De acuerdo a la Real Academía de la Lengua, una epifanía es una manifestación, aparición o revelación. Y aunque la acepción es en general en términos religiosos, debo decir que en el doctorado tuve una epifanía, una verdadera revelación. Al inicio de este trabajo hubo muchos caminos que había que seguir. Se me abría un número de opciones en teoría de juegos y particularmente, en el caso de estudio, el ajedrez, estaba un poco desorientado, pues no sabía exactamente por dónde debía ir. Esto -quiero creer- es normal en un trabajo de largo plazo, en donde poco a poco se va abriendo uno brecha sobre el desarrollo que debe hacerse.
Estaba yo en eso cuando se me pidió que diese una charla en el seminario del IIMAS, que creo organizaba el Dr. Erik Molino. Se trataba de hablar del trabajo doctoral y de los avances que iba teniendo. Era más o menos de una hora la exposición del tema. Así, preparé una serie de diapositivas y mostré la idea que animaba el tema del doctorado: la definición de patrones ventajosos en los juegos de suma-cero.
En la exposición del tema estuvieron los Dr. Héctor Benítez (uno de mis tutores) y el Dr. Jorge Luis Ortega Arjona (mi asesor). Cuando terminé la exposición ambos hablaron de cómo caracterizar los patrones en las posiciones de ajedrez. Y esa fue la pregunta fundamental con la cual había que trabajar. Sí, había patrones, pero ¿cómo los seres humanos los reconocen? ¿cómo se pueden caracterizar en términos de un programa de computadora, de código de máquina? No tenía en ese momento la más pálida idea al respecto.
Yo creo que fue esa noche, o la siguiente, que me senté frente al tablero de ajedrez a tratar de hallar un mecanismo que -de alguna manera- caracterizara los patrones en ciertas posiciones conocidas en el tablero, por ejemplo, el doble sacrificio de alfil (como en la famosa partida Lasker-Bauer) o bien, el sacrificio griego (que se ha dado en multitud de partidas). Y de pronto llegó la revelación, la epifanía. Se me ocurrió algo que ahora me parece una obviedad: en un patrón de ajedrez, en donde las piezas están en ciertas casillas, no es lo importante. Lo que verdaderamente tiene sentido es en realidad qué casillas atacan las piezas.
Para ejemplificarlo un alfil blanco en la casilla d3 ataca la casilla h7 (probablemente un peón negro).Entonces, el alfil no tiene que estar en d3 para definir el patrón. Baste decir que el alfil blanco ataca h7 y por ende, el alfil puede estar en b1, c2, d3, e4, f5, g6 e incluso g8. Y así, el patrón es en general una posición con el alfil en b1, c2, d3, e4, f5, g6 o g8, es decir, tenemos 8 posiciones para definir dónde está el alfil y por lo tanto, 8 posibles patrones. (Véase la ilustración de este artículo).
Lo que ahora, a la distancia, me parece incluso evidente, es que los seres humanos, los ajedrecistas, lo que hacemos muchas veces es comentgazr con otros jugadores ciertas posiciones. Y decimos en muchas ocasiones cosas como estas: "yo tengo un alfil que ataca g7 así como un caballo que puede ir a g5"... Y nótese que no estoy indicando en donde tengo el alfil y el caballo. Vamos, que esta descripción que se hace comúnmente entre ajedrecistas es la clave para representar los patrones.
Llevaba tiempo queriendo escribir sobre esto. Esta es la idea que define los patrones y que se convirtió finalmente en un lenguaje que describe posiciones de forma simple y que, a la larga, conforma los patrones en las posiciones de ajedrez, lo que a la postre dio con una definición de un lenguaje de descripción de patrones ajedrecísticos, núcleo del artículo publicado en la revista de la ICGA.
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