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martes, 19 de julio de 2016

Matojos

 

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Desde su ventana, cerrando los ojos, percibía la brisa de salitre. Necesitaba caminar sin acera entre un seto de arizónicas y una carretera frecuentada, cruzar una rotonda corroída de matojos y enfilar una avenida hasta donde la arena se esparcía formando una playa que, a esas horas tan tempranas, sólo ejercía su magnetismo en unas gaviotas.

Fue al punto exacto, se descalzó. Sus piernas estiradas en el preciso lugar donde expiraban las espumas. Se reclinó. Volvió a cerrar los ojos. A veces una ola estiraba la caricia fría hasta la cintura. Desde lo ajeno, vista por un asiático que abriera su tienda de artículos, por un barrendero o un corredor de primera hora, parecía una criatura expelida por las aguas abisales. Una verdad dócil de las profundidades, un misterio arrancado a las algas.

De vez en cuando entreabría los ojos y entre las pestañas, el vuelo de las aves dibujaba rasgaduras en el cielo aún sin sol. Así de manera irremediable, extrañamente sumisa, su mente dejaba de batir problemas y regresaba en calma con furtividad silenciosa.

viernes, 26 de febrero de 2016

Entronizar


Cada gota de ese manso rocío fija una corona a un brote apenas asomado, apenas espabilado, mientras a su lado se descompone un mundo anterior.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Starman

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En nuestras manos queda despertarnos como animales insatisfechos o hacer otras cosas además de retorcernos en el victimismo.

domingo, 5 de enero de 2014

Presencias


En aquel indescifrable laberinto de olivos debían estar todas las vidas posibles. Lo intuía de pequeño, sólo quedaba buscar bien, saber mirar. 

Cuando las tinieblas se coagulaban emergían ruidos que se suspendían rezagados sobre las ramas como presencias de otro tiempo y a tu respiración se amarraban jadeos ocultos, tintineos del aire bajo miríadas de estrellas.

Era la historia, era la fantasía de visita.  
Sólo quedaba mirar, mirar bien.


domingo, 19 de febrero de 2012

martes, 20 de diciembre de 2011

Jabalcuz

Jabalcuz

Esa cumbre que ven al fondo es uno de los símbolos de mi niñez, algo así como el límite del mundo, más allá de ella se abrían abismos insondables repletos de atroces criaturas. Vaya si era cierto, eran los precipicios que separan una infancia feliz de la de un adulto con responsabilidades. No dramatizo pues la presencia de esa montaña, su mera visión me relaja y me transporta a esa época que forjó el mundo de fantasías del que aún me nutro.

Nunca la ascendí, nunca hollé su cima. Jabalcuz, amiga mía, creo va siendo hora de visitar tu cima.

lunes, 20 de junio de 2011