Mostrando entradas con la etiqueta Anaqueles. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Anaqueles. Mostrar todas las entradas
domingo, 3 de mayo de 2020
#RecitaAdonáis
Ayer se clausuró #RecitaAdonáis, una iniciativa coordinada por Carmelo Guillén Acosta, consistente en que un poeta Adonáis leyese a otro poeta Adonáis.
El resultado son 148 vídeos que quedarán como testimonio de este confinamiento y del poder de la poesía como elemento de redención y de construcción de puentes.
Comparto con vosotros mi lectura de "Nacimiento al amor", con el que Antonio Colinas abría "Preludios a una noche total".
jueves, 1 de junio de 2017
Dos sonetos fragmentados de Góngora
El pasado 14 de mayo, tuve el honor de participar en el Día de Góngora 2017, realizando la Ofrenda Poética ante el supuesto sepulcro del patrón laico de la Real Academia de Córdoba. Como cierre a unas líneas que reivindicaban la modernidad del poeta cordobés al desplazar el centro de gravedad de la poesía del yo al mundo exterior, planteando, por vez primera, que la poesía debe ser el ámbito de la palabra, leí dos sonetos creados a partir de otros veintiocho del autor de la Fábula de Píramo y Tisbe. El único requisito de este juego que intenta respetar la sintaxis poética de una de las poliédricas caras de la obra gongorina es tomar prestado un único verso de cada poema. Para potenciar una mayor multiplicidad significativa y hacer partícipe al lector, he decidido eliminar los signos de puntuación.
I
Descaminado enfermo peregrino
pisado he vuestros muros calle a calle
I
Descaminado enfermo peregrino
pisado he vuestros muros calle a calle
los suspiros lo
digan que os envío
nunca merecieron
mis ausentes ojos
un humor de
perlas destilado
y nada temí más
que mis cuidados
cada sol
repetido es un cometa
por que aquel
ángel fieramente humano
no yace no en la
tierra mas reposa
toda fácil caída
es precipicio
la encendida
región del ardimiento
huirá la nieve
de la nieve ahora
hilaré tu
memoria entre las gentes
que la beldad es
vuestra la voz mía
II
Oh cuánto tarda lo que se desea
en estas
apacibles soledades
edificio al
silencio dedicado
sobre este fuego
que vencido envía
denso es mármol
la que era fuente clara
pues la por
quien helar y arder me siento
cuya cerviz así
desprecia el yugo
goza cuello
cabello y frente
el santo olor a
la ceniza fría
desata montes y
reduce fieras
inexorable es
guadaña aguda
no destrozada
nave en roca dura
poco después que
su cristal dilata
la razón abre lo
que el mármol cierra
martes, 21 de marzo de 2017
"Lope, la Noche. Marta", de José Hierro
"Lope, la Noche. Marta" es uno de esos poemas a los que uno vuelve una y otra vez. Siempre distinto. Cobijo. Abismo. "Descarga. Temblor. Sacudida." Y de los que se regresa otro.
Para celebrar el Día Mundial de la Poesía, esta mañana, el equipo del CEP Peñarroya-Pueblonuevo lo hemos compartido con toda la red asesora de la provincia en la apertura de la jornada formativa que hemos tenido en Fuente Obejuna; ahora, quiero compartirlo con vosotros.
miércoles, 13 de mayo de 2015
Bajo las raíces
Un lujo formar parte de este homenaje a un libro clave, Sepulcro en Tarquinia; una gozada haber vuelto a disfrutar con su relectura.
viernes, 24 de abril de 2015
IV centenario de la publicación de la segunda parte del "Quijote"
Entre los diversos actos que se han organizado en el IES Antonio Mª Calero con motivo del Día Internacional del Libro, el equipo de biblioteca hemos preparado una presentación en "power point" para conmemorar el IV centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote.
martes, 22 de abril de 2014
De hipocorísticos
No deja de sorprenderme la cantidad de personas que se refieren a Gabriel García Márquez como Gabo, como si se hubiesen tomado más de una caña juntos. Bajo la aparente amistad o familiaridad se esconde el ego y la ostentación, aunque no se haya leído ninguna obra suya. La sorpresa se acentúa cuando leo u oigo el hipocorístico en los medios de comunicación; si lo que pretenden es acercar al autor al lector deberían empezar por dar otro enfoque a la información.
Con motivo de su desaparición, reproduzco el inicio de El amor en los tiempos del cólera, que, junto a El coronel no tiene quien le escriba, me parece su obra más lograda y habitable.
"Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.
Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña donde había dormido siempre, cerca de un taburete con la cubeta que había servido para vaporizar el veneno. En el suelo, amarrado de la pata del catre, estaba el cuerpo tendido de un gran danés negro de pecho nevado, y junto a él estaban las muletas. El cuarto sofocante y abigarrado que hacía al mismo tiempo de alcoba y laboratorio, empezaba a iluminarse apenas con el resplandor del amanecer en la ventana abierta, pero era luz bastante para reconocer de inmediato la autoridad de la muerte. Las otras ventanas, así como cualquier resquicio de la habitación, estaban amordazadas con trapos o selladas con cartones negros, y eso aumentaba su densidad opresiva. Había un mesón atiborrado de frascos y pomos sin rótulos, y dos cubetas de peltre descascarado bajo un foco ordinario cubierto de papel rojo. La tercera cubeta, la del líquido fijador, era la que estaba junto al cadáver. Había revistas y periódicos viejos por todas partes, pilas de negativos en placas de vidrio, muebles rotos, pero todo estaba preservado del polvo por una mano diligente. Aunque el aire de la ventana había purificado el ámbito, aún quedaba para quien supiera identificarlo el rescoldo tibio de los amores sin ventura de las almendras amargas. El doctor Juvenal Urbino había pensado más de una vez, sin ánimo premonitorio, que aquel no era un lugar propicio para morir en gracia de Dios. Pero con el tiempo terminó por suponer que su desorden obedecía tal vez a una determinación cifrada de la Divina Providencia.
Un comisario de policía se había adelantado con un estudiante de medicina muy joven que hacía su práctica forense en el dispensario municipal, y eran ellos quienes habían ventilado la habitación y cubierto el cadáver mientras llegaba el doctor Urbino. Ambos lo saludaron con una solemnidad que esa vez tenía más de condolencia que de veneración, pues nadie ignoraba el grado de su amistad con Jeremiah de Saint-Amour. El maestro eminente estrechó la mano de ambos, como lo hacía desde siempre con cada uno de sus alumnos antes de empezar la clase diaria de clínica general, y luego agarró el borde de la manta con las yemas del índice y el pulgar, como si fuera una flor, y descubrió el cadáver palmo a palmo con una parsimonia sacramental. Estaba desnudo por completo, tieso y torcido, con los ojos abiertos y el cuerpo azul, y como cincuenta años más viejo que la noche anterior. Tenía las pupilas diáfanas, la barba y los cabellos amarillentos, y el vientre atravesado por una cicatriz antigua cosida con nudos de enfardelar. Su torso y sus brazos tenían una envergadura de galeote por el trabajo de las muletas, pero sus piernas inermes parecían de huérfano. El doctor Juvenal Urbino lo contempló un instante con el corazón adolorido como muy pocas veces en los largos años de su contienda estéril contra la muerte."
Con motivo de su desaparición, reproduzco el inicio de El amor en los tiempos del cólera, que, junto a El coronel no tiene quien le escriba, me parece su obra más lograda y habitable.
"Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro.
Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña donde había dormido siempre, cerca de un taburete con la cubeta que había servido para vaporizar el veneno. En el suelo, amarrado de la pata del catre, estaba el cuerpo tendido de un gran danés negro de pecho nevado, y junto a él estaban las muletas. El cuarto sofocante y abigarrado que hacía al mismo tiempo de alcoba y laboratorio, empezaba a iluminarse apenas con el resplandor del amanecer en la ventana abierta, pero era luz bastante para reconocer de inmediato la autoridad de la muerte. Las otras ventanas, así como cualquier resquicio de la habitación, estaban amordazadas con trapos o selladas con cartones negros, y eso aumentaba su densidad opresiva. Había un mesón atiborrado de frascos y pomos sin rótulos, y dos cubetas de peltre descascarado bajo un foco ordinario cubierto de papel rojo. La tercera cubeta, la del líquido fijador, era la que estaba junto al cadáver. Había revistas y periódicos viejos por todas partes, pilas de negativos en placas de vidrio, muebles rotos, pero todo estaba preservado del polvo por una mano diligente. Aunque el aire de la ventana había purificado el ámbito, aún quedaba para quien supiera identificarlo el rescoldo tibio de los amores sin ventura de las almendras amargas. El doctor Juvenal Urbino había pensado más de una vez, sin ánimo premonitorio, que aquel no era un lugar propicio para morir en gracia de Dios. Pero con el tiempo terminó por suponer que su desorden obedecía tal vez a una determinación cifrada de la Divina Providencia.
Un comisario de policía se había adelantado con un estudiante de medicina muy joven que hacía su práctica forense en el dispensario municipal, y eran ellos quienes habían ventilado la habitación y cubierto el cadáver mientras llegaba el doctor Urbino. Ambos lo saludaron con una solemnidad que esa vez tenía más de condolencia que de veneración, pues nadie ignoraba el grado de su amistad con Jeremiah de Saint-Amour. El maestro eminente estrechó la mano de ambos, como lo hacía desde siempre con cada uno de sus alumnos antes de empezar la clase diaria de clínica general, y luego agarró el borde de la manta con las yemas del índice y el pulgar, como si fuera una flor, y descubrió el cadáver palmo a palmo con una parsimonia sacramental. Estaba desnudo por completo, tieso y torcido, con los ojos abiertos y el cuerpo azul, y como cincuenta años más viejo que la noche anterior. Tenía las pupilas diáfanas, la barba y los cabellos amarillentos, y el vientre atravesado por una cicatriz antigua cosida con nudos de enfardelar. Su torso y sus brazos tenían una envergadura de galeote por el trabajo de las muletas, pero sus piernas inermes parecían de huérfano. El doctor Juvenal Urbino lo contempló un instante con el corazón adolorido como muy pocas veces en los largos años de su contienda estéril contra la muerte."
miércoles, 4 de diciembre de 2013
"Los violines hambrientos"
En el marco del X Festival Internacional de Poesía de Costa Rica se publicó la antología Anatomía poética (2001-2011), de Joaquín Pérez Azaústre. De Las Ollerías, libro con el que consiguió el Premio Loewe, rescato este poema en prosa.
LOS VIOLINES HAMBRIENTOS
Los violines hambrientos. Tocaremos la aurora con su pan de equipaje, su maleza de cuarzo. Heredarás mi caja de herramientas, los dibujos parlantes al abrir la camisa. En la palma del dolor laminando el silencio. Perderás como ayer, pero no es importante: mantén la gracia, el don gratinado del cielo, su rabia pulmonar. No permitas qeu nadie condicione tu gesto. No hay caudal sin mutismo. Al final de la barra los mineros comercian con su propia fortuna. El palacio de cobre con su foso de humo, almadén sin escoltas oficiales de cal, el oficio privado de perduración: descansaré a la sombra, y limpiaré tu voz de su propio equilibrio.
(de Joaquín Pérez Azaústre, Anatomía humana (2001-2011), San José de Costa Rica, Fundación Casa de la Poesía, 2011)
martes, 8 de octubre de 2013
'Rotonda'
Antonio Luis Ginés acaba de publicar un nuevo poemario, Aprendiz (La Isla de Siltolá, Sevilla, 2013). Os dejo el magnífico poema con el que cierra el conjunto. Toda una declaración de intenciones.
ROTONDA
Uno escribe sobre lo que ve.
Por eso no quería aquella habitación
con vistas a la rotonda,
donde el tráfico, fluido e incesante,
nos llevaba a escribir
sobre gente que pasa, sobre coches
que no dejan rastro. Prefería vistas
a la sierra pero no pudimos elegir.
Me preguntaba en qué momento
había sido uno de aquellos automóviles
que no se detienen, corriendo
sin la certeza de un destino.
Uno no percibe a los demás
cuando está dentro, formando
parte de ese círculo, mientras la vida
en su tránsito, nos desplaza.
Uno escribe de las entradas
y las salidas a la rotonda, de esa chispa
que surge cuando dos vidas
transcurren por el mismo instante.
Me pregunto si no soy el que ahora,
desde fuera, escribe sobre el de dentro,
como si le conociera.
(Aprendiz, La isla de Siltolá, Sevilla, 2013)
martes, 1 de octubre de 2013
Un poema de Vicente Sabido
Entre los poemas del recientemente fallecido Vicente Sabido, hay uno por el que siento una especial debilidad. Por encima de las razones literarias, encuentro en él el padre que habla sin estridencias de una de sus dos hijas, Blanca. Casualidades.
CANCIÓN DE CUNA
A Blanquita Sabido
Para ti las avenidas del sueño, sin principio ni fin.
Las avenidas largas, con farolas ciegas
y charcos de cieno donde los perros husmean.
Para ti los sangrientos crepúsculos de agosto.
Las alboradas blancas. Los fuegos de la tierra.
La lluvia, vieja amiga, en los vitrales.
Para ti los jardines marinos, los cementerios marinos,
borrascas y galernas.
Para ti los himnos de la niebla,
las voces del pasado, la alegría
de los arroyos niños.
Para ti
todos los cuentos, cantos, mitos.
(Vicente Sabido, Amor [Antología poética], Renacimiento, 2013, p. 109-110)
domingo, 19 de mayo de 2013
José Ignacio Montoto y la luz
la lluvia en la ventana
dibuja un laberinto
deviene círculo
umbral de lo posible
(José Ignacio Montoto, Tras la luz, Barcelona, La Garúa Libros, 2013)
sábado, 11 de mayo de 2013
Budapest y Francisco J. Guerrero Cano
Francisco J. Guerrero Cano acaba de publicar Cuaderno de ruta (Poética cuántica), en Ediciones Oblicuas, después de haber sido finalista con él del IV Premio La Nunca Poesía. Se trata de un libro escrito con el rigor de quien maneja con precisión la palabra. En él el poeta realiza, al hilo de un viaje exterior, todo un auténtico viaje interior. La exactitud y sugerencia de sus versos se acrecienta en los poemas más breves. Os dejo una buena muestra de ello:
X
Budapest es gris, y su silencio
tan rotundo que disimula la vida.
(Francisco J. Guerrero Cano, Cuaderno de ruta (Poética cuántica), Barcelona, Ediciones Oblicuas, 2013)
(Francisco J. Guerrero Cano, Cuaderno de ruta (Poética cuántica), Barcelona, Ediciones Oblicuas, 2013)
jueves, 25 de abril de 2013
Uno de los "35 sonetos" de Pessoa
XXVI
El mundo es un tapiz de sombra y sueño,
y hay solo una verdad en su mentira:
el que mira una luz en su diseño
no la conoce mientras más la mira.
Y es un espejo que, de cada cosa,
nos muestra un solo lado, y que nos miente;
pues la rosa que vemos no es la rosa,
y el espacio que ocupa es diferente.
El pensamiento nubla la esperanza
de encontrar una luz en la extrañeza
que habita en el pensar. Lo que tenemos
palabras son: saber, verdad, mudanza.
El mundo es falso; pero ¿qué es
certeza?
Y sabemos que nunca lo sabremos.
(Fernando Pessoa, 35 sonetos, traduccción de Esteban Torre, Renacimiento, Sevilla, 2013)
domingo, 14 de abril de 2013
'Ausencia de Dios', de Benedetti
Digamos que te alejas
definitivamente
hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mí, doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.
Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.
Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche
desgarradoramente idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, esa que no sabía.
Ahora qué miedo inútil, qué vergüenza
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar las uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala,
que Dios retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandara siglos de ceniza.
Es tarde. Sin embargo yo daría
todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.
hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mí, doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.
Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.
Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche
desgarradoramente idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, esa que no sabía.
Ahora qué miedo inútil, qué vergüenza
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar las uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala,
que Dios retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandara siglos de ceniza.
Es tarde. Sin embargo yo daría
todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.
(Mario Benedetti, Antología poética, Madrid, Alianza Editorial, 1987)
miércoles, 10 de abril de 2013
José Luis Sampedro
El niño, inquieto ante esta noche tan diferente, gatea por la cama hacia el viejo. Se agarra temeroso al brazo ya paralizado y se pone en pie, su carita junto a la del abuelo, esperando, esperando... De golpe, su instinto le revela el desplome del mundo, la tiniebla vacía. El aletazo de la soledad le arranca la palabra tantas veces oída:
-Non-no -pronuncia nítidamente, frente a ese rostro cuyos ojos le buscan ya sin verle, pero cuyos oídos aún le oyen, anegados de júbilo. Y repite el conjuro, su llamada de cachorro perdido-. Nonno, nonno. ¡Nonno!
¡Por fin ese cántico celeste!
Colores de ultramundo, lumbres de mil estrellas incendian el viejo corazón y le arrebatan a esta gloria, esta grandeza, esta palabra insondable:
¡NONNO!
A ella se entrega para siempre el viejo, invocando el nombre infantil que sus labios ya no logran pronunciar. El niño, en su desamparo, inicia un gemido. Pero se calma al olfatear en la vieja manta el rastro de los brazos que le acunaban. Se envuelve confiado en sus pliegues, en ese olor que reconstruye el mundo al devolverle la presencia de su abuelo, y clama, orgulloso de su proeza, una y otra vez:
-¡Nonno, nonno, nonno, nonno...!
Sus manitas, mientras tanto, juguetean con los amuletos. En la carnal arcilla del viejo rostro ha florecido una sonrisa que se petrifica poco a poco, sobre un trasfondo sanguíneo de antigua terracota.
Renato, atraído por la canción guerrera y por los gritos del niño, la reconoce en el acto:
La sonrisa etrusca.
(José Luis Sampedro, La sonrisa etrusca, Madrid, Biblioteca El Mundo, 2001)
lunes, 1 de abril de 2013
'Sida', de Al Berto
SIDA
aquellos que tienen nombre y que nos llaman
un día adelgazan -parten
nos dejan abocados al abandono
en el interior de un inútil dolor mudo
y voraz
archivamos el amor en el abismo del tiempo
y más allá de la piel negra del disgusto
presentimos vivo
el pasajero ardiente de las arenas -el viajero
que irradia un olor a violetas nocturnas
encendemos entonces una llama en los dedos
nos despertamos trémulos confusos -la mano quemada
junto al corazón
y nada más se mueve en el centrifugado
de los segundos -todo nos falta
ni la vida ni lo que de ella queda nos consuela
la ausencia brilla en la aurora de las mañanas
y con el rostro aún manchado por el sueño oímos
el rumor del cuerpo llenándose de pena
así guardamos las breves nubes los gestos
los inviernos el reposo la somnolencia
el viento
arrastrando lejos las imágenes difusas
de aquellos que amamos y no volvieron
a llamar
(de El miedo (Poemas escogidos, 1976-1997), traducción de Cidália Alves dos Santos y Javier García Rodríguez, Valencia, Editorial Pre-Textos, 2007)
miércoles, 27 de febrero de 2013
Lucian Blaga
POESÍA
Un relámpago palpita
en su fulgor
apenas lo que dura
su camino de la nube hasta el árbol
deseado, con el que se une.
Así la poesía.
Sola en su luz
dura ella cuanto dura
de la nube hasta el árbol
de mí hasta ti.
(de La piedra habla, traducción de Omar Lara y Gabriela Câprâroiu, Madrid, Visor, 2010 )
viernes, 22 de febrero de 2013
Mascha Kaléko
Mascha Kaléko (Golda Nalka Aufen) nació en la Galitzia polaca en 1907. En 1918 se marchó a Berlín y durante el III Reich tuvo que exiliarse a EEUU y, posteriormente, a Israel. Murió en Zurich en 1975. Es una de las principales voces de la Nueva Objetividad, junto a Kästner, Ringelnatz o Tucholsky. Inmaculada Moreno ha traducido algunos de sus poemas al castellano bajo el título de Tres maneras de estar sola.
LOS PRIMEROS AÑOS
Abandonada
por la noche me lancé
a una barca
y alcancé una orilla.
Contra la lluvia, me apoyé en las nubes.
Contra el viento airado, en colina de arena.
No se podía confiar en nada,
solo en la sorpresa.
Comí las frutas florecientes de la añoranza,
bebí del agua que da sed.
Extranjera, muda en regiones extrañas,
me helé de frío en los años lúgubres.
Como patria me elegí el amor.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)