Partiendo del convencimiento de que el compromiso del poeta
ha de ser, en primera instancia, con el lenguaje, materia con la que trabaja y,
a través de la cual, se comunica con el resto de la humanidad, y después de
profundizar en una identidad individual en Las
Ollerías (Visor, 2011; XXIII Premio Internacional de Poesía Loewe), Joaquín
Pérez Azaústre apuesta en su nuevo poemario Vida
y leyenda del jinete eléctrico, merecedor del XXIII Premio de Poesía Jaime
Gil de Biedma, por definir una identidad colectiva y para ello mira hacia
fuera, pero siempre desde su propia interioridad, con la intención de dar
testimonio de la sociedad convulsa en la que se incardina su existencia y de
los conflictos que la constriñen. Esta forma de mirar es la vía que permite al
autor mantener la coherencia con el resto de su producción poética, al tiempo
que contribuye a que el discurso suene auténtico.
Para semejante propósito, el autor recurre a la técnica del
“poema río” (“el poema el poema largo el poema río el poema canto”), que ha resurgido
con inusitada fuerza en los últimos años –La
tumba de Keats de Juan Carlos Mestre, Entreguerras
de Caballero Bonald, Canción en blanco
de Álvaro García o Alma Venus de Pere
Gimferrer-. Dicho molde constructivo permite que en un único texto convivan,
dándose la mano, las diversas caras, aristas y vértices de una realidad
poliédrica y en continua transformación, bien sea a través de la diversidad
temática, la identificación de diferentes planos temporales en el poema –que
algunos críticos definen como un fresco de la historia del siglo XX- o la
adopción de una estructura conversacional en la que se amalgaman multitud de
voces que, en una armónica polifonía, buscan respuestas y se cuestionan la
realidad toda al tiempo que se plantea una ruptura de la sintaxis y una apuesta
por un lenguaje innovador que va más allá de la omisión de los signos de
puntuación y de las mayúsculas y que reside en la confianza en la metáfora
sorprendente como instrumento para hacer reflexionar al lector.
Además de la estructura, el otro elemento que contribuye a
que los treinta y seis fragmentos en que se divide el poema puedan ser leídos
tanto en su conjunto como de un modo exento es la figura del jinete eléctrico,
que nos remite al film de Sidney Pollack protagonizado por Robert Redford y
Jane Fonda, y que, más allá del hilo conductor que supone la filmografía de
Robert Redford, es el propio yo poético (“soy también el jinete / que hoy llegó
para estar en su propio lenguaje”).
En este sentido, debemos destacar que, por debajo de antropónimos
y topónimos que nos remiten a la cinematografía y al mundo norteamericano, se
esconde una realidad muy cercana a todos nosotros que es abordada por la mirada
desengañada y comprometida de un joven ya no tan joven que, como todos sus
compañeros de generación, se siente estafado al ver cómo la ineptitud, la
corrupción y la falta de valores morales han desintegrado un futuro que parecía
halagüeño y que, ahora, más que nunca, se revela inestable. Así, en el poema se
entrecruzan, sin caer en lo panfletario, las referencias a la crisis de las
instituciones, al descrédito de nuestros representantes políticos, a la
vergonzante amnistía fiscal, a los infames recortes sociales, a la interesada anulación
del estado del bienestar, a la inmoral privatización de la sanidad y de la
educación, al abyecto papel de los bancos en la situación actual, a los
ignominiosos desahucios, al desamparo jurídico de los más necesitados, a la
denigrante cifra de parados, al inevitable empobrecimiento de las familias -muchas
en el umbral de la pobreza-, a las ruines y asfixiantes hipotecas, a la
precaria situación del trabajador… en suma, al suicidio colectivo al que se nos
aboca sin remisión con tal de mantener el bienestar de los que más tienen y que
nos ha hecho retroceder varias décadas. El dolor, por tanto, es la materia de
la que está hecho este poema, “porque todo es poesía más allá del desgarro”.
Ante esta crisis de la democracia y del agonizante
capitalismo, propone una sociedad basada en la justicia y que debe “recuperar el primer mandamiento /
su caricia total en la fe del paisaje”. Por eso, aunque concluye un fragmento
con cierto pesimismo (“en serio vámonos esto ya está perdido / nuestra época ha
pasado y es hermoso saberlo”), insta a la lucha cívica: “volveremos a ser
nuestro golpe desnudo / y juntos lucharemos por bocanadas de aire”. Esta reivindicación de la justicia y la
libertad es una contienda épica, lo que justifica la enorme presencia de
alusiones a la cultura grecolatina, fundamentalmente la Ilíada
(“patroclo sin jubón acampa ante el congreso”). De este modo, el poeta contrae
un compromiso con la realidad presente, pero sin caer nunca en lo panfletario.
Estamos, sin lugar a dudas, ante el mejor y el más ambicioso
poemario del escritor cordobés, donde asume, desde la vanguardia y el 27
español, una tradición que recoge el espíritu heterodoxo de los novísimos y el
postismo, al tiempo que intenta hacerse eco de lo que sucede en calle, demostrando
que hoy, más que nunca, las categorías en poesía han estallado, con lo que el
poeta puede afirmar sin complejos: “hoy voy a darlo todo el idioma o la vida /
culturalismo compromiso”.
(Publicado en Cuadernos del Sur, 1 de febrero de 2014, p. 6)