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martes, 14 de diciembre de 2010

Antonio Machado o la palabra en el tiempo

Ni mármol duro y eterno,
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.

Estos versos de Antonio Machado conducen la figura y obra del poeta con paso certero y ávido de luz a lo largo de la noche de la historia, para devolvernos el poderoso eco de una conciencia necesaria hoy en día. Machado profetizó la heladora fractura entre una España nueva e ilustrada y su contrapeso anquilosado y oscurantista y, fue, finalmente, víctima como tantos cientos de miles de españoles y españolas de la sinrazón fascista. Si García Lorca encarna el exterminio a sangre fría con que los golpistas sembraron barrancos y cunetas desde el inicio del "levantamiento", y el nombre de Miguel Hernández es sinónimo del sufrimiento hacinado en aquella inmensa cárcel en que se convirtió España entera, Antonio Machado es el poeta del exilio, el poeta de la Retirada española al Sur de Francia, un movimiento masivo de personas desplazadas de guerra y represaliadas políticas que primero fue goteo y ya desde finales de 1938 prácticamente avalancha.

Antonio Machado pasó a Francia con la salud muy deteriorada ya, en enero de 1939. El 18 de julio de 1936 le pilló en Madrid, y su clara identificación con el legítimo Gobierno (había sido militante de la Acción Republicana de Azaña) se convirtió rápidamente en viva militancia en defensa de la República. Fue un poeta declaradamente "en guerra", que por edad y salud no podía ya estar en el frente y que sin embargo, quiso hacer e hizo de su pluma un fusil al servicio de la democracia y el antifascismo. De Madrid se evacuó (obligado, ya que él se resistía), hacia Valencia, y cuando las perspectivas de la victoria franquista eran cada vez más certeras, marchó con su más enferma aún madre, su hermano José y su cuñada, a la ruta que seguían tantas y tantas otras personas. Llegó al precioso pueblo de Collioure, en la Catalunya Nord, y se alojó en la pensión Casa Quintana -en una calle que hoy lleva el nombre del poeta-, aunque su estancia allí no llegó a un mes, y murió el 22 de febrero de 1939. A su entierro llegaron sólo dos coronas de difuntos, la del embajador español republicano en París y la del Centro Español de Perpiñán -un espacio ineludible para la historial social de la inmigración español, construido entre 1916 y 1920-. Machado pudo tener sepultura gracias al nicho que le cedió un autóctono, y fue en 1957 y por suscripción popular -en una campaña impulsada por Pau Casals- cuando se reunió el dinero suficiente para levantar una tumba en un lugar destacado del cementerio de Collioure, cuyo terreno cedió el ayuntamiento del momento.


Visitar hoy el precioso pueblo de Collioure y la sencilla pero rotunda tumba de Antonio Machado es palpar toda la dimensión del poeta: las numerosas muestras de cariño, admiración y recuerdo que se posan sobre la lápida, junto al buzón habilitado al lado de ésta y del que cada mes se retiran decenas de cartas, son el mejor ejemplo de cómo se ha hecho valer su palabra en el tiempo. Desandar los pasos desde Collioure hacia territorio español, dejar atrás la tumba de Machado, la Maternidad de Elna, el Centro Español de Perpiñán, los campos de concentración de Argelès o de Rivesaltes, hacer parada en el Museu de l'Exili de La Jonquera, supone volver a casa con más ganas que nunca de leer a Machado y de experimentar cómo de la profunda tristeza por la memoria robada de los hombres y mujeres que tuvieron que dejarlo todo, de la melancolía mazerada por lo que pudo ser y lo que finalmente fue, puede surgir algo remotamente parecido a la esperanza. Y es que, como apunta Emilio Lledó, en la poesía de Machado resuena la historia del país al que querríamos pertenecer. Porque la palabra útil en el tiempo es una mezcla de consuelo y rebeldía, o no es.

jueves, 18 de febrero de 2010

Los instantes y la memoria

Tengo la inmensa suerte de haber sido admitido en un taller que, bajo el nombre 'Después de... El Instante de la Memoria', se celebra la semana que viene en el Museo Reina Sofía, y que me reunirá junto a otras catorce personas afortunadas, ante el propósito de reflexionar, elaborar, crear, debatir, dialogar y aprender, todo ello en torno a partir de la relación entre la narración de la memoria y la historia, y las redes entre identidad personal, familiar e imaginario colectivo, entre la represión, el trauma y la resistencia al olvido, explorando en documentos visuales, vivencias, recursos poéticos, etc.

El taller es una iniciativa encajada en todo un proyecto muy interesante impulsado por Virginia Villaplana, una artista y profesora universitaria valenciana, "El Instante de la Memoria", que se completa con una interesante novela documental, una exposición de fotografías en la que se proyecta un documental (en la galería Off Limits) y un ciclo de cinefórums en el Reina Sofía. Este proyecto centra su atención en la tragedia de las fosas comunes del Cementerio de Valencia, en las que, entre el final de la guerra civil y 1945, fueron enterradas miles de personas víctimas de la represión franquista. Virginia Villaplana reivindica su memoria con una fuerta carga poética y bebiendo de un amplio abanico de fuentes históricas y recursos artísticos, que van de la investigación y documentación a la captura de testimonios, etc. Este empeño tiene, además, un valor añadido que trasciende a la necesaria recuperación de la memoria democrática y antifascista: lo que Virginia Villplana hace, a través y a partir de sureivindicación, es empujarnos a reflexionar sobre la materia misma de la memoria, sobre lo traumático de los olvidos impuestos, sobre las difíciles fronteras entre la historia, su narración y su huella en nuestras identidades personales, familiares y culturales...

He pasado parte de esta tarde buceando en el archivo fotográfico familiar, a la caza y captura de imágenes para un primer ejercicio que haremos en el taller. Esta inmersión en un pasado muy mío pero que incluso me precede (anterior a mi nacimiento) ha sido un intenso viaje, extraño y a la vez muy cercano y propio, acaso un aperitivo de lo que viviré la semana que viene.

Seguiré informando.

domingo, 25 de enero de 2009

Sesenta años

"Podrías hacerte un blog, papá, ahora que ya no trabajas, y tienes tiempo, con lo que te gusta hacer de tertuliano", le dije hace tiempo, y el tío -el padre, vamos, el mío- no sabía de qué le estaba hablando. Le ayudé a encontrar la caña, y él, aprendió a pescar, y a bucear, y a moverse como pez en el agua en la bloggocosa. Hoy, Rafa, el kalibeño de Rivas, y a la sazón, proveedor del 50% de mis genes, cumple sesenta años que le traen la ansiada jubilación oficialísima. Y aquí, servidor, una quinta parte de su prole, no puede evitar emocionarse al ver cómo aquella proposición indecente que le chivó Freia por un mensajito privado del facebook se ha hecho realidad: los amigos y amigas que mi progenitor tiene en la bloggosfera se han confabulado para desearle unos felices sesenta y una jubilación en paz y en red.

Felicidades, papá. Y felicidades, por supuesto, a esa santa que te aguanta hace ya varias décadas, que ha cumplido sesenta años también quince días ha, y que, qué voy a contarle a nadie, se ha ganado con creces compartir estos años dorados al sol de la Kabila terrenal junto al ya jubileta con todas las letras.

viernes, 10 de octubre de 2008

Fernanda y yo


En junio, a propósito del Homenaje que hizo el Ayuntamiento de Rivas a personas ex presas del franquismo, ya hablé de mi encuentro en aquella comida con ella. Hoy ha venido a verme a la Oficina y a recordarme que me debe una empanada. Y yo me he acordado de que guardaba por aquí una foto de aquel momento tan emotivo en que nos encontramos. Y aquí la traigo. Fernanda, qué grande eres.

domingo, 15 de junio de 2008

Días que hay en mí

Algunos días me siento
como un domingo
y da igual que estemos a lunes, martes
o jueves:
me siento como un domingo
y atardezco
más despacio que nunca
y alongo mis horas sobre una baranda
desde la que busco con la vista y el olfato
un sol frío de enero,
una lluvia de abril
o una piscina recién abierta en junio
o a punto de cerrar en septiembre.
Libre y apresado,
lagartija coja,
recorro una inmensa grieta,
y da igual que sea miércoles o sábado,
porque yo soy aproximadamente
un vermú a mediodía
y una sobremesa adormecida
y un examen por estudiar
y una llamada perdida
y una esquela inesperada
y una vida por delante.
Por el contrario,
algunos domingos no sé quién soy
y ni siquiera
me siento.
Entonces, simplemente,
me dejo llevar.
Y durante unas horas,
todo parece más fácil.