sábado, 22 de febrero de 2014

75 aniversario de la muerte de Antonio Machado

Hoy se cumplen 75 años de la muerte de Antonio Machado en Collioure. La vida del poeta sevillano, uno de los referentes inevitables de mi poesía, ha inspirado dos poemas. El primero, perteneciente a Los lugares públicos, fue escrito cuando apenas tenía 20 años y se titula "Conversaciones con José durante un paseo por la costa"; el segundo, "Imagen", fue compuesto "ex profeso" para el número 4 de la revista Suspiro de Artemisa, monográfico dedicado al centenario de la publicación de Campos de Castilla. Os dejo ahora este último:


IMAGEN

Cuando los días son de lluvia,
el maestro
contempla
por la ventana
los campos.
Las encinas no son encinas, sino olivos;
los pájaros, lechuzas.
Estudia los caminos del agua
-como en La Perla-,
se olvida de los verbos
modales
que explica a los alumnos
y piensa
una casa con un hombre que escribe
y ama,
mirado
por otro
que solo escribe
y escribe.

martes, 18 de febrero de 2014

Poesía ontológica: José Ángel Valente

Poesía es el escueto título de la última antología de José Ángel Valente (Orense 1919- Ginebra, 2000). Los poemas, elegidos por el escritor madrileño Benjamín Prado, quien firma un sugerente prólogo titulado “Lo que se ve a través de lo escrito”, son, en palabras del propio antólogo, “los que, como suele decirse, yo salvaría de un incendio, si es que no me daba tiempo a llevarme su obra completa”.
La disposición cronológica de los textos -desde A modo de esperanza, Premio Adonáis en 1954, hasta Fragmentos de un libro futuro, editado póstumamente por Círculo de Lectores en el 2000, y Premio Nacional de Poesía en 2001- permite que el lector se haga una idea bastante fiel de la obra de este poeta heredero de la tradición mística que concibe toda su producción como la búsqueda de lo que él denomina “punto cero”.
El mundo es un enigma que no debe ser desvelado, y que tan solo puede intuirse, con lo que el poeta se propone indagar en el ámbito de lo inexplicable a través de la palabra, que, aunque connotada, es el único instrumento del que dispone para vislumbrar lo invisible. De este modo, la creación poética nace de una inevitable paradoja, lo que motivará la desconfianza del poeta en un lenguaje a todas luces insuficiente para descifrar el misterio del cosmos o, lo que es lo mismo, el misterio del propio ser que se incardina en un tiempo y un espacio determinados (“escribo sobre el tiempo presente”) y del que el poeta tan solo consigue “dejar indicios de su paso, no pruebas”.

Estamos, por tanto, ante una poesía de carácter ontológico, en la que el lenguaje y la materia se convierten en las dos vías para intuir el secreto de la existencia, con lo que se sitúa en un plano de igualdad tanto lo que se dice como aquello que se vislumbra a partir de lo dicho.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 15 de febrero de 2014, p. 7)

jueves, 13 de febrero de 2014

Un drama comprometido: "Pañuelos bajo la lluvia"


Después de su primera novela, Un revolver en la maleta (Editorial Cuadernos del Laberinto, 2012; Premio Solienses 2013), y cuando el lector espera la continuación prometida de las aventuras del inspector Homero por las calles de la Córdoba de principios del siglo pasado, el pozoalbense Félix A. Moreno Ruiz (1969) sorprende con una obra teatral, Pañuelos bajo la lluvia, merecedora del accésit del VIII Premio el Espectáculo Teatral y recientemente editada por Ediciones Irreverentes.
La obra, un drama a la manera de Buero Vallejo, representa la desaparición, tortura y asesinato de Carlos, profesor universitario sospechoso de pensar de manera distinta al régimen, y de su mujer, Lucía, que está a punto de dar a luz a la hija de ambos. Veinte años después, Inés, hermana de Lucía, consigue encontrar a Julia, su sobrina, entregada a una familia afín a la dictadura, y decide actuar para que la joven conozca tanto su auténtica identidad como lo sucedido a sus verdaderos padres.
Se trata, pues, de “una historia de niños robados” que, aunque en la contraportada se nos sitúe “en una dictadura hispana cualquiera” y aunque la simbología del pañuelo que Inés y Lucía llevan para resguardarse de la lluvia sea un homenaje a las madres de mayo, suena muy española, además de por los antropónimos elegidos para los personajes, por el modo de comportarse de los mismos y por el aire de los diálogos y situaciones.
Formalmente, la pieza se divide en dos actos asimétricos en cuanto al número de cuadros –que no en cuanto a la extensión de los mismos-, por lo que en el acto primero los diálogos son más breves y la acción sucede con mayor rapidez, mientras que en el segundo las intervenciones de los personajes se vuelven más extensas, lo que da pie a una mayor profundización en los mismos. Junto a esto debemos destacar que el primero es más innovador, en la medida en que el autor acude a técnicas de inmersión y hay una mayor funcionalidad de los juegos de luces que, además, dividen el escenario en dos espacios –a la izquierda del espectador, en penumbra, la desaparición, tortura y asesinato de Carlos; a la derecha, la vida a punto de nacer y la desesperación de Lucía e Inés ante la incertidumbre- que se alternan a la par que los cuadros hasta que en el Cuadro IX los personajes del plano iluminado invaden, como siluetas, el ámbito izquierdo, donde actúa la ignominiosa represión. Por el contrario, el acto segundo es más convencional y transcurre todo en el salón de una vivienda de clase acomodada.
El resultado es una obra ágil, planteada con inteligencia, en la que los personajes están bien caracterizados, los diálogos suenan espontáneos y la acción se sucede de modo natural, consiguiendo que la intensidad vaya en aumento e implicando, en todo momento, al lector, que, al final, se reconcilia consigo mismo, a través de una catarsis sustentada en la contemplación y en la condena de la injusticia y de una de las atrocidades cometidas durante la dictadura y en el enaltecimiento de la dignidad de los perdedores, de los que sufren, de aquellos que se mojan bajo la lluvia.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 8 de febrero de 2014, p. 6)

viernes, 7 de febrero de 2014

"Amor", de Vicente Sabido


El fallecimiento de Vicente Sabido (Mérida, 1953) ha coincidido con la llegada a las librerías de la antología Amor (Renacimiento, 2013). Esta triste coincidencia condiciona, de manera inevitable, la lectura de los cuarenta y siete poemas que la conforman. El poeta ha preferido no volver sobre ellos y retocarlos, sino que los ofrece tal y como aparecieron en los libros originales, con el simple añadido de una dedicatoria a cada uno, como si hubiese querido despedirse de todos los que conforman tanto su geografía emocional como literaria.
Poeta discreto, consciente de que cualquier libro necesita un tiempo de maduración, tan solo ha publicado cinco poemarios: Aria (1975), Décadas y mitos (1977), Sylva (1981), Adagio para una diosa muerta (1987) y Aunque es de noche (1994), última y más importante publicación, de la que hace casi veinte años.
Y, precisamente, tal silencio –roto de modo parcial en 2004 con la aparición de la antología Los cuarenta principales- junto a las afinidades con Miguel d´Ors han llevado a que pase desapercibido para gran parte de la crítica, que lo ha considerado un poeta menor y un discípulo diligente pero sin brillo.
Esta antología, cuya selección y prólogo corren a cargo de José Julio Cabanillas, viene a romper tales prejuicios, nacidos de una lectura apresurada. El escritor granadino prescinde del orden cronológico y distribuye los poemas en tres bloques temáticos: “Versos de amor”, “Versos de la niñez” y “Versos del tiempo adentro”. De este modo, no solo hace hincapié en los tres ejes fundamentales en torno a los cuales se articula la poesía del poeta extremeño -el amor, el tiempo y la desolación existencial-, sino que también refuerza la unidad de tono de toda su obra.

Por eso, más allá de la emoción provocada por la triste desaparición, el presente volumen posibilitará al lector el acercamiento a unos poemas perdidos en ediciones difíciles de encontrar al tiempo que le permitirá hacerse una visión de conjunto de la intensidad y del alcance de la poesía de Sabido. 

(Publicado en Cuadernos del Sur, 1 de febrero de 2014, p. )

miércoles, 5 de febrero de 2014

Culturalismo y compromiso


Partiendo del convencimiento de que el compromiso del poeta ha de ser, en primera instancia, con el lenguaje, materia con la que trabaja y, a través de la cual, se comunica con el resto de la humanidad, y después de profundizar en una identidad individual en Las Ollerías (Visor, 2011; XXIII Premio Internacional de Poesía Loewe), Joaquín Pérez Azaústre apuesta en su nuevo poemario Vida y leyenda del jinete eléctrico, merecedor del XXIII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, por definir una identidad colectiva y para ello mira hacia fuera, pero siempre desde su propia interioridad, con la intención de dar testimonio de la sociedad convulsa en la que se incardina su existencia y de los conflictos que la constriñen. Esta forma de mirar es la vía que permite al autor mantener la coherencia con el resto de su producción poética, al tiempo que contribuye a que el discurso suene auténtico.
Para semejante propósito, el autor recurre a la técnica del “poema río” (“el poema el poema largo el poema río el poema canto”), que ha resurgido con inusitada fuerza en los últimos años –La tumba de Keats de Juan Carlos Mestre, Entreguerras de Caballero Bonald, Canción en blanco de Álvaro García o Alma Venus de Pere Gimferrer-. Dicho molde constructivo permite que en un único texto convivan, dándose la mano, las diversas caras, aristas y vértices de una realidad poliédrica y en continua transformación, bien sea a través de la diversidad temática, la identificación de diferentes planos temporales en el poema –que algunos críticos definen como un fresco de la historia del siglo XX- o la adopción de una estructura conversacional en la que se amalgaman multitud de voces que, en una armónica polifonía, buscan respuestas y se cuestionan la realidad toda al tiempo que se plantea una ruptura de la sintaxis y una apuesta por un lenguaje innovador que va más allá de la omisión de los signos de puntuación y de las mayúsculas y que reside en la confianza en la metáfora sorprendente como instrumento para hacer reflexionar al lector.
Además de la estructura, el otro elemento que contribuye a que los treinta y seis fragmentos en que se divide el poema puedan ser leídos tanto en su conjunto como de un modo exento es la figura del jinete eléctrico, que nos remite al film de Sidney Pollack protagonizado por Robert Redford y Jane Fonda, y que, más allá del hilo conductor que supone la filmografía de Robert Redford, es el propio yo poético (“soy también el jinete / que hoy llegó para estar en su propio lenguaje”).
En este sentido, debemos destacar que, por debajo de antropónimos y topónimos que nos remiten a la cinematografía y al mundo norteamericano, se esconde una realidad muy cercana a todos nosotros que es abordada por la mirada desengañada y comprometida de un joven ya no tan joven que, como todos sus compañeros de generación, se siente estafado al ver cómo la ineptitud, la corrupción y la falta de valores morales han desintegrado un futuro que parecía halagüeño y que, ahora, más que nunca, se revela inestable. Así, en el poema se entrecruzan, sin caer en lo panfletario, las referencias a la crisis de las instituciones, al descrédito de nuestros representantes políticos, a la vergonzante amnistía fiscal, a los infames recortes sociales, a la interesada anulación del estado del bienestar, a la inmoral privatización de la sanidad y de la educación, al abyecto papel de los bancos en la situación actual, a los ignominiosos desahucios, al desamparo jurídico de los más necesitados, a la denigrante cifra de parados, al inevitable empobrecimiento de las familias -muchas en el umbral de la pobreza-, a las ruines y asfixiantes hipotecas, a la precaria situación del trabajador… en suma, al suicidio colectivo al que se nos aboca sin remisión con tal de mantener el bienestar de los que más tienen y que nos ha hecho retroceder varias décadas. El dolor, por tanto, es la materia de la que está hecho este poema, “porque todo es poesía más allá del desgarro”.
Ante esta crisis de la democracia y del agonizante capitalismo, propone una sociedad basada en la justicia  y que debe “recuperar el primer mandamiento / su caricia total en la fe del paisaje”. Por eso, aunque concluye un fragmento con cierto pesimismo (“en serio vámonos esto ya está perdido / nuestra época ha pasado y es hermoso saberlo”), insta a la lucha cívica: “volveremos a ser nuestro golpe desnudo / y juntos lucharemos por bocanadas de aire”.  Esta reivindicación de la justicia y la libertad es una contienda épica, lo que justifica la enorme presencia de alusiones a la cultura grecolatina, fundamentalmente la Ilíada (“patroclo sin jubón acampa ante el congreso”). De este modo, el poeta contrae un compromiso con la realidad presente, pero sin caer nunca en lo panfletario.

Estamos, sin lugar a dudas, ante el mejor y el más ambicioso poemario del escritor cordobés, donde asume, desde la vanguardia y el 27 español, una tradición que recoge el espíritu heterodoxo de los novísimos y el postismo, al tiempo que intenta hacerse eco de lo que sucede en calle, demostrando que hoy, más que nunca, las categorías en poesía han estallado, con lo que el poeta puede afirmar sin complejos: “hoy voy a darlo todo el idioma o la vida / culturalismo compromiso”.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 1 de febrero de 2014, p. 6)

lunes, 3 de febrero de 2014

Culturalismo intimista


Cuando las referencias culturales no resuenan como el desgastado eco de una voz impostada, sino que contribuyen a definir la propia identidad del sujeto poético, se produce la fértil paradoja que sustenta
Una copa de Haendel, de José María Jurado (Sevilla, 1974). En él la cultura no se convierte en el pretexto que sostiene un estéril alarde estético, sino que deviene existencia, formando parte de la misma, al darle un sentido a través de la mirada del sujeto que contempla la realidad y reflexiona acerca de ella. Sobre este principio sostiene todo el libro, desde la dedicatoria inicial, “A la clara memoria de Miguel García-Posada”, hasta el poema final, “La quencia”, dedicado a la misma persona, sin olvidarnos de la sugerente fotografía en la que se nos presenta al escritor delante de una de las estampas más retratadas de la inevitable Venecia, la Torre del Reloj; y es que el verso de Jurado se asemeja a las instantáneas de aquellos a los que nos gusta incorporar en cualquier paisaje o monumento el elemento humano, en un intento de dar testimonio de la persona.
Así, más allá de que a lo largo de los treinta y siete poemas que conforman un todo unitario se sucedan las intertextualidades, las referencias a autores y obras imprescindibles de la literatura universal (Chejov, Thomas Mann, Scott Fitzgerald, Verlaine, Keats, Yeats o Valéry), de la música (la familia Strauss, Schubert, Eduard Elgar, Gershwin, Chopin, Schönberg o Shostakovich) o de la pintura (Caspar David Friedrich, Klimt, Hopper, Juan Gris, Juan Sánchez Cotán, Tiépolo, Rembrandt o Turner), las alusiones mitológicas, históricas, arqueológicas, monumentales o ajedrecísticas…, el poeta consigue hablar “de las cosas sencillas, / en voz baja”, y lo hace a través de la reflexión, creando una emoción compartible por el lector, quien no puede quedar impasible ante el fascinante viaje a su propia interioridad ofrecido por Jurado.
En este sentido, juega un papel clave la memoria, siempre subjetiva, que bucea en el pasado para encontrar los hilos de los que tirar hasta conseguir que el poema adquiera consistencia y rezume un indubitable aire clásico que hunde sus raíces en los Novísimos y en Cántico, destacando por el preciso manejo de la palabra, por la sugerencia de las imágenes, por la sólida arquitectura y por una musicalidad que, más allá de las referencias citadas, se enraíza en un acertado manejo del metro que va desde el verso rimado del soneto al del verso blanco y al poema en prosa. Buena muestra de esto son “Chejoviana”, “Hora de entrada”, “Fragmentos de una tabla de arcilla”, “Después de la lluvia”, “Calendario perpetuo”, “En la tumba de Yeats”.
Con este cuarto poemario, el poeta sevillano, autor de La memoria frágil (Diputación de Cáceres, 2009), Plaza de Toros (La Isla de Siltolá, 2010) y Tablero de sueños (La Isla de Siltolá, 2011), se revela como una de las voces que deben ser tenidas en cuenta dentro de la actual poesía andaluza.

(Publicado en Cuadernos del Sur, 25 de enero de 2014, p. 6)