Consciente de la imposibilidad de que el acto
de la escritura pueda captar la vida en su totalidad, Francisco Gálvez
(Córdoba, 1945) escribe La vida a ratos,
cuarenta y siete poemas breves que nacen del tanteo de momentos mínimos y únicos
que, en su aparente intrascendencia, se convierten en la evidencia de la esencia
transitoria de la existencia y de la apertura del sujeto enunciador al otro, para
convertirse en un yo colectivo y poliédrico, efímero cobijo para el lector.
Después de haber experimentado con la
estructura abierta y proteica del poema en prosa en El oro fundido (Pre-Textos, 2015), y sabedor de las posibilidades
discursivas que le ofrece tanto a la hora de contribuir de manera eficaz a la
creación de un personaje poético con múltiples aristas y vértices como a la
hora de enriquecer la variedad de temas y tonos característicos, el poeta
cordobés acude de nuevo a su cauce discursivo sin orillas.
Precisamente es esta variedad de motivos lo que
le lleva a organizar el conjunto en tres grandes bloques sin título,
articulados, a su vez, en tres o cuatro secciones formadas “por una serie de
breves poemas en prosa y en verso, de apariencia inconclusa, en un registro
ágil y cotidiano, próximo a la oralidad, y enraizados en una supuesta biografía
del autor”, según Celia Fernández Prieto, profesora titular de Teoría de la
Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Córdoba, autora de un
clarificador prólogo.
En el primer bloque se funden la memoria y el
presente, el tono meditativo y el discursivo, lo anecdótico y la reflexión para
presentar las líneas de fuga del libro. Los amores primeros, la indignación
ante las desigualdades de la sociedad actual, los recuerdos infantiles de su
ciudad natal y la defensa de su independencia vital y literaria son algunos de
los motivos que lo vertebran.
El segundo bloque alude a lo transitorio de la
existencia a través del símbolo de la carretera y del viaje. La vida es
entendida, pues, en continuo tránsito y ante su complejidad no existen mapas
que sirvan para ubicarnos. Esta certeza provoca un inevitable desasosiego. Para
ahondar en esta sensación, Gálvez experimenta con la puntuación y tensa el
lenguaje hasta el límite gramatical, abusando del gerundio y recurriendo a las
elipsis sintácticas, a la acumulación de oraciones yuxtapuestas y a los anacolutos.
En el tercer bloque se termina de configurar el
perfil del personaje al tiempo que se revela la poética sobre la que se levanta
el discurso. Tras evocar y celebrar la amistad con Rafael Álvarez Merlo y José
Luis Amaro, el autor muestra cierto escepticismo ante el mundo literario,
burlándose de la pose de algunos y del ascenso a base de premios de otros. El
amor por el cine y la preocupación por la muerte cierran su retrato.
Además de la creación de este sujeto
enunciador, los otros dos grandes temas que articulan el conjunto son, al igual
que en toda su producción, la importancia de la mirada y la conciencia del paso
del tiempo.
La mirada fertilizadora de Gálvez logra hallar
en los pequeños detalles observados el misterio que configura lo cotidiano y el
asombro necesario para encender el pensamiento como vía para transformar el
mundo y la palabra con que lo representamos.
En cuanto al tiempo, una vez asumida su
condición mutable, el yo lírico mira al pasado con serenidad, en un reparador
ejercicio de conocimiento y de autoafirmación, sin excluir la atención al
presente e, incluso, al futuro.
Toda esta amplitud temática, tonal y formal es
fruto de una evolución enraizada en sus anteriores poemarios -El paseante (2005), Asuntos internos (2006) y, sobre todo, El oro fundido (2015)- y muestra a un poeta en plenitud creativa.
Autor: Francisco Gálvez
Título: La vida a ratos
Editorial: La Isla de Siltolá
Año:
2019
(Publicado en Cuadernos del Sur, 10 de octubre de 2019, p. 6)