“¿Quién puede saber al oír la palabra despedida
qué separación nos aguarda”
Osip Mandelstam
Vienes a visitarme alguna vez
como si temiera el olvido.
Sueño que vives
en un lugar hermoso
donde eres pon fin feliz
con tu mujer y tus hijos,
en la tierra prometida.
Y parece incluso
que hubieses rejuvenecido,
que hubieses desprendido de ti
la tragedia de la guerra,
la infancia sin padre,
el hambre,
el odio al padrastro cruel,
el cansancio del trabajo inagotable,
la pena por tu primera hija
prematuramente entregada a la tierra,
la desolación de un matrimonio
sin magia
que inundó la vida de derrotas.
Sueño que vuelves
desde la eternidad en que resides,
con afán de padre
por cuidar de su hijo,
y me preguntas cómo me va,
con el deseo oculto
de poder aconsejarme
en alguna difícil decisión
de la vida.
Yo te muestro mi casa
grande y con muchos libros,
cerca de un parque
por el que camino cada día,
y te resumo mi vida
sentimental
y te hablo de la rebeldía
de tus nietos adolescentes
y te alegra saber
que las historias de padres e hijos
siempre se repiten.
Finalmente me anuncias
que has venido a despedirte de mí.
No vas a volver más.
Me dejas el recuerdo
de este sueño.
Te despides
y me pides que te deje,
ya para siempre,
descansar en paz.