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jueves, 19 de noviembre de 2015

Hacer música es hermoso

Hacer música es hermoso. No recuerdo cuando fue que empezó a gustarme la música, quizás nací así. No se muy bien como empecé a tocar música, se me ocurrió, sin muchos objetivos ni planes, solo tocar música y ser feliz, cuando sos pibe es casi lo único que querés, no debería ser diferente cuando crecés, pero crecés. Hay una diferencia entre querer ser feliz tocando música y ser feliz tocando música, no siempre lo que querés tocar es lo que sale del instrumento, tocar música es difícil, exige concentración, estudio, esfuerzo, sufrimiento y tristeza, tenés que dejar hasta la última gota de sudor, hasta el último suspiro del aire que tenés en los pulmones y hacerte callos ahí donde duele, para hacer que suene bien, una vez, otra vez y otra, hasta que en algún momento suena como vos querés y sos feliz, igual de feliz que cuando tu mamá te va a buscar al jardín, feliz como un adolescente que recibe el primer beso de esa chica inocentemente hermosa, hacer música te hace feliz de la forma mas básica y primitiva, que hace que se te salga el corazón del pecho, así de feliz te hace la música. Pero para eso hay que, como decía mas arriba, hacer una montaña de esfuerzos que demandan un tiempo y una energía que a veces no tengo, y cuando eso te falta, la música suena mal, desafinada, opaca, a destiempo, y no hay forma de ser feliz tocando así. En mi caso, no solo me falta tiempo y energía, también reconozco, lo supe casi desde el día que me colgué un instrumento, que me falta talento y habilidad y precisión. Así la música me fue dejando, así fui dejando de tocar, no soy músico, nunca lo fuí y a esta altura debo aceptar que nunca lo seré. No hay muchas cosas mas tristes que un instrumento archivado y en silencio, como está mi saxo desde hace casi cuatro años. Los intrumentos son eso, instrumentos. Instrumentos de la música, y en silencio solo son una cosa que está ahí, ocupando lugar en el armario, quitandole a algún músico la posibilidad de hacer música hermosa y de ser feliz. Fui feliz tocando mi saxo, pero es momento de dejarlo ir. Si alguno de ustedes lo quiere, está en venta, si no, les pido que compartan esta publicación. Pueden ver el instrumento acá http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-590480153-saxo-tenor-bs-plateado-fabricacion-alemana-decada-del-50-_JM

miércoles, 26 de marzo de 2014

"Durante horas bailó, cantó y coqueteó, e hizo eso que la hizo Marilyn Monroe. Y luego llegó el inevitable decaimiento. Cuando la noche acabó, se sentó en un rincón como un niño. Ya no quedaba nada. La vi tranquilamente sentada, sin expresión alguna en el rostro, y me dirigí hacia ella, pero no iba a fotografiarla sin su permiso. Y mientras me acercaba con la cámara, vi que no decía que no"
Richard Avedon, sobre la sesión en la que fotografió a Marilyn Monroe en 1957, en Nueva York
ah, la foto en cuestión se puede ver acá http://ow.ly/gnmiY 

miércoles, 6 de agosto de 2008

Tunel, subte, metro

Una mañana, yendo al trabajo, me bajo del subte en la estación Malabia, como siempre. Cuando el tren se aleja, miro a mi alrededor y descubro que estoy en la estación Les Tuileries del metro parisino. Salgo a la superficie, Obviamente, es el mercado de Les Tuileries, el D'orsay al otro lado del río. Vuelvo a bajar. Me cuelo por el molinete (no llevo €) y me tomo el primer tren. Al bajar en Concorde me doy cuenta que estoy en la estación Angel Gallardo. Ahora voy a tener que caminar 6 cuadras.

sábado, 19 de julio de 2008

Cabrones y cascarrabias

Desde que tengo memoria me divierte mucho provocar el enojo de los cascarrabias. Ver como se les transforma el rostro, como les hierve la sangre, como se les crispan los nervios y se le erizan los pelos de la nuca. Y un segundo después empiezan a gritar con los ojos desorbitados (a cada momento mas fuerte) sin pensar ni razonar una sola de las palabras que están escupiendo. Cuanto mas putean, más me divierte. No hay nada mas divertido que un cabrón en pleno ejercicio del enojo.

En los años de infancia, hacer enojar a los cabrones fue uno de mis juegos preferidos. Y obviamente no estaba solo. L y El Tano disfrutaban igual que yo de los enojos ciegos de los vecinos necios.

Con L y El Tano teníamos una victima preferida. Alfredo se llamaba. Era un pobre jubilado, malhumorado y gruñón, y tenía unos pulmones que hubieran sido la envidia de Placido Domingo.

De todos los vecinos posibles, al pobre Alfredo le tocaron en suerte los peores. Tres demoños de 8 años con una usina de maldad casi inagotable.

Nuestro método para hacerlo enojar era muy sencillo. Consistía simplemente en tirar cualquier cosa que tuviéramos a mano al patio de Alfredo, que lindaba con el parque de la casa de L, y lo que teníamos a mano en ese parque gigante con árboles frutales y una pequeña huerta, eran muchas cosas y muy variadas. Todas iban a parar al patio de Alfredo. O al interior de la casa, si se le ocurría abrir las ventanas. Algunas veces escuchamos ruidos de vidrios rotos antes de los gritos.

Solo una vez se le ocurrió tocar el timbre en casa de L. El dialogo con J, el papá de L duro poco.

- J, hacé algo. Tu pibe y los otros dos me llenan el patio de porquerías! Me tiran limones, zapallitos, tomates, naran…

- Y, ponete una verdulería! -Interrumpió J y cerró la puerta.

Era tan divertido y tan fácil hacerlo enojar. Casi a diario, aunque no siempre a la misma hora, había lluvia de objetos. Como dije antes, lo que nos brindaba el jardín o la huerta servia. A veces algún que otro cascote también cruzaba al vuelo la medianera. De cuando en cuando, un simpático sorete seco de los perros de L. Llegamos a tirarle una cantidad importante de simples de vinilo que encontramos tirados en la esquina. Entre diciembre y los primeros días de enero, lo que mas nos gustaba para, literalmente, bombardear, eran unos divertidísimos limones con un petardo adosado con cinta adhesiva. Para mantener el ritmo del bombardeo, mientras El Tano iba pegando los explosivos a la fruta, L tomaba de la caja la bomba, la empuñaba con la derecha y desde atrás, este que escribe encendía el arma y decía un extraño e inexpresivo “VA” para que L efectúe el lanzamiento. Así, llovía en el patio de Alfredo un limón explosivo cada 10 segundos aproximadamente.

Con un cascoteo leve alcanzaba. Alfredo empezaba a gritar y refunfuñar y putear a grito pelado. Pero que empezara a gritar, no significaba que terminara la lluvia. Seguía a ritmo sostenido, hasta que se acabara la munición o nos cansáramos, lo que sucediera primero. Así fueron casi todas las tardes, durante dos, o tal vez tres años.

De todo aquello me quedan algunos interrogantes. ¿Por qué el viejo Alfredo nunca hizo una denuncia policial? Es un verdadero misterio equiparable al del triangulo de las bermudas.

¿Por qué nunca nadie nos dijo “che, no lo jodan mas al pobre viejo”? Sospecho que nuestros padres se divertían, aunque de forma silenciosa e inconfesable, de la misma manera que nosotros. Tal vez la mitad de los vecinos disfrutara del concierto del pobre desgraciado.

Una tarde, se nos terminó la munición acopiada (unos cuantos caquis caídos del árbol, en un magnifico estado de descomposición) y el griterío no había empezado. Fuimos en busca de más proyectiles. Una oleada de limones tampoco provocó ningún efecto. Entonces, desde la ventana, la mamá de L nos dio la noticia:

- Dejen de tirarle cosas. Esta mañana lo internaron en un neuropsiquiatrico.

Hace apenas un par de años nos pusimos a calcular que grado de responsabilidad teníamos por el hecho de que Alfredo hubiera pasado una temporadita en el hotel de los locos. Como no nos pusimos de acuerdo, la conclusión se sintetizó con dos palabras algo imprecisas: Un poco.

Seguramente, en esas vacaciones en el loquero encontró la tranquilidad que no tenia desde hacia tanto. No recuerdo bien cuanto tiempo estuvo ahí. Meses, tal vez más de un año. Un día lo vimos de nuevo por el barrio, pero ya no volvimos a molestarlo.

Entonces, una horda de pequeños demonios, que usaba pañales cuando esta historia comenzó, tomó la posta que L, El Tano y Yo dejamos libre. Y Alfredo no volvió a vivir en paz. Y el universo siguió en orden.

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Dedicado a esos que están mas cerca del corazón. A esos con quienes aprendimos que es la amistad mientras aprendíamos a leer, a los de siempre, a los que están lejos, a los que ya no están, a esos viejos amigos que recién conozco, mi pueblog. A todos ellos, porque nada puede evitar que sean mis amigos.

jueves, 26 de junio de 2008

Todos los fuegos

Hace unos cuantos años, el principal motivo de queja de mis vecinos no eran las veredas en mal estado, la inseguridad ni cosas parecidas. Los vecinos se quejaban de L, el Tano y de este que escribe. No se daban cuenta estas viejas chismosas que por ver sonreír a tres criaturas de 8 o 9 años, un buzón volado por un petardo igual de poderoso que una granada de mano, es bastante poco. A diario golpeaban la puerta de nuestras casas para informarle a nuestras madres las hazañas de sus pequeños e inocentes retoños, y para exigirles castigo y resarcimiento por esa bombita de pintura estrellada en su fachada o por ese picaporte meticulosamente embadurnado con un moco verde. A pesar del enojo materno, de las canas prematuras y de los castigos siempre evitados a base de buenos resultados escolares y un par de días de fingida contrición y aburrida corrección, no sentíamos la menor vergüenza de que las señoras hablaran sobre nosotros en la fila de la verdulería con exagerada indignación porque le explotamos el timbre dos veces en una semana. Es más, creo que sentíamos un secreto orgullo.
Por aquellos años, vivía en la cuadra un sujeto al que nadie saludaba pero todos conocían. Era un elemento mas o menos inofensivo, aunque todos sabían que se ganaba la vida con actividades mas o menos deshonestas que variaban de temporada en temporada, aunque nunca lo suficiente como para estar en el terreno de lo legal. Un tiempo cortaba autos robados, después reducía electrodomésticos, también robados, o falsificaba tarjetas de crédito. En fin, un delincuente de barrio. Es de suponer que no le convenía tener problemas con la gente del barrio, y menos siendo estos vecinos tan pacatos que serían capaces de llamar a la policía, o peor aún, al vaticano, o a la santa inquisición, a supermán, a batman y al llanero solitario.
En aquella época todos coincidían en que el tipo vendía drogas, vaya uno a saber si era cierto, pero a juzgar por la frecuencia con la que paraban autos en la puerta, se bajaba uno, otro esperaba y un par de minutos después se iban con las luces apagadas, es bastante probable.
Siendo las cosas como eran, resultaba una víctima ideal, que soportaría cualquier molestia sin decir una palabra con tal de evitarse una discusión. Así, cada tarde juntábamos las cajas de cartón que desechaba la fábrica de medias, y ni bien caía la noche, cuando empezaba el movimiento de autos con las luces apagadas, las disponíamos en una prolija fila en el medio de la calle, de cordón a cordón, poníamos hojas secas, ramitas y cualquier porquería que encontráramos y cómodamente las prendíamos fuego. Luego nos escondíamos en el jardín de L a ver como los autos daban vuelta en U a mitad de cuadra. El pobre delincuente clase B seguramente hervía de bronca, pero guardaba el mas modesto de los silencios. Solo un par de veces gritó algo de que nos iba a matar, que era mas o menos lo que nos gritaban los demás vecinos.
Las fuegos fatuos se encendieron cada noche durante un par de semanas, hasta que sucedió lo único que no habíamos previsto. Esa noche de otoño, había mas viento que otras. Nos costó bastante trabajo encender la pira, pero cuando prendió, el viento avivó el fuego de una forma genial. Las llamas parecían dragones que se alzaban varios metros sobre la calle e iluminaban el barrio con majestuosos e intensos rojos y brillantes naranjas. Era fa fogata mas maravillosa que habíamos hecho para nuestros humildes rituales paganos.
Los bomberos apagaron el poste de teléfono, tarde, naturalmente, cuando ya todo el barrio estaba incomunicado.

viernes, 13 de junio de 2008

Sombra de una sombra

En casa siempre se escuchó tango. Mis primeros recuerdos están teñidos del sonido dulce y melancólico del fueye. Así era esa casa, con tango como banda de sonido que mi viejo traía pegada bajo la piel, hecha carne, de tanta esquina, tantas milongas, escolaso, hipodromo, tabaco y café, que llenó su vida durante muchos, muchísimos años. En casa, Troilo, Salgán o Floreal Ruiz eran como de la familia. Si cualquiera de ellos hubiera golpeado la puerta alguna vez, hubieran tenido todo lo que habrian esperado de una familia, un lugar en la mesa, un refugio contra el frío, ropa limpia, pero también el cariño y la fraternidad de quienes en verdad los querían, aunque jamás los hubiésemos visto, ese no es el punto.
Tal vez por ese amor por esta música que el viejo supo transmitirme, es que cada vez que escucho un tango, la música me lo devuelve de la muerte, aunque sea un rato, tan real como si estuviera ahí, acompañando con un tabaco, con algunas palabras en esa voz ronca del humo y los años.
Alguna vez, alguien me dijo que no hay nada mas real que un sueño o un recuerdo, pero, sombra de una sombra, mis recuerdos van difuminandose, disolviendose en el aire, hasta el punto que en ciertas ocasiones temo buscar esas fotografías donde me reconozco como un niño feliz en brazos de ese cuyo rostro ya casi no recuerdo.

Este domingo es el día del padre. Ya se que es una fecha comercial, pero yo simplemente voy a poner un disco de Troilo o el Trio Argentino, y esperar que mi viejo se siente a mi lado y me convide un cigarrillo, para darle este abrazo que traigo guardado desde hace 27 años.

miércoles, 30 de abril de 2008

NY, las casualidades y un cd

Si no fuera porque se me ocurrió ir a ver a Winton sin comprar entrada o, por lo menos reservarla (y como se deduce, llegué y no había ni una) Si no fuera porque caminé hacia Times Square y no hacia otra parte. Si no fuera porque se me ocurrió entrar en Virgin Records en lugar de tomarme una cerveza en algún bar. Si no fuera porque alguien lo dejó en la batea equivocada. Si no se hubiese dado alguna de estas casualidades, jamás me hubiese cruzado con ese cd.
Si, es el mismo disco que prometí en post anterior. Se llama Low Blow, y la banda es la New York Ska Jazz Ensemble. El nombre es ambicioso, y fue lo primero que llamó mi atención (bah, lo primero que pensé fue "mira a estos pelotudos. Cualquiera usa la etiqueta jazz porque pone un trombón y una trompeta" aún así lo escuché y me di cuenta que estaba equivocado) Los tipos le hacen honor al nombre con creces. La amalgama entre ska y jazz podría darse de un montón de formas, pero la que eligieron fue acertadísima, y consiste en concebir cada tema como una composición jazzistica, bien arreglado y armonizado, y tocarlo en tiempo de ska o rock steady. Mas allá de los temas propios, hay algunos standards clásicos del swing y el jazz (como el que propuse en el post anterior, o el inmenso y exquisito Naima, del inmenso John Coltrane)
En fin, ese descubrimiento absolutamente casual se transformó en el soundtrack de mis vacaciones neoyorkinas.
En vano busqué en las disquerias porteñas otros discos de NYSJE. Creo que no va a quedar otra que seguir pidiendo a mi mula.

Como lo prometido es deuda, acá lo tienen. New York Ska Jazz Ensemble - Low Blow (1997)

sábado, 22 de diciembre de 2007

Encontrado entre las cenizas

Suele sucederme cada vez que leo lo que escribí tiempo atrás. No me conforma, encuentro errores grandes y pequeños, eso, si es que el texto vale la pena, si no, es mejor eliminarlo. Varios me pidieron que rescate el texto que sigue, que apareció hace unos cuantos meses en mi antiguo blog. Podria corregirse, pero así como lo escribí está.

¿Porque Weltklang?

El retazo de ciudad que se ve por el vidrio podría ser cualquier ciudad alemana, pero es Berlín. El chico que juega con un clarinete de cartón junto a la ventana tal vez tenga nueve o diez años. Le gusta la música, y hoy su madre le dará una sorpresa. Un saxofón. Un saxofón nuevo, brillante. Estos años de posguerra fueron duros, pero ella vive por y para el chico, que lleva ya tiempo tocando instrumentos de cartón junto a la radio, así que no dudó un instante cuando vio el pequeño saxo soprano en la vidriera. Los ahorros alcanzaron justo. Lo que sobró apenas alcanza para el tranvía de vuelta y poco mas. Como costear el aprendizaje, ya se verá. No va a faltar un profesor de música que acepte dar clases a cambio de las labores domesticas.
Algunos años después, el chico, que no sabemos el nombre o digamos que no es necesario saberlo, es casi un virtuoso. Tanto con el saxofón como con el clarinete. Sus profesores dicen que tiene futuro, pero se equivocan. No hay mejor disparador para la estupidez adolescente que un desengaño amoroso, y esto fue lo que sucedió. Y con el puñal de la decepción clavado, y la estupidez a mano, abandonó la música, decisión que confirmó vendiendo sus instrumentos, un clarinete y también el pequeño saxofón soprano que su madre le había regalado seis años atrás. El saxo quedó en un estante de un negocio de usados de Berlín Occidental, esperando escapar de su prisión de silencio.

El saxofón junta tierra en su estuche, en el rincón, junto a una pila de ropa sucia. Hace cuatro semanas que Anna no lo toca. Ni una sola nota. Y auque quisiera no podría, porque la boca es un campo sembrado de llagas y tiene las manos hinchadas como globos, gracias a la heroína.
Cuando esté lucida se va a dar cuenta que está harta, y se va a ilusionar con volver a Malmö. Londres no es el mejor de los lugares para una adicta, piensa
-Sin dinero no hay nada- dijo Gorka, casi gritando
-Pero…
-Pero nada, Anna
- Interrumpió Gorka- Sabes como es esto. Yo no soy la beneficencia. Acá siempre hay para que te pinches todo lo que quieras, pero pagas por adelantado
Anna no dijo nada. Gorka agachó la cabeza y se congeló en una mueca de hastío.
El saxo soprano se puede ver en la vidriera de la casa de empeños, tiene un golpecito bajo el tudel y un par de rayones. Anna volvió a lo del vasco Gorka con dinero suficiente. En Malmö hace años que nadie la espera.

Elena camina por un mercado de pulgas en Hospitalet de Llobregat. No busca nada en especial, así que su mirada es de despreocupación más que de curiosidad. No pensó en comprar nada, solo en matar un poco el tiempo. Hurgando un poco encontró un vinilo de Sabicas que puede valer más que el par de pelas que lo pagó. Entre los pasillos huele a polvillo y a monedas viejas y a rincón y a olvido. En uno de los puestos del fondo, entre ornamentos de bronce y lámparas de aceite, vio un pequeño saxo soprano, plateado y recto. Se veía abandonado, pero no maltratado, que si alguien piensa que estas dos palabras son sinónimos, puede razonarlo de nuevo. El instrumento estaba sucio, y apenas tenia un par de golpecitos. Seguramente se podría arreglar sin que queden marcas evidentes, y de paso, hacer un calibrado y zapatillado completo. Es evidente que no está en condiciones de ser tocado, pero se puede recuperar, pensó. Hacia años que tocaba el saxo alto y aunque no estaba buscando un cambio, sin pensarlo demasiado, sintió ganas de experimentar un poco con otro instrumento. Negoció un poco con el puestero y volvió al hotel con el instrumento en una bolsa. Una semana después, ya en Buenos Aires, lo desempacó. Venia envuelto con un sweater, como si quisiera protegerse del frío.

El instrumento llegó a mis manos hace unos siete u ocho años. El estuche era apenas un cofrecito de madera con pedazos de espuma sintética. Cuando se abrió y vi el saxo, pensé en una princesa viviendo en una choza. Cuando lo probé, lo que esuché fue un sonido poderoso, enfocado y con cuerpo, aunque los agudos eran (y son) un poco duros y rebeldes a la hora de afinar. La posición de las manos no es la mas cómoda, sobre todo para los meñiques, que nunca llegan a extenderse del todo y el izquierdo está siempre casi pegado al anular. No se que me cautivó, aún antes de probarlo y escucharlo. El cuerpo está arenado y conserva la mayor parte del baño de plata. Tiene la apariencia de lo que es: un saxo soprano con mas de cincuenta años, como una dama que se ve bien, pero que no oculta sus años porque ha sabido envejecer. En la campana tiene un labrado pequeño donde puede leerse “Weltklang”

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Aunque no parezca, todos los personajes son uno y el mismo. Todos los personajes son este que escribe.

Semana sanguche

¿vio que inútil es esa semana que queda a mitad de camino entre navidad y año nuevo? No hay mucho para hacer y si algo surge, lo primero que se le pasa a uno por la cabeza es "bah, lo hago la semana que viene" Todos en la misma, no hay mucho para hacer.
Por lo pronto, escribo este post con la mochila puesta, a punto de rajar por ahí durante esta semana inútil, para dedicarme a estar en pata, comiendo naranjas. Si se me ocurre algo, andaré por acá, pero no doy garantías. Entonces no está mal decir Hasta el año próximo, aunque, quien sabe...
Les dejo un par de opciones para matar el aburrimiento de los siete días mas al pedo del calendario.
Un poco de música:


(me encantaria recuperar este cd. Algún día, devolvemelo)

Y un par de mis últimos descubrimientos (que estaban ahí hace tiempo, pero yo estaba en otra parte) El exquisito Tute Blog, o el colgadísimo Blog del fumado. O, si me extraña mucho (cosa improbable) puede buscar en mi antiguo blog, Ataque de Caspa! lo que Funes, el memorioso, es decir, el caché de google, conservó de el. A veces tengo ganas de reabrirlo, pero dudo. ¿usted que opina?

domingo, 16 de diciembre de 2007

Como perder rapido algo que se consigue facil

Nunca pude armar por completo el rompecabezas de mi padre. Contaba mis años con los dedos de una mano, cuando tuvo la mala idea de ponerse a mirar como crecen los rabanitos desde abajo, así que poco es lo que recuerdo y lo que supe después, me llegó de segunda mano, gracias a mi madre. De su vida de soltero, apenas se algunas cosas que acercaron los relatos de los ancianos de la familia, retazos de retazos de un retrato incompleto que alcanza apenas para suponer los faltantes. Puedo decir que este retrato calza casi perfecto con el arquetipo del Porteño Atorrante de la década del 40 y 50, y tal vez, de los 60, dado que su adolescencia se extendió un poco mas de lo normal, aproximadamente, hasta sus 50 años. Lo cierto, es que mi viejo era un poco chanta, tanguero, mujeriego, aventurero y jugador. Si, toda actividad en la que decidiera el azar, desde las tabas hasta la ruleta, pasando por la perinola y los dados lo atrapaba. Y los burros. Amaba las carreras de caballos.
Cierto domingo, el azar le dio una palmadita en la espalda y estuvo de su lado. Acertó una trifecta* en el hipódromo de Palermo y se volvió a Almagro con una cantidad de billetes bastante gruesa. Vaya uno a saber porqué, tal vez un rapto de insensatez de apostador, evitó que se lo jugara al pase inglés. Con el premio se compró un auto. Según algunos, era un Rambler, para otros un Valiant. Si se que era un auto grande y azul. Lo imagino al volante de un coche gigantesco, digno de un dandy porteño, con molduras de aluminio, tapizado en cuero y detalles de cromo en el tablero y el volante.
Por los relatos, dudosos todos, que me han llegado, el coche le duró poco, según algunos, unas semanas, otros decían que un par de meses. No es que se lo hayan robado, tampoco lo chocó. Simplemente, se lo jugó en una mano de poker.
La historia no es extraña, pero siempre me pregunté ¿que cartas tendría en la mano?

*Jugada combinada en la que hay que acertar a los tres primeros caballos en orden de llegada.