El humano es el único ser vivo capaz de adelantar la catástrofe. El
humano es el único ser vivo que siente miedo por lo que pueda suceder
aunque lo que pueda suceder tan solo tenga una remota posibilidad de
suceder.
La gacela Thompson en el Serenguetti activa su reflejo de
miedo cuando ve al guepardo a una distancia que suponga una amenaza
real. La gacela Thompson en el Serenguetti puede ver a cualquier
depredador, pero sólo activará su reflejo de miedo si la distancia
supone un peligro para su integridad física. Mientras tanto se dedica a
pastar o a copular con alegría y desenfado.
El ser humano siente
miedo casi a diario. A veces son pequeños miedos y otras son miedos
paralizantes. Lo veo en los demás, lo siento en mi.
Durante años tuve una profesión, fui un profesional bien considerado.
Como todo soñador elegí una profesión que nunca me haría millonario,
aunque me daría, y me dio, muchas satisfacciones. Pero llegó el tsunami
de la crisis, el tsunami de las nuevas tecnologías, el tsunami de
internet y mi profesión, como la de muchos otros, colapsó.
Durante
meses, durante años, vi como mi cuenta corriente, antes alegre y con una
salud aceptable, iba deteriorándose lenta pero inexorablemente.
Cuando el colapso ya era una evidencia, es decir; cuando el guepardo ya
estaba a una distancia que amenazaba mi integridad física, una vecina y
amiga me dijo: “¿Por qué no empiezas a alquilar una habitación?”, y me
habló de una plataforma llamada Airbnb. Yo no había escuchado ese nombre
jamás, pero cuando uno está al borde del precipicio se informa de lo
que haga falta.
Nunca me hubiera imaginado a mi mismo compartiendo
espacio con otras personas. Nunca viví en un piso de estudiantes, ni fui
a un colegio mayor, ni hice la mili, y mi experiencia a la hora de
compartir espacio físico se reducía a vivir unos años en pareja. Pocos.
Pero qué más daba, la situación no invitaba a reflexionar sino más bien a
actuar.
Abrí una cuenta en Airbnb con el escepticismo melancólico
del que se sabe perdido y la desconfianza del que no cree que aquello
pudiera servir para algo.
El primer día que puse el anuncio me
escribieron dos hermanas mejicanas que me pedían una habitación para esa
misma noche. Entré en pánico. No tenía ni sábanas limpias y ni tan
siquiera había pensado en una cama alternativa para mi.
Puse una
lavada, quité el polvo, barrí, fregué, pasé lejía por el baño y por
encima de todo me preparé para sonreír aunque fuera con sonrisa de
hiena. Me apetecía recibir a esas dos hermanas mejicanas lo mismo que
pasar por un tacto rectal. ¿Qué digo? Me apetecía más un tacto rectal.
Pero llegaron las hermanas mejicanas. Cuando entraron por la puerta me
sentí como el actor que sale al escenario sin saberse el texto.
Esa
noche la pasé en el sofá. Las hermanas mejicanas durmieron en mi cama.
Yo no pegué ojo. Sentí una mezcla de agradecimiento por los veinte euros
que me habían pagado y de agresión por el territorio ocupado.
De
eso hace un año y ocho meses. Desde ese día empezaron a llegar personas
de todo el mundo. Llegaban de países que yo había visitado y de países
que tuve que mirar su ubicación en el globo terráqueo. Comprobé, para mi
desgracia, que todo el inglés que un día supe se había oxidado y tuve
que engrasarlo a fondo porque la gente me hacía preguntas, tenían
inquietud por conversar, desayunaba con ellos, comía con ellos, veía la
televisión con ellos. Durante ocho meses conocí gente encantadora, pero
también aguanté a borrachos que encontraba tirados en el sofá cuando
llegaba a casa.
Aunque descubrí que mis habilidades sociales eran
mucho más amplias de lo que hubiera sospechado, preparé una habitación
para mi como un conejo prepara su madriguera e intentaba pasar muchos
ratos en ella porque a uno no siempre le apetece conversar.
A los
ocho meses decidí que no quería pasar el resto de mis días desayunando
en calzoncillos con desconocidos y pensé que si alquilar una habitación
me estaba dando dinero para sobrevivir, tal vez, y sólo tal vez, si
alquilaba el apartamento entero podría ganar algo más para hacer cosas
sencillas como tomarme unas pequeñas vacaciones en algún pueblo cercano.
Hacía cinco años que apenas salía de Valencia por falta de dinero.
Me puse a buscar como un poseso pisos baratos en alquiler. Encontré
zulos por unos 350 euros. Pisos feos, tristes, sin luz, con una
decoración que hubiera hecho las delicias del más rancio cine español de
los años setenta. Aun así estaba dispuesto a pasar por ello. Adaptación
o muerte.
¿Pero quién quiere alquilar un piso a alguien sin nómina y
que además tampoco cotiza a la Seguridad Social (que no es segura ni es
social)? Nadie.
La situación era desesperada. Me veía abocado a una convivencia indeseada con desconocidos el resto de mi vida.
Fue un día que llegué a mi apartamento y encontré a dos polacos
borrachos pegando un polvo en el sofá del salón de mi casa cuando tomé
la decisión de largarme de allí.
¿Nadie me alquila? Ok, pues me compro un piso.
Me fui al banco y les dije que tenía idea de montar un apartamento
turístico en mi casa y que para ello necesitaba otro apartamento donde
vivir. Les conté que nadie me quería alquilar y que por eso me había
decidido a comprar.
Creo que fue mi cara de cordero degollado lo que les convenció.
Me dijeron que mandarían un tasador y que me podían conceder un
préstamo a doce años por la mitad del valor de tasación de mi casa.
- ¿A doce años solamente?- pregunté con una ingenuidad patética.
- Jordi, tienes cincuenta y dos años- fue la respuesta.
Uno empieza a comprobar que se hace viejo no cuando se le cae el pelo y
el culo sino cuando el tope de financiación de un préstamo son sólo
doce años.
Acepté. Mi casa la tasaron en 80.000 euros, con lo que el
préstamo máximo era de 40.000 euros. Ello suponía que, si sumábamos
notaría, inmobiliaria, impuestos, alguna pequeña reforma e imprevistos,
tenía que encontrar una casa de 30.000 euros máximo.
La encontré. Sí, un quinto sin ascensor, pero la encontré. Pequeña, sí, pero la encontré.
Hubo que pintar, por supuesto, y hacer algunos arreglos para vivir con
dignidad. Tras muchas horas de cálculos económicos y muchos desvelos
parece que todo cuadraba.
Ahora vivo aquí, en este pequeño quinto
sin ascensor. Nuevos extraños ocupan a diario la casa donde viví casi
veinte años. Ya perdí la cuenta de las personas que por allí han pasado.
No me duele. Casi lo prefiero. No concibo las cosas de larga duración, y
veinte años son muchos. A veces echo de menos mis libros, mis discos y
mis películas en DVD. No los tengo conmigo porque mi nueva casa es tan
pequeña que no caben. Me alegra que los viajeros puedan disfrutar de
todo ello. Me consta que lo hacen. Y me consta porque ya me han robado
varios discos, una colcha de la cama, han roto el grifo de la ducha una
vez, la cisterna de váter varias veces, los mandos de la cocina otra vez
y pequeños detalles que he olvidado gracias a mi prodigiosa desmemoria.
Gracias a ellos he vuelto a “vivir”. Mi cuenta corriente ya no amenaza
con el precipicio e incluso me puedo tomar, cuando los turistas me lo
permiten, unas pequeñas vacaciones.
Ahora limpio váteres, cambio
sábanas e intento quitar lamparones de semen de las mismas, he
descubierto el quitagrasa, el cristasol y el ambientador ambipur (que es
una mierda, pero es ambi y es pur).
Y después de este bonito
relato decidme, queridos “amigos” de Facebook, queridos telediarios,
queridos políticos, que todo el que se dedica a alquilar la casa donde
vivió es un especulador. Decidme, como he leído en muchos sitios, que el
turismo es un producto de la especulación del capitalismo, decidme, por
favor, si es lícito garabaterar en las paredes “Tourists go home”,
decidme si es lícito lanzar botellas a un autobús de turistas, decidme
si es necesario manifestarse contra el turismo en una ciudad como
Valencia, que nada tiene que ver todavía con Barcelona, decidme si es
necesario que yo, como un ejército de desheredados que se vieron
obligados a salir de su casa, sintamos miedo por si nos cierran este
pequeño grifo que hemos abierto para poder respirar. Decidme, por favor,
si es necesario que me sienta como una gacela en el Serenguetti y a
vosotros os sienta como el guepardo que me acecha.
domingo, 13 de agosto de 2017
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