Este artículo está tomado del blog Del Amasijo, que gestiona la poeta María del Carmen Colombo. Originalmente fue publicado en la revista Crisis número 17, de septiembre de 1974. Y se publica en esta página porque creemos que toda poesía es política.
I
"El concepto de vanguardia, incorporado a la teoría revolucionaria universalmente, es una verdad científica ampliamente verificada en distintas épocas de este siglo y en diversas latitudes de este mundo. La íntima relación que existe entre los problemas culturales y los problemas político-sociales e históricos, la imposibilidad de separar a unos de otros. Incluso para el análisis, permitiría aventurar la idea de incorporación del concepto de vanguardia para la resolución del campo específicamente cultural.Por ese camino podrían ser evitadas las desviaciones populistas. También las desviaciones de izquierda, con su carga natural de ideologismo. Como en los problemas estrictamente políticos, tanto una desviación como la otra puede ser conjurada a través de una vanguardia que impida ignorar la experiencia concreta del pueblo que la rodea, como suele ocurrirle a la izquierda, pero que tampoco idealice a ese pueblo, como suelen hacerlo los populistas.Los hombres que den los primeros pasos, que encaminen la construcción de esa vanguardia, tendrán que identificarse con el campo popular –sin idealizarlo--, aunque no pertenezcan naturalmente a la clase productiva. Deberán hacerse cargo de la problemática de esta clase. No es suficiente estar cerca de los trabajadores para conocerlos. No es suficiente estar cerca o conocer las realidades de un pueblo, sino que hay que identificarse con esa realidad, correr la suerte del agredido.
Un segundo requisito fundamental para la construcción de esa vanguardia será actuar dentro del marco histórico adecuado y en observancia de las fuerzas que operan en ese marco, remitirse al momento histórico y a las fuerzas que lo componen. Tener en cuenta –como cualquier vanguardia política— al enemigo principal y la contradicción principal. En esta etapa, se define que esa contradicción es imperialismo-nación; reconocer entonces claramente a quienes en lo que hace a la cultura, pertenecen al campo del imperialismo y a quienes están en el campo de la Nación; rechazar a los primeros y establecer acuerdos con los segundos.
Los intelectuales y artistas que se aboquen a la construcción de una vanguardia cultural, no solamente deberán atender a la composición social de esa vanguardia y a los grados de identificación en relación con los intereses del pueblo; no sólo deberán tener en cuenta el marco histórico y, dentro de él, diferenciar aliados, amigos y enemigos, sino que tendrán que luchar contra un enemigo difícilmente identificable e interceptable. Un enemigo difícil de aislar y de aniquilar. Este enemigo son ellos mismos. O, dicho de otra manera, a estos trabajadores de las ideologías, lo que más les obstaculiza la tarea es la propia ideología.A partir de esta realidad, reconociéndola, se podrá seguir. Seguramente analizando el propio trabajo. Sabiendo para quiénes y cómo han producido, podrán salir adelante. Porque allí está el pecado original de intelectuales y artistas: en su práctica y no en su origen de clase. Allí subyacen una cantidad de cosas que hacen explicables sus problemas; por lo tanto pueden ser trascendidos y no convertirse en un mero estigma que los cristaliza y termina marginándolos.
El problema, entonces, está en las prácticas y en cómo están destinadas esas prácticas. Para quién se trabaja. No en la clase originaria. Los artistas, intelectuales, científicos, técnicos, generalmente hemos tenido que trabajar dentro de los cánones de la ideología burguesa, aunque pudiéramos suponer en algún momento que la estábamos enfrentando. Como ha trabajado aisladamente, el del intelectual es un trabajo solitario, aunque algunos técnicos, científicos hayan creído trabajar en equipo, sin advertir que se trataba de equipos aislados del todo.
II
Los hechos históricos que estamos viviendo, y que están siendo bien registrados por su natural protagonista –el pueblo– todavía no han sido captados por nuestros artistas e intelectuales. No se ha producido todavía la inmersión de estos grupos en la realidad cabal que se vive en el campo del pueblo. Hay trabas, debilidades objetivas para esta identificación y sólo la práctica, la imaginación y la capacidad creativa de estos artistas e intelectuales irán encontrando los caminos, superando las dificultades hasta que sean suyas las alegrías y las preocupaciones del pueblo.Pero la superación de estas dificultades objetivas sólo puede darse en la medida en que encaren simultáneamente los problemas ideológicos. El individualismo, el descompromiso, toda la sintomatología del liberalismo, estarán sumándose a las dificultades objetivas que intelectuales y artistas tienen para aportar su tarea a la causa del pueblo.
Por ejemplo, si alguien convierte su dignidad en susceptibilidad no sólo se aísla, trabado por la reticencia, sino que por ese camino indigno, por esa necesidad, deja de respetarse. Y quien deja de amarse no quiere a nadie. Y quien no quiere a nadie, no puede querer a su pueblo, no puede estar metido seriamente en una revolución que el pueblo hace para liberarse. El Che decía que la revolución es un acto de amor. Y es cierto, porque los actos de amor requieren entrega y lucidez."Osar morir de vida", me recordaba Lezama Lima que alguna vez dijo José Martí. Cuando se considera a la vida una propiedad privada, sólo el heroísmo, con su carga de posteridad o en el mejor de los casos, de búsqueda de inmortalidad, permite la osadía de ponerla en riesgo. Pero el sentido de la osadía que propone Martí no es individualista, sino que responde a una concepción ideológicamente más generosa. Porque la vida no es una propiedad privada, sino el producto del esfuerzo de muchos. Así, la muerte es algo que uno no solamente no define, que no sólo no define el enemigo ni el azar, que tampoco puede ponerse en juego por una determinación privada, ya que no se tiene derecho sobre ella: es el pueblo, una vez más, quien determina la suerte de la vida y de la muerte de sus hijos. Y la osadía de morir, de dar y, consecuentemente, ganar esa vida, es un derecho que debe obtenerse inexcusablemente.
III
Los problemas ideológicos impuestos a todo el mundo por la clase dominante se patentizan con más ahínco en los intelectuales y artistas. Tal vez por esto, ellos presentan una característica singular: generalmente --con razón o sin razones--, aunque haya entre ellos buenos y malos, son tratados como si fueran siempre malos. Suscitan una desconfianza a priori, un prejuicio. Y esto es malo, porque los prejuicios empujan, quitan espacio, alientan debilidades, sectarizan y terminan convirtiendo al destinatario de esa subjetividad, en algo bastante parecido a lo que el prejuicio anunciaba. Y no se trata de que el prejuicio venga a ser algo así como una presunción. Más que profetizar, el prejuicio prefigura.
Kim Il Sun, refiriéndose a los intelectuales de su país y recordando que aunque habían sido formados y servido en instituciones económicas y culturales pertenecientes al imperialismo, luego se pusieron al servicio de la patria, dijo: "Ellos se han transformado notablemente en los últimos seis años y han demostrado devoción e iniciativa en los últimos seis años de la construcción democrática. Una abrumadora mayoría de ellos luchó valientemente por la patria durante la guerra, muchos llegaron hasta la línea del río Raktongang para combatir al enemigo y durante la retirada temporal retrocedieron siguiendo a nuestro partido y venciendo todas las dificultades. Qué más podemos pedirles a esos intelectuales y por qué hemos de desconfiar de ellos".
No llenemos de piedras el camino. Es necesaria la presencia de los intelectuales en las organizaciones populares. Son importantes para el cuerpo global de la sociedad y para la clase que debe homogeneizar el proceso revolucionario. Habrá que combatir las deformaciones ideológicas, pero no con prejuicios, sino con realidades.
IV
Cuando existe una apelación al prejuicio es porque no hay buenas razones, y los revolucionarios deben tener buenas razones. Especialmente en problemas tan delicados como éstos, donde una misma actitud puede suponer --por ejemplo-- liberalismo o, contrariamente, combatividad: depende del momento y del medio. Una crítica puede ser tomada como hipercrítica si se observa con espíritu burocrático o formalista. Se puede ver indisciplina donde hay imaginación, especialmente cuando la dureza de la lucha o la magnitud del proyecto imponen --indebidamente-- su peso y no dejan actuar con la sutileza que demandan esos matices. Y las teorías revolucionarias más perfectas para nada sirven si se aplican de manera mecanicista. Es lo mismo que no aplicarlas: carecen de una política, de la mediación necesaria que las haga efectivas, en armonía con el grado de desarrollo que ha alcanzado en su conciencia el conjunto del pueblo. Que le permita estructurar a ese pueblo, a través de su vanguardia, los medios organizativos que han ido tomando formas aptas para esa política. Esas formas organizativas que, según Lukacs, vinculan la teoría con la práctica.
En la tarea cultural, en la producción cultural, ocurre lo mismo que en la política. Sin un referente a la realidad, no habrá verificación práctica. Y este referente debe ser visto con una ética política, determinante de las posibles modificaciones de la realidad. Porque condicionarse a una situación dada, tanto en lo estrictamente cultural como en lo político, es aceptar un estado de cosas. Y las cosas están como están y la gente --incluso ideológicamente-- está como está, para favorecer la explotación, el sometimiento social y político. El populismo siempre aceptó las cosas como estaban. Lo contrario, desentenderse del estado de cosas, arrastra a posiciones ultra izquierdistas. En cultura, esto suele conocerse con el nombre de vanguardismo. Y ahora se trata de conformar una vanguardia, no de hacer vanguardismo.
Todo esto parecería desembocar en una hipótesis de negación de izquierdas y derechas en el terreno cultural. Existen, y también existen en el campo del pueblo. Pero la cosa no pasa por ubicar un punto medio: el centro impoluto, como les gusta tanto a los liberales. Se trata de ser fieles a un mecanismo dialéctico que sirva al análisis y a la síntesis entre la teoría y la práctica, entre la tarea cultural del pueblo y la producción de intelectuales y artistas."
* Paco Urondo había nacido en la provincia de Santa Fe, Argentina, en 1930 y fue asesinado por la dictadura en Mendoza, en 1976.