La quisieron casar con Tomás el carnicero, era un buen
partido para una niña que no iba a cursar más allá de las cuatro letras
elementales. Un padre inquisidor y una madre amaestrada, tenían todo su futuro
planeado.
Ella le miraba al salir de la academia de corte y
confección a la que le obligaban
asistir. Una mujer de bien ha de aprender a coser y bordar, le decían.
Pero ella tenía sueños, inalcanzables
tal vez, pero eran suyos, eran sus sueños.
En el verano del 65 un joven llegó al pueblo para
pasar junto a sus abuelos esos meses de calor agotador. Joven de ciudad,
esmirriado, blancuzco y desgarbado, según su padre. Sin embargo Gloria vio en
él, el camino hacia la libertad.
Asomada a su ventana, le veía llegar cada tarde al
parque. Buscaba la sombra del viejo sauce, bajo sus ramas se acomodaba. Siempre
acompañado de un cuaderno y un lapicero. Sobre sus piernas a modo de mesa, lo
apoyaba. Él todo lo observaba, perdiéndose entre el cielo y la tierra, entre
montañas y riachuelos, luego lo dejaba plasmado en las hojas blancas, sus
fieles compañeras.
Gloria no dudo. Una tarde se sentó junto a él y le
hablo, lo hizo directo al corazón.
Al terminar el verano se marcho con él.
Mírala, menuda elección, si hasta le saca ella un
palmo a él, dijo su padre.
Gloria caminó sin mirar atrás.
Marcelo era arquitecto, afamado y reconocido.
Viajaron por todo el mundo. Alta sociedad, gente refinada. Todo lo que Gloria
anheló se hizo realidad.
Años más tarde regresó al pueblo. La madre había
fallecido, su funeral fue la llamada.
Tras el entierro, permaneció unos días en ese lugar,
hasta solucionar la venta de la casa que en herencia le habían dejado sus
padres. Curiosa, una mañana se acercó hasta la calle Esperanza, quería
comprobar si la carnicería de Tomás seguía en pie y sí allí estaba.
Tras el mostrador, Tomás, con menos pelo y más
kilos. Junto a él, una señora rubio teñido, de mejillas carnosas, redondas como
una luna llena; poseedora de un cuerpo que se le desbordaba sobre el blanco
delantal que a su cintura se anudaba.
Gloria les miró y se vio allí. Ella podría estar
allí fileteando un solomillo, de haberse casado con Tomás.
Yo, una mujer
que hoy lo tengo todo, pensó, habría
estado aquí entre tanta carne colgada y expuesta, de haberme dejado doblegar.
Su pensamiento
se detuvo en esa pareja de miradas cómplices. Algo dentro de ella se removió, sus sentimientos
se le revelaban.
Pero si todo lo tengo, se dijo ¿Por qué mis ojos no
brillan como los ojos de la mujer del pelo rubio teñido?