Interceda, señor cura. Interceda por el bien de todos, maese barbero. Saben hasta qué punto han llegado sus demenciales alucinaciones. Un secarral con cuatro cardos requemados se convierte a sus ojos, enfebrecidos por tanta lectura diabólica, en el más bello jardín de un palacio imaginario. Vergeles delirantes al margen, pretende que los demás veamos delegación de príncipes de reinos remotos donde no hay más que piara de lustrosos gorrinos. Las hoces son vihuelas; las horcas, arpas y diferentes instrumentos maravillosos cuyos nombres desconozco, como el de todas esas músicas cortesanas que se describen en los Amadises y en los Tirantes que con fervor devora. Les ruego encarecidamente que pongan fin a los padecimientos a los cuales esa desquiciada hija de mil padres, esa bellaca Aldonza a quien el Diablo confunda, tiene sometido a este pobre Alonso Quijano, hidalgo conocido de tanto tiempo por vuesas mercedes, que no es caballero andante ni señor de dama alguna, ni a ello aspira, y que únicamente ansía, al hallarse cercano el fin de sus días, vivir en paz y como buen cristiano lo poco que le queda en este mundo antes de reunirse, de forma definitiva, con su Creador.
(Microrrelato publicado en el número 399, correspondiente al mes de febrero de 2017, de la Revista Quimera)
Mostrando entradas con la etiqueta Revista Quimera. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Revista Quimera. Mostrar todas las entradas
lunes, 3 de abril de 2017
martes, 7 de marzo de 2017
Dos mundos o tres
Hunde el estandarte de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en la arena mientras los demás soldados siguen saltando de las barcas. Las miradas de los españoles alternan los cuerpos desnudos de los indígenas que se intuyen entre las palmeras, más allá de la playa, y las tres carabelas que les quedan a la espalda, como tratando de obtener en ellas una respuesta a los interrogantes que la presencia de los nativos les plantea.
Los indios, por su parte, permanecen en silencio, curiosos, pasmados por los destellos que despiden los hombres metálicos que han llegado por mar. Dudan entre darles la bienvenida y agasajarlos y correr a la aldea en busca de armas para hacerles frente. Decoran sus torsos dibujos trazados con barro ya seco. Un tucán aletea en algún lugar no muy alejado.
La tensión es evidente. Nadie sabe bien cómo reaccionar. Sólo el fraile, que hinca las rodillas y eleva a Dios una plegaria, apenas musitada, con los dedos de ambas manos entrelazados. La espuma de las olas que vienen a morir a la orilla le moja las sandalias. La playa desierta de arena blanca separa ambos mundos, hasta ese instante alejados por infinitas jornadas de navegación, por incontables siglos de mutuo desconocimiento.
Unos y otros advierten, de pronto y simultáneamente, el paso cansino de un galápago que atraviesa, paralelo al mar, la lengua de arena de este a oeste. El repentino descubrimiento alivia los recelos a ambos lados de la playa. Ríen los hombres barbudos de plata y también los lampiños ocultos entre el follaje. Y no pueden evitar abuchear la carrera de ese joven Aquiles quien, ventajista, acaba de aparecer en escena y de superar a la tortuga con sus ágiles zancadas.
(Microrrelato publicado en el número 399, correspondiente al mes de febrero de 2017, de la Revista Quimera)
Los indios, por su parte, permanecen en silencio, curiosos, pasmados por los destellos que despiden los hombres metálicos que han llegado por mar. Dudan entre darles la bienvenida y agasajarlos y correr a la aldea en busca de armas para hacerles frente. Decoran sus torsos dibujos trazados con barro ya seco. Un tucán aletea en algún lugar no muy alejado.
La tensión es evidente. Nadie sabe bien cómo reaccionar. Sólo el fraile, que hinca las rodillas y eleva a Dios una plegaria, apenas musitada, con los dedos de ambas manos entrelazados. La espuma de las olas que vienen a morir a la orilla le moja las sandalias. La playa desierta de arena blanca separa ambos mundos, hasta ese instante alejados por infinitas jornadas de navegación, por incontables siglos de mutuo desconocimiento.
Unos y otros advierten, de pronto y simultáneamente, el paso cansino de un galápago que atraviesa, paralelo al mar, la lengua de arena de este a oeste. El repentino descubrimiento alivia los recelos a ambos lados de la playa. Ríen los hombres barbudos de plata y también los lampiños ocultos entre el follaje. Y no pueden evitar abuchear la carrera de ese joven Aquiles quien, ventajista, acaba de aparecer en escena y de superar a la tortuga con sus ágiles zancadas.
(Microrrelato publicado en el número 399, correspondiente al mes de febrero de 2017, de la Revista Quimera)
miércoles, 1 de marzo de 2017
Rompecabezas
Sacó una bolsa de plástico transparente de la caja y la abrió. Dejó caer la cascada de piezas encima de la mesa de trabajo. Primero de todo agrupó las que delimitaban el contorno. Los bordes lisos las definían. Y así las fue encajando una a una. Cuando lo tuvo perfilado, separó las demás por colores para facilitar la tarea. Ensambló luego las piezas de la cara; del torso, el vientre, la espalda y los brazos, con sus manos; del sexo; de los glúteos, las piernas y los pies. Una vez completo el puzle, le aplicó con un pincelito la cola que también venía en la caja y esperó a que se secara.
Cuando la criatura estuvo lista, le insufló la vida con un soplo de su propio aliento. No es bueno que el hombre esté solo, se dijo después, y se concentró en la manufactura de una compañera a partir de una costilla que le extrajo de cuajo a su creación original.
Desde ese feliz día, el doctor Frankenstein se recrea, complacido, viendo pasear a sus dos enamorados cogidos de la mano, cada atardecer, a la orilla del lago de los nenúfares donde acostumbraba a jugar la hija del molinero.
(Microrrelato publicado en el número 399, correspondiente al mes de febrero de 2017, de la Revista Quimera)
Cuando la criatura estuvo lista, le insufló la vida con un soplo de su propio aliento. No es bueno que el hombre esté solo, se dijo después, y se concentró en la manufactura de una compañera a partir de una costilla que le extrajo de cuajo a su creación original.
Desde ese feliz día, el doctor Frankenstein se recrea, complacido, viendo pasear a sus dos enamorados cogidos de la mano, cada atardecer, a la orilla del lago de los nenúfares donde acostumbraba a jugar la hija del molinero.
(Microrrelato publicado en el número 399, correspondiente al mes de febrero de 2017, de la Revista Quimera)
lunes, 6 de febrero de 2017
Tres microrrelatos inéditos en Quimera
No todos los días ni todos los meses ni todos los años ni todas las vidas le pide a uno la revista literaria Quimera tres microrrelatos inéditos para publicarlos en Los pescadores de perlas de su número de febrero. Así que os podéis imaginar lo feliz y agradecido que estoy. Qué va. No os lo podéis imaginar.
El mes que viene compartiré en el blog "Aldonza", "Rompecabezas" y "Dos mundos o tres", los tres microrrelatos seleccionados para el número 399 de Quimera.
El mes que viene compartiré en el blog "Aldonza", "Rompecabezas" y "Dos mundos o tres", los tres microrrelatos seleccionados para el número 399 de Quimera.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)