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martes, 10 de abril de 2012

Capítulo 3


Cisha se levantó. Estaba algo entumecida, haber estado toda la noche allí sentada frente a la tumba de Jelkos no era muy cómodo. Recogió su bolsa del suelo y vio que Tarin no estaba allí. Se preguntó cuándo se había ido y miró a su alrededor. No había rastro de él. Pensó que tal vez en el último momento se había acobardado y había decidido volver. No le culpaba; ella si pudiera también huiría, pero tenía un deber con el que cumplir y ahora no se podía echar a atrás. De todas formas huir no era algo propio de Tarin, así que decidió esperar por si volvía. Esperó allí de pie unos cuantos minutos y empezó a vislumbrar una figura que se aproximaba corriendo. Era Tarin. Cuando llegó hasta donde estaba Cisha frenó. Estaba jadeando. Había ido hasta el pueblo corriendo cuando Cisha se levantó. Por alguna razón había llegado más pronto de lo que había calculado que tardaría. Se preguntó por qué. De todas formas había ido al pueblo a coger una bolsa y meter dentro algo de ropa y en cuanto terminó volvió corriendo a la tumba. De paso se había cambiado de ropa y llevaba puesto el traje de piel que le había dado Jelkos, y en la mochila llevaba el cuchillo. Cisha sujetaba con fuerza su bastón mientras esperaba a que su amigo se recuperase del todo. Cuando empezó a respirar normal decidieron que era el momento de partir. 
Caminaron durante bastante tiempo bajo el abrasador sol. Parecía que trataba de convencerles de que se rindieran. Al cabo de una media hora vislumbraron una montaña al fondo.
-¡Allí hay una montaña! ¿Será de la que nos habló Jelkos?- dijo Tarin.
-Solo hay una forma de averiguarlo.
-Ya, pero me parece un poco extraño que hayamos encontrado la montaña tan pronto. ¿No te has preguntado si no fue Askaim quién mató a Jelkos? Y si fue así, ¿no lo habría enterrado un poco más lejos de la montaña tras la que oculta su guarida?
 -Procuro no hacerme muchas preguntas. Y tú deberías hacer lo mismo -respondió secamente Cisha.
-Me parece increíble que me esté diciendo esto la misma persona que ayer aún estaba haciéndose miles de preguntas acerca de su pasado -le soltó Tarin en el mismo tono en el que le había hablado Cisha.
-Las cosas han cambiado.
-Las cosas no tendrían que haber cambiado si no te hubieses empeñado tanto en conseguir averiguar de dónde provienes. 
-¿Y qué querías que hiciera? 
-Quería que te comportases como todos los demás chicos del pueblo de nuestra edad –espetó Tarin. 
Este golpe le dolió mucho a Cisha. Siempre había pensado que Tarin y ella eran amigos precisamente porque no eran iguales que el resto de adolescentes. Pero tal vez no fuera así después de todo. 
Sin embargo Tarin, aunque se dio cuenta de que le había hecho daño, no se arrepintió. Hacia tiempo que pensaba así y tenía que expresarlo, y hasta ahora se había aguantado las ganas de decirlo porque sabía que le dolería, pero en ese momento ya no pudo más. Su amiga había sido una hipócrita, y eso no se lo pasaba. Había soportado durante años sus desvaríos sobre su ciudad natal y ya no podía más. Por mucho que sean los mejores amigos desde que eran pequeños él tenía un límite. Y no era porque se llevase mal con su amiga, pero odiaba verla encerrada en un mundo que solo existía en su imaginación. Porque a Cisha ni siquiera se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que ella no perteneciese a otro pueblo, de que realmente su gente fuese la gente con la que había estado viviendo toda su vida. Aunque eso sí, en eso llevaba razón, ella venía de otro lugar distinto del que venía él, pensó Tarin. Pero seguía pensando que podrían haber vivido sin saberlo. ¿No podrían haber sido simplemente felices en el pueblo? Y ahora se habían metido en todo este lío y no podían salir. Tenían que matar un hombre. Matarlo. La simple idea le daba escalofríos. Él no era nada violento, siempre había sido bastante pacificador en el pueblo. Siempre que veía alguna pelea trataba de conseguir que los que luchaban se tranquilizaran, y rara era la vez que no lo conseguía. Y esto le había hecho ganarse algunas simpatías. Aunque Cisha pesaba que solo se tenían el uno al otro en realidad él tenía más amigos en el pueblo, pero casi no estaba con ellos. Prefería la compañía de Cisha. Pero en los últimos meses se había encerrado tanto en sí misma que acostumbraba a pasar más tiempo con sus otros amigos. Aunque también se pasaba buena parte del día tratando de que saliera y fuera a estar con él y sus amigos, sin ningún resultado. 
Ambos estaban callados, sin decir nada. La tensión se podría cortar con un cuchillo.
Iban cabizbajos y pensativos, tanto que no se fijaron en que la montaña que se veía al fondo se estaba alejando cada vez más y más.
Pasó largo rato antes de que se dieran cuenta y, extrañados, se pararon en seco. La enorme montaña que antes se veía tan cerca ahora casi no se distinguía en el horizonte. Se miraron el uno al otro y se preguntaron qué había pasado. No había más explicación que una: Askaim había lanzado alguna clase de hechizo. Seguramente estaría tratando de confundirlos con visiones extrañas, y desde luego lo estaba consiguiendo. Ahora los chicos no sabían que dirección tomar, no sabían cuál sería la buena para llegar a la montaña. Desde luego no iban a retroceder. Pensaban que precisamente era eso lo que Askaim quería. 
-¿Y ahora qué? –dijo Tarin.
Cisha le ignoró y caminó en la misma dirección en la que habían caminado durante todo el día. Tarin la siguió, qué remedio le quedaba. Continuaron durante mucho tiempo, pero cada vez la montaña se alejaba más y más hasta que llegó un momento en el que ya no la veían. Bajo su apariencia firme y segura, Cisha estaba totalmente desconcertada y no sabía qué dirección tomar. No hacía más que preguntarse cuál sería la dirección correcta para  llegar a la montaña y cruzarla y le desesperaba ver que no tenía forma de saberlo.
Siguieron caminando durante bastante tiempo hasta que ya no pudieron más y pararon a descansar. Se tumbaron y se quedaron mirando para el cielo. Se percataron de que el sol no se había movido ni un ápice desde que habían empezado a caminar. Se miraron desconcertados. Era imposible, llevaban horas caminando. Ya debería ser casi de noche, y sin embargo parecía que era la misma hora a la que empezaron a caminar. 
De repente, escucharon el ruido de pisadas. Era evidente que quién estuviera allí estaba corriendo a mucha velocidad, pero parecía que apenas tocaba el suelo. 
Se levantaron lentamente, alerta por lo que pudiera pasar. Cisha cogió el bastón. Estaba atenta por si llegaba el caso de que tuviera que atacar. Pero, a pesar de que no había nada que les dificultase la visión, no eran capaces de ver al ser que estaba allí. 
Oyeron una risita burlona a su espalda. Se giraron y vieron a un ser con la piel amarilla que parecía estar riéndose de ellos. Era bajito, y con un brillo malicioso en sus marrones ojos. A pesar de este último detalle, no parecía agresivo. Se relajaron al ver que ese hombrecillo lo único que hacía era observarlos, entre divertido y curioso. Cisha guardó el bastón en su mochila y la dejó en el suelo. Tarin probó a acercarse un poco, pero aquel hombrecillo emitió una especie de gruñido, dio dos pasos hacia atrás y alzó los brazos. Los chicos retrocedieron un poco al ver que algo empezaba a salir de la tierra. Poco a poco, un montón de piedras iban saliendo de una grieta en el suelo y fueron creando un cuerpo con forma humana. Espantados echaron a correr en la dirección contraria, no sin antes recoger Tarin la mochila de su amiga. Escuchaban a lo lejos la risa burlona del hombrecillo, solo que ahora parecía impregnada de la misma malicia que habían visto en sus ojos.
Empezaron a notar que la tierra temblaba bajo sus pies. No entendían lo que pasaba, simplemente corrían, luchando por salvar su vida. De repente, algo agarró a Cisha del pie y cayó al suelo. Intentó desasirse, pero no era capaz. Entonces, una enorme sombra. Era el gigante de piedra que el ser de piel amarilla había creado. Trató de levantarse, pero aquella especie de mano que había salido de la tierra todavía la sujetaba. Miró hacia atrás. Quería gritar, llamar por su amigo para que la viniera a rescatar, pero ni siquiera lo distinguía en la distancia. El monstruo alzó un brazo y cerró el puño. Iba a aplastarla como a una simple hormiga. Lo peor era que parecía que estaba disfrutando con todo aquello, como si llevase años esperándolo, pensó Cisha. Cerró los ojos. Lo último que le apetecía era ver su propia muerte. El gigante empezó a bajar el brazo, cada vez a más velocidad. Cisha apretó más los ojos. Sabía que este era el final y que nunca iba a poder vengar a su pueblo tal y como mandaba la profecía. En ese momento, una luz resplandeció. Cisha abrió los ojos con cuidado. No, esta vez no provenía de ella. Venía del bastón que un chico que estaba delante de ella sujetaba con las dos manos. Era parecido al suyo, pero no igual. En lugar de una gota de agua llevaba un rayo en su parte superior. Lo miró preguntándose quién podría ser, pero con la luz que desprendía su bastón no era capaz de saber quién era. Entonces, vio a alguien aproximarse corriendo a donde ella estaba. Era Tarin, que llevaba a su espalda la mochila y en su mano el cuchillo. Lo clavó con fuerza en lo que sujetaba a Cisha, que, dolorido, se retiró dejándola al fin libre. Tarin la ayudó a levantarse, la agarró por un brazo y salieron ambos corriendo en dirección contraria a la del monstruo, esta vez ayudados por el misterioso chico del bastón. Cisha miró una última vez hacia atrás con la esperanza de averiguar quién era, pero justo en ese momento comenzó a girar su bastón a gran velocidad creando un enorme tornado que se llevó al gigante hombre de piedra como si de un papel se tratase, y él se desplomó en el suelo, agotado después de tan dura tarea. Cuando ella lo vio, sintió que algo dentro de ella la obligaba a parar e ir a ayudarle.
-¡Para, para! ¡Tenemos que ayudarle!- dijo con desesperación, tratando de frenar a su amigo.
-¡¿Te has vuelto loca?! ¡Es una trampa, seguro!- respondió Tarin, agarrándola aún más fuerte para evitar que se soltara.
-Tarin, él me ha salvado la vida, no puede ser malo -contestó Cisha, sintiéndose totalmente impotente por lo tozudo que era su amigo.
Tarin frenó y la soltó mientras ella echaba a correr en dirección a aquel misterioso chico para socorrerle. Aunque sin él su amiga estaría muerta, no podía evitar sentirse receloso. No podía dejar de pensar en el hombrecillo amarillo. Ellos creían que era totalmente inofensivo y al final casi consigue matarlos. No quería que volviese a pasar lo mismo, todavía sentía que el corazón le latía a mucha velocidad por culpa del susto que ambos se llevaron, pero parecía que ella ya lo había olvidado por completo. Eso era algo que siempre le había llamado la atención a Tarin, la capacidad de su amiga para sobreponerse después de incidentes como el que acababan de vivir era asombrosa, parecía que nada le afectaba. Tal vez era cosa de familia, pensó segundos antes de echar a correr para ayudar al chico que les había salvado la vida. Aunque sin él su amiga estaría muerta, no podía evitar sentirse receloso. No podía dejar de pensar en el hombrecillo amarillo. Ellos creían que era totalmente inofensivo y al final casi consigue matarlos. No quería que volviese a pasar lo mismo, todavía sentía que el corazón le latía a mucha velocidad por culpa del susto que ambos se llevaron, pero parecía que ella ya lo había olvidado por completo. Eso era algo que siempre le había llamado la atención a Tarin, la capacidad de su amiga para sobreponerse después de incidentes como el que acababan de vivir era asombrosa, parecía que nada le afectaba. Tal vez era cosa de familia, pensó segundos antes de echar a correr para ayudar al chico que les había salvado la vida.
Cuando llegó hasta donde estaban, pudo ver que el chico se había desmayado.
-¿Qué hacemos? Nunca he visto lo que hacía la gente cuando alguien se desmayaba.-dijo Cisha.
-¿No te suena de algo su cara?-respondió Tarin, ignorando la pregunta de su amiga.
-Eso es imposible, no os conozco de nada.
Tarin y Cisha se sobresaltaron al oír las palabras del chico. Poco a poco abrió los ojos y los miró.
-¿No me ayudáis a levantarme? -dijo y se fue levantando sin necesitar ayuda de nadie y se alisó un poco su ropa, que estaba compuesta por un pantalón y una especie de camiseta hechos de la misma piel que el vestido de Cisha- Bueno, yo me llamo Urcom, y no hace falta que me deis las gracias por salvaros la vida, pero si os apetece yo no os lo impediré.
Tarin y Cisha todavía estaban muy sorprendidos por la rapidez con la que se había recuperado el chico y lo observaban pasmados, sin saber muy bien qué hacer.
 -Mmm, veo que sois tímidos. No importa, ya hablo yo por los tres. Y por favor, dejad de mirarme así, parece que hayáis visto un fantasma.
Al terminar de decir esta frase Urcom se puso un poco pálido y un escalofrío sacudió todo su cuerpo, pero en seguida se recompuso y les miró con una sonrisa socarrona en la cara. A Cisha no se le pasó por alto el detalle. Le pareció algo extraño.
-De hecho, sí que hemos visto uno. –dijo despacio, con cuidado para no provocar una mala reacción en el chico- A lo mejor lo conoces. Se llama Jelkos.
-¿Habéis hablado con él? No deberíais haberlo hecho. Está un poco mal de la cabeza. Habla de un lugar donde las cosas que ves te enloquecen y de una chica a la que al parecer debo proteger porque es “La Elegida” –hizo una pequeña pausa y sonrió para sí mismo- y de un montón de relatos fantásticos más. Y lo peor es que no me deja salir de aquí hasta que ayude a esa chica. Ha echado un hechizo o algo así y el bastón no me deja salir deshacerlo. Estoy atrapado en este asqueroso desierto para siempre.
-¿Te contó algo acerca de  esa chica? –preguntó Tarin.
-No gran cosa, solo me dijo que iba a salvar a una civilización entera o algo así y que yo debía ayudarle. Pero no sé por qué yo, ni siquiera soy de este planeta tan extraño.
-¿Y entonces de dónde eres? –dijeron Cisha y Tarin al unísono.
-Bueno, es una larga historia, si queréis os la puedo contar, pero antes vamos a buscar un sitio donde pasar la noche, si es que hoy llega.