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lunes, 21 de marzo de 2016

La versión hipócrita de la Semana Santa


José Saramago, ateo confeso, autor del “Evangelio según Jesucristo”, que le valiera su autoexilio de Portugal, tenía una pequeña escultura de una Piedad a la entrada de su casa de Lanzarote. Cuando le preguntaban por la supuesta contradicción que eso suponía respondía que él veía ahí una magnífica representación del sufrimiento humano. Podríamos aplicar esta misma idea al conjunto de la Semana Santa, por ejemplo. Podríamos convertirla en un espacio para reflexionar sobre algunos universales de la condición humana: la entrega, la compasión, la traición, la injusticia, el dolor, la esperanza, la muerte… y, finalmente, el triunfo del amor. Podría ser una magnífica oportunidad para rearmarnos moral y anímicamente respecto a las tragedias de nuestro tiempo: la inhumana situación de los refugiados, la pobreza, la desigualdad, la vida miserable y degradada a la que nos arroja este sistema antipersona. Mil y un dramas de nuestro mundo. Sin embargo, la cosa ha quedado, desde hace tiempo ya, en un inmenso postureo, un desfile de entorchados, oropeles, impostada solemnidad, en otra ocasión para ver y dejarse ver, de narcisismo hipócrita, en una constricción sin esencia ni referente, un episodio más de la necesidad del individuo de identificarse con lugares, imágenes, celebraciones y colectividades que, en sí mismo, no difiere mucho de la cosa futbolística. Si a Jesucristo le diera por dejarse caer de nuevo por estos lares a buen seguro que hoy estaría detrás de una valla de concertinas en un inmundo campo de refugiados o en una infinidad de sitios miserables antes que a hombros de un trono repujado en oro. Mientras, sus supuestos seguidores, aquellos que dicen ser herederos del mensaje de los desposeídos, se afanan hoy por mostrar sus mejores galas para celebrar la muerte y resurrección de un rebelde que murió cruelmente ajusticiado, pobre y abandonado por la gran mayoría de quienes unos días antes cantaban aquello de “¡Hosanna!”. Tal como hoy en día.