Si en los años 70 y 80 Steven Spielberg fue un renovador del cine, el mismo realizador se ha ido convirtiendo a sí mismo en una reliquia. Dicho así, puede sonar mal, despectivo. Pero es justo lo contrario. Steven Spielberg es hoy un cineasta de otra época, uno que en los años 40 y 50 habría sido adorado con devoción y que, sin embargo, es examinado con lupa en el siglo XXI. Caballo de batalla le confirma como el más clásico de los directores épicos contemporáneos, como un maestro de los sentimientos más allá y en connivencia con la imagen, como un dominador absoluto de todo cuando acontece en la pantalla. Tiene tanto dominio del arte como del lenguaje cinematográfico, y eso, sinceramente, hay muy poquitos cineastas que lo puedan decir. Hay en Caballo de batalla una hermosa ingenuidad que, quizá, haga que no sea éste su mejor filme. Pero ya quisieran otros muchos, con sus obras magnas, ser capaces de emocionar la mitad de lo que Spielberg consigue con este precioso y emocional cuento.
Supongo que en este punto es obligado admitir que soy un ferviente admirador de Steven Spielberg. Quienes vieran una estupidez la excusa argumental de Salvar al solado Ryan, quienes se aburrieran con La guerra de los mundos, quienes no piensen que E.T. encierra una grandeza única o quienes no se emocionaran hasta la lágrima con Inteligencia artificial es bastante probable que no estén de acuerdo con lo que diré de Caballo de batalla o de su autor. A Spielberg la excelencia técnica se la reconoce todo el mundo, pero se le suele negar con demasiada frecuencia su condición de artista. Y sin embargo, es uno de los pocos cineastas que consigue que todo funcione en sus películas. Podrán gustar más o menos, podrán tener más o menos fallos, se podrá empatizar más o menos con sus mensajes, pero lo que se ve en pantalla es siempre lo que la mente de Spielberg imagina. No se me ocurre nada más elogioso que eso para calificar a un artista, que sabe lo que quiere y tiene la capacidad de plasmarlo tal y como lo ve, además de conectar fácilmente con el espectador.
Caballo de batalla no deja de ser un cuento, y como todo cuento tiene partes muy sensibleras. Eso forma parte del espectáculo tal y como está concebido, aunque seguro que eso mismo le restará aprecio a este título como ya le sucedió a otras películas de su filmografía. Tiene este filme cosas del Spielberg de diferentes épocas. Recupera repartos más o menos desconocidos, como los que usó durante sus primeros años en el cine (y qué pedazo de reparto, encabezado por el joven Jeremy Irvine; no hay ningún actor que esté fuera de lugar en ningún momento) y utiliza escenarios de guerra que no se atrevió a pisar con seriedad hasta que no alcanzó una madurez como director dramático. Pero al mismo tiempo se reinventa con una estructura muy distinta a la que ha utilizado en anteriores películas, muy casual, con continuos cambios de ritmo pero evitando con maestría el aburrimiento, que no llega en ningún momento de las dos horas y media que dura el filme.
Y, por supuesto, adereza todo el conjunto con un envoltorio precioso, el que le otorga la confianza de sus colaboradores de siempre, con especial atención a la magnífica fotografía de Janusz Kaminski y a la espléndida música (con resonancias de Un horizonte muy lejano) del mítico John Williams. Una vez vista Caballo de batalla queda enterrado para siempre el mito de que no se debe rodar con animales. El caballo protagonista, Joey, es mucho más que un actor en la película. Es un transmisor de emociones que se mueve al son que marca la genialidad de Spielberg. No hay nada falso en las peripecias que vive, desde que nace en Devon, un pueblecito inglés, hasta que se ve inmerso en las batallas de la Primera Guerra Mundial. No es, por cierto y por si alguien espera ver el desembarco de Normandia de Ryan, una película de guerra, aunque las escenas bélicas que hay en la hora final del filme están a la altura de los mejores momentos que ha rodado jamás Spielberg, tanto a nivel visual como a nivel emocional (impresionante a todos los niveles la huida del caballo entre las trincheras y el campo de batalla y el posterior encuentro entre un soldado inglés y otro alemán).
Caballo de batalla es la película en la que Spielberg da rienda suelta a la inocencia del cine de mediados del siglo XX y que ha venido colando en mayor o menor proporción en casi todas sus películas. Hay algún momento en que esta apuesta puede resultar excesiva, debido a que todo parece demasiado orquestado como para ser creíble. Pero hay que darlo por bien empleado si gracias a eso se puede conseguir un final tan visualmente hermoso como el que brinda aquí Spielberg o una conversación tan bonita como la que ofrecen justo antes dos de los principales protagonistas de la película (impresionante aquí Niels Arestrup, que junto a Peter Mullan y Emily Watson dan un toque de distinción y madurez a un reparto eminentemente joven). Quizá lo más flojo de Caballo de batalla esté en su primera mitad, donde es posible que se hubiera podido recortar el metraje, y eso también ofrece cierto desequilibrio con la fantástica hora final. Pero impresiona en cualquier caso. Aunque sea una película de 2011 que en realidad debió de estrenarse en 1951.
2 comentarios:
Vi el trailer y me pareció una ñoñería de espanto, pero oye, visto lo visto igual merece la pena y todo...
Key, a mí es que Spielberg siempre me merece la pena... Es una ñoñería, sí, pero es una muy buena ñoñería... Ya me dirás...
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