Lo siento, lo siento tanto. Sé que la semana pasada no subí capítulo y que se colgó la entrada de Halloween y dije que haría varias pero nunca se subieron mas. Lo siento. De verdad que no es culpa mía, cualquier queja presentadla ante mi profesora de historia que si da una página de temario y ella marca dos de actividades. Y con esto, tan solo quiero deciros que si no estoy tan activa en el blog, perdonadme, de verdad que lo intentaré (Además de que mi ordenador ha muerto del todo y robo a ratos el de mi padre) Resumiendo: las clases me mantienen ocupada pero no pienso dejar el blog. Por cierto, se supone que quería colgar los capítulos de "Diario de una Artista" todos sobre el viaje seguidos, pero puestos que fue halloween y escribí algo, este miércoles lo colgaré, aunque vaya de por medio, como un exrta. Y pasando a otro tema, el capítulo de hoy. He de seguir escribiendo para que no me pille la publicación de capítulos, pero de momento no tendré que hacer ningún parón. Además, estamos llegando a una de mis partes favoritas. Lo de siempre: leed, disfrutad, ¡COMENTAD! y espero que os guste.
Aria
Estaba hiperactiva.
No había dormido tan bien como anoche en mucho tiempo.
Había descansado tanto que mi cuerpo tenía el doble de energía, por lo que no
podía pararme quieta en un sitio. Y si a eso le sumamos el gran café de esta
mañana, podíamos encontrar a un desesperado Dael por mantenerme dos segundos
quieta en un asiento en lo que él compraba los billetes para el tren de vuelta
a Francia.
Le hice caso aproximadamente durante dos segundos y me
quedé sentada en un banco esperándole. Luego me levanté y empecé a caminar en
todas las direcciones, primero porque a mí nadie me daba órdenes, y segundo
porque me era imposible quedarme quieta.
-Ya tengo los… ¿Aria? – Dael se quedó mirando el banco
vacío donde minutos antes me había dejado.
-Aquí. – Le dije dándole toquecitos en el hombro por
detrás.
Dio un respingo por el susto.
-¿Eres hiperactiva? – Me preguntó. – Porque si es así ha
sido una muy mala idea darte café.
Puse los ojos en blanco.
-Pues claro que no soy hiperactiva, soy un demonio, los
demonios no podemos padecer enfermedades humanas. - ¿No era obvio lo que decía?
Sabía que él no era de mi mundo y que le costaba pillar las cosas, y de que
hacía un gran esfuerzo por seguirme, pero a veces era tan cansino explicar las
cosas.
-Lo siento. – Se disculpó, encogiendo los hombros,
intentando ocultar la cabeza entre ellos.
-Siempre haces eso. – Le espeté.
-¿Hacer el qué?
-Encogerte como si así pudieses desaparecer. – Le
expliqué. – Mides metro ochenta, no es fácil esconderte.
-Supongo que lo hago por reflejo, cuando me siento
amenazado.
-¿Te sientes amenazado por mí? – Enarqué una ceja, algo
molesta. Cuando digo algo molesta, hay que sumarle mi enfado con el mundo de
siempre.
-Yo… no… eh… - Se atragantó con sus palabras.
Algunas veces me daba la sensación de estar frente a uno
de los míos, frente a un demonio guerrero dispuesto a pelear por los suyos. Un
chico fuerte, valiente, con honor y honrado. Y él lo era. No era un demonio,
era humano, pero era todas esas cosas. Aunque luego, en otras ocasiones me
recordaba que también era un chico con miedo e inseguridades que debía superar
si quería avanzar en este mundo.
A veces me hacía enfadar, pero siempre acababa
ablandándome y recordándome que son los más débiles los que más poder albergan
en su interior.
-Déjalo estar. – Respondí cansada.
Nos sentamos en un banco vacío a la espera de que
anunciasen nuestro tren, lo cual sería dentro de mucho tiempo, pues apenas era
mediodía y nuestro tren salía sobre las dos de la tarde.
Me di cuenta de que Dael se sentaba al lado mío pero sin
tocarme, como si quisiera mantener una cautelosa distancia. Y sabía que era por
miedo a que me molestase y no por voluntad propia: él me tocaba
“disimuladamente” siempre que podía.
Suspiré y me deslicé en el asiento hasta quedar totalmente
pegada a él.
Dael giró su cara para mirarme: en sus ojos había una
pregunta no hecha. Alcé las cejas una vez y sonreír como respuesta. Me devolvió
la sonrisa, y yo me arrepentí de haberlo hecho, porque cuanto más cerca de él
estaba, más intenso se hacía su olor, y su olor… no había palabras para
describir lo que me hacía.
-¿Sabes? – Empecé a decir para cortar el silencio que se
había hecho. – Podríamos aprovechar estos momentos en los que estamos tirados
en una estación de tren en un país que no es el nuestro para ensayar. Yo no lo
necesito, pero obviamente tú sí.
Me miró con los ojos entrecerrados y con una sonrisa de
medio lado desesperada por salir; ambos recordábamos el momento en el que yo le
había dicho que cantaba de quince.
-Vale, de acuerdo.-
Acabó aceptando. - ¿Aquí? ¿Delante de todo el mundo?
-¿Tienes vergüenza, príncipe azul?
-Para nada. – Respondió con confianza. – Pero estaríamos
más cómodos si no pasasen señoras mayores con sus maletas y lanzándonos miradas
indiscretas de, ya sabes, de esas…
-¿Qué clases de miradas? – Fruncí el ceño.
-Pues del tipo de “mira que pareja tan adorable hacen
estos dos jovenzuelos”
Le di una colleja.
-No vuelvas a decir nada referido a que somos pareja. Los
sueños se dejan para cuando estés dormido.- Me levanté; me sacudí el pantalón.
– Vamos a buscar un sitio más tranquilo, pues.
Después de dar vueltas por aquí, recorrer pasillos sin
salida, entrar una vez al baño, volver a dónde habíamos empezado y comprar una
botella de agua, acabamos subiendo por unas escaleras que daban a un segundo
piso que en un principio iba a ser destinado a que bares y tiendas de recuerdos
abriesen allí, pero que había sido abandonado, por lo menos temporalmente.
Sencillamente, nos sentamos en el suelo, Dael buscó la
letra de la canción en internet y comenzamos a cantarla. En bucle. Una y otra
vez. No nos hacía falta intercambiar palabra: cuando terminábamos de cantarla
una vez, la siguiente sabíamos perfectamente que nota teníamos que pulir y de
qué manera mejorar para que nuestras voces sonasen armoniosas juntas. A decir
verdad, no tuvimos que pulir demasiado, juntos sonábamos increíblemente bien.
Al cabo de casi una hora de “ensayo”, nos cansamos de
cantar Deathbed y fuimos derivando hacia otras, pasando por Boulevard of broken
dreams, de Green Day, por Hey oh de Red Hot Chili Peppers y mezclas de varias
de Evanescence.
No terminábamos ninguna de las canciones, acabábamos
partiéndonos de risa antes de llegar a la mitad. Todo era fantástico, muy
divertido, hasta que se estropeó.
Inspiré y automáticamente, como un acto reflejo, me puse
muy recta y los músculos se me tensaron.
-¿Qué ocurre? – La sonrisa de Dael se fue desdibujando
hasta hacer una mueca de preocupación.
-¿Si te digo corre….?
-Corro. – Respondió obediente y alerta
Asentí. Inspiré hondo, preparándome.
-Corre.
Tres sombras grandes y corpulentas aparecieron tras la
esquina más cercana. Estaban más cerca de lo que creía y (constaté
desilusionada) la ventaja de la velocidad no nos servía, pues si yo la usaba,
ellos la usarían: estábamos en una planta abandonada, aquí nadie se enteraría
de nada.
Me maldije por haber sido tan despistada. Sabiendo que
había rondando por ahí ángeles que querían nuestras cabezas, debería haber
pensado y habernos quedado abajo, donde hubiera testigos: si nos hubiesen
perseguido abajo, nos habrían defendido a nosotros, pues a ojos de los humanos
serían tres hombres intentando raptar a dos jóvenes. Estúpida de mí.
Dael me llevaba unos dos pasos de ventaja corriendo.
Justo cuando iba a usar mi velocidad para cogerle y poner más distancia entre
él y los hombres, uno de ellos salió de un lateral y placó a Dael. Éste cayó al
suelo con un gemido seco. Pude ver su cara de dolor y eso me bastó para
envalentonarme.
Cerré los puños y avancé hacia los tres hombres, que se
interponían entre Dael y yo. Apreté los dientes y lancé un puño en gancho al
estómago de uno. Su grito de dolor era música para mis oídos.
Pronto los tres se movieron rápidos y ágiles, intentando
agarrarme las manos, y a pesar de que entre dos lo consiguieron, no se dieron
cuenta de que también se podía luchar con las piernas. Mientras me tenían
agarradas las manos en alto, una a cada lado de mi cuerpo, pegué un saltó y
abrí las piernas, propinándoles una patada en el estómago a los dos a la vez. En
cuanto me soltaron, me aseguré de que no volvieran a moverse: les pegué patadas
en la cabeza hasta que decidí que estaban lo suficientemente inconscientes como
para no moverse por las próximas semanas.
Cuando centré la vista otra vez en Dael, éste se retorcía
entre los fornidos brazos del tercer hombre.
-Déjale. – Dije con una voz calmada y tranquila.
-Creo que primero tienes cosas de las que ocuparte,
princesita. – Habló el hombre, apretando los brazos alrededor de Dael; vi como
con ojos suplicantes me apremiaba para que me diese la vuelta.
Tarde.
Un cuarto hombre, o tal vez uno de los que yo había
pegado (se ve que no lo suficiente) me dio con el puño cerrado en la mandíbula.
Del golpe tan fuerte, caí de espaldas al suelo, llevándome otro golpe en la parte
posterior de la cabeza. Cuando intenté incorporarme, veía borroso.
-Es divertido. – Dijo una voz ronca y grave, justo antes
de recibir una patada en la cabeza.
Definitivamente era uno de los tipos a los que había
pegado. Nota mental: la próxima vez que quiera dejar a alguien inconsciente, no
debo dejar de pegarle hasta que le vea el cerebro salirse del cráneo.
Sentí otra patada, esta vez en el estómago. Y luego otra,
y otra más. Había cerrado los ojos y colocado los brazos alrededor de la
cabeza, intentado protegerme.
-¡ARIA! – Escuché primero mi nombre y luego el golpe de
la mano contra la cara de Dael.
Me dolía todo, necesitaba huir de allí. Pero no fue eso
lo que me hizo levantarme de un salto a pesar del dolor, soltarle un codazo en
la sien al tipo que me estaba dando una paliza, luego darle una patada en sus
partes y mientras caía, darle con la rodilla en la cara. Oí como la nariz
crujía al caer contra el suelo. No fue mi instinto de supervivencia, sino la
súplica de Dael. No una súplica de que le salvara, sino una súplica de que por
favor me salvase a mí misma.
Me crují los dedos. Cuanto antes acabásemos mejor.
Usé mi velocidad y en un rápido movimiento deshice el
agarre que el hombre tenía sobre Dael. Justo en ese momento una voz habló por
los altavoces de la estación: última llamada para nuestro tren.
El tiempo apremiaba. En lugar de pararme a reventarle la
cara al último hombre, como bien merecía, cogí a Dael del brazo, y tiré de él,
usando al límite mi velocidad, sin importarme que nos viesen.
Hice un último esfuerzo cuando las puertas se estaban
cerrando, y era plenamente consciente que el tercer hombre nos seguía.
Entramos en el último momento, dejando a nuestro
perseguidor al otro lado. Escuché su grito de rabia
Oh oh oh oh, como mola. Mola muchisimo.
ResponderEliminarMe ha encantado, joroba les tendria que haber pateado mejor, pero qur monos son.
Por mi te perdono, este capitulo me ha gustado mucho como para no personarte.
Saludos Artista, Andrea