Para conmemorar los ochenta años de la batalla de Pozoblanco, una de las grandes desconocidas de nuestra última guerra civil y marco narrativo en el que se sitúan la mayoría de las historias de mi libro de relatos
Los que miran el frío (Editorial Espuela de Plata, 2011), he preparado este reportaje que publica hoy
Diario Córdoba.
Reproduzco, a continuación, el texto íntegro, pues ha habido que cortar alguna frase para que cupiese en la página del periódico.
80 años después, la batalla de Pozoblanco
sigue siendo la gran desconocida de nuestra última guerra civil. Iniciada por Queipo
de Llano, no fue una simple escaramuza para reactivar el frente en Andalucía;
ni siquiera una ambiciosa maniobra de
auxilio a los doscientos guardias civiles y más de mil vecinos de Andújar
sitiados en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza; ni un intento de
hacerse con las minas de mercurio de Almadén; ni un conato de tomar las
provincias de Ciudad Real y parte de Toledo con la intención de aislar Jaén y
Granada, por un lado, e intensificar el
cerco de Madrid, por otro. No. La batalla de Pozoblanco, que tuvo lugar entre
el 6 de marzo y el 21 de abril de 1937, y cuyos combates más intensos y sangrientos
se libraron en Villanueva del Duque, supuso un ensayo en toda regla de la
masacre definitiva, la del Ebro. Las sierras, los arroyos, la dehesa, las
cercas, las lomas, el coto minero de El Soldado, los escombros de Villanueva
del Duque y de Alcaracejos se convirtieron en un gran tablero de ajedrez sobre
el que ambos contendientes distribuyeron un número de efectivos humanos y de recursos
materiales sin precedentes, tanto españoles como extranjeros.
La partida se saldó con una de las grandes
victorias republicanas, comparable a las de Belchite, Jarama o Guadalajara. Sin
embargo, ni los vencedores ni los vencidos le concedieron la importancia que
realmente tuvo. Estos prefirieron callar la única derrota del invicto general,
Jefe del Ejército del Sur; aquellos, en cambio, no la valoraron en su justa
medida por dos motivos: la coincidencia en el tiempo con la toma de
Guadalajara, operación diseñada por el alto mando gubernamental con la
intención de que el rival no acumulase más efectivos en el Frente de Córdoba, y
la desconfianza sectaria y el recelo cainita de los comunistas hacia el
artífice de la gesta, el teniente coronel Joaquín Pérez Salas, militar de
formación que no simpatizaba con las ideas de estos y que, consciente de la necesidad
de un ejército estructurado, nunca estuvo a favor de las milicias.
La contienda adquiere unas dimensiones épicas
no solo por la elevada concentración de soldados y de efectivos, por el extremo
desgaste de los combatientes debido tanto a la brutalidad y a la crueldad de
los ataques como a las pésimas condiciones atmosféricas durante la ofensiva golpista,
sino también por la resistencia heroica de un contingente menos numeroso, que
supo reorganizarse a la espera de refuerzos, por el efecto sorpresa de una contraofensiva
que puso contra las cuerdas a las todopoderosas huestes sublevadas, pero, sobre
todo, por las historias individuales de supervivencia que encierra y por el
compromiso de unos batallones de pedrocheños que luchaban por su tierra.
Sin querer quitarle mérito a Pérez Salas, cuya
figura emerge con rotundidad, es obvio que en esta quijotesca labor de
resistencia jugaron un papel crucial otras personas como el poeta y comisario político
Pedro Garfias, quien, cuando el enemigo se encontraba a las puertas de
Pozoblanco, arengó a los miembros del Estado Mayor para que el pueblo no se
abandonase, y, por supuesto, los milicianos de la comarca de Los Pedroches
–integrados en los batallones Pozoblanco, Pedroches y Garcés-, quienes no
querían dejar sus pueblos en manos de los moros y de los fascistas y que, en un
Madrid en miniatura, hicieron suyo el grito de “¡No pasarán!”.
La ofensiva franquista se inició la noche del
6 de marzo y enfrentó a cuatro columnas perfectamente estructuradas, apoyadas
por un gran número de piezas de artillería y por la aviación, contra un par de brigadas y un puñado de baterías.
Aunque era un enfrentamiento desigual, la lucha se llevó a cabo con una ferocidad
e intensidad inimaginables. El primer episodio tuvo lugar en el cruce de El
Cuartanero y duró tres días, hasta que la guerra mostró todo su horror,
salvajismo y sinsentido en Villanueva del Duque. El pueblo fue bombardeado sin
cesar por cazas italianos y arrasado por el fuego de artillería, antes de ser tomado
el día 10 por los sublevados. Consciente de la importancia del enclave, Pérez
Salas planteó un contraataque nada más recibir los primeros refuerzos. Apoyados
por las baterías y el fuego de ametralladoras, ambos rivales pelearon casa a
casa, cuerpo a cuerpo, a sablazo puro y a bayoneta calada, dejando un número de
cadáveres estremecedor, hasta el punto de que, en la noche del día 13, el pueblo
fue tomado alternativamente en cinco ocasiones. Tremendamente sanguinaria fue
también la entrada en Alcaracejos el día
15 por parte de Álvarez Rementería y Barutone.
Una vez replegados los leales al Gobierno a un
Pozoblanco derruido, la contienda entró en un frágil compás de espera. El
avance de las columnas se hizo en dos direcciones, por la carretera de
Alcaracejos y por la de Villaharta. Los que venían por la primera se quedaron a
dos kilómetros por el sudeste; los que avanzaban por la segunda se
atrincheraron en el lavadero de El Pilar de los Llanos y trabaron una intensa
refriega con los defensores de la República, que se hicieron fuertes en la
plaza de toros.
Pozoblanco resistía a duras penas. La noche
del 17 se produjo la evacuación de los vecinos y las tropas se replegaron a una
línea de trincheras al otro lado del arroyo de Santa María. La caída parecía
inminente. Pese a las órdenes del Estado Mayor de abandonar el pueblo, los
escasos y agotados efectivos volvieron a sus primeras líneas de trincheras y
resistieron como pudieron los envites.
Con la llegada de nuevos refuerzos, entre
ellos los ansiados cazas, el XX batallón internacional de Aldo Morandi, una
compañía de tanques T-26 y varias baterías, el 24 de marzo se inició la contraofensiva
republicana. El factor sorpresa del ataque de Pérez Salas, el desgaste de las
tropas fascistas y el número superior de unas brigadas más frescas y con más
medios presentaban un mapa de operaciones completamente diferente. Incapaz de
contener el avance, el mando golpista ordenó la retirada tras unos intensos
combates en Alcaracejos. Este pueblo, Villanueva del Duque, el Calatraveño, Cabeza
Mesada y El Soldado fueron tomados entre los días 30 y 31.
Pero la estrategia del teniente coronel no era
solo recuperar el terreno perdido, sino hacerse con Peñarroya. Con tal fin,
siguieron llegando refuerzos al frente, entre ellos la XIII Brigada
Internacional, y se constituyeron dos Agrupaciones: una a las órdenes del coronel Mena, que atacó la rica localidad
minera e industrial, y otra mandada por Pérez Salas, con las brigadas y
batallones más veteranos en el subsector, que avanzó por las carreteras de Espiel
y Villaharta.
El
6 de abril, las tropas de Pérez Salas lanzaron un brutal ataque por esta última
carretera y se hicieron, en una nueva sangría, con el cerro de La Chimorra, Sierra
Noria y la Loma de Buenavista.
Por
su parte, las brigadas mandadas por Mena
se adueñaron sin apenas encontrar oposición del triángulo Valsequillo-Los
Blázquez-La Granjuela; sin embargo, tras un encarnizado choque en Sierra Mulva
vieron frenadas todas sus aspiraciones.
Queipo
de Llano, previendo el peligro, envió rápidamente numerosos refuerzos a Peñarroya,
que, unidos al cansancio de las tropas republicanas y a la pérdida del factor
sorpresa, hicieron que la contraofensiva se estancase y ambos contendientes se
afanasen en una estéril y cruenta lucha por hacerse con diversos cerros y
altozanos que cambiaban de dueño. El avance por la carretera de Villaharta se
detuvo, igualmente, y sus hombres fueron trasladados a Valsequillo y a la zona
de Peñarroya. A partir de este momento solo hubo débiles refriegas, lo cual
implica que no haya unanimidad entre los historiadores a la hora de dar por
concluida la batalla de Pozoblanco, cuya fecha de fin oscila entre el 13 y el 21
de abril.
Olvidada en los libros de historia, pese a las
monografías de José Manuel Martínez Bande, La
batalla de Pozoblanco y el cierre de la bolsa de Mérida, de Francisco
Moreno Gómez, La guerra civil en Córdoba,
o de Laura López Romero, Joaquín Pérez
Salas y la batalla de Pozoblanco, este enfrentamiento encierra un potencial
narrativo tremendo, tanto en las historias mínimas como en el gran mosaico
épico que estas componen. Sin embargo, dicha potencialidad aún no ha sido
aprovechada por el cine ni por la literatura –excepción hecha del libro de
relatos Los que miran el frío, de
quien firma las presentes líneas-, que, en la exploración de sus respectivos
códigos comunicativos, pueden, y deben, aportar nuevos enfoques que muestren lo
que la historia intuye, haciéndonos tomar conciencia de nuestro pasado y de su
complejidad poliédrica.
(Publicado en Diario Córdoba, 23 de abril de 2017, p. 27)