que sus reputaciones y en la que hay constantes traiciones a la misma franquicia de la que forma parte (a lo que el propio Bay ha contado en sus películas y, sobre todo, al material de referencia), es difícil encontrar algo rescatable. Si acaso, que los actores hacen un esfuerzo ímprobo por creerse sus difíciles papeles, más sencillo en el caso de los héroes de acción, Mark Wahlberg y Josh Duhamel, y mucho más complicado en la cuota femenina, la que firman Laura Haddock o Isabela Moner, o en el caso de los actores consagrados, reducidos a meras comparsas cómicas como Anthony Hopkins, John Turturro (¿para qué sale realmente en la película?) o Stanley Tucci. Ni siquiera los Autobots o los Decepticons importan. Optimus Prime y Megatron son reducidos a secundarios, Bumblebee a acróbata desmontable y los Dinobots a la nada más absoluta.
¿Qué hay entonces en El último caballero que pueda convencer? Prácticamente nada. Si acaso, el hecho de que forma parte de una franquicia que, sin contar prácticamente nada, repitiendo esquemas, y con tono autoparódico en la filmografía de Bay cada vez más acusado, sigue cosechando un éxito increíble. Los muchachos de efectos digitales se lo habrán pasado en grande con los inexplicados y cada vez más numerosos poderes de los robots, pero más allá de eso es difícil encontrar nada positivo en una película larga, por momentos bastante aburrida, con un humor de dudoso acierto ("te has cargado el momento", le dice Anthony Hopkins a un robot en cierta ocasión, analizando a la perfección la forma en la que Bay usa el humor) y que ojalá, como ha dicho su propio director, sea su última incursión en la serie. A saber si alguien puede reflotar esto, cinematográficamente hablando porque en taquilla va de fábula, pero que le dejen intentarlo lejos de las garras de Bay.