Me pregunto cómo será un día del libro dentro de, pongamos por caso, diez años. Es más, ¿existirá aún la noción misma del libro tal y como lo entendemos hoy? Frente a tanto gurú de las bondades de la era digital soy de los que cree que tenemos mucho que perder con el fin de la cultura material. La digitalización del libro supone paralelamente su desmaterialización o, lo que es lo mismo, su disolución en el maremagno (no exento de polución) que puebla la nube digital. Dentro de diez años, si todavía los humanos no hemos acabado con este cotarro, las terminales digitales de bolsillo tendrán una aplicación marginal donde escritores especializados en relatos hiperbreves ocuparán gran parte del negocio (el formato y la vida rápida no permiten otra cosa). Las librerías habrán desaparecido en su mayoría o se habrán reconvertido en librerías de viejo para un grupo reducido de anacoretas coleccionistas. Las editoriales se habrán transformado en agencias de intermediación en las que un individuo con otra terminal en sus manos negociará lo que se llame en su día derechos de autor. Los índices de lectura habrán dejado de hacerse porque será difícil distinguirlos del tiempo que un usuario dedique a las redes sociales o a las miles de aplicaciones de entretenimiento que ocuparan gran parte del tiempo libre (y no tan libre). Pero, con todo, estoy dispuesto a admitir que esto es una cuestión secundaria. La pregunta fundamental es: ¿esta progresiva digitalización supondrá el comienzo de una nueva Ilustración? Admito también que la cultura material tampoco cumplió con ese propósito pero al menos mantuvo algunos espacios de resistencia. Hay quienes, en el mejor de los casos, auguran una especie de coexistencia entre el libro digital y el impreso. Como ya comenté en algún post pasado estaría dispuesto a admitir una enmienda transaccional: dejemos lo impreso para los productos de calidad. Quizás, entonces, dentro de esos hipotéticos diez años todavía podamos celebrar un día del libro en esas plazas de pueblo con materiales interesantes en estanterías despobladas de toda la basurilla que hoy tenemos que tragarnos.