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Sin embargo, hay momentos en los que el hablante o escritor desfigura la
silueta del receptor de modo consciente, para lograr algún efecto en pos de
algún fin particular. En la sesión de investidura del día 2 de marzo de 2016,
en la que el candidato Pedro Sánchez, del PSOE, no logró la mayoría suficiente,
Rajoy pronunció uno de sus discursos más atrevidos, más sarcásticos, más duros
con el grupo socialista (también sufrió algún refregón el de Ciudadanos), que
muchos valoraron como uno de los mejores de los últimos años. En un momento dado, hablaba de que el voto
del PP sería negativo y, como representante de dicho partido, lo justificó
diciendo que “es esa defensa de todos los españoles la que me impide secundar
los propósitos de su Señoría (
sic). Se
lo voy a explicar [de manera tan clara, que hasta ustedes lo van a entender]”
(*). No hay que ser un lince para darse
cuenta de que el orador, con esa coletilla final (entre corchetes) motejó a la
oposición socialista de corta de luces, de torpe, de dura de mollera, etc.,
puesto que, como al Morán del chiste, había que desmenuzarle las ideas y razones
para que se enterara. El mecanismo consiste en esto: una re-definición subjetiva,
a la baja, de la figura del receptor, en este caso colectivo; pero una
re-definición no explícita, que se da por supuesta: ni se prueba ni se pone en
tela de juicio. En efecto, Rajoy no aludió expresamente a la cota de
inteligencia o preparación del adversario, las cuales sufrieron, no obstante,
una cruel arremetida. Lo que quiso decir, y todo el mundo entendió, fue algo
así como “el nivel de ustedes es tan bajo, que requerirá de mí un plus de
claridad y sencillez en la explicación, cosa que voy a intentar”. Hay un ataque
y una burla, de esos que suman fuerzas para entreabrir una maliciosa sonrisa en
el público no aludido.
La crítica más acerada se oculta a veces bajo la broma, el humor, que,
lejos de suavizar el ataque, lo hacen más intenso, más cruento, más feroz, y
despojan, además, de armas al enemigo. Los escritores satíricos lo saben bien. En
el caso del discurso parlamentario, el presidente en funciones usó esa técnica,
no demasiado complicada ni rebuscada: re-definir a su conveniencia el carácter
de la oposición socialista, evitando la alusión directa. Si lo hubiera hecho a
las claras, habría quedado bastante desvirtuada su agresión, dado que carecía
de base objetiva.
Estrategias como esta se aplican a diario con suma eficacia. En el
Parlamento y fuera del Parlamento.
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