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Nos enseñaron que el amarillo y el morado eran colores
complementarios, que el tiempo todo lo cura y
cicatriza, que entre anteayer y pasado mañana los tejidos se regeneran
lo suficiente. Aprendimos que los golpes provocan moratones, que los cardenales
son sangre derramada, que la sangre coagulada cambia de color y de estado. Que
las plaquetas no son solo baldosas. Que es mejor lavar con agua fría. Descubrimos
que abusar del maquillaje mejora las cosas, que las gafas oscuras y las mangas
largas evitan preguntas. Y que, otras veces, es mejor quedarse en casa. Nos
inculcaron que los trapos sucios se lavan de puertas para adentro y sólo se
airea la ropa blanca e impoluta. Que se calla, no se dan explicaciones, no se llora.
Que la familia está por encima de cualquier cosa, incluso de las hemorragias
que matan. Que lo importante es parecer respetable y limpio.
Que el mundo es de
los fuertes. Que hay que ser fuerte. Que el color violeta del alma también se
volverá amarillo algún día.
Lo que no nos contaron fue que, incluso con el paso de los
años y la mejor voluntad, el amarillo tiende a buscar de nuevo a su
complementario.
Relato presentado a la sexta convocatoria de Esta Noche te Cuento 2018, inspirada en la foto de Cristina Garcia Rodero (http://estanochetecuento.com/anatomia-de-un-hematoma/ )
Y publicado en la revista digital Amanece Metrópolis (https://amanecemetropolis.net/anatomia-de-un-hematoma/)