Yo no tengo miedo a la muerte.
Tengo miedo al aburrimiento.
Tengo miedo a no ver, escuchar o sentir un rayo de belleza en cada uno de mis días.
Tengo miedo a los apologetas de la claudicación.
Tengo miedo a los animales domésticos.
Y no hablo de tu perro, de tu gato o de tu hamster.
Hablo de ti.
Te hablo a ti, oveja del rebaño.
Cuántas veces he deseado estar en tu corral.
Y cuántas veces he coceado al que ha pretendido echarme el lazo.
Prefiero el disparo de un cazador furtivo que la descarga eléctrica del matarife.
Prefiero el ardid del trampero que la desidia del carnicero.
Prefiero aullar en solitario que cantar vuestro canto cacofónico.
Así pues, aquí sigo, bailando desnudo en el desierto.
Aquí sigo, robando tiempo al tiempo.
Aquí sigo, robando tiempo.
Aquí sigo, robando.
Aqui sigo.
Aquí.
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Nunca hay límites para seguir, sólo los que nosotros nos ponemos. Nosotros... o nuestros miedos. El miedo mata, si le dejamos. Pero también nos impulsa, cada vez que lo vencemos. Es necesario para volvernos imprudentes, para afrontar la vida, para despreciar la muerte, para no estancarnos, para recordarnos lo fuertes que podemos llegar a ser. Para continuar, como dices, aquí. Gracias por recordarlo.
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