Me preguntaba en qué momento se había complicado tanto ser poeta. Los ruiseñores dejaron de cantar y las palabras, mudas por instantes, sonaban entorpeciendo el silencio. El mar, sin sal, se colaba por las grietas del tejado de las sirenas. Los versos ya no pesaban y las líneas del pentagrama no soportaban las notas musicales. Todo era un caos sin sentido. Tus ojos enmudecieron para siempre y las musas empezaron a cobrarme.