Escribir no es algo que se pueda aprender, sino un don con el que practicas y nunca logras dominar del todo. Escribir... es un arte.
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sábado, 15 de agosto de 2009
Póquer de Merodeadores
Una amiga -gran amiga, mi hermana casi- me sugirió una vez, hace ya años, que escribiera slash. Nunca me he atrevido,. pero hará cosa de tres meses y seis años más tarde, decidí probar, y este es mi primer fic one shot slash que escribí.
No soy experta, así que no esperéis gran cosa.
Como todos mis fics, éste también está en fanfiction.net
Si os gustan, puedo subir los fics largos que tengo, aunque son Draco/Hermione ^^.
Aviso de que hay exceso de comas, puntos etc etc y que, lo siento, no soy experta en slash.
¡Acción!
Póquer de Merodeadores
El sol centelleaba en el horizonte cuando Remus Lupin salió a tientas del Sauce Boxeador. Estaba cansado, por no decir exhausto, y su túnica raída no le daba mejor aspecto -por no hablar de su cabello despeinado y enmarañado o esas eternas ojeras que poblaban su mirada últimamente- . Había sido una noche larga, sin duda, de las peores que recordaba el mago desde hacía meses.
De vez en cuando las transformaciones se hacían insoportables, sobretodo cuando sus amigos no le acompañaban. Pasó de largo la cabaña de Hagrid, y los invernaderos de Herbología, llegando hasta el hall de la escuela; se encontraba iluminado por varios candelabros suspendidos en el aire, lo que le ayudó a visionar aquel objeto que presidía la entrada. Se trataba de un árbol enorme decorado con bolas y guirnaldas con diferentes formas y colores.
Sonrió.
Mañana sería Navidad, la última que pasaba en Hogwarts, y por ello había decidido quedarse en la escuela en vez de regresar con sus padres en unas fechas tan señaladas. James, por el contrario, se había visto obligado a volver por una lechuza de su padre, que lo instaba “amablemente” a pasar las fiestas en casa sino quería quedarse sin escoba; Peter también se había ido, pues eran los días en los que toda su familia aprovechaba para reunirse en torno a un buen banquete. Sirius no iba a regresar a su casa, por supuesto, pero había marchado con James, para disgusto de Remus, ya que era su última esperanza.
Subió las escaleras a trompicones, arrastrando los pies y avanzando con lentitud, como si con cada escalón que subiese su alma se fuera quedando atrás, con sus pesadillas, hasta la próxima luna llena. Escuchó a Peeves de fondo, canturreando villancicos desde el aula de Historia de la Magia, y observó de reojo como una de las armaduras se giró cuando pasó por su lado, cosa que le incomodó.
No veía el momento de llegar a la Torre Griffyndor, desnudarse y meterse en la cama para descansar y no levantarse hasta nueva orden. Llegó por fin al retrato de la Dama Gorda, recitó la contraseña -Quidditch- y entró, notando el calorcito que provocaba el fuego de la chimenea, crepitando continuamente gracias a los Elfos Domésticos.
Dio un paso, luego otro, y ya estaba alcanzando las escaleras cuando una voz lo paralizó:
- ¡Por fin llegas! ¡Ya creí que te ibas a quedar en La Casa de los Gritos todas las vacaciones!
- ¿Pero qué haces aquí, Sirius? - inquirió, sorprendido por el recién llegado - ¿Tú no ibas a pasar las Navidades con James y sus padres?
- Ah, ¿y eso es lo único que tienes que decirme? - el mago hizo una mueca divertida, como siempre que bromeaba con sus amigos y le enseñó una baraja de cartas a Remus, que apenas se fijaba en nada, tan deseoso de coger su cama y no soltarla en años - Me he pasado toda la noche jugando al solitario por esperarte.
- No estoy de humor -se excusó Lupin, despuntando una breve sonrisa en sus labios- Hablamos más tarde, cuando me haya repuesto.
Sirius Black observó detenidamente a su amigo, asintió sin decir nada y lo dejó irse escaleras arriba. Llevaba días analizando el comportamiento de Remus, y aún no había dado con el problema del deterioro repentino del mago, es por eso que había decidido a última hora regresar, porque realmente le preocupaba cómo se encontraría. Sí, sabía que siempre iba desaliñado, hasta ahí todo concordaba, y su eterna tristeza, por supuesto, algo que a veces le exasperaba de sobremanera, pero ¿llegar hasta este punto? No, definitivamente tenía que sonsacarle la verdad, costase lo que costase.
Se sentó de nuevo en una de las butacas de la sala común, encogiendo sus rodillas y jugando distraídamente con aquella baraja de cartas muggle, regalo de Peter por su último cumpleaños ¿qué haría?¿cómo descubrir lo que Lunático escondía en el fondo de su mente? Peter era el más callado, pero quizás supiese algo, aunque no estaba seguro ¿Y si le enviaba una lechuza?. James definitivamente era un caso aparte; su predisposición a las bromas y planes desfasados en los que últimamente se inmiscuía -con ayuda de Sirius, por supuesto- le había abstraído tanto que cuando Canuto le hizo un comentario al respecto se encogió de hombros, dando a entender que no sabía absolutamente nada del tema ¿entonces?.
Fijó su mirada grisácea en las llamas, crepitando eternas en aquel fuego de la chimenea, y la idea le vino justo cuando una de las cartas se deslizó como agua de entre sus manos, yendo a parar a la moqueta escarlata ¡pues claro! ¿cómo no se le había ocurrido antes? Recogió la carta del suelo -que era el rey de corazones- y sonrió malévolo, gesto que repetía continuamente cada vez que Cornamenta y él realizaban una nueva travesura, y se dirigió a Gran Comedor, ordenando en claro sus ideas para trazar un plan.
Bueno, si debía poner a Remus contra la espada y la pared tenía que hacerlo de tal modo que no tuviera escapatoria.
Y Sirius Black, en eso, era un verdadero experto.
******
- ¿Jugar?
- Sí.
- ¿Ahora?
- Por supuesto - se echó su melena oscura hacia atrás vanidosamente - ¿o es que no te atreves porque sabes de antemano que voy a ganarte?
Remus lo miraba incrédulo, con la boca ligeramente entreabierta y un gesto que denotaba su desconcierto. Habían regresado de la cena en el Gran Comedor, donde habían dado cuenta de una sabrosa cena. Luego subieron a la torre y junto con otros alumnos pasaron unas horas jugando en la sala común de Gryffindor; decidieron subir hacia su habitación cuando las bengalas del Doctor Filibuster comenzaron a volar peligrosamente sobre sus cabezas, quemando las puntas del cabello negro de Sirius. Ahora estaban en la cama de Remus, sentados con las piernas cruzadas uno frente al otro, y la baraja de cartas muggle entre ambos, esparcida por la colcha escarlata.
Lunático las observa desde arriba, como si se tratara de la varita más poderosa del mundo, capaz de mandarle un Avada a escondidas sin que él pudiera hacer nada para evitarlo. Entonces mira a Sirius, que espera sonriente, paciente… y eso le parece extraño, porque esa palabra no aparece en el diccionario Black, seguro.
- Bueno ¿empezamos? - el animago no espera una respuesta de Remus, y comenzó a barajar las cartas rápidamente después de recogerlas- Ya sabes cómo va el póker, así que lo único que tengo que explicarte son las llamadas “Reglas de Canuto”
- ¿Reglas de qué? - inquirió Lupin, alzando una ceja de escepticismo ante la sonrisa radiante que le dedicaba su amigo.
- ¡Bah! Unas cosillas sin importancia - respondió Sirius, aparentando indiferencia - Mira, quién pierda tiene que dar una prenda como reclamo - Lupin palideció - ¡No pongas esa cara, espera a que termine al menos! Y también deberá responder una pregunta que formulará el ganador. Al decir la verdad, las cartas brillarán con tonos azules (sí, Lunático, he embrujado la baraja, lo admito)… si mientes, se tornarán negras ¿capicci?
Remus asintió, con la duda todavía ofuscando su cerebro. Conocía a Sirius lo suficiente para darse cuenta de que algo se traía entre manos, posiblemente tendría que ver con su persona, porque si su amigo había guardados sus planes en secreto, eso significaba que él estaba implicado en la trama ¿pero qué? ¿se habría dado cuenta de algo, lo estaría probando? Observó de nuevo las cartas, tan pequeñas pero aún así peligrosas a sus ojos… en fin, si quería desentrañar el secreto, debía jugar sí o sí.
- Espero que no hagas trampas - murmuró, cogiendo las cartas que le ofrecía Sirius con pesar.
*****
- Doble parejas.
- Escalera de color.
- ¡Joder!
Sirius Black no era un mago acostumbrado a perder, sino todo lo contrario. Procedía de una familia acomodada, dónde siempre lo había tenido todo y al instante, y a pesar de que odiaba a su estirpe y viceversa, todavía tenían algo en común con ellos: La palabra derrota no existía de forma alguna en su diccionario particular. Así que, como os podéis imaginar, no estaba llevando muy bien haber perdido las dos primeras jugadas contra Remus, aunque este último fuera su amigo.
- Ahora los calcetines, Canuto - se mofaba Lupin, riendo de verdad desde hacía semanas, extendiendo la mano frente a él - Ya tengo tu cinturón y el jersey.
La verdad es que Remus no podía negar que se lo estaba pasando realmente bien. Había logrado ganar todas las partidas jugadas hasta el momento, estaba consiguiendo que Canuto mordiera el polvo, y para mejorar todo aquello, ya le había sonsacado que de pequeño se hacía pis en la cama y que se chupó el dedo hasta los cinco años, cuando su madre le lanzó un hechizo petrificador para quitarle semejante manía “Indigna en un Black“.
- Venga - mascullaba Sirius, apretando la mandíbula con enfado - Haz la pregunta de una estúpida vez.
Lupin se puso el dedo índice en la barbilla, pensativo, y frunció en ceño por la concentración ¿qué le preguntaría ahora? La verdad es que había pocas cosas que no supiera de Sirius, para qué mentir. Pasaban prácticamente las veinticuatro horas del día juntos, ellos dos con James y Peter, yendo de un lado a otro como si estuvieran unidos con pegamento, así que no se le ocurría nada que no pudiera saber… salvo…
- ¿Quieres conseguir algo a través de este juego?
Sirius resopló, y evitó mirarle a los ojos.
- No.
Las cartas se pusieron oscuras como la noche, y el mago se cruzó de brazos. Realmente Black estaba molesto por la situación, y más todavía al ver la sonrisa de satisfacción que esgrimía su amigo, que reía abiertamente. Lo observó de reojo, y no pudo evitar que una mueca indefinible se perfilara en su rostro. Realmente esa sonrisa le encantaba, porque cuando la sacaba a relucir parecía un chico de diecisiete años, lo que era; y no un joven de treinta años como aparentaba normalmente.
Me gustaría que esa sonrisa fuera solo para mí, pensó Sirius de forma inconsciente, y tal y como le vino ese pensamiento lo desechó directamente a la papelera del olvido en su cerebro.
Repartieron de nuevos las cartas.
- Quiero dos - exclamó Remus, cogiendo sendas cartas del montoncito. Y también te quiero a ti, se dijo a sí mismo, cuando sus ojos se encontraron con los grises del animago. Pero aquello… eso era… ¿raro? Realmente no podía descifrar en palabras lo que significaba esa atracción extraña que sentía hacia Sirius - Trío de ases.
- Full.
- Ganaste - Sirius asintió, pero la sonrisa quedó congelada cuando vio que Lupin no se deshizo de los calcetines, o del cinturón de sus pantalones; primero se quitó el jersey, lo dejó a un lado, y fue desabotonando la camisa lentamente, con dedos temblorosos.
- Deberías comenzar por algo suave - balbuceaba el animago, desconcertado por la actitud de su amigo; este último se encogió de hombros, resuelto.
- Sólo apuesto fuerte - le entregó la camisa, y se puso con ligereza el jersey, para ocultar las cicatrices de su cuerpo - Y ahora, la pregunta.
- Ah sí - ¡Mierda Black, estabas tan gilipollas que ni en eso caíste! Se detuvo varios segundos a pensar, y pronto se le iluminaron los ojos - ¿Te parece guapa alguna chica?
- Bueno, no sé - pensó detenidamente - Creo que Karen Cross de Ravenclaw es atractiva.
La cartas pronto se iluminaron de un azul hermoso, centelleante.
¿Cross? - pensaba Sirius, recordando a una muchacha bajita, delgada y con algunos granos en la cara - Pues yo no le veo la gracia…
De nuevo repartieron, robaron cartas, pidieron, subieron la apuesta y exclamaron casi a la vez:
- ¡Póquer! - ambos amigos se echaron a reír, dejando la baraja desparramada sobre la colcha, ya arrugada por los movimientos de los chicos, y se tumbaron en la cama, uno junto al otro, con las manos en la barriga sin poder parar de reír.
- Supongo que ahora deberíamos formular ambos la pregunta ¿no? - indagó Remus, desordenando la melena negra de su amigo con naturalidad.
Se quedaron unos segundos en silencio, observándose mutuamente, ambos con las manos cruzadas a la altura del pecho. Se sentían bien el uno con el otro así, como estaban, con ese sentimiento sin etiquetar, quizás si dijeran algo, si lo insinuaran… ¿cómo cambiarían las cosas? ¿para bien o para mal? Pero debían saber, los dos querían, lo deseaban.
Se deseaban.
- No me gusta que Cross te parezca atractiva - soltó finalmente Sirius, y nada más hacerlo un impulso en su corazón le indicó que tal vez hubiese errado. Remus sonrió, condescendiente. Y observó por el rabillo del ojo que las cartas se tornaban azules.
- Pues a mi me gusta que no te guste - Anda, mira qué bien, pensó Black, total y gratamente sorprendido, al fijarse que de nuevo la baraja tenía ese tono que para él era esperanza.
- Entonces creo que podríamos dejarnos de tonterías ¿no?
- Me parece que sí.
Y finalmente se besaron, bajo la tenue luz azulada de una baraja muggle hechizada.
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Se aceptan de todo menos virus…
pd:Imagen sacada de google.
Ojos de Sabio
¡Y acá otro de mis one shot!
Lo hice hace tiempo, y esta colgado, como el resto, en fanfiction.net. Intenté meterme en la mente de Draco Malfoy, y verlo como es en realidad, no como me lo imagino. Espero que os guste.
Es bien cortito, pero en fin, lo he hice en media hora y es mi imaginación la culpable, que me juega malas pasadas. No está corregido, así que mil perdones si tiene fallos ortográficos e incoherencias.
Si no has llegado al sexto libro de Harry Potter, te recomiendo que dejes de leer, porque contiene Spoilers.
Ojos de Sabio
Cuando escuché que me nombraba, supe que iba a morir.
Fue como si aquello lo hubiese vivido antes, estando escrito en las estrellas o, según palabras de la estúpida de Trelawney “El ojo interior te hablara”. Creo que nunca tuve ese excéntrico ojo, tampoco era excesivamente bueno en legeremancia, pero mi nombre en esos instantes, era mi sentencia de muerte. Noté que mi padre temblaba, y por el rabillo del ojo observé a mi madre, que permanecía circunspecta, pero delatada por los músculos en tensión.
- Debes matar a Dumbledore.
Esa era la orden, el expreso deseo del Señor Tenebroso que yo debía -tenía- que cumplir a toda costa, tan sencillo -¿sencillo?- como asesinar a sangre fría al director de la escuela. No voy a negar que Albus miles de nombres Dumbledore no se ganara a puso el desprecio de Quién Vosotros Sabéis. Su arrogancia lo llevaría a la tumba, sin embargo, dudaba que fuera yo el elegido para tamaña misión.
No estaba seguro de poder llevarla a cabo. Mis padres tampoco confiaban en mí. Lucius intentaba infundirme ánimos, me enviaba cartas con nombres de libros prohibidos que guardaban en su interior maldiciones tan atroces que preferiría quemar antes de leer. Mi madre, por el contrario, me dejaba claro que hiciese, no lo correcto, sino lo necesario para poder sobrevivir y retenerme a su lado. Si para ello mataba a Dumbledore, según ella, no podía sentirme culpable: Era su vida o la mía. Mi madre y su objetivo por no desfallecer a pesar de las circunstancias.
El regreso a Hogwarts fue mi infierno personalizado, y creo que era la primera vez en cinco años que no sentía ansias por regresar. Entrar en sexto año se convirtió en una tortura. Mi padre me amenazaba constantemente, mi madre me alentaba y Snape no quitaba su nariz ganchuda y esa melena grasienta de todos mis asuntos. Para colmo de males, Potter andaba al acecho, como siempre, con su raja como carta de presentación colándose en el despacho de Dumbledore para chivarle cada movimiento que realizaba a espaldas del colegio.
Potter y su valentía. ¡Bah!, debería haber muerto igual que sus padres. Hubiese sido todo tan sencillo, tan simple dejar que el Señor Oscuro se alzase con la gloria… pero no, claro que no ¿cómo iba a rendirse? Tenía que hacerse el héroe, ver que todos lo adoraban como el salvador, “El niño que vivió” una matanza en la que estaba escrita su nombre como principal objetivo. Mierda de vida.
Matar a Dumbledore, ¿cómo iba a ser capaz? Tenía dieciséis años, un futuro prometedor, amigos y… no, no iba a poder, no quería poder. ¿Por qué no le mandó esa misión a Snape? El viejo confiaba en él, habría sido fácil cogerlo desprevenido, lanzarle un Avada y punto. Finiquitado. Mi padrino obtendría la gloria y a mi me dejarían en paz todos.
Creo que es la primera vez que lloro desde que con siete años mi padre me obligó a matar a un elfo. No me gustan los elfos, son seres inferiores que están en el mundo para servirnos, pero mientras que no nos hagan daño ¿qué hay de malo en que existan? Es como los muggles, o los sangresucias ¿por qué deben ser eliminados? Quizá si sólo fueran relegados a un segundo plano, o sometidos o… no sé ¿en serio morir era algo necesario?.
Mi padre me ha preparado, instruido para matar a personas, pero yo no creí que fuera tan pronto. Es injusto. Yo debería estar preocupado por mis calificaciones, cogiendo apuntes en clase o realizando trabajos atrasados debido a los entrenamientos de quidditch. Yo, Draco Malfoy, no debería estar escondido aquí, como un miserable en el baño de Mirtle la Llorona lamentándome por algo que aún no ha sucedido y que, al paso que vamos, dudo mucho que suceda. Dieciséis años, tengo exactamente dieciséis años ¿por qué debo marcharme las manos de sangre cuando ni siquiera me importa la causa, cuando simplemente estoy aquí por mandato dictatorial de mi padre?
No quiero matar. ¡Mierda, no quiero morir!.
- Niño, ¿por qué lloras? - Joder, se me olvidaba que aquí habitaba un fantasma.
- No es asunto tuyo - le respondí, dándole la espalda para secarme las lágrimas - Vete.
- Es mi baño - pero qué imbéciles pueden llegar a ser los fantasmas.
- Ahora estoy yo.
- Pero es un baño de chicas - Me quedé callado, frente al espejo, con los nudillos blancos de tanto apretar el lavabo - ¿Te encuentras mal?
Vaya, un fantasma preocupándose por mi estado ¿no es irónico?. Fijé mis ojos grises en los suyos a través del espejo, y pude notar que las lágrimas, pese a secarlas, no habían cesado de brotar.
- No quiero morir - lo dije así, tal y como lo pensaba, sin atenerme a razones lógicas o rodeos innecesarios. Necesitaba una persona para desahogarme, y ella parecía ser la única disponible, aunque fuera un insignificante fantasma afincado en un baño.
- Yo tampoco deseaba… - su voz se quebró, y percibí que su blanquecina barbilla temblaba un poco, llena de granos todavía visibles - Pero es ley de vida. Además, siempre puedes convertirte en fantasma.
- Pero estás sola - no quería herirla, simplemente le constaté un hecho objetivo, pero a Mirtle parecía que la sinceridad no le entusiasmaba - Es decir, ¿no echas de menos a tu familia, a tus amigos?
Joder, ¿estaba teniendo una conversación íntima con el fantasma sensible del colegio?
- Un poco - admitió, apoyándose en un lavabo contiguo al mío - Además casi todos los que entran aquí y dicen de volver nunca lo hacen. Son tan crueles… - suspiró y me miró, con aquellos ojos incoloros que dejaban entrever una profunda tristeza - La gente cree que porque sea un fantasma no tengo sentimientos.
- A veces pasa - me encogí de hombros, ¿cuándo había dejado de llorar? - Yo pertenezco a la casa Slytherin, y todos creen que soy un capullo integral.
- Es que es una casa muy fea - me respondió con desenvoltura, apoyando su mentón en una de sus manos - No sois dignos de confianza. Siempre estáis tramando algo.
- ¿Cómo puedes estar tan segura? - inquirí molesto, frunciendo el ceño.
- ¡Oh, vamos! - se cruzó de brazos, sonriendo burlonamente - Me apuesto lo que sea a que estás aquí para trazar un plan.
- Eso no te incumbe.
Desvié la mirada, con el temor de quién oculta algo y se siente culpable. Hasta esa tonta sabía perfectamente de qué pie cojeábamos las serpientes. Incluso una serpiente tan cobarde como yo.
- ¿Nunca te has planteado tener otra vida, intentar llevarte bien con todos? - la sorpresa tuvo que reflejarse en mi rostro pálido, porque ella añadió - ¡No pongas esa cara!
- ¿Qué cara?
- La cara tipo: ¿Pero qué te has fumado? - negó con la cabeza, pensativa - Por eso tu también estás solo: Deberías intentar ser mejor persona.
- Eso es imposible - le dije, casi sin pensar - No me dejarían.
- ¿Quiénes?
- Ellos.
Imaginar una nueva vida era algo que últimamente me traía de cabeza. Si el Señor Oscuro hubiese muerto a manos de Potter, las cosas habrían sido tan diferentes. Tendría una vida propia, independencia, me comportaría como un chico normal adolescente que sólo tuviese tiempo de pensar qué equipo ganaría la copa de quidditch o cuál chica estaría dispuesta a salir conmigo.
Mi madre me llevaría a merendar y en vacaciones iríamos de excursión a la nieve, tirarnos bolas encantadas que nos darían de lleno en la nuca. Reiría ¿cuándo fue la última vez que lo hice? Tuvo que ser hace tiempo, ¿cómo es que ni lo recuerdo? Quedaba tan lejano esos días en los que era un niño feliz, sin preocupaciones, sin nada que hacer o temas tan espinosos en los que interesarse obligatoriamente.
- Eres muy guapo - la voz de Mirtle me llegó lejana, cavernosa.
- Lo sé.
- En teoría, se supone que debes devolverme el cumplido diciendo que yo también.
- Es que no suelo mentir - me observé en el espejo y atusé mis cabellos, coloqué en orden el jersey, la corbata y la camisa y me di la vuelta, haciendo un amago de sonrisa. Ignoré por completo la súplica de su mirada - Hasta otra.
- ¿Te vas? - iba a llorar de un momento a otro, y yo no quería estar presente.
- Me parece que sí - me dirigí hacia la puerta, aspiré hondo y la abrí lentamente - Por cierto, gracias.
Ella no dijo nada, tampoco hizo falta respuesta alguna. Lo quería hacer y punto. Permaneció muda, en silencio. Yo ya tenía un pie puesto en el umbral cuando me preguntó por mi nombre.
- Draco.
- Pues eres buena persona, Draco, aunque no te des cuenta.
Fue mi turno para callar. De morderme los labios para no ceder al llanto de nuevo, para intentar negar que no sería capaz, que moriría sin más. Salí sin decir nada, y sólo cuando cerré la puerta me di el lujo de pensar. Creo que tardé exactamente quince minutos en reconocer que volvería, y otros cinco en darme cuenta de que las leyendas que se divulgaban eran del todo ciertas.
Sólo los fantasmas pueden ver la realidad con otros ojos. Demasiados esperanzadores quizá, sí, pero con otros ojos al fin y al cabo.
Ojos de sabio tal vez.
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Sé que es cortito -aparte ni le eché un vistazo debidamente, fijo que cometí incoherencias- pero no daba para más. Es una cosa que siempre me he preguntado ¿cómo fue la primera conversación que tuvieron Draco y Mirtle? Más o menos esto es lo que imagino. ¿Y vosotros? ¿Cómo pensáis que fue?
Besos: Shashira.
PD: La foto, extraída de google. Es mi imagen favorita de Draco Malfoy^^.
One Shot Cazadores de Sombras
Este fic lo hice para un concurso -el cual se vio interrumpido y nunca se supo el ganador-, y luego lo colgué en la página de fanficion.net. Es muy cortito, pero espero que os guste.
Antes una pequeña aclaración. La historia es mía, evidentemente, pero digamos que la escena en sí está sacada del primer libro de Cazadores de Sombras. Pertenece a la página 228 y 229. Me imaginé lo que pensaría Jace en esos momentos que la vio bajar por la escalera antes de dirigirse a la fiesta de Magnus y, en fin, es lo que salió. ^^ .
Condena
Esperar es aburrido. No me gusta aguardar, sentarme en un lugar y permanecer allí, estático, sin tener nada que hacer. Aparte de ser lo más patético del mundo, es totalmente infructuoso, pues cuánto más esperas, más impaciente te vuelves; así que, siendo claros, esperar no es una de mis actividades favoritas, y mucho menos cuando un mundi con pintas de listillo empedernido está sentado a pocos metros de mí y con cara de pocos amigos.
- No sé qué hace aquí –. Alec lleva repitiendo la misma cantinela cinco minutos exactamente, y ahora que lo pienso, estoy seriamente tentado a tatuarle una runa de silencio con urgencia –. Él no es de los nuestros.
Jamás lo sería, determino, observando su camiseta blanca puesta del revés, y esos pantalones holgados que le daban un aspecto desamparado; aunque visto de otro modo, Simon no puede dar más de sí. Aún lo recuerdo en aquel local, sentado cabizbajo mientras intentaba declararle sus sentimientos a Clary, ruborizándose cada vez más con cada palabra, gesto o mirada de su eterna amiga.
- Lo sé -. Intento no mirarle, no delatar mis pensamientos con una mirada, pero es inevitable que ése mundi y yo nos llevemos realmente mal; pero es bastante divertido, al menos, cuando él responde a mis embates –. Pero es amigo de Clary, y habrá que soportarlo.
Sé que me ha escuchado (no hay que ser muy inteligente para coger una mirada desdeñosa como la que me lanzó al vuelo), pero me importa un bledo.
Un suave tintineo nos alerta a los tres, procedente de las escaleras y cuando miramos, Isabelle desciende por ella, toda sonrisa y esplendor. Isabelle lucha, y aún así guarda ciento encanto y feminidad incluso en la batalla. Sus ojos claros, su porte aristocrático, todo en ella es elegante y distinguido, igual que en Alec, aunque en éste un poco menos.
- ¿Qué es eso? – Ah, parece que el mundi no está muy conforme con el atuendo de nuestra querida rompecorazones, pero al girarme para hacer alarde de mi fascinante ironía, algo me deja con la boca abierta, o casi (porque logro cerrarla a tiempo, ¿qué sería de mi fama de borde si no? Uff, ni pensarlo).
Clary viste un traje negro que posee mis factores favoritos: Corto, ceñido y sexy. Lleva una medias de rejilla a juego con las botas, y evaluándola de forma objetiva, puedo confesar abiertamente que está sencillamente… bueno, hermosa. Incluso la chaqueta y la mochila, que desentonan con el atuendo le iban que ni pintado, pues formaban parte de ella, de su piel y su personalidad. Isabelle es más exótica, con esa altura inusual, y sus piernas kilométricas, pero sin embargo, Clary posee algo, una esencia extraña que enturbia hasta el rincón más lejano de mi casi inexistente corazón.
¿Un secreto?
Creo que me gusta.
Nunca he experimentado algo así por nadie, (¿Mujeres? Vamos, como si tuviera tiempo de pensar en ellas) pero sus ojos, su cabello, incluso esas pecas que al principio parecían infantiles, ahora se me antojan diferentes. Si tuviera que decir algo al respecto, declararía a Clarisa Fray literalmente un peligro para el sexo opuesto. Una mujer como esa sólo te enturbia el cerebro y te deja hecho polvo. O te sube al cielo, sin rodeos vagos. Sinceramente, prefiero lo segundo.
- Es un vestido, Simon –. Oh, sí, pero ¡qué vestido! Apuesto mi daga favorita a que a Isabelle no le queda tan provocador como a ella. Lo único que le falta para complementar correctamente el atuendo es un cartel que anuncie: No apto para cardíacos.
- Pero es tan corto –. Vaya, ahora el tonto que pretendía ligársela viene con remilgos. Pues se siente, idiota, si tu intención era tenerla para ti solito la jugada te falló.
Creo (aseguro) que ahora mismo me encantaría detener el tiempo y contemplarla durante el resto de mi vida (ah, sí, por primera vez no me importaría esperar eternamente, quedarme quieto sin tener que preocuparme por nada ni nadie).
Sus rizos rojos, ocultos en un moño elaborado, las cejas alzadas, su leve gesto de consternación, e incluso ese deje altivo y orgulloso en la voz, típico en Clary cuando se pone a la defensiva si algo le molesta. Una vez le dije que tenía algo extraño que me perturbaba, una especie de magia (Mierda, ¿magia? ¡no hacemos magia!) que me hace verla cómo el centro de mi universo, de mi vida.
Mi todo.
- Me gusta ese vestido – pero nunca le diré que es mi todo. Por cobarde, por egoísta, quizá por el temor al rechazo o a perderla. La contemplo de arriba abajo, una dos, tres veces, ¿por qué me vuelve loco, por qué siento mi corazón latir desesperado, deseando abrazarla, besarla, hacerla mía? – Pero creo que necesita un extra.
No, Jace, eres tú el que necesitas un extra (¿una runa que te calme? ¿Tal vez una ducha fría?). Me acerco a ella, aspirando lentamente hasta captar su perfume, sus ojos están fijos en los míos, y creo que de un momento a otro voy a asirla del brazo, deshacerme del celoso de Simon y secuestrarla para que sólo me pertenezca a mí. La tocaría yo, la besaría yo, la desnudaría yo.
Mi sueño hecho realidad.
- ¿Y ahora qué eres, un experto en moda? – su voz tiembla, y yo la siento tan cerca… tan, tan cerca… si levantara un dedo le rozaría la mejilla, si tocara su piel, sentiría una electricidad recorrer todo mi cuerpo. La carne tibia, pecosa, a un paso de mí. Pero no lo hago.
La realidad es otra, y en vez de llevarla a rastras y declararla de mi propiedad (con runa incluida, para que le quedara bien clarito al Simon de mis pesadillas), le doy una daga; el arma es fina, hermosa y aunque no lo aparente, peligrosa. Se parece tanto a ella que cuando la vi parecía gritar su nombre a los cuatro vientos.
- No sé usarla… - hace el intento de retirar la mano, pero yo se la sostengo, y cierro sus dedos alrededor de la daga, para que se familiarice con el metal, pero también para sofocar el grito de mi secreta letanía. Sus labios permanecen entreabiertos, los ojos, bajo esas pestañas, anhelantes, ¿deseo, atracción?
Indescifrables.
- Lo llevas en la sangre.
Su mano tiembla levemente, y sus gestos son lentos, casi sin poder comprender lo que le está ocurriendo ahora, antes, y lo que le sucederá más tarde. Supongo que para ella tuvo que ser un duro golpe saber que tu vida ha estado llena de mentiras. No la culpo, quizá sin ella todo hubiese sido más fácil. No pensaría en Clary, ni en cómo estará, ni en su estado anímico, y mucho menos en mantenerla a salvo. Sin Clary, tal sólo estaría yo, mi odio y mi venganza a partes iguales.
- Podría darte una funda de muslo para guardarla – Isabelle y su complejo eterno de “Diva – Cazadora de Sombras”, tan suyo como cada runa que dibuja en su cuerpo.
Conozco a Isabelle desde hace años, es mi amiga, y la hermana de Alec, entonces ¿por qué nunca he sentido nada por ella, excepto cariño? Indescifrable, lo juro. Para mí el tema de las mujeres es un jeroglífico todavía por descubrir. Una vez le pregunté a Alec, pero evadió cualquier respuesta. Tan esquivo como siempre.
- No soy realmente la clase de chica que lleva un cuchillo en el muslo – buena respuesta querida Clary. Y ya que estamos, ni falta que te hace. Eso sólo haría mis pulsaciones todavía más incontrolables.
La veo meter la daga en uno de los bolsillos exteriores de su mochila, esa bolsa de la que siento celos porque continuamente la sigue a todas partes, y la toca, y siente su latir, el correr de su sangre, su aroma… todo lo que yo ansío y sueño en silencio, queriendo declararlo de mi propiedad a gritos.
Me acerco todavía más, y antes de que pueda hacer algo, mis dedos ya se están alzando y mi boca ya está hablando.
- Una última cosa – le quito una, dos, tres horquillas que le sujetan el cabello, y éste cae sobre sus hombros, con sus bucles perfectos enmarcando su rostro perfecto. Toda ella es perfección. Duele mirarla y no tocarla, pensar en ella y no sentirla.
- Mucho mejor - ¿esa es mi voz? ¿y porqué parece insegura, qué pasó, qué hice, qué me hiciste Clary?
Mierda, creo que me estoy condenando.
Y por primera vez en mi vida, sinceramente no me importa.
¿Por qué?
Bueno, porque quizá te quiero.
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Bueno, ¿qué opináis?
Se aceptan de todo menos virus ^^.
La primera vez que te vi
Este one shot lo escribí para un reto del blog de las PPC. Está publicado en fanfiction.net, pero me gusta poner cosas mías de vez en cuando, así sabéis cómo escribo y me dais vuestra opinión.
Es un Tonks/Oliver Wood, personajes de Harry Potter. Sí, sé que es bastante ilógica la pareja, de hecho, en castellano creo que solo existe el mío, pero se suponía que era un reto compicado y pues, esto salió después de darle miles de vueltas. No quería salirme mucho del canon inicial.
Espero que os guste ^^.
La primera vez que te vi
Recuerdo la primera vez que te vi…
La señora Wood estaba desesperada. Se había llevado toda la mañana esperando a Emily Bloom, la niñera, pero a último momento la muchacha de diecisiete años le había dado esquinazo excusándose tras compromisos ineludibles. Envió una lechuza tras otras a las hijas de sus conocidos, pero parecía que nadie quería ocuparse de Oliver aunque fuera pagando.
“Señora Wood, no es que su hijo sea rebelde, simplemente no se atiene a las normas por propia naturaleza” - le comentó una vez Eliza Stevenson la última vez que lo cuidó.
Sí, debía admitir que Oliver era un alma libre, con una independencia fuera de lo común en un niño de ocho años. Con Violet todo era diferente. Su hija tenía cuatro años más que Oliver, y desde que entró en Hogwarts -estaba ya por empezar su segundo curso- había conseguido las mejores calificaciones en todas las materias.
“Sin embargo, -pensó apenada la señora Wood- Oliver es la antítesis de su hermana”
Pese a los vanos intentos de sus padres -una bruja que colaboraba en “El Profeta” asiduamente y un muggle al que casi le entra un colapso la primera vez que su mujer le convirtió en una tetera que echaba humo- Oliver desatendía todo a lo que el desarrollo de la inteligencia requería. Odiaba los libros tanto o más que ir al dentista -cosa que, gracias a Merlín, sólo ocurría dos veces al año- y se pasaba el día practicando diferentes deportes al aire libre, actividades que su madre aprobaba pues, pensaba, así descargaba toda esa adrenalina acumulada.
Oliver Wood tenía dos días favoritos, que eran los miércoles y los domingos. El primero porque podía ver tranquilamente el partido de su equipo de fútbol -El Chelsea- a través del mejor invento muggle: La televisión; el segundo, porque junto con su padre iba al estadio de quidditch y compartían lo que el señor Wood llamaba “Jornadas entre padre e hijo” y a las que Violet nunca asistía, cosa que nunca le preocupó ni a Oliver ni al señor Wood.
Pero hoy era diferente. El partido semanal de quidditch se había suspendido debido a un chivatazo dado al Ministerio, el cual advertía de un ataque inminente de mortífagos al estadio de Los Puddlemere United, así que tanto Oliver como el señor Wood estaba de capa caída y no tenían nada que hacer, hasta que el tío Mickey telefoneó a su hermano para invitarlo a una partida de póquer entre compañeros de trabajo. Obviamente, a la señora Wood esa invitación le arruinó todos sus planes de la tarde.
- Polly, querida - se intentaba defender el señor Wood de sus gritos histéricos - Puedes contratar a una canguro que se ocupe de Oliver, sino, podrías enviarle una lechuza a Violet para…
- ¡Está en el campamento de niños avanzados, Vincent, volverá el martes!
- Entonces llévatelo - le sugirió el señor Wood, metiendo en su cartera varias libras y dejando a un lado los sickles y los knuts - No creo que a tus amigas les preocupe.
Polly Wood sabía que no había problema en llevar a Oliver a su cita semanal con sus compañeras de Hogwarts, pero odiaba cambiar sus planes a última hora, y sobretodo tener un ojo puesto en las conversaciones triviales de sus amigas y otro en su inquieto hijo. Pero no tenía alternativa.
- Oliver - lo llamó, mientras descolgaba del perchero dos capas de viaje - Venga, nos vamos.
El señor Wood aprovechó éste instante para desaparecer sigilosamente rumbo a su partida de póquer. Quería desplumar a todos esos torpes amigos de su hermano.
******
La casa de la señora Perlman le pareció a Oliver Wood una gruta misteriosa por descubrir. Era un dúplex situado en Dover, pintado en amarillo con tejas oscuras donde los canalones oxidados goteaban débilmente, formando pequeños charcos. Oliver no lo dudó un instante y salió disparado hacia el agua. Saltaba con sus botas de lluvia, llenándose de barro la capa y los vaqueros, pero manteniendo a salvo su pequeña escoba de quidditch.
- No te comportes como un vikingo - le reprendió su madre, asiéndolo de la mano para que dejara de chapotear en el agua - Ya eres mayor, pronto irás a Hogwarts, ¿crees que los niños de tu edad suelen actuar así?
- Quizá -conjeturó Oliver, sonriendo ampliamente - De todos modos a mi me gusta. Eso es lo importante.
La señora Wood abrió levemente la boca, pero no objetó nada al respecto. A veces -y ésta era claramente una de ellas- su hijo la desconcertaba de sobremanera. Parecía un niño normal aficionado al fútbol, quidditch y trepar árboles; pero en ciertos momentos le recordaba a un adulto, con esa mirada oscura que la traspasaba y sus frases resueltas, llenas de la típica inocencia infantil y la sabiduría de un genio.
Oliver Wood observó con curiosidad la aldaba de la señora Perlman, que forjaba en hierro macizo una cabeza de dragón. Tenía unos cuernos diminutos en la frente y sus fauces estaba abiertas en señal de ataque, dejando a la vista una lengua viperina. De repente, los ojos se volvieron rojos, y Oliver tuvo de reprimir un grito de pavor. La señora Wood sonrió débilmente al percatarse de la aprensión de su hijo pequeño.
- Buenas tardes, señora Wood - Oliver intento salir corriendo, pero la mano de su madre lo aferraba con firmeza y no podía escapar.
- Hola Jack, ¿podrías anunciarle a Mildred que hemos llegado, por favor? - indicó Polly Wood - Dile que traigo a mi hijo.
El dragón asintió, y se quedó quieto, estático; sus ojos volvieron a ser de hierro, y en ese instante la puerta se abrió, dejando a la vista a una mujer bajita, con un moño castaño en la nuca y unas gafas moradas que cambiaban de color constantemente; su nariz era chata y de un notable color rojizo. A Oliver le recordó a uno de esos payasos que su padre le llevó a ver una vez al circo, el cual le sacó al escenario. Después de eso, Oliver odió a los payasos de por vida.
- ¡Polly, querida! - exclamó, estampando dos sonoros besos en sus mejillas - Ven pasa, creí que no ibas a venir.
- Es que tuve un contratiempo - adujo la señora Wood, haciendo que Oliver se adelantara hasta tener frente por frente a la señora Perlam - Middy, éste es mi hijo menor, Oliver.
- ¡Oh, pero qué criatura más divina! - lo halagó la señora Perlman, agachándose a la altura de Oliver para quedar cara a cara; éste olisqueó un leve tufillo a naftalina y jerez alrededor de la mujer - ¿Pero qué edad tiene éste caballerito? ¿Diez? Pronto irás a Hogwarts, ¿verdad?
- Dentro de dos años - le respondió Oliver, hinchado de orgullo.
No era que no estuviera contento con su edad, pero a Oliver le encantaba que le consideraran mayor de lo que era. Todo se lo debía a los genes de su padre. Al igual que Vincent Wood, Oliver tenía los hombros anchos, y era muy corpulento. El cabello moreno lo había heredado de su madre -aunque debía de admitir que su madre lo tenía ahora de dos colores, cosa que veía extremadamente extraño. Ella explicaba una y otra vez que eran algo que estaba de moda llamado “mechas”- y los ojos oscuros eran los de su abuelo materno Artorius, algo que parecía alegrar considerablemente a su padre, aunque Oliver no entendía porqué.
Los hizo entrar en la casa, guiándolos hacia un pequeño saloncito de té atestado de mujeres de todas las edades. Su madre las saludó y, en cuanto tomó asiento en un mullido butacón adornado con tapetes de croché, la señora Wood se olvidó de su hijo. Oliver no lo tomó en cuenta. Como buena periodista que era, Polly Wood se ensimismaba cada vez que un rumor o un cotilleo llegaba a sus oídos, y esa era la verdadera causa por la que asistía a esas reuniones de viejas momificadas -como Violet las llamaba en secreto-; así que aprovechó el descuido de su madre para pasear libremente por el hogar.
Había un estrecho pasillo en el lado izquierdo. Con cautela lo escudriñó, y vislumbró al final una puerta de madera blanca con una cristalera de colores que formaba el dibujo de un dragón. Oliver tragó saliva y se adentró en el pasillo lentamente, con el corazón palpitando con celeridad. No sabía si aquello estaba bien, de hecho, con seguridad su madre lo recriminaría más tarde cuando lo descubriera, pero a él le encantaba el riesgo. Recordó entonces, sin venir a cuento, la primera vez que su padre puso en sus manos su primera escoba.
Le resultó cómico que fuera un muggle -a pesar de que era su padre- el que le hiciera dueño de una escoba mágica, más aún cuando ni siquiera sabía cómo diablos funcionaba -Vincent Wood era de los que prefería la seguridad de su Volvo, aunque fuera más lento y cogiera caravana en las nacionales - pero a Oliver no le importó. Él sólo fue hasta el jardín de su casa, en las afueras de Londres, y se puso a practicar sin necesidad de manuales de autoayuda. Tenía cinco años y complejo de Peter Pan. Él creía que si podía conseguir que esa escoba se alzase un par de metros podría viajar lejos, muy lejos, hasta los confines de la tierra. Visitaría Japón, Shangai, Italia o incluso India. Pero tan sólo era un niño, y tardó exactamente media hora en destrozar su nueva adquisición contra uno de los abetos que su madre tanto cuidaba con esmero.
- Lo sabía, eres todo un peligro ¡ya le dije a tu padre que una escoba en tus manos era como enviarte a la guerra! - declaró la señora Wood, recogiendo las astillas del cuidado jardín familiar.
Tras esa primera vez Oliver se volvió precavido. Se hizo con varios manuales que su tío Guido tenía escondido bajo las revistas de brujas en paños menores, en el desván de su apartamento de soltero. Le volvieron a regalar una escoba seis meses después. Contra todo pronóstico, tardo nueve meses en destrozarla -ésta vez salió ardiendo sin saber cómo-. Su hermana Violet lo consoló comentándole que eso en él ya era todo un record, pues el oso Twitter sobrevivió únicamente a la primera navidad antes de verse envuelto entre las fauces de Rick, el perro de la abuela Rose, cuando lo confundió con un Puddin de Limón.
- ¡Se acabo! Ni una más hasta que seas responsable - le reprochó su padre, que por primera vez se había mostrado realmente molesto por sus pequeñas travesuras.
Fue cuando, sin tener otra alternativa a la vista, Oliver se planteó ahorrar para hacerse con una nueva escoba. Tardó exactamente año y medio en conseguir la cantidad adecuada, y fue su madre a que le acompañó a comprar, no sólo la escoba, sino un pequeño estuche de mantenimiento y un equipo de quidditch al completo, regalo por su octavo cumpleaños de parte de abuela Rose -dedujo así que se sentía culpable por lo sucedido, pese a que fue el propio Oliver el que le ofreció aquel tonto oso que evidentemente detestaba. Hubiese sido diferente con el balón de reglamento oficial de la Champions, por supuesto-.
Esa escoba era diferente a las dos anteriores. Había cortado la mala hierba de todas las casas aledañas a la suya, limpiado y re limpiado el coche de su padre, de tío Joe, de tío Mickey e incluso de la detestable Susan, la novia de su primo Mike. No pensaba fastidiarla, y mucho menos romperla. Por eso cuando tocó por primera vez el extremo de su escoba, suave, pulido, aún con ese aroma a canela de la cera especial, algo en su interior palpitó con fuerza, acelerando la sangre de su cuerpo y casi sin poder respirar.
Esa era la sensación que experimentaba en esos instantes frente a la puerta del pasillo entreabierta, decorada con aquel misterioso dragón. Una sensación de vértigo comparable a cuando intentó realizar sin mucho éxito el Amago de Wronski y se abrió la cabeza.
Sólo que ésta vez, no era un amago, sino una chica.
Una chica bastante rara, pues nadie en su sano juicio tendría el pelo turquesa con mechas rosas.
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Nimphadora Tonks era torpe, pero nadie podría negar su perseverancia y empeño al realizar cualquier tarea que se propusiera.
Cuando su madre ya daba por sentado que nunca conseguiría dejar aparcada esa manía por chocarse constantemente con todo objeto o ser viviente, Dora dejó impresionados a todos sus allegados cuando logró andar tres metros y treinta y dos centímetros sin colisionar… hasta que tiró la televisión de su tío Charlie -éste rompió a llorar desconsoladamente-; otro día logró escalar un árbol sin hacerse un rasguño… pero luego resbaló y se rompió una pierna -lo que la dejó en cama todas las navidades-. Por último -pero no por ello menos importante- la prima de su madre, a la que todos llamaban Middy -y curiosamente era el único familiar materno que conocía- la aleccionó para hacer su propia tarta de chocolate.
En el primer intento la quemó, en el segundo confundió el azúcar con sal -algo muy típico según Andrómeda Tonks- y en el tercero salió ardiendo el horno de su madre. Esa era ya su cuarta vez, y tenía la certeza de que finalmente sería la definitiva… aunque, para ser sinceros, eso también lo pensó de la segunda tarta ¿o era la tercera?.
- Mezclar dos vasos de harina - leyó casi de memoria. Fue hacia la encimera y cogió la bolsa del condimento con manos temblorosas - Hacer una masa consistente sin grumos.
Echó la cantidad exacta y removió con ligereza. Mechones turquesas le caían por la cara mezclados con los rosas y se pasó una mano distraídamente para apartarlos del rostro en forma de corazón. Siguió leyendo.
- Fundir el chocolate a baño maría.
De nuevo el flequillo le dejó poca visibilidad. Rompió en pedazos la tableta, se guardó unas onzas en el bolsillo y lo puso en el fuego. Resopló con impaciencia, mientras volvía a colocarse de forma ordenada el cabello. Como era imposible, optó por cerrar los ojos con fuerza… cuando los abrió, se miró en el cristal del horno, y pudo comprobar que ahora lo llevaba corto, como un niño, de un color rosa chicle escandaloso.
- Tiene estilo - afirmó alborotándose las puntas.
Permaneció quieta unos segundos más admirando su reflejo con satisfacción, y entonces lo vio. Era un niño, y la estaba mirando desde la puerta de la cocina con fascinación reflejada en su rostro. Frunció el ceño con enfado. Nimphadora Tonks estaba acostumbrada a dejar a todos boquiabiertos con sus cambios de look, sobretodo si no la conocían, así que no fue eso lo que le molestaba, sino el hecho de sentirse observada a escondidas.
- ¿Nunca te dijeron que es muy mala costumbre espiar? - preguntó, volviéndose con sus ojos marrones fijos en la puerta. El niño se escondió, pero se recortaba perfectamente la silueta entre los cristales - Sé que estás ahí, veo tu sombra.
Finalmente, el niño salió de su escondite. Tenía el cabello revuelto, y era ancho y corpulento para su edad, también alto. Vestía un jersey fino verdoso, unos vaqueros desgastados y llenos de barros y una botas de lluvia que habían visto mejores días. En general, a Dora le pareció un chico de lo más normal.
- He visto lo que haces - balbuceó, señalándola inquisitivamente con uno de sus dedos - Es impresionante.
- Gracias - contestó ella, poniendo las manos en jarra en su cintura - Soy una metamorfomaga.
El niño asintió, pero por su semblante Dora dedujo que no tenía ni idea de lo que eso significaba.
- ¿Lo aprendiste en Hogwarts? - la interrogó, y ella no pudo evitar echarse a reír. Las mismas preguntas, las típicas respuestas ¡eran siempre tan previsibles!.
- Nací así - aclaró encogiéndose de hombros y dejando relucir una sonrisa - Me llamo Tonks.
- Oliver - se acercó a ella y le estrechó la mano que le tendía llena de harina - ¿Vives aquí?
- No, es la casa de mi tía, yo vengo de vez en cuando a ayudarla - señaló con el pulgar el bol lleno de condimentos - Estaba haciendo una tarta.
- Y bastante mal debo añadir - Tonks frunció el ceño de nuevo - No me malinterpretes, pero has echado maicena en vez de harina, así que... Um… creo que tendrás que empezar de nuevo.
En aquellos momentos, Nimphadora Tonks se sintió la chica más humillada del planeta, universo y vía Láctea. Tomó asiento en una de las sillas de madera y se llevó las manos al cabello con rabia y desánimo.
- Soy un desastre - Oliver asintió, pero no dijo nada y ella lo miró de reojo - He dicho que soy un desastre.
- Ya - confirmó él, encogiéndose de hombros - ¿Y?
- ¿Cómo que “y”? ¿No se supone que ésta es la parte en la que me debes consolar?
- Creo que has visto muchas películas muggles últimamente - aquellas palabras dejaron a Tonk totalmente descolocada.
Ella no estaba acostumbrada a que nadie la tomara en cuenta, o que encontrara normal el hecho de ser una amenaza para la humanidad en general y la comunidad mágica en particular. Más bien sus familiares la regañaban o se reían de sus actividades contraproducentes, como ellos mismos las llamaba. De hecho, aquel chico era verdaderamente extraño. Siguió sus movimientos de oso hasta que tomó asiento a su lado sin apartar sus ojos de los de ella. No la desafiaba, ni la miraba con lástima o como un caso perdido. Por extraño que pareciese, Oliver la consideraba una chica normal, una igual.
- Si no arriesgas no ganas - y Oliver lo dijo así, seguro de sí mismo y tan indiferente como el que anuncia que mañana va a llover. - Deberías de sentirte orgullosa de que al menos lo has intentado una vez.
- Cuatro - lo corrigió, pero él pareció no haberla escuchado.
- La vida es un juego y tal vez lo pierdas todos al apostar, pero tal vez ganes. En un “Fifty fifty”. Al menos si pierdes, te vas orgulloso de que lo diste todo por ganar.
- ¿Quién te enseñó eso, tu padre?
- ¡Que va! - negó con la cabeza, sonriendo - Es que a veces ver las entrevistas de los jugadores del Chelsea tiene su filosofía.
-Ah - se apoyó en una mano, observándolo con descaro - ¿Vas a Hogwarts? Porque no te he visto por allí. Yo paso a segundo.
- Aún no, sólo tengo ocho años - le confesó - Pero tengo ganas.
Nimphadora Tonks entrecerró los ojos, escudriñándolo con la mirada.
- ¿A qué casa quieres ir?
- A la que gane la copa de quiddich.
Ella resopló con fastidio, dejándose caer en la mesa repleta de harina-maicena por todos lados. Se manchó el cabello, una de las mejillas y la nariz.
- Pues es Slytherin, y te advierto que es una porquería de casa.
Oliver se echó a reír con un estruendo, con una voz que no parecía la de un niño de ocho años. Acercó una mano a su mejilla, sacudiendo la maicena de su rostro. Sin saber porqué, Nimphadora Tonks enrojeció.
- No he dicho que qiera pertenecer a Slytherin, sino que iré a la casa que gane la copa de quiddich.
- Y dime, chico listo - se mofó Tonks, desafiante - ¿Cuál es esa?
- Pues a la que yo pertenezca, por supuesto.
- Te ves muy seguro - le advirtió con voz cantarina.
- La seguridad lleva a la victoria - replicó.
- ¿Eso te lo enseñó también el Chelsea? - inquirió Dora, con una ceja alzada.
- Eso lo dijo Alejandro Magno antes de conquistar el mundo - afirmó Oliver, sin apartar aquellos ojos marrones de ella.
Dora se quedó en silencio, admirando la fuerza de aquel niño, la valentía y la devoción reflejadas en cada una de sus palabras, sus gestos o su mirada.
- Serás Gryffindor - aventuró con solemnidad, mirándole aquellos ojos marrones con un tinte extraño, ribetes que se deslizaban como dibujos al azar, oro viejo tal vez - Te prometo que pertenecerás a Gryffindor.
- ¿Y tú cómo lo sabes? - la interrogó, frunciendo el ceño por primera vez. Tonks acercó entonces una mano a su pecho, y sintió el corazón de Oliver con claridad, siguiendo un ritmo desenfrenado.
Tum-Tum-tum...
- Porque me lo dices tú.
Tumtumtumtumtumtum
*********
Tal y como había predicho Tonks, Oliver Wood fue elegido por el Sombrero Seleccionador para la casa Gryffindor. Por entonces, él y Nimphadora se escribían con regularidad, y cuando ella pasaba las vacaciones con sus padres Oliver le pedía a Polly -más bien suplicaba- que lo llevara a esas reuniones de las viejas momificadas.
- Te gusta ¿verdad? - le preguntaba repetidas veces Violet, pero Oliver sólo le respondía “Puag” y seguía ignorándola como siempre, sin hacer caso de aquellas intuiciones femeninas tan desastrosas.
O al menos, eso creía.
Fue algo extraño el modo en el que ellos mismos se relacionaban. Estaban en diferentes casas, pero incluso así se las organizaban para pasar el mayor tiempo posible juntos. Jugaban al ajedrez, al Gobstone, ponían bengalas del Doctor Filisbuster y de vez en cuando se copiaban entre ellos los trabajos, sobretodo por parte de Oliver, que casi siempre olvidaba terminarlos.
Los años pasaron, y pese a sus intentos, Oliver Wood no ganó la Copa de Quiddich desde que entró en el equipo.
- Tendrías que haber sobornado al Sombrero Seleccionador para que te pusiera en Slytherin - se burlaba Tonks, a lo que Oliver respondía con una mirada furibunda - Serías una serpiente muy divertida.
Su desánimo fue creciendo a pasos agigantados, y empeoró todavía más cuando Dora abandonó Hogwarts definitivamente para emprender su carrera como aurora.
Fue así como, estando él en quinto curso -y cuando ya Tonks se había marchado de Hogwarts-, un chico le devolvió las esperanzas.
- Tienes que verlo, es increíble como vuela - le explicaba las estrategias una y otra vez, amparados por la sombra de un ciprés en el jardín de la casa de Tonks - Es el primer jugador de primero que entra en el equipo en cien años. Toda una máquina de ganar. Harry Potter… el mejor buscador de la historia de Hogwarts.
- Por lo que veo, éste año conseguirás tu ansiada copa ¿eh? - Dora se acodó, observando el perfil de Oliver, donde la sombra de las ramas bailaban en su rostro - Felicidades.
Sus ojos la encontraron, y sin venir a cuento, su cabello verde musgo le pareció a Oliver encantador, sus rizos atrayentes y aquella sonrisa que le dedicaba lo deslumbró, atontando cualquier neurona sensata que viviera en algún lugar recóndito de su ahuecado cerebro.
- Tengo ganas de besarte - lo dijo igual que le había anunciado años atrás que su tarta era un desastre, y ella se lo tomó extrañamente bien, como si aquello no afectara en nada a lo que vendría después, o ahora, o nunca.
- Entonces, hazlo.
Oliver tenía quince años y una promesa bailando en sus labios.
Falta una parte, que es el epílogo, Ya lo pondré más tarde.
Y bien, ¿qué os parece?
Como siempre, imagen cogida de google y pertenece al actor que interpreta al personaje.
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